Camino del Mundial de Japón, España se perdió en el laberinto de agresividad belga, vigilado además por un árbitro que giró la mayor parte de las decisiones del lado de los locales. Ninguna de las dos circunstancias deberían haber sido extrañas para el equipo de Santi Santos. Se sabía dentro del cuartel de los Leones que Bélgica complicaría la vida todo lo que pudiese dentro del campo y en la previa: cosas como no permitir entrenar al equipo en el terreno de juego en el que se disputará el choque son clásicas de este torneo. Y los belgas jugaron con el cuchillo entre los dientes y le quitaron el partido de las manos a los Leones, que nunca encontraron la manera. Hubo un leve pasaje de esperanza con el ensayo postrero de Gibouin y el golpe de Peluchon, pero el último puntapié pasado por los locales puso el clavo final en las esperanzas españolas.

Durante todo el choque, los belgas exhibieron una agresividad que le sacó todo el aire al juego español. Aunque arrancó teniendo el balón y entrando en campo contrario, España no logró nunca jugar con claridad. Guillaume Rouet se vio muy presionado él mismo y también tuvo dificultades para encontrar primeros receptores que llevaran la pelota adelante. Belie estuvo incomodísimo, sin espacio y sin combinaciones que explotar. A menudo ambos tuvieron que lanzarse ellos mismos o engatillar a compañeros que quedaban aislados en los encuentros. La batidora humana en la que se convirtió cada jugada en el suelo provocó adelantados, retenidos y golpes en contra.

Los belgas llevaron su plan adelante auxiliados por un buen número de golpes de castigo cometidos en zona roja por España. O por los que reclamaron los Leones y el colegiado no sancionó. El resultado fue un preocupante goteo de aciertos a palos del apertura belga, Vincent Hart, que cobró cuatro de los cinco de los que dispuso. España solo pateó a los postes en una ocasión en ese primer tiempo y Brad Linklater puso el oval contra uno de los palos. Ahí se perdió la oportunidad de sumar para España, que se fue al descanso con un sombrío 12-0.

Le volvió a ocurrir al regreso del intermedio, cuando España necesitaba de forma perentoria detener la sensación de impotencia del primer periodo y empezar a construir su esperanza con puntos y con la pelota. Linklater lo intentó desde más allá de la línea de 40 (el Pequeño Heysel es, realmente, bien pequeño), pero se le fue desviado. Y poco después, se comió el quinto golpe de Hart, en el que el árbitro rumano además expulsó 10 minutos a Auzqui con amarilla.

El desconcierto español, sin poder soltar su rugby, fue mutando en ansiedad y desesperación con cada decisión en contra del árbitro

En ese escenario, el desconcierto español fue mutando poco a poco en ansiedad y desesperación. El XV del León nunca tuvo foco en el partido, pero las decisiones arbitrales todavía lo sacaron más de sitio. Entró en el último cuarto del choque con un 15-0 que tenía el aspecto de una distancia muchísimo más amplia. Aunque seguía a tiempo de todo, no parecía en condiciones de nada: los balones se morían en montoneras que siempre tenían el mismo desenlace, la pérdida o el golpe o la melé en contra.

Las pocas veces que España lograba abrir rugby, nunca tenía ningún vuelo. Hacia el minuto 65, a partir de un saque lateral, Belie logró abanicar algo el juego: una ruptura por el eje, luego una salida hacia un ala, después regreso al contrario. La jugada acabó en un adelantado, otro más. En lo que se refiere a la actuación española en todos los órdenes del juego, el partido fue también una frustración permanente.

A diez minutos del final, España jugó una touche en la 22 belga. De ella salió un maul penetrante como una centella y, en el rodillo consiguiente, el ensayo de Gibouin, el 8 de los Leones. Peluchon pasó la conversión y España se puso 15-7. Un atisbo de luz en medio de un largo túnel. Quedaban ocho minutos de juego. Poco tiempo. Tiempo suficiente.

En esos minutos desesperados, que eran una carrera contra el reloj, España soltó por fin algo de juego. Y Peluchon pasó otro golpe que ponía al equipo de Santi Santos a tiro de un ensayo transformado (15-10). Un final para la épica, abortado enseguida por el enésimo golpe disfrutado por Bélgica. El 18-10 agotó cualquier esperanza. Y fue el resultado con el que los Leones murieron en la misma orilla.

El final, con los jugadores yéndose a por el árbitro, incidió aún más en la tristeza de lo ocurrido en el Pequeño Heysel. La frustración era comprensible, pero su exhibición en una escena como esa, nunca.

Un desenlace cruel. El final de un sueño. El principio del futuro: aguarda la repesca, Portugal, Samoa… Y, sobre todo, la construcción de un porvenir basado en todo lo bueno que los Leones habían hecho antes de llegar a Bruselas.