Zaza Bakuradze y Nuggar Dzginazde fueron destacados jugadores de los últimos «quinces» de la Unión Soviética. Sus nombres les delatan. Los de la agreste república caucasiana se escindieron de la disciplina deportiva soviética incluso antes de la desintegración formal de la URSS. Ya veían lo que venía y decidieron aventurarse a pedir ingreso en la IRFB, y lo obtuvieron. Esa escisión dejó a la liga soviética sin los cinco equipos georgianos, pero no creó recelos, que los rusos siempre han estado acostumbrados a las cosas peculiares de aquella república y desde que soportaron al padrecito Dughasvili, han preferido o no preguntar demasiado o bien invadirles preventivamente. En esos años iban a estallar varias guerras en la zona como para que el rugby fuera una preocupación, y además, los del oval somos así.

En 1993, en Sopot, en Polonia, ambos equipos, el ruso y el georgiano, se enfrentaron en el primer escalón diseñado por los inventores de la Copa del Mundo para la de 1995. Los georgianos hubieron de contar con la hospitalidad previa de los rusos, que les proporcionaron varios partidos de entrenamiento en su largo periplo hasta Polonia. Sin rencores. Además la naciente federación georgiana financió el viaje merced al buen hacer de algún jugador polaco que militaba en equipos franceses y que pudo haber lucido el Gallo en el pecho. Un buen tipo Grzegrorz Kacała (eran tiempos previos al rubicón de 1995 y se notaba). Aquel torneo de 1993 lo ganaron los rusos, seguidos de los polacos (que prometían pero nunca han llegado a consolidarse) y los georgianos en tercer lugar. Los resultados, al cabo, no importan, sino la progresión de cada federación y acaso la comparación con la nuestra en estos últimos veinticinco años.

Las andanzas posteriores de los georgianos no nos son ajenas, siempre rivales entre febrero y marzo de cada año. A los recios hijos del mítico Kartlos los hemos derrotados tres veces (en Madrid todas, el 4 de marzo del 2000, 36 a 32, el 17 de marzo de 2007, 31 a 17 y el 11 de febrero de 2012, por 25 a 18, más un empate -6 a 6- en Reus, en febrero de 2004). Este año de nuevo toca en Tiflis. Será muy duro, pero no hay nada que perder y está todo por ganar. Nuestra delantera se puede enfrentar con ellos como experiencia catártica, pues no en vano los mismos ingleses se sirven de esa gente para sus entrenamientos (¡bendito Jones, qué riesgos asume!). Enfrentarse al pack georgiano es casi un paso iniciático, a la fecha, para cualquier joven delantero con expectativas. Solamente cabe desear ánimo a nuestra expedición, que contará con gente del amplio grupo de Santos que debe acumular experiencia con esos durísimos montañeses, por si deben ayudar en los sucesivos encuentros ante Alemania y Bélgica. Y para que, en su momento, nada les parezca empresa imposible.

Hemos sido mejores que Alemania y deberíamos seguir siéndolo, aun con los refuerzos que cada bando busca y encuentra, principalmente en el Hexágono nosotros, al sur del Limpopo ellos. Fuerzas ajenas a lo que fue un deporte para los jugadores y ya no lo es empujan a favor de queruscos, angrivarios y caucos, que verán en nuestras huestes a tipos romanizados. Ahora que está al alcance de la mano el premio nipón no querría que Feijóo gritara, desconsolado, «Quintili Vare, legiones redde» porque ya no habrá tiempo para que un Druso  recupere águilas e insignias. Hay que ganar para que la atención de World Rugby  sea para nosotros y los capitostes de la Deutscher Rugby Verband no la recuperen.

El rugby alemán es más antiguo que el nuestro, nacido al abrigo de universidades vetustas del suroeste católico, Heildelberg la primera, y vivió años de auge en las décadas de entreguerras, amparado por el rugby francés, proscrito por las Home Unions por sus excesos, pecuniarios y de carácter. Disfrutan los teutones de entorchado de fundadores de la FIRA, como los demás continentales interesados en el asunto oval, rumanos, checos o italianos (y catalanes en este lado de los Pirineos, que la Federación española  no ingresó en el tinglado francés sino merced a la catalana, única federación no estatal en el club original). Lo cierto es que Francia nos quería contrincantes para desarrollar su juego y se empeñó en una labor misionera de éxito relativo. Luego las guerras acabaron de raíz con el rugby en casi todos esos países, salvo en la promotora Francia y la disidente Rumanía.

El primer España v Alemania se jugó en Barcelona un 9 de junio de 1929 (15 a 24) y el segundo en Dresde el 18 de mayo de 1930 (5-0). Por cierto, que en ambos aparece ya el ilustre apellido Massoni con nuestros colores. Hasta 1952 no se reanudan los enfrentamientos, en una incipiente Copa de Europa: Madrid, 6 a 17; 1954, Frankfurt, 6 a 6; 1957, Barcelona, 3 a 16; 1959, Heidelberg, 19 a 14; 1960, Barcelona, 9 a 3; 1962, Hannover, 14 a 6; 1979, Heidelberg, 6 a 14; 1983, Hannover, 13 a 11; 1986, Madrid, 50 a 0; 1990, Madrid, 19 a 8 y otros tantos hasta el empate de 2016 por 17 a 17 y nuestra victoria del pasado año por 15 a 32 en Colonia, cuando los teníamos por más fieros de lo que fueron, pues no en vano habían ganado algunas jornadas antes a Rumanía. En resumen, 8 victorias para Alemania, dos tablas y 12 triunfos para España. (*)

Si en 2017 disfrutaron de un mes de concentración para los partidos de la competición invernal de naciones, este año, agitación interna mediante, son toda una incógnita. Juegan simple y no desmayan, con querencia por el eje vertical y aprovechamiento de la zona de ruptura cercana a los agrupamientos. Plantearán dura batalla delante, algo que antaño podíamos temer, pero no hoy. Nuestra baza ha de ser una defensa asfixiante que dé luego paso a ese juego abierto cuyos atisbos ya vimos en el Central frente a Rumanía el 18 de febrero. Fueron rivales directos en el camino que muchos creen lleva al éxito en 2019 y ya no lo son, pero pueden amargarnos la ocasión. Además, anotar esos tres ensayos para el bonus debe ser relativamente más fácil en Madrid que una semana después en Bélgica, a donde hay que acudir con la única necesidad de ganar.

Los belgas tienen una estadística muy desfavorable con España. Sólo una victoria (18 a 6 en Lieja, en un extraño amistoso en agosto de 2006) y un empate (21- 21) en febrero de 2013. Lo demás para el XV del León, desde un lejano 11 de abril de 1954 (14 a 0) hasta la última victoria de marzo de 2017 (30 a 0). Cuando España jugaba con Bélgica, malo, porque quería decir que penábamos en las divisiones de abajo de la FIRA. Solíamos ganar con holgura (58 a 6 en Madrid en 1989, partido de fase previa de la Copa del Mundo de 1991, 67 a 6 en Lisboa en 1993, también fase previa para la de 1995, o 77 a 0 en Madrid en 1996). Hubo excepciones, como el partido de 1984 en Valladolid, ya en el Pepe Rojo, una gélida tarde de marzo sin ensayos (12 a 3) y dos o tres debates de puño cerrado, con Tomás Pardo y Pirulo Álvarez enseñando a los belgas que no se puede ser descortés en casa del que pone el campo. Los visitantes, muy torpes aquel día, recibieron un sinfín de lecciones que la tropa juvenil de la grada celebró con reverencial respeto por sus mayores. Desde entonces  han progresado mucho, a la sombra de numerosos jugadores franceses. Por eso hay que llegar allí con los deberes hechos y ese bonus en el bolsillo. Para que no puedan clausurar una fiesta en ciernes.

(*) Téngase en cuenta que el marcador del equipo local se reseña en primer lugar. En cuanto al enlace, adviértase que no figuran todos los resultados referidos porque entre 1954 y 1990 hay que remitirse a la República Federal de Alemania (por más que esta siga siendo la denominación oficial de aquel país).