
Una vez más, Dan Carter sabía lo que se hacía. En 2013, tuiteó medio en broma que nunca se tatuaría porque llegaría un día en que “estaría bien no tener tatuajes”. Eso fue mucho antes de empezar a jugar en los Kobelco Steelers de Kobe.
Seis años después, y apenas a una semana del Mundial de Japón, los tatuajes siguen haciendo correr ríos de tinta. Para un país con una cultura en la que la estética se entrelaza con la ética, la filosofía e incluso la religión, el llevar más o menos colores bajo la piel sigue siendo cosa de gente de mal vivir, aunque los tiempos -dicen- están cambiando.
Durante el periodo Edo, ese en el que se formó la imagen que Occidente tuvo de Japón durante mucho tiempo, solo los Yakuza, lo que más tarde se convertiría en la temible mafia japonesa, y las Yuujo, o damas de afecto tarifable, llevaban carpas doradas, dragones sinuosos o jabalíes salvajes que asomaban bajo los kimonos. En ambos casos, el tatuar a una persona empezó como otra forma de castigo corporal, una sencilla marca para identificar criminales.
Para los dueños de onsen o sento, balnearios de aguas termales y establecimientos de baños públicos, era fácil identificar a simple vista a clientes que podían ser problemáticos y denegarles la entrada.
Con el paso del tiempo, el ostentar el mayor volumen de tinta posible acabó por ser una cuestión de prestigio para los Yakuza: a mayor superficie de piel tatuada, mayor era la trayectoria profesional. En el caso de las Yuujo suponía un motivo de orgullo resistir el dolor que suponía tatuarse un animal que simbolizara algún amante destacado. Evidentemente, el tamaño importaba.
El marcado a los criminales se abandonó, como la reliquia de un pasado bárbaro, durante la era Meiji, y los tatuajes pasaron a ser ilegales en una época en la que Japón se abrió al mundo, dejó atrás el feudalismo y adoptó costumbres occidentales, como el rugby, en apenas 50 años (1868-1912).
En la Edad Media, los tatuajes servían en Japón para marcar e identificar a criminales, prostitutas y gentes de mal vivir. Pasaron a ser ilegales cuando el país abandonó el feudalismo y se abrió a las costumbres occidentales: como el rugby
Prohibidos, los tatuajes pasaron a ser parte de la contracultura o la criminalidad hasta 1948, cuando las fuerzas de ocupación norteamericanas legalizaron, entre otras cosas, el volver del Pacífico con un poco de tinta de colores en el antebrazo.
¿Significa eso que el debate está cerrado? En absoluto. En el mismo acta de 1948 se establecía que nadie, excepto las personas relacionadas con la medicina, podría practicar operaciones de carácter médico. Las autoridades japonesas se agarraron como a un clavo ardiendo a este anexo y pasaron a considerar los estudios de tatuajes como clínicas privadas, en el limbo de la legalidad.
Recientemente, un tatuador se negó a pagar la multa establecida por incumplir esta ley basándose en que en ella no se especifica que un tatuaje sea una práctica médica, y por tanto, lo que él hacía es legal. Finalmente la ley le dio la razón, aunque en la práctica cualquier osen o sento puede aún negar la entrada a personas con tatuajes.
Todo esto quedaría en simple anécdota si no fuera porque, para los maoríes y otras culturas del Pacífico, los ta moko -aquí, tribales- suponen, además de una opción estética, una parte de su identidad. Tanto como las omnipresentes hakas, sipi taus y demás.
Solo entre los All Blacks, la mayor parte del equipo exhibe tatuajes que no tendrán ningún problema en tapar, según han declarado. No ha sido la primera vez ni será la última, pensarán. Es cierto que a nivel estético cada vez más jugadores y aficionados al rugby -o a la petanca, en realidad- deciden tatuarse, y esto ha hecho que el tabú de los tatuajes en Japón sea tan relevante recientemente, no solo para los jugadores sino para los propios visitantes que llegarán en tromba al país de Amaterasu, la diosa del sol naciente, con ganas de rugby.
La incompatibilidad entre las costumbres niponas y la moda occidental de entintarse la piel ha constituido uno de los puntos más comentados en los meses previos a la RWC: al final, algunas recomendaciones, comprensión y… manga ancha
Si bien es verdad que las selecciones contarán con sus propias instalaciones deportivas donde no hará falta cubrirse, esta opción no existe para los aficionados que visiten el país. Y los tiempos cambian, desde luego, pero cambian más rápido en una megapolis como Tokio, en la que conviven más fácilmente distintas culturas, que en el Japón más tradicional.
Por todo esto, desde la organización han intentado cubrir los dos frentes: han informado de que tanto las selecciones extranjeras como los aficionados que visitarán Japón tienen costumbres coloridas y pintorescas como tatuarse, comer por la calle, o abrazarse en público. Un poco de manga ancha, en fin.
Por otra parte, han recomendado a todos los visitantes que cubran sus tatuajes al entrar en baños, piscinas o gimnasios públicos. Todo se reduce a una cuestión de respeto por ambas partes, un valor compartido por las culturas rugbística y japonesa.
Para los afortunados que vayan a visitar Japón durante este Mundial y quieran disfrutar de todo lo que este país les pueda ofrecer, hace unos años se editó esta guía, en la que se marcan lugares para visitar en los que un tatuaje mejor o peor puesto no suponga un problema.