
Hace algunas semanas, en uno de los encuentros previos al Mundial en el que nos encontramos inmersos, vimos aparecer en la selección neozelandesa al hermano más joven de Beauden Barrett, Jordie. Para relativa sorpresa de los que nos habíamos reunido en el txoko, no lo hizo nada mal. Se oían comentarios sobre la calidad del ADN de los Barrett, mientras crecía la curiosidad sobre la dieta neozelandesa: “¿Pero qué les dan de comer?”. Algunos recordaban a Kane, el hermano desconocido de la saga. En fin, desconocido. Se retiró debido a una conmoción cerebral, no sin antes haber competido dos años en el Super Rugby con los Blues, que tampoco es moco de pavo.
Este miércoles los tres Barrett jugarán como titulares en el partido de Nueva Zelanda contra Canadá. Será la tercera vez en que un trío de hermanos compiten juntos en el Mundial de Rugby: en 1995, tres Vunipola (Elisi, Manu y Fe’ao) jugaron en la selección tongana contra Escocia. En 2015, los hermanos Pisi (Tusi, Ken y George) compitieron con Samoa frente a Sudáfrica. Y desde luego será la primera vez que ocurre en los All Blacks: ha habido hasta 46 parejas de hermanos vestidos de negro, pero nunca tres al mismo tiempo.
El hecho de que en todos los casos el triplete familiar pertenezca a islas del Pacífico en el hemisferio sur nos lleva, una vez más, a plantearnos la eterna pregunta: ¿Cómo pueden estos países relativamente pequeños y definitivamente poco poblados -100.000 habitantes en el caso de Tonga- dar jugadores tan excepcionales?
Nueva Zelanda ha tenido a lo largo de su historia hasta 46 parejas de hermanos que han vestido y compartido la camiseta de los All Blacks, pero nunca a lo largo de la historia hubo tres hermanos que jugaran juntos al mismo tiempo… y menos en una Copa del Mundo
Esta cuestión se sublima en el caso de Nueva Zelanda. Hasta aquí nada nuevo. Pero, ¿por qué? En un país que no llega a los 5 millones de habitantes hay 19 equipos de rugby profesionales (las cinco franquicias del Super Rugby más los 14 equipos de la Mitre 10 Cup), más los 12 amateurs del Heartland Championship. La cifra aproximada de jugadores federados se aproxima a los 150.000, según los números oficiales de World Rugby. Si contamos los All Blacks y sus numerosos tentáculos, vemos que lo difícil es no haber jugado al rugby en algún momento de tu vida. Desde nuestro punto de vista parece totalmente desproporcionado, hasta que miramos un poco más cerca.
Nueva Zelanda es un país poco poblado, rural, y muy volcado en la tierra de la que gran parte de su población vive y disfruta. La mayoría de neozelandeses se reparte en granjas, de mayor o menor tamaño. Esto supone que ser un niño en Nueva Zelanda no tenga mucho que ver con serlo en Europa occidental. Crecer en las zonas rurales de esta isla, como hicieron los ocho Barrett, supone jugar al aire libre a cualquier deporte durante todo el tiempo libre del que se dispone: rugby, fútbol, gaélico, cricket, baloncesto… Cualquier cosa que suponga correr y perseguir o golpear una pelota rodeado de hermanos, primos o vecinos vale. Todas las extraescolares, cursos y escuelas deportivas en las que aparcamos a los niños, pero sin imposiciones. Todas las ventajas prometidas a principio de curso, como coordinación, desarrollo físico y trabajo en equipo, pero sin uniformes, ropa deportiva de marca ni horarios. El paraíso.
El hecho de crecer en una granja familiar, por muy idílico que pueda parecer desde el exterior, supone que toda la familia tiene que encargarse de parte del trabajo. Simplemente, no queda otra opción. Y hacerlo supone una disciplina que a la hora de competir profesionalmente es fundamental.
Sin embargo, si el entorno fuera el único responsable, cada familia neozelandesa contaría con algún All Black entre sus filas. Y a día de hoy, no es así. El caso de los Barrett se sale de la norma, así que no puede ser sólo una cuestión de haber nacido y crecido en Nueva Zelanda. La genética y la educación también son partes importantes en este resultado.
El rugby está tan dentro del imaginario colectivo neozelandés que cuando el padre de los Barrett, Kevin Smiley, se retiró -sorpresa, jugaba a rugby en los Hurricanes como segunda línea durante aquellas primeras ediciones del Super Rugby- dejó clara cuales eran sus intenciones a partir de ese momento: “Criar All Blacks”. Como él mismo dijo más adelante, por aquel entonces ni siquiera estaba casado.
Cuando el padre de la saga, Kevin ‘Smiley’ Barrett, se retiró de su carrera en los Hurricanes y el Super Rugby, declaró que su plan era «criar All Blacks»: a día de hoy, la broma se ha convertido en realidad
Lo que inicialmente fue una broma llegó en un determinado momento a tomar visos de realidad. Probablemente porque, aunque no se diga, Robyn, la madre de los Barrett, representó a la selección neozelandesa de baloncesto. Por lo que parece, el ADN cuenta para algo. El criarse entre otros siete hermanos (cinco chicos y tres chicas) en espacios abiertos y pasarse el día fuera jugando con cualquier cosa que pareciera un balón, también. Los hermanos han comentado alguna vez, en una de esas bromas que ocultan verdades, que su juego tiene mucho que ver con el carácter competitivo de su padre y con el físico, especialmente la velocidad, de su madre.
“Lo que mis hijos han heredado de mí es que no les gusta perder ni a las cartas”, confirmó Kevin Smiley Barrett recientemente en una entrevista.
No sabemos si hablaba del trío que nos ocupa o de todos y cada uno de sus ocho hijos. Los cinco chicos (Kane, Beauden, Scott, Blake y Jordie, por orden de edad) han jugado o juegan al rugby, y solo uno de ellos, Blake, no dio el paso a profesional. Todos los Barrett son atléticos, competitivos y fuertes. El hecho de que la más joven, Zara, naciera con síndrome de Down no la ha frenado en absoluto, y ha servido para que toda la familia se involucre de forma muy pública en asociaciones relacionadas con esta alteración genética.
Jordie llegó el último a una familia muy física y competitiva de ocho hermanos, y en alguna entrevista ha comentado que tuvo que espabilar rápido y llevarse más de un balonazo -juegos de niños, en fin-, para salir adelante. Como educación sentimental, parece que es tan efectiva como defendían nuestros abuelos cuando insistían en que saliéramos a jugar fuera.
Probablemente, el echar los dientes jugando a rugby con dos ex jugadores profesionales acabara de cuajar la personalidad de los Barrett. Además de su padre, también Graham Mourie, antiguo flanker de los All Blacks, es amigo de la familia, y solía pasarse de vez en cuando por la granja en Taranaki para jugar con los cachorros.
Evidentemente, no podemos llegar a una conclusión sobre si la genética prima sobre el entorno, o todo es cuestión de educación. Al fin y al cabo, sólo cuatro -¡sólo!- de los ocho hermanos se han dedicado al rugby profesionalmente, y solo tres forman parte de los All Blacks. Probablemente sea una formula magistral con el porcentaje exacto de cada parte.
Así y todo, es algo excepcional. Cuando llegó Beauden nos temblaron las rodillas. Tiene esa sonrisa de la que decía el periodista Andrés Montes que comparten los jugones, para los que el deporte es eso: un juego del que parece que sólo ellos entienden las normas. Ágiles y divertidos, a ellos se les permite moldearlas a su antojo. Aparentemente la sonrisa le viene de su padre, un segunda línea que jamás la perdía mientras masacraba a sus oponentes.
A ver si me pillas, parecía decir Beauden a sus perseguidores, que ni le veían, en aquel primer partido como All Black. Ese mismo día nos enamoramos de él. Luego llegó Scott, segunda línea en los Crusaders y en los All Blacks. Sólido, discreto y resolutivo. Un tipo serio, que hace el trabajo que tiene por delante de forma concienzuda. Y viendo cómo juega Jordie, parece que va a seguir el camino de sus hermanos y mucha gente le intuye potencial para ser el mejor de todos.
Tres Barrett han salido al mundo a formar parte de los All Blacks. Scott sin aspavientos, Beauden sin perder la sonrisa y Jordie sin despeinarse. Todos y cada uno de ellos, desde su primer partido, cogían pases imposibles, corrían entre los contrarios como quién lo hace entre árboles y posaban el balón en la zona de ensayo, deslizándose. Esto último con menos gracia en el caso de Scott, todo hay que decirlo. Es como si los tres hubieran nacido para esa carrera imposible. Como si a Smiley le hubiera salido la broma redonda. Estamos seguros de que su sonrisa será más amplia que nunca este miércoles.
[Foto: AP Photo/Mark Baker].