La llegada de colonos holandeses a las tierras del África Austral marcó un antes y un después en la historia del continente. Aquellos empleados de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales (VOC en neerlandés) convirtieron en 1652 Ciudad del Cabo en la nueva base de avituallamiento para su ruta hacia la India. A partir de ese momento, la colonia de El Cabo comenzó a expandirse tierra adentro y con ella su población europea crecía y se mezclaba, siempre entre protestantes, ya fueran de origen alemán, holandés o francés. Esta mezcla de culturas y lenguas dio como resultado la conformación de una identidad europea propiamente africana: nacía así la primera tribu blanca de África, los afrikáners.

Estos comenzaron a crear una identidad común de base africana, con raíces europeas y con una guía fundamental: la palabra de Dios. Tras las guerras napoleónicas, la colonia de El Cabo fue ocupada por el Imperio británico, abriéndose un nuevo y tenso capítulo en la historia de la región. A comienzos del siglo XIX se hallaban ya en África del Sur los tres protagonistas principales de la dramática evolución posterior: lo que se ha venido a denominar las tres B (bantúes, bóers y británicos) que desde ese momento estarían en permanente conflicto triangular. La lucha por la tierra y la violencia entre bantúes y afrikáners forjó la idea en la mentalidad de estos últimos de que la convivencia en el futuro debería conllevar un desarrollo separado de las tribus y etnias para garantizar su supervivencia, lo que un siglo más tarde sería el sistema institucionalizado del apartheid (desarrollo separado).

La corta experiencia independiente de las repúblicas bóers de Transvaal y del Estado Libre de Orange (Oranje Vrystaat), creadas en 1852 y 1854 respectivamente, supusieron un frustrado y doloroso capítulo en la historia del pueblo afrikáner, que vio arrebatado su sueño de independencia tras la derrota ante los británicos en las Guerras Bóer (1880-1902). El resultado de estos conflictos fue la anexión final de las repúblicas bóer y la creación de la Unión de Sudáfrica en 1910.

Llegada de Jan van Riebeeck en 1652 a lo que hoy es Ciudad del Cabo. Encabezaba una expedición de la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales. Suid-Afrikaanse Geskiedenis in Beeld (1989) de Anthony Preston.

A finales del siglo XIX el Imperio británico no sólo se había dedicado a exportar productos terminados con las materias primas que extraía de su vasto imperio colonial, sino que también exportaba un modelo de vida basado en costumbres acomodadas, en el que el ocio y el deporte tenían un papel cada vez más importante. Fue así como el cricket y el rugby se popularizaron con especial alcance en territorios como Australia, Nueva Zelanda y Sudáfrica. El caso de Sudáfrica es particularmente interesante ya que, hasta la apertura del Canal de Suez en 1870, Ciudad del Cabo se convirtió en un foco de atracción y desarrollo de la cultura imperial británica en todo lo referente a los deportes.

Si bien en Reino Unido el rugby era un deporte adscrito a las esferas más selectas de la sociedad, en las colonias y territorios pertenecientes al Imperio el rugby se democratizó, aunque siguió siendo un deporte para unos pocos. El fútbol no tenía tanta popularidad en esas sociedades australes como en la metrópoli, así que el rugby encontró el lugar perfecto para crecer. Incluso fue bien acogido entre poblaciones negras y coloured, especialmente en Eastern Cape, donde se crearon equipos de rugby negros a finales del siglo XIX.

En Reino Unido el rugby pertenecía a las esferas más altas de la sociedad, pero se democratizó en los territorios del imperio: en Eastern Cape se crearon equipos de rugby negros ya a finales del siglo XIX

En Sudáfrica, al existir una minoría blanca muy importante, la práctica del rugby encontró una gran aceptación, no sólo entre la élite de origen británico, sino especialmente entre las clases trabajadoras y medias blancas afrikáners. Existen similitudes importantes entre la naturaleza del rugby y el espíritu pionero y aventurero de los afrikáners. El esfuerzo físico, la fuerza y la agilidad, virtudes de los guerreros afrikáners, se veían reflejadas en el espíritu del deporte del balón ovalado. La camaradería, tan presente en esta disciplina, fue otro de los valores que tanto atrajeron a los afrikáners a aficionarse por el rugby.

La pérdida de la independencia afrikáner con las guerras bóer alimentó un sentimiento de revanchismo no sólo entre blancos, sino también respecto de otras tribus. En los terrenos de juego, los partidos de rugby (siempre entre blancos) eran auténticas batallas cuando se enfrentaban equipos de mayoría afrikáner con equipos integrados por británicos. Estas duras pugnas identitarias se veían cada fin de semana cuando los elitistas colegios y universidades de corte británico se tenían que enfrentar a los colegios de afrikáners, de extracción social más humilde. Los afrikáners no podían rebelarse contra el dominio británico, pero tenían magníficas oportunidades de machacarles cada fin de semana sobre los campos rugby.

Paul Roos, en el centro, con la pelota, con el equipo ‘unificado’ de los Springboks que visitaron las Islas Británicas en 1906.

Las dos guerras anglo-bóer habían dejado profundas heridas en ambas comunidades blancas, pero la brutalidad de la guerra pudo ser superada gracias al papel unificador que desempeñó el rugby entre británicos y afrikáners. Durante la segunda guerra anglo-bóer se produjo un curioso episodio cuando en abril de 1902 se decretó por un día un alto el fuego para disputar un partido de rugby entre afrikáners y británicos.

En 1906 tras la guerra, por primera vez, ambas comunidades blancas compartirían equipo en el primer tour internacional del rugby sudafricano fuera de sus fronteras. Fue con destino Inglaterra y el todavía primigenio rugby sudafricano capitaneado por el afrikáner Paul Roos no tenía un nombre oficial así que, cuando la prensa le preguntó cuál era el nombre del equipo, éste respondió: Springboks. Lo que daría lugar al actual término para referirse a la selección sudafricana de rugby.

Durante la segunda guerra anglo-bóer se decretó un día de alto el fuego para disputar un partido de rugby entre afrikáners y británicos, y en 1906 ambas comunidades compartieron el primer tour ‘springbok’ por las Islas Británicas

Aquel equipo, compuesto por jugadores que hacía poco tiempo habían combatido en bandos diferentes en la guerra, era la mejor expresión del poder unificador del rugby en Sudáfrica. Eso sí, por entonces solo entre blancos. Tanto es así que el mismo Paul Roos dijo: “Quiero dejar absolutamente claro desde el principio que no somos un equipo de ingleses ni de afrikáners, sino un grupo de felices sudafricanos”. El rugby ya empezaba a sentar los cimientos de la conciencia e identidad de una Sudáfrica común, más allá de la identidad del Transvaal, El Cabo, Natal u Orange (territorios en los que se dividía Sudáfrica).

Con la Sudáfrica independiente, los afrikáners consiguieron alcanzar el poder con el Partido Nacional en las elecciones de 1948, un partido que en parte bebía de los postulados raciales que se difundían en la Europa de los años 30. La llegada al poder de los afrikáners supuso el inicio inmediato de las leyes de separación, una cuenta pendiente de este pueblo desde que se les arrebató su independencia. Esta independencia se consagró con el referéndum republicano de 1960, organizado por los nacionalistas afrikáners del Partido Nacional, que buscaban sacudirse a la reina de Inglaterra (Isabel II) como Jefe de Estado. El referéndum lo ganó la opción republicana en todo el territorio salvo en Natal, donde el nacionalismo zulú tiene una importante presencia. Con este resultado, los afrikáners recuperaban su sueño de autogobierno y rompían todos los lazos con el Reino Unido.

Las visitas de los Sprinboks a otros países como Inglaterra o Nueva Zelanda, levantaban siempre reacciones de la sociedad civil pidiendo el boicot contra unos eventos deportivos que entendían legitimaban el régimen segregacionista. (https://www.wearebuzzers.com/portfolio/stop-the-tour)

En el mundo del deporte sudafricano se decía que [citando a Norman Middleton, antiguo presidente de la Unión de Rugby de Sudáfrica (SACO en inglés)] para los afrikáners el rugby tiene un significado y una “importancia mística”: De hecho, llegó a afirmar que el rugby suponía para los afrikáners “una segunda religión”, lo cual significa decir mucho para una sociedad acérrimamente protestante.

El rugby en Sudáfrica durante el siglo XX fue secuestrado políticamente y sus valores de solidaridad y unidad, olvidados. La ideología y la legislación racista impedían que blancos y negros sudafricanos compartieran terrenos de juego, instalaciones y equipos durante décadas.

Con la puesta en marcha de las leyes de segregación racial, los organismos mundiales del deporte excluyeron de las competiciones a la selección sudafricana de rugby, los Springboks. Así fue como durante 30 años Sudáfrica quedó aislada deportivamente del resto del mundo en competiciones internacionales. No fue hasta 1990, con el desmantelamiento del apartheid, que se readmitió a los sudafricanos de vuelta en la esfera internacional, tras haberse perdido los dos primeros mundiales de rugby en 1987 y 1991, en los que Zimbabue fue el único representante del continente africano.

Norman Middleton, antiguo presidente de la Unión de Rugby de Sudáfrica, dijo una vez que para los afrikáners el rugby tiene «un significado y una importancia mística»

La representación internacional sudafricana en lo que a rugby se refiere hubo de limitarse a tours esporádicos contra selecciones extranjeras de su mismo nivel, principalmente Nueva Zelanda, contra quien jugaron varias giras, tanto en la nación oceánica como en suelo africano, forjando así una de las mayores rivalidades en el rugby hasta la fecha.

En los años ochenta, se fueron suavizando las leyes segregacionistas que suponían la columna vertebral del apartheid, lo que supuso una apertura a la práctica deportiva para otras comunidades no blancas. El objetivo no era otro que empezar a tejer lazos entre comunidades que habían vivido separadas durante décadas. Sin esta interacción y entendimiento mutuo, la Sudáfrica post apartheid estaría abocada al fracaso.

En abril de 1994, Sudáfrica celebró las primeras elecciones verdaderamente democráticas. Esas elecciones marcaron el final del apartheid y abrieron un periodo de transición hacia una democracia moderna y completa. Pero no fue una transición pacífica, había muchos miedos y tensiones raciales en el ambiente que amenazaban con tumbar la joven democracia y abocarla a una guerra civil.

Movimientos radicales de extrema derecha como el Afrikaner Weertstandsbeweging encabezado por Eugene Terre’Blanche amenazaban con tomar las armas para defender la identidad afrikaner. (Volkstaat.net)

Se abría un tiempo de incertidumbre para todo el pueblo sudafricano. La luz en el camino se dio en la figura de Nelson Mandela, quien en abril de 1994 fue elegido primer presidente negro de Sudáfrica. Desde 1964 a 1990 Mandela había estado preso por el régimen por su papel como líder del CNA (Congreso Nacional Africano). Mandela tenía una capacidad única para el perdón: un hombre que había sido encarcelado durante casi tres décadas por defender los derechos de su gente pidió a esa misma gente, a su pueblo, que abrazara y perdonara a sus antiguos opresores. Pidió a todos los sudafricanos que miraran al futuro y caminaran hacia la consagración de la nueva nación arcoiris. Una muestra clara de ese espíritu de ser una nación que aglutinara a todas las tribus y etnias se demuestra en la actual bandera de Sudáfrica, que aúna los colores de las antiguas repúblicas bóers, la Union Jack británica y los colores del Congreso Nacional Africano (negro, verde y amarillo).

La estrategia de ‘One team, one country’ puesta en marcha por Mandela desde la presidencia posibilitó la reconciliación, culminada en el célebre episodio de la victoria en la Copa del Mundo de 1995

Un momento clave se dio cuando la federación internacional de rugby (IRB en inglés) concedió la organización del Mundial de 1995 a Sudáfrica (readmitida en las competiciones internacionales en 1992). Mandela vio esto como una oportunidad para afianzar la reconciliación racial y lanzó la estrategia de “One team, One country (un equipo, un país) para que todas las etnias del país apoyaran a los Springboks. La campaña tuvo éxito, blancos y negros abrazaron este lema, empujando en una misma dirección. El simbolismo de la campaña alcanzó su punto álgido cuando Mandela, en un mitin frente a miles de simpatizantes de las juventudes del CNA, apareció con la gorra de los Springboks, que previamente le habían regalado los jugadores de la selección. Este gesto levantó ciertas críticas por parte de su electorado, que no entendía el apoyo a un símbolo del régimen racista. Sin embargo, la personalidad y visión de Mandela acallaron todas las críticas, consiguiendo sumar apoyos en todos los rincones del joven país. Mandela logró eliminar el simbolismo que pesaba sobre el rugby, hasta entonces sólo adscrito a la minoría blanca, para convertirlo en el deporte de todo un país.

Aunque los Springboks no eran los favoritos para hacerse con el título, consiguieron llegar a la final e imponerse a los eternos rivales, los All Blacks, el 24 de junio de 1995 sobre el césped del estadio Ellis Park en Johannesburgo. El momento más emotivo sucedió cuando Nelson Mandela apareció sobre el terreno de juego para entregar la copa Webb Ellis vestido con un polo de los Springboks frente a una multitud de 60.000 personas que coreaban su nombre al unísono. Tras recibir la copa, al capitán François Pienaar, un auténtico afrikáner de orígenes humildes, se le preguntó por el apoyo de las 60.000 personas aquel día en Ellis Park, a lo que respondió: “No nos han apoyado solo 60.000 sudafricanos, nos han apoyado 43 millones de sudafricanos”.

El momento en el que Mandela le entrega la copa Webb Ellis a Pienaar, uno de los momentos clave de la historia reciente de Sudáfrica. Mandela le dijo «gracias por lo que has hecho por Sudáfrica». (Getty Images)

El Mundial de 1995 fue el paso definitivo hacia un futuro de unidad que parecía imposible. De no haber jugado un papel tan cohesionado Mandela y los Springboks, apoyados por el pueblo sudafricano, el desenlace habría sido otro muy distinto.  El gran logro de Mandela no fue cambiar el rugby ni el símbolo del Springbok, el cual mantuvo sin complejos, sino que su éxito estuvo en cambiar los significados y valores que éstos cargaban sobre sus espaldas.

La Nación Arcoiris ha seguido adelante y ha sobrevivido. Con sus más y su menos, Sudáfrica se ha afianzado como la potencia económica de África y el modelo de estado ha continuado integrando a todas las minorías, aunque las desigualdades persisten. Los Springboks, poco a poco, han sumado jugadores no blancos y han continuado ganando mundiales en 2007 y, recientemente, en 2019, cuando por primera vez un capitán negro, Siya Kolisi, encabezaba a los Springboks y los llevaba hasta la gloria mundial.