En coincidencia con el verano boreal y advertidos por el avistamiento de leones en su territorio, los Springboks salieron por fin de su larga hibernación post mundialista para jugar el primer partido desde aquel lejano octubre de 2019: sí, la última vez que los vimos fue el día que levantaron el título frente a Inglaterra en Japón. Hace sólo dos años (o hace ya dos años) de aquello, pero nos han parecido seis vidas. Y esas seis vidas se las han pasado los sudafricanos sin exhibir ni poner en juego su figurado cinturón de campeones.

Para el regreso al prime time competitivo, los Bokke se citaron con Georgia, lo que anticipaba uno de esos partidos en que las colisiones suenan como accidentes de tráfico y las leyes de la probabilidad avisan de que habrá más sartenazos que rugby. Y algo así fue. El marco tampoco ayudaba. Afectamos una inevitable sensación de lástima cuando, tanto tiempo después, los chicos de Rassie Erasmus y Jacques Nienaber salieron al escenario de un gigantesco estadio vacío. Un campeón mundial merecería algo más en su regreso a la vida, pero si una lección nos ha enseñado la pandemia es que nada de lo que creíamos seguro lo era en realidad. La otra es que, en el rugby moderno, a menudo se desdibuja la línea que separa el test match de la pachanga estival. Nos salva la certeza de que, en el rugby, el termino amistoso carece por completo de significado.

Y en efecto, en Pretoria nadie se hizo el simpático. Al poquito de arrancar el inevitable Etzebeh dirimió un viril combate de lucha grecorromana en un agrupamiento con el 7 georgiano, Saginadze. La cosa no escaló hasta que poco después, claro, los dos se volvieron a agarrar. Esta vez ya sin agrupamiento ni pelota en juego, que es como suelen acabar estas cosas. El incidente no pasó del tenso forcejeo malcarado, pero Mike Adamson, el árbitro, aprovechó para advertirles a los dos capitanes, Kolisi y Sharikadze, que no iba a admitir que dos empezaran una pelea y todos los demás se animaran a participar. En realidad, diríamos que la mayoría intentaban separarlos, sólo que para quitar al uno de las barbas del otro hacía falta la intervención de la Sexta Flota: Etzebeh y Saginadze se tenían prendidos de la camisa con presa hidráulica; y, si no los reducen, a esta hora seguirían bailando su chotis tabernario.

Kolisi, Nché, Mbonambi, Nyakane, Etzebeh y Mostert, durante el himno de Sudáfrica frente a Georgia.

En lo que respecta al juego, Sudáfrica dejó un aspecto de intención dominante pero ejecuciones oxidadas, lo cual parece lógico dado el contexto. Su primera línea incluyó a dos clásicos de los papeles secundarios (Nyakane y Mbonambi) junto a Ox Nché. Los tres bien por debajo del 1,80 y fácilmente por encima de los 110 kilos por cabeza. Nché es un pilar izquierdo de tendencias más explosivas que Mtawarira, que con frecuencia daba la impresión de andar por el campo con los afanes dormidos. Cuando acelera, Nché reactiva ese estilo de bola de cañón que le granjeó en Cheetahs cierta consideración de jugador de culto, al que muchos aguardaban con relativa fruición en los Boks. En la segunda parte aparecieron los tres titulares: Kitshoff, Marx y Malherbe. Todos de golpe, para ampliar el impacto: como si fueran conscientes de que los georgianos no se asustan con cualquier cosa. No les costó nada hacerse los amos del cotarro.

De ahí para atrás todo sonaba familiar en Sudáfrica: Etzebeh y un autoritario Mostert en la segunda; el capitán Kolisi y Du Toit como flankers. Y cerrando la melé, el energético Albertus Stefanus Smith, más conocido como Kwagga. Un octavo de sólo 1.80, talla que lo emparenta con ese tipo de terceras que corren alimentados por una dinamo, sin descanso aparente, y que compensan su falta de tamaño con una convencida actitud de buscavidas. De ocho, Kwagga aparece más constreñido y con menos actividad en el juego, pero su posición tuvo que ver con la necesidad de alternativas en un puesto en el que falta Vermeulen (operado del tobillo el mes pasado tras una lesión con los Bulls) y al que optarían Dan du Preez y Jasper Wiese. De últimas Marcell Coetzee, también en proceso de recuperación tras una lesión en Ulster, podría ser llamado a filas, aunque parece improbable que Erasmus y Nienaber fuercen esa vía.

Por detrás de los grandes, muchas caras conocidas. Kobus Reinach y Pollard oficiaron de medios; Steyn y Kriel en los centros; y al fondo, Willie Le Roux. Las novedades estaban por fuera: el shark Aphelele Fassi en el ala zurda, un debutante que le puso su huella a un choque en el que Sudáfrica casi siempre atacó de derecha a izquierda cuando abrió juego. Fassi firmó el primer ensayo, arrancó el segundo de Reinach y estuvo implicado en un buen número de las acciones de juego ofensivo de un equipo que, en general, se soltó poco y nada. Al otro lado Rosko Specman vivió una tarde bastante más prosaica, tratando de alimentarse de lo que daba la tierra, como los eremitas.

El debutante Aphelele Fassi le puso su huella a un partido en el que Sudáfrica atacó poco los lados abiertos, pero casi siempre de derecha a izquierda: el ala anotó el primer ensayo y estuvo en el arranque del segundo, de Reinach

Durante casi toda la primera mitad, los Springboks se vieron en desventaja porque Georgia controló sus acometidas por el eje profundo y cobró tres penales que enjugaron el ensayo inicial de Fassi. De cuando en vez, Sudáfrica trató de darle velocidad a sus aperturas con la actividad de Kobus Reinach, nueve retador y profundo, pero los georgianos saben donde pegar el manguerazo para embarrar cualquier punto de encuentro. Más problemas tuvieron en la melé, ya con la aparición de Malherbe -que relevó a Nyakane por un golpe de este en la cabeza- en la primera parte; y más acentuados después conforme avanzó el partido y los Springboks siguieron poniendo en el campo a ese tipo de operarios que juegan al rugby apretando tuercas.

Sí que defendieron mejor los georgianos los escasos avances y rupturas en campo abierto. Y durante un rato, también los repetidos intentos locales por asaltar su zona de marca a base de touch+maul. Al equipo de Nienaber le costó una secuencia de tres saques laterales a cinco y una expulsión georgiana liberar por fin a Mbonambi más allá de la línea de marca, bien avanzado el primer periodo. Una vez en superioridad numérica, sí aceleraron para abrir la brecha en el resultado: Reinach aprovechó un error defensivo de los Lelos en la cobertura de una patada a seguir de Fassi y ensanchó el ajustado marcador hasta el 19-9 del intermedio.

Después, la inclemente presión derivó en un amplio dominio local en todos los órdenes, sobre todo en la melé y en el lateral, donde Mostert instauró un imperio de varios continentes. Nadie pudo ni toserle. Una salida de melé de Kwagga sirvió para la cuarta marca sudafricana; otra sencilla finalización posterior de Herschel Jantjies hizo la quinta. Con 20 minutos por jugar y un 33-9 en el marcador, los Lelos firmaron una incómoda capitulación: les quedaba todavía un buen rato de magullarse en defensa. 

Deberían haberse visto las caras de nuevo este viernes, pero en pocos días la situación se ha complicado de forma tan incierta (casos de Covid en ambos equipos y suspensión del partido) que ya tememos que este cruce con los Lelos haya sido todo o casi todo lo que vamos a ver este verano de los chicos del maíz.

Nueva Zelanda, mientras tanto, reapareció en escena (no jugaba desde su victoria 5-43 en Sydney el 31 de octubre del año pasado) con su estadio bien animado para medirse con Tonga. Fue la primera entrega de la serie contra sus olvidados vecinos polinesios (este sábado y el siguiente jugarán con Fiyi) y el partido estuvo tan lleno de puntos (un escandaloso 102-0) como vacío de contenido. Al menos de contenido competitivo… Porque por momentos, y aunque no había nada enfrente, dio gusto ver la proverbial agilidad del equipo de Ian Foster en las destrezas del juego. Tonga tendrá más exigencias este fin de semana en el primer partido de su eliminatoria de clasificación frente a Samoa por la plaza de Oceanía en la RWC2023.

A los All Blacks les costó minuto y medio acordarse de cómo se anda en bicicleta. Su primer ensayo, apoyado sobre la esquina por Damian McKenzie, volvió a dejar la familiar sensación que tan a menudo ha acompañado a muchos de sus partidos: que en una sola jugada son capaces de compendiar todos los fundamentos del juego, pero elevados a su culminación. Apenas dos minutos más tarde, los hombres de negro sumaron otro, de Dalton Papalii, aprovechando que los tonganos se pusieron mantecosos en el placaje. A los seis minutos, un hiperactivo Brad Webber apoyó el tercero y a los ocho, Will Jordan dejó el cuarto. Lo podríamos dejar aquí porque lo demás fue un ir y venir de ensayos… pero es que los neozelandeses no lo dejaron ahí.

Frente a Tonga, a los All Blacks les costó minuto y medio acordarse de cómo se anda en bicicleta: en ocho minutos juntaron cuatro ensayos y acabarían reuniendo 16, en un partido en el que los litúrgicos desafíos tribales de la previa fueron lo más competido en toda la noche

A los 16 minutos de partido el simulacro marchaba 31-0. Todo lo que pudiéramos analizar sobre lo ocurrido sería hacer literatura, de modo que basta con atenerse a la frialdad rotunda de las cifras: Nueva Zelanda anotó 16 ensayos de los cuales Will Jordan firmó cinco, lo que lo aproximó al récord de marcas en un solo partido de Mark Ellis, que le hizo seis a Japón en un encuentro de la Copa del Mundo de 1995. Un argumento lateral para sostener el interés del partido. Beavis y Butt-Head, o sea Jordie y Beauden, salieron en la segunda mitad. Cada cambio de los All Blacks era como si los tonganos oyesen la voz infantil de Poltergeist en la televisión: «They are hereeeee».

Ian Foster se vio obligado a señalar que la actuación de los suyos no había sido perfecta, que estaba contento con los debutantes y que era una alegría poder contribuir a esta serie de partidos con los equipos de los inspiradores Mares del Sur. Takulua, el capitán tongano, dijo estar muy orgulloso de sus hermanos. Las danzas tribales previas al arranque habían tenido una energía contagiosa, y de hecho fueron lo más competido de toda la noche. Como era de prever, el desafío quedó en mera liturgia folclórica. El partido fue, en efecto, un baile.

La última gran selección del sur en comparecer ha sido Australia, este miércoles ante Francia en Brisbane. Si hablamos de falta de rodaje, aquí el efecto se manifestó en toda su extensión. Por momentos, y a pesar del promisorio arranque francés, los dos equipos parecieron conspirar más que jugar al rugby. Francia paladeó durante todo el encuentro un triunfo que no logra en Brisbane desde 1972, y que de nuevo se le escapó por su incontinencia en el segundo periodo. Había arrancado con el aspecto equívoco de un equipo consistente frente al desorden defensivo de los Wallabies, que explotó con sendos ensayos el ala Gabin Villière. Pero la progresiva pérdida del control en las fases estáticas, y de compostura general en el juego, minaron poco a poco la ventaja de los bleus, hasta el petardazo que derivó en el resultado final (23-21).

El partido resultó tan contrahecho que lo resume una singular imagen: el ensayo de espaldas que apoyó Michael Hooper y que abrió el epílogo que iba a resolver el choque. A la salida de una serie de rucks a las puertas de la zona roja francesa, el capitán australiano levantó el balón y, metiendo de forma literal el culo por delante, dio un par de pasitos atrás para hacerse sitio en el borde de la zona de marca. Como los pivots grandones del baloncesto cuando entran a la zona empujando con las posaderas. Dado que nadie le trituró los riñones, Hoops apoyó entre sus propias piernas. El hábil gesto tuvo un aire pueril, pero resultó efectivo porque nadie en Francia advirtió el embuste. Para entrar de derrière en la zona de marca hay que tener mucha clase. 

El encuentro en Brisbane entre Australia y Francia salió tan contrahecho que lo más notable fue un ensayo de Michael Hooper entrando de espaldas en la zona de marca: el capitán se hizo espacio con el culo, dio dos pasitos y apoyó la pelota entre sus piernas de un modo algo infantil… pero eficaz

Al margen de todo, la acción dejaba a Australia a un solo punto de los bleus (20-21) con pocos minutos por jugar y después de haber ido a remolque toda la noche. Al cabo, el equipo aussie rescataría un marcador favorable que amplía la condición de relativo talismán del Suncorp Stadium de Brisbane: allí han ganado los Wallabies sus últimos siete partidos.

Rennie y Galthié usaron muchos hombres inhabituales. En el lado australiano debutaron cuatro jugadores (Lachlan Lonergan, Darcy Swain, Len Ikitau y Andrew Kellaway) en una expedición que no pasaba de las 28 caps de media. Y eso que Hooper tiene 105 de las 413 que exhibían los Wallabies en conjunto. Toda Francia no pasaba de las 122, apenas ocho por jugador.

Si sirve como indicador del proceso de regeneración en el lado australiano, y de las pruebas que va a aprovechar para hacer Galthié, este detalle: Angus Bell, Lachlan Lonergan, Harry Wilson y Noah Lolesio participaron en la final de la Copa del Mundo sub20 de 2019, precisamente contra Francia. Jean-Baptiste Gros, Kilian Geraci, Florent Vanverberghe, Louis Carbonel y Arthur Vincent formaban parte del equipo ganador de los bleuets en aquella ocasión.

Por motivos obvios, más interés requiere el foco depositado sobre los Wallabies en este periodo de transición, que llevó al XV inicial a jugadores llamados a un papel ahora protagonista. Hablaríamos del talonador Paenga-Amosa, autor del primer ensayo para su equipo; de Salakaia-Loto en la segunda; o de Valetini como flanker abierto y Harry Wilson de octavo. En la bisagra se juntaron por primera vez Jake Gordon y Noah Lolesio, titular ante la ausencia de James O’Connor. Ambos tuvieron un rendimiento desigual. Australia pareció ganar agilidad en los reinicios con Tate McDermott, que dejó minutos prometedores. En el segundo centro, Hunter Paisami afiló sus carreras en una línea con nombres más habituales: Toomua de primer centro, Koroibete y Tom Wright en las alas, más Tom Banks como zaguero.

La renovada Australia de Dave Rennie se llevó el triunfo mínimo y mucho trabajo por hacer. Ganó por insistencia, por superioridad en los encuentros estáticos (sensación más acusada con la aparición del poderoso Tupou); pero, sobre todo, porque los franceses se empeñaron en sumar equivocaciones (particularmente una salida delirante de lineout propio, ya con los 80 cumplidos) hasta concederle a Australia el golpe definitivo frente a palos, con el reloj del partido en el alargue. Lolesio, que concitó mucha atención y largó dos drops infructuosos en los minutos finales, aseguró el pelotazo decisorio para cerrar un partido que nunca tuvo demasiado tejido y que en la segunda mitad se deshilachó de manera irremediable.

Les quedan dos encuentros más en esta serie, empaquetados literalmente en cuatro días (martes 13 y sábado 17 de julio), antes de que los Wallabies miren al triple duelo de la Bledisloe Cup 2021 contra los All Blacks en agosto y el Rugby Championship de septiembre.

[Foto de cabecera: (c) Sydney Seshibedi/Gallo Images].