Las hazañas del equipo japonés que durante estas semanas han conquistado el corazón de los aficionados al rugby; la sensacional victoria de Uruguay frente a los fiyianos voladores; el denodado esfuerzo que las autoridades y los servicios de emergencia pusieron en marcha para asegurar que se pudieran jugar la mayoría de partidos durante los días del tifón Hagibis… Esas historias han conformado la narrativa de la Copa del Mundo y no van a ser fáciles de olvidar.

Extrañamente, y a pesar de que han sido los equipos más convincentes y peligrosos del torneo hasta ahora, ni Inglaterra ni Nueva Zelanda han copado demasiados titulares durante las primeras semanas. De hecho, más que de ellos se ha hablado de los rivales con los que se cruzaron y a los que eliminaron en cuartos de final: Australia e Irlanda. Dos equipos que han protagonizado sonoras decepciones en esta Copa del Mundo y cuya salida del torneo ha dejado detrás una notable sensación de caos e innumerables preguntas que penden sobre sus respectivas federaciones.

Inglaterra y Nueva Zelanda han sido los equipos más convincentes del torneo hasta ahora y, sin embargo, apenas se ha hablado de ellos: han hecho más ruido las eliminaciones de sus rivales en cuartos, Australia e Irlanda, que sus propios triunfos.

Pero la competición avanza y, por fin, el contingente de 20 equipos se ha reducido a los cuatro supervivientes que se van a jugar las semifinales: Inglaterra y Nueva Zelanda, como también Gales y Sudáfrica, reclamarán para sí toda la atención este fin de semana. Y lo seguirán haciendo después, cuando resueltos los partidos unos se dirijan a la final y los otros se sometan a la autopsia que aguarda como un mazo a los perdedores.

Les ocurrirá desde luego si pierden a los All Blacks, que siempre entran en un proceso de relativa autodestrucción cuando el equipo sale derrotado de algún gran torneo… o, en general, de cualquier partido, dado el pedigrí y el nivel de exigencia en el que se mueven. Y si es Inglaterra la que cae será también inevitable el sentimiento de fracaso, de imposibilidad de alcanzar el objetivo que el equipo se había marcado después de la salida de su propia Copa del Mundo en la primera fase, en 2015.

En lo que respecta al siempre controvertido Eddie Jones, entrenador de Inglaterra, su meta en los cuatro últimos años siempre ha sido la misma: levantar la copa en Yokohama. Así que el drama que acecha a este partido, tanto dentro como fuera del campo, es para que los aficionados al rugby se froten las manos.

Eddie Jones ha trasladado la presión de favoritos a los All Blacks.

Personalmente, prevemos un partido más apretado que una melé georgiana. Inglaterra ya se quedó a un solo punto de derrotar a los All Blacks el pasado mes de noviembre… y desde entonces su nivel no ha hecho sino mejorar. Más aún, el regreso de Manu Tuilagi como centro capaz de romper la línea de ventaja, la promoción de Elliot Daly al puesto de zaguero y la llegada a la tercera línea de los Kamikaze Kids, Sam Underhill y Tom Curry, han transformado a la Inglaterra que penaba en 2018 en un grupo con potencial suficiente para ser campeón del mundo.

Tras la lesión de Damian McKenzie, el eje de creación conformado por Mo’unga y Beauden Barrett le ha dado una dimensión aún mayor al ataque de los vigentes campeones

Pero ojo, porque Nueva Zelanda no se ha pasado los últimos once meses precisamente durmiendo en sus laureles. En aquel épico partido en los internacionales de otoño, el zaguero-y-también-apertura de los All Blacks era el eléctrico Damian McKenzie. Una rotura de los ligamentos cruzados puso fin a su sueño de disputar la Copa del Mundo y arrojó una densa sombra sobre los planes de Steve Hansen para el torneo.

Sin embargo, en el hueco que dejó McKenzie iba a aparecer el dos veces jugador del año (como apertura), Beauden Barrett, que asumió el papel de zaguero creativo. Y los problemas en el 10 se terminaron con el perfecto encaje protagonizado en el puesto por el apertura de los Crusaders, Richie Mo’unga. Y además, ofreciendo un relevo exitoso para los problemas de pateo a palos de Barrett: Mo’unga registra un 82% de acierto este año con el pie.

El eje de creación conformado por Mo’unga y Beauden le ha dado otra dimensión al juego de ataque de los All Blacks.

Aaron Smith, estrella de Nueva Zelanda en los cuartos ante Irlanda.

Al igual que Inglaterra, también Nueva Zelanda optó por la línea abierta por Australia y juntó a dos flankers abiertos en las alas de la melé: Ardie Savea asumió la camiseta número 6 y Sam Cane se mantuvo como titular en el 7.

Hansen aún fue un paso más allá, a la hora de transformar a su equipo. Así como Eddie Jones incorporó al explosivo Kyle Sinckler en el puesto de pilar derecho, Nueva Zelanda optó también por meter más potencia en el juego abierto en la primera línea, desechando al centurión Owen Franks para sustituirlo por Nepo Laulala.

Gracias a estas variaciones, llevadas a cabo en el último año, ambos equipos se han convertido en bloques más dinámicos y ofensivos, al emplear más receptores poderosos para correr con la pelota, destinar mayores recursos al breakdown y smar en el equipo a más jugadores capaces de asumir el rol de creadores de juego. En ese aspecto, los dos están por delante de sus rivales por el título.

Aunque los All Blacks aún están esencialmente por delante de todos los demás, en este último año Inglaterra parece haber construido la autoconfianza suficiente para medirse cara a cara con los neozelandeses

Inglaterra y Nueva Zelanda son equipos hechos para la acción, bestias versátiles que, si tienen el día, no dan opciones a su rival: capaces de cerrar el camino a los contrarios en defensa y de manipular a las líneas rivales con una mezcla de poderío físico e inteligencia táctica cuando se van al ataque.

El equipo de Eddie Jones también parece haberse puesto a la altura de Nueva Zelanda en un aspecto intangible, pero esencial: la confianza. Los All Blacks tienen a su espalda un catálogo repleto de victorias a las que recurrir cuando su autoestima está en cuestión… y lo hicieron por ejemplo después de aquella serie empatada con los Lions en su gira de 2017.

Inglaterra, por su parte, emana por primera vez desde 2003 un aroma nítido de autoconvencimiento, el mismo que durante la última década le ha costado tanto generar. Aún está lejos de aquella impresión de inevitabilidad que transmitió la victoria del equipo de sir Clive Woodward en la RWC 2003, pero la seguridad que comunica hoy día el conjunto de la rosa seguro que tiene preocupados a los aficionados de Nueva Zelanda.

Manu Tuilagi ha dotado de mucho filo al ataque inglés con sus acometidas contra la línea.

Y sin embargo, a pesar de todos estos factores que parecen nivelar en teoría la contienda, Nueva Zelanda aún exhibe una diferencia sustancial con respecto a todos los demás.

Hablábamos antes de los cambios que han hecho ambos entrenadores en los últimos tiempos. Mientras las variaciones introducidas por Eddie Jones en Inglaterra llegaron tras la lamentable temporada 2017/18 que protagonizó su equipo, en el caso de los All Blacks Hansen cambió sus planteamientos después de un periodo de un año en el que los kiwis sufrieron solo dos derrotas en 19 partidos. Frente a Sudáfrica e Irlanda: queda claro que el color verde no les sento bien ese año.

Los dos equipos han hecho cambios en sus planteamientos en el último año, y algunos muy similares: primeras más dinámicos, un doble siete en la tercera, zagueros como creadores de juego en el fondo… Sin embargo, los cambios de Hansen fueron proactivos, aun ganando, mientras que los de Eddie Jones eran reactivos, a partir del pésimo año 2018

Por resumirlo de algún modo: en lo esencial los cambios de Hansen fueron proactivos, mientras que los de Eddie Jones eran reactivos. Un detalle en el que, seguramente, reside la ventaja neozelandesa. En los All Blacks no hubo que apretar ningún botón de reinicio, no se produjo ningún episodio de pánico derivado de derrotas o títulos perdidos. Estamos, así, ante dos formas totalmente opuestas de afrontar el cambio en medio de un gran plan general de preparación.

Todo esto no significa que el del sábado vaya a ser un partido fácil para Nueva Zelanda. Seguramente todo lo contrario. Inglaterra tiene la capacidad física suficiente, el momento de forma adecuado y la confianza grupal necesaria en sus recursos para meterse en la final de Japón. Y Nueva Zelanda goza de esa ligera jerarquía que le da su juego y que lo eleva sobre los demás… además de la prestigiosa historia que comporta el escudo con el helecho plateado que el equipo luce en el pecho.

Gane quien gane, seguramente el equipo que pase de esta semifinal acabará siendo el campeón en Yokohama, el próximo 2 de noviembre. Y el perdedor se verá obligado a lamerse las heridas en un partido por el tercer puesto el día antes.

En cualquier caso… no es fácil imaginar una semifinal más interesante que este titánico choque entre el blanco y el negro.

[Fotos: World Rugby ]

Ali Stokes es uno de los analistas habituales de The Rugby Magazine y escribe también para Rugby World.

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