
Suspendido en el aire, con la acreditación volando y el puño bien cerrado. A cámara lenta World Rugby, maravillada por la gesta con la que España batía por primera vez a los All Blacks del seven, recrea el salto en la banda de Pablo Feijoo, mientras Losada deja atrás al neozelandés Mikkelson para ejecutar la descarga y que Pol Plà anote el ensayo de la victoria. Y el éxtasis subrayado por el narrador, que se desgañita con un «¡¡¡Spanish revolution!!!» que quedará retenido para siempre entre el tímpano y el estribo.
Los Leones, en pleno 2019, batían a Nueva Zelanda: «El equipo más complicado de todos, una máquina bien engrasada», explica Pablo Feijoo a H. «Porque Fiyi es más vistoso, puro talento y también anarquía, pero los All Blacks son producto de un trabajo minucioso y más difíciles de batir para equipos como el nuestro». En esa etapa de las Series Mundiales en Vancouver (Canadá), España acabaría en un pobre decimotercer puesto. Había desbloqueado el siguiente nivel, poniendo a sus pies nada menos que a los All Blacks, pero la resonante hazaña no dio para pasar a cuartos. La guerra, la consolidación en las World Series, se va ganando batalla a batalla.
Para sus detractores, Pablo Feijoo siempre será el hijo del presidente. Para aquéllos que supieron valorar sus números, su figura representa la del alumno aventajado del seven español. Casi un pionero.
Porque tras la carrera de Losada había dos generaciones más, empujando para que los Leones, ya asentados en la élite, rompieran su techo. «Toda esa repercusión nos sirvió para darnos a conocer entre aquellos que sólo divisaban el XV. Fue un gran escaparate para aficionados o sponsors, cientos de miles de personas en el mundo vieron lo que puede llegar a ser España», explica Feijoo. Como en Bola de Dragón, los Leones han alcanzado un nuevo nivel de Super Saiyan, que lleva al estatus superior: pero ahora no basta con pelear la permanencia, hay que estar en cuartos con los mejores.
«Todo lo que sé del seven a máximo nivel lo aprendí de Tiki. Cogió a un grupo de jóvenes locos, una banda a la que nos decían que saltásemos al campo a hacer lo que supiéramos, y nos llevó a la élite de las World Series»
La locura del seven comenzó hace dos décadas y tuvo su primer gran momento en Mar del Plata 2001. Allí -con Tiki Inchausti midiéndose a Jonah Lomu-, Enciso, Socías (seleccionador años más tarde), el incombustible Óscar Astarloa o el afamado en suelo británico Oriol Ripoll. Undécimos y fuera de cuartos por un mal rato ante Japón, tras haber batido antes a Inglaterra.
El rugby a siete tiene estas cosas. «Todo lo que sé del seven a máximo nivel lo aprendí de Tiki». Sin paños calientes, Pablo Feijoo muestra veneración por el trabajo del que fue su maestro. «Cogió a un grupo de jóvenes locos, una banda a la que nos decían que saltásemos al campo a hacer lo que supiéramos, y nos llevó a la élite de las World Series», cuenta Pablo. Con los Leones metidos en el Olimpo del seven, y disputando el Mundial de Moscú por méritos propios, llegó la quiebra de la FER y, tras la gesta de 2012, el derrumbe de 2013: «Démosles las gracias a Cancho y a Tomy García», ironiza Pablo. De verse en el cielo, a la más absoluta ruina. Y el trabajo de Tiki, al olvido.
Ya con Alfonso Feijoo al mando de la FER y en los tiempos de más voluntad que recursos, con vacas flacas, Alberto Socías dejó al grupo lo más alto que pudo y fiel a sus principios. Y Tiki regresó cual Cid campeador para obrar el milagro. Sin sitio en las Series Mundiales tras varios intentos fallidos, llegó el Preolímpico de Montecarlo y allí Iggy Martin (otro loco del seven que incluso Estados Unidos trató de arrebatarle a España) cerró un triunfo que quedará en la retina del mismo modo que Losada y Plà acabaron con los All Blacks.
Río 2016 fue el premio: «Nadie contaba con nosotros. El torneo de Hong Kong y volver a Series Mundiales eran la prioridad», recuerda Pablo. El combinado tuvo que irse un mes a Fiyi, un viaje pagado en gran parte por los jugadores. En Montecarlo, sin presión, todo fue sobre ruedas. «Todo construye, la victoria y el fracaso sirven de aprendizaje. Jugarte todo el año en un torneo (Hong Kong) para subir, es difícil. Hacen falta muchas variables para dar el salto».
Se logró, y el alumno aventajado lo aprovechó. Pasó la prueba de dirigir sin experiencia previa (en los banquillos) para demostrar su nivel como estratega: «Llevo toda mi vida siendo el hijo de, pero confiaba en mi trabajo». Tras una permanencia más tranquila de lo previsto, en este 2019 buscan consolidarse. «Ahora con muchos jóvenes que van batiendo récords, como Pol Plà en cuanto a anotación…».
«El jugador de ‘siete’ debe ser más completo que uno de XV: tienes que correr, tener pase largo, ser bueno en el combate y controlar el aire y el suelo: y todo con un físico de atleta. Pero la gente se cree que esto consiste en correr y beber cerveza…»
La España de Pablo, aquella que se nutrió de las vivencias de hace seis años en el Mundial de Moscú y posteriormente en los Juegos de Río, «despliega un sistema sencillo que vamos perfeccionando. Cambiamos la defensa, sin necesidad de llevar dos hombres al impacto. Los rivales son más rápidos y fuertes, y nosotros, que cada vez estamos más preparados, somos muy inteligentes», analiza el preparador español.
«El seven no consiste en percutir sino en ser más listo», analiza un Feijoo que trabaja ahora en el tatami (en el club valenciano no, en la colchoneta) para que sus hombres interioricen técnicas orientales de derribo del adversario. Porque al jugador del seven se le empieza a considerar casi un atleta renacentista: «Debe ser más completo que el jugador de XV, que es más un especialista. En el seven tienes que correr, tener pase largo, ser bueno en el combate y controlar el aire y el suelo, y encima tener un físico de atleta. Yo jugué en el XV en Leicester Tigers y tuve compañeros que no sabían pasar el oval». Una más que probable alusión a Alesana Tuilagi.El otro gran obstáculo del seven es endémico, está en el propio rugby. «La gente del XV piensa que lo nuestro no es rugby, y que las World Series son como los torneos de playa, que consiste en correr y beber cerveza. Pues les invito a intentar medirse a fiyianos de dos metros de altura y 115 kilos», reivindica un Pablo Feijoo que cada vez maneja más mimbres. «Cuando los jugadores de División de Honor llegan aquí sienten un salto abismal. Porque algunos minusvaloraban el seven y se dan cuenta de que el mejor jugador de la categoría, luego en seven puede llegar a ver a un rival sin ser capaz ni de tocarlo. Pero no estoy aquí para convencer a nadie…».
La spanish revolution maneja un paquete de 25 hombres, cuando no hace mucho Tiki Inchausti apenas tenía para la mitad. Ahora, en la élite, a Pablo se le han caído unos 7-8 jugadores de la última generación por diversos motivos (la mayoría laborales), «y tenemos que competir con chicos que apenas llevan seis meses en esto. A salto de mata».
El sueño de Pablo es contar con una estructura de 50 jugadores divididos en élite, desarrollo y sub-18, «como en el Rugby XV». España aún celebra el éxito ante los All Blacks en Vancouver, pero también trabaja dentro de nuestras fronteras. Feijoo ha impulsado la primera competición seria del seven en España, con la mayoría de equipos de División de Honor ofreciendo a sus hombres más preparados. «Tengo una envidia tremenda de los jugadores que compiten ahora y cómo pueden hacerlo. Yo me lo pasé muy bien jugado al seven, pero en mi primera etapa éramos una banda y estabas solo. Ahora tengo algunos Leones que con 18 años ya se ven jugando en estadios con 40.000 aficionados».
Aún se recuerda el broche de la temporada 2018, peleando en la prórroga de cuartos de final ante una Sudáfrica que optaba al título mundial y que doblegó a los Leones de forma injusta. Una gesta que se acerca, sin llegar a entrar, en el top 3 de recuerdos de Pablo Feijoo en el seven: la clasificación en Mónaco para Río, el ascenso a las Series Mundiales… y la victoria frente a los All Blacks. Y Fiyi es el próximo reto: «Son anárquicos, salen a divertirse, pura naturaleza, pero también podemos ganarles».
Dos retos tiene el donostiarra: disputar los Juegos de Tokio 2020 y, antes, amarrar la permanencia. Y cuando se le pregunta por su futuro, se refiere a aquello que escapa a la vista del espectador: «Viajamos todo el año, así que voy renovando temporada a temporada. No me planteo nada a largo plazo, pero pasas 300 días al año fuera de tu casa. Eso sí, el día que lo deje, echaré mucho de menos todo esto».
Palabra de Pablo. El hijo del presidente o el alumno aventajado de Tiki. Que cada cual saque sus conclusiones. Mientras, Pablo Feijoo continuará reinventando el seven español y cazando jóvenes valores. Porque hoy por hoy, por no tener ni siquiera hay extranjeros a los que asimilar más allá de los Heredia, Carter, Rolls, Poggi y ahora Mateu… La Spanish Revolution continúa. Y sí, estás a tiempo de formar parte de ella.