Aprovechando los problemas de identidad geográfica que la ventana de noviembre provoca a San Sebastián -que ya no sabe si se encuentra al norte de la muga, si tiene cuestas empinadas con tranvías en el centro o si el Pacífico baña la playa de la Concha-, este artículo pretende acercarles un poco a la historia de la selección que le da título.

No se alborote el corral de la corrección política y del fair play, que no existe relación entre la traducción adoptada y el partido que acaba de disputarse en el Central: ellos mismos adoptaron el sobrenombre. Aparentemente, según el asesor lingüístico de samoano coloquial de H, manu viene a significar “bestia” en su acepción admirativa. Y la verdad es que el apodo les viene como anillo al dedo. A cualquiera que los haya visto saltar al campo, lo primero que se viene a la mente es una versión más o menos cortés de la exclamación: ¡Vaya bestias!

La explicación oficial comparte más o menos el mismo campo semántico, ya que la SRU dice que el bautizo es un homenaje a un guerrero semi-legendario de nombre Manusamoa Isamaeli, de cuyas hazañas Goog.., perdón, el especialista en Historia de la isla, no ha sabido dar mayor noticia. Ahora bien, cuando se les ha visto placar caben pocas dudas de que están animados por un antepasado combatiente.

Samoa era considerada la selección más ‘seria’ de las islas del Pacífico Sur: lejos del sambenito de anárquicos de los fiyianos o de la agresividad atribuida a Tonga… pero esa condición no le valió ser invitada siquiera a la primera Copa del Mundo

Los rivales de los Leones el pasado sábado tenían hasta hace poco la reputación de ser la selección seria de entre las de las islas del Pacífico Sur. Los jugadores de rugby polinesios -a los que Sir Clive Woodward considera individualmente como los mejores del mundo- siempre han llevado el sambenito de ser naturalmente incapaces de desarrollar las estructuras del XV. Ya fuera por anárquicos, como los fijianos, o por demasiados agresivos, como los tonganos, se pensaba que los equipos isleños eran bienvenidas adiciones exóticas a los torneos y poco más. Podían dejar al contrario con más morados que un penitente y hacer algún ensayo espectacular, pero al final de los 80 minutos cedían; aunque sólo fuera por los golpes de castigo cometidos.

Esa reputación de seriedad no consiguió que fueran invitados a la Copa del Mundo inaugural, en la que no hubo fase de calificación previa. Así que en 1991, y compitiendo como Samoa Occidental, hicieron su primera aparición en el mayor torneo del rugby. Y lo hicieron a lo grande, probablemente picados en su orgullo por la ofensa padecida cuatro años antes, y en uno de los lugares sagrados del rugby mundial: Arms Park. Los paganos fueron los galeses, que sufrieron la primera derrota de un cabeza de serie en la historia de la Copa.

Y a juzgar por las crónicas, el 16-13 produjo tanto dolor físico como mental. Para mitigarlo, los galeses chistosos se congratulaban en los pubs de Cardiff de haber jugado sólo contra la parte oeste de Samoa, y no contra toda ella. Con esa victoria, de paso nos regalaron la posibilidad de ver en 1995 a los chicos de Ieuan Evans en el Central, donde Fran Puertas -aquejado de la maldición del apertura de los Leones- desperdició una ocasión para poner a España por encima en el marcador, y así poder vacilar a los galeses, al menos una vez en la vida.

El periplo mundialista polinesio acabó en el partido de cuartos, en el que perdieron con Escocia. Los samoanos alcanzaron esa misma fase en los dos Mundiales siguientes, llevándose por el camino a selecciones de la talla de Italia y Argentina. Entre 2001 y 2014, las canoas volvieron a casa con las cabezas de las ya mencionadas junto a las de Irlanda, Australia y Escocia. Las selecciones de la International Board no viajaban hasta Apia, pero los placajes monumentales y las percusiones termonucleares les estaban alcanzando. La potencia del rugby de Samoa se vio reflejada en su posición en la clasificación de la IRB, en la que llegó a alcanzar el séptimo lugar, en 2014.

Incluso en un deporte como el rugby, cuya clasificación mundial está dominada por naciones sin capacidad demográfica o riqueza económica que justifiquen su supremacía -incluida la propia Nueva Zelanda- el caso de Samoa tiene difícil explicación.

Samoa es un pequeño archipiélago de diez islas, a la cola del planeta por PIB o población, pero los 12.000 rugbiers de la isla le han dado a su selección una pegada superior a la de su peso

Los 12.000 jugadores de la isla sin duda han conseguido que su selección tenga una pegada superior a la de su peso, como dicen los británicos. De hecho, son un peso mosca compitiendo por el cinturón de los pesados. Su país es un pequeño archipiélago de diez islas, que ocupan 2.831 km2 -en España, sólo Guipúzcoa y Vizcaya son más pequeñas- en los que viven 194.000 habitantes. El PIB es de 876 millones de dólares y la renta per cápita no llega a los 4.500 anuales. En claro contraste con su ranking rugbístico, ocupan las posiciones 178 por PIB nominal y 189 por población, de los aproximadamente 200 países, dominios y territorios del planeta.

(Excurso pedante: Del mismo modo curioso, Samoa tiene una influencia en la cultura occidental desproporcionada con su tamaño y relevancia intrínseca. Dos de los escritores más importantes en lengua inglesa se inspiraron en sus estancias allí. Su carácter de terra incognita –desde el punto de vista eurocéntrico- inspiró los relatos de los Mares del Sur del estadounidense Jack London, y enamoró a uno de los grandes genios de la Literatura universal, Robert Louis Stevenson, que construyó allí Valima, su último hogar).

Llegados a este punto, si las conmociones cerebrales les han respetado, deberían dejar de leer esto y correr a su biblioteca, o a la librería más cercana, para disfrutar de cualquier cosa escrita por Tusitala -”el que cuenta historias”, como le llamaban los indígenas-. Incluso su lista de la compra es mejor que lo que tienen delante de los ojos.

El escritor Robert Louis Stevenson, Tusitala, en su dichoso retiro samoano.

De una manera más profunda, las costumbres sexuales de las adolescentes samoanas -con independencia de si las observaciones de Margaret Mead fueron o no correctas- proporcionaron justificación científica a la revolución sexual del siglo XX y al movimiento de liberación femenina. El libro de la antropóloga norteamericana “Adolescencia en Samoa”, publicado en 1928, es uno de los pilares de la antropología y el relativismo culturales modernos. Paradójicamente, las cosas no le han ido bien al rugby femenino samoano. Las Manusinalesoa -selección femenina- no han conseguido estabilidad y se quedaron fuera de Río 2016.)

De vuelta al oval, hay cuatro factores posibles que podrían explicar el éxito del rugby polinesio en general y el samoano, en particular: uno biológico y tres histórico- culturales.

El primero de ellos es el biotipo polinesio, su privilegiada constitución física. Los habitantes de Pacifika tienden, según algunos estudios, a ser más musculosos y grandes que los demás habitantes del planeta, a tener un número mayor de fibras de contracción rápida, lo que les proporciona su característica explosividad, y un centro de gravedad relativamente bajo para su tamaño.

Según algunos estudios, los polinesios tienden a ser más musculosos y grandes, tienen más fibras rápidas y un centro de gravedad relativamente bajo; además, en su cultura el conflicto, altamente ritualizado, favorecía el combate singular cuerpo a cuerpo… En definitiva: condiciones perfectas para el rugby

En segundo lugar, las guerras tribales eran sumamente frecuentes con anterioridad a la llegada de los europeos y los guerreros tenían gran prestigio social. El conflicto, altamente ritualizado,  favorecía el combate singular cuerpo a cuerpo. En consecuencia, en la panoplia de los guerreros polinesios no había abundancia de armas arrojadizas -los Maorís no las conocían ni siquiera- predominando el uso de las mazas, por lo que la fuerza era un factor decisivo para la supervivencia y éxito reproductivo de los hombres samoanos. El terreno estaba abonado para la adopción de la forma ritual de combate que es el rugby. Siglos más tarde, Manu Samoa sigue bailando el Siva Tau para preparar el partido, como lo hacían para preparar sus banquetes de cerdo largo.

En íntima relación con el anterior, y quizá como consecuencia del mismo, el ideal estético en la cultura tradicional samoana es antitético del occidental de nuestros días, y podría resumirse en la frase “lo grande es bello”. De este modo, la gran mayoría de los caciques y sus esposas podría avergonzar a la propia familia Tuilagi, proporcionando lo necesario para jugar con la pelotita de bote extraño.

Por último, y quizás más relevante, su historia colonial. Los diferentes archipiélagos polinesios fueron a finales del siglo XIX el último patio de recreo de las potencias coloniales occidentales, en pos del caucho y la copra. Naturalmente, Britannia se llevó la parte del león, dejando las migajas para los demás. Sin embargo, con la tolerancia condescendiente de quien se sabe dueña de los olas, les dejó unas migajas a dos novatos en el juego colonial: Alemania y los EEUU. Las Islas de los Navegantes se dividieron en dos: Deutsche-Samoa y American Samoa, posibilitando también así el suministro futuro de jugadores a la NFL.

La situación no duró mucho porque a Willy no le pareció suficiente y quiso quedarse con algunas fincas de su abuela. Así que en 1914 un destacamento de neozelandeses desembarcó en la Samoa Alemana, pasando a gobernarla hasta su independencia en 1962. Como consecuencia de esa relación, el rugby llegó la isla, no desde Inglaterra, sino desde la Isla de la Nube Blanca. Tampoco es el rugby samoano un deporte protestante: la introducción se le atribuye al Hermano Bernardino McCormack, director del Colegio Marista en Apia alrededor de 1930.

La edad de oro de los ‘Bestias’ fue liderada por el entrenador Bryan Williams, leyenda All Black, con jugadores como Peter Fatialofa, Frank Bunce, los hermanos Bachop, Pat Lam o Brian Lima… todos superestrellas temidas por sus impactos

Como consecuencia de esa relación, Nueva Zelanda es el principal centro de atracción de la emigración samoana, lo que parece haber sido altamente beneficioso para su rugby, a pesar de los problemas de furtivismo que aquejan a las islas del Pacífico. Por un lado, han dispuesto desde el principio de los conocimientos tácticos y técnicos de entrenadores neozelandeses; por otro lado, los emigrantes retornados y kiwis de ascendencia samoana -haciendo uso de las reglas de elegibilidad de la IR- juegan para Manu Samoa, incluso después de haber sido All Blacks.

La edad de oro de los Bestias fue liderada por el entrenador Bryan Willians -leyenda de los del helecho- y contó con jugadores que habían hecho o iban a hacer ese camino de ida y vuelta, como Peter Fatialofa, Fran Bunce, los hermanos Bachop, Apollo Polidori, Pat Lam o Brian Lima, superestrellas del oval y todos temidos por la fuerza de su impactos.

Todas estas razones quizá no expliquen el éxito de Manu Samoa pero sin duda proporcionan una idea de su importancia en la pequeña nación. No sólo cultural, sino también política, hasta el punto de que el presidente de la Samoan Rugby Union es el Primer Ministro, el Honorable Tuilaepa Aiono Sailele Malielegaoi, un pintoresco personaje que no duda en intervenir en los asuntos de la selección y que convierte cada derrota en una cuestión de estado, y de cuya capacidad para afrontar los problemas del rugby samoano es puesta en duda por WR.

Desgraciadamente para ellos, el principal obstáculo para mantener su estatus es insoluble, salvo que intervenga el propio Elon Musk o San Agustín Pichot. Las distancias que los separan de los centros del oval son astronómicas: más de 3.000 km con Nueva Zelanda; 4.000 con Australia y 16.000 km hasta Europa. El aislamiento de Manu Samoa ha provocado que, con la excepción de Fiji y Tonga, las naciones del Tier 1 apenas hayan jugado en Apia.

El primero en acudir fue Gales en 1986 y la llegada de los All Blacks en 2015 se celebró como fiesta nacional. Si a esto se añade la profesionalización del rugby, a los samoanos no les queda otra opción que la diáspora; y por eso, a pesar de su virtudes individuales, llegan cortos de preparación a los partidos, les falta conjunción y la necesaria coordinación que exige el rugby actual. De los 33 miembros de la escuadra de hoy, 19 juegan en Europa y los restantes, 13 en Nueva Zelanda y 1 en Australia. Los costes de concentración y entrenamiento son astronómicos y las dificultades impuestas por el calendario, extremas.

El aislamiento ha provocado que, con excepción de Fiyi y Tonga, las naciones del ‘Tier 1’ apenas hayan jugado en Apia: el primero en acudir fue Gales en 1986 y la llegada de los All Blacks en 2015 se celebró como fiesta nacional

De ahí viene su caída de nueve puestos en el ranking desde 2014, su necesidad de acudir a la repesca para clasificarse para el Mundial de Japón, y la diferencia de calidad de sus fixtures de este otoño. El año pasado se enfrentaban a Inglaterra y Escocia – a pesar de la amenaza de incomparecencia por bancarrota-. Este año han hecho de España su hogar y han jugado contra los Eagles y Los Leones, con resultados mediocres en ambos casos. Los hitmen del Pacífico Sur están tan en peligro de extinción como sus propias islas. Si siguen descendiendo, será más difícil oír esta secuencia por esos estadios del Señor:

– ¡¡¡¡THUUUD!!!!
– ¡¡uuuuuuUUH!!! (70.000 espectadores, inmensamente agradecidos de serlo).

Por mucho que haya dolido lo de este sábado -literal y figuradamente- en el Central, hay que conservar la esperanza de que se solucionen los problemas de Manu Samoa para que el planeta oval no sea más pobre, menos romántico y legendario, menos stivensoniano, si los Bestias desaparecen. Claro que… seguro que los clientes del Quiropráctico no los echarán tanto de menos.

O a’u o le toa!