Le Crunch. Este sábado. Jean Dauger en Bayona. Cerca de 11.000 espectadores que agotaron las entradas hace días. Sobre el campo, posiblemente los dos mejores equipos del mundo en este momento. En juego el Grand Slam, el título y la supremacía. Pero algo más: el partido, sea cual sea su desenlace, representa una suerte de hora cero para el rugby femenino: en estas semanas, el oval ha atravesado la corriente de resistencias como el que pasa al otro lado del Rubicón, para dejar sentado que ha llegado el momento de que las mujeres den el gran salto al profesionalismo. El futuro es ahora.

Los equipos de Francia e Inglaterra conforman el faro al que habrán de seguir el resto de unions. La preponderancia viene del modelo, porque está construido sobre la preparación, la tecnificación, la dedicación plena y el establecimiento de las estructuras necesarias para el profesionalismo. El rugby femenino de élite no puede seguir siendo el mismo después de este torneo: ha atraído a un patrocinador que asegura notoriedad de primer orden y un acceso a audiencias estratégicas para el crecimiento; ha llenado campos (más de 15.800 personas en el Mattioli Woods Welford Road de Leicester en la demolición inglesa de Irlanda); y congregado una atención mediática sin precedentes, con los 15 encuentros del torneo ofrecidos en hasta en 137 países.

Ben Morel, CEO del torneo, lo expresó de una manera gráfica en su balance previo a la última jornada: «Somos conscientes de que este es el principio de un viaje y que estamos todavía muy lejos del lugar al que queremos llegar, así que en cierto modo esto pone el foco en todas las demás áreas en las que aún debemos mejorar». «Creo –añadió- que toda esta repercusión nos hará mejorar más rápidamente».

Mientras, mandará la competición, en la que Francia e Inglaterra prometen este sábado un encuentro memorable. El choque de las bleues con las Red Roses constituye una deflagración sin parangón ahora mismo en el panorama oval femenino. Desde antes de arrancar la competición se sabía que el duelo de Bayona sería decisivo para todo. Las cuatro jornadas precedentes han confirmado que la brecha entre estos dos equipos y el resto se ha ensanchado. El brillo del choque de hoy se suma al que se deriva de la mera observación del juego. El reverso negativo está en la distancia entre los escalones en que se sitúan las demás selecciones.

La irlandesa Sam Monaghan busca un pase en contacto contra Francia.

Gales ha evolucionado con su programa híbrido de profesionalización completa de parte de su plantel, y acuerdos a tiempo parcial del resto, pero le costó imponerse a Irlanda y Escocia… y nunca pudo comprometer a las de arriba. Irlanda está en plena reconstrucción y ha mezclado derrotas con momentos y jugadoras llamativas: Eve Higgins, Lucy Mullhall, Linda Djougang y, por encima de todas, Sam Monaghan: una segunda con la potencia de trabajo de una locomotora y un juego sedoso de descarga en los contactos. El equipo del Trébol ha mostrado gran potencial, pero en la última jornada su federación decidió enviar a las mejores jugadoras al seven, lo que parece revelar cierta indecisión en el modelo. Italia, mientras, se dio el gusto de ganarle a Escocia (la otra selección sin acuerdos contractuales) y la FIR ha ofrecido contratos a tiempo parcial a 25 jugadoras, con el fin de preparar la Copa del Mundo de final de año.

«Somos conscientes de que este es el inicio de un viaje y que estamos muy lejos del destino al que queremos llegar, pero la notoriedad de este año nos hará mejorar más rápido», ha dicho Ben Morel, CEO del Seis Naciones

Francia e Inglaterra van a otra velocidad, con las de la Rosa algo por delante: mientras ellas tienen contratos profesionales a tiempo completo, en Francia persiste una mezcla de acuerdos a tiempo parcial y total. El estándar de juego de ambos bloques, en cualquier caso, la profundidad de recursos y la variable potencia de su rugby no encuentran posible contestación. Y les permite mirarse a la cara ante un partido como el de hoy. Los números lo explican  con la misma contundencia con la que ambos equipos se han ido deshaciendo de sus rivales. Comparten 20 puntos en la cabeza de la tabla, cada una de las victorias refrendadas con el bonus ofensivo. Francia ha concedido tres ensayos; Inglaterra, sólo dos. Las chicas de Annick Hayraud han encajado 24 puntos, seis por encuentro. La fortaleza mineral de las inglesas aún resulta más acusada: sólo 10 puntos les han podido marcar sus contrarias.

El partido contra Irlanda dejó una cifra especialmente escandalosa, reveladora del dominio del conjunto que dirige Simon Middleton: en ese partido solo se jugaron 37 segundos en campo defensivo de Inglaterra. El resto de los 80 minutos lo pasaron las Red Roses en territorio ajeno. Decir que el choque fue de dirección única es decir muy poco. Marlie Packer acumuló 128 metros con la pelota en sus 20 carries. Emily Scarrat sumó 100 internacionalidades y algunos pelotazos a palos de una belleza deliciosa en los golpeos. Botterman y Poppy Cleall aparecieron en el campo al minuto 50 de juego… y sus embestidas hicieron un desastre en un equipo irlandés que primero vio una amarilla, luego una roja y, entretanto, la grave lesión de su zaguera/ala Considine. La crema la puso Elie Kildunne, otra ala suplente que sumó un par de ensayos de finalizadora consumada. El equipo inglés anotó once y ha acumulado hasta 42 en los cuatro partidos. Es verdad que Francia también ha sometido a sus contrarias… pero lo de Inglaterra es la bota de un imperio.

La inglesa Kildunne apoya uno de sus dos ensayos a Irlanda.

La cuestión reside en saber si Francia será capaz de cortar la serie de tres títulos consecutivos de las inglesas al calor de uno de los campos más felices para ir a ver rugby que uno ha conocido: el Jean Dauger de Bayona. Hayraud recupera a Drouin para el puesto de apertura, después de que Jessy Trémoulière dictase en sus últimas apariciones un curso de juego con el pie y uso de la estrategia en el dominio territorial.

Inglaterra ha marcado 42 ensayos en cuatro partidos y sólo ha encajado dos. Frente a Irlanda, el tiempo de juego en el campo de las ‘Red Roses’ fue de apenas 37 segundos: una estadística asombrosa que resume el imperial dominio de las chicas que dirige Simon Middleton

En ese nivel tan mayúsculo se mueven estos equipos. Basta pensar que la media de melé Laure Sansus, la gran estrella de Francia en este W6N con su rugby irrefrenable, fue suplente en el arranque del torneo ante Italia. Y recordar que en ese puesto de nueve, Hayraud tiene ausente por lesión nada menos que a Pauline Bourdon. No es que Sansus, jugadora de Stade Toulousain a la que inevitablemente se equipara por su impacto con su compañero de club Antoine Dupont, haya aprovechado la puerta abierta para colarse en la escena. Es que la ha tirado abajo y se la ha llevado puesta. Suma seis ensayos. Pero la onda expansiva de su juego es aún más amplia.

A la espera de conocer a las campeonas, el destino del juego se antoja obligatorio. El rugby femenino persigue hace tiempo -y aún lo hará- la plena igualdad. Y ese concepto ha de ser polisémico: no sólo la equiparación, la ineludible equivalencia con el deporte en su versión masculina. También el desarrollo preciso para elevar la igualdad competitiva entre las naciones. Ese no es un camino sencillo, como sabemos por la experiencia en el rugby de hombres: la expansión del profesionalismo no será homogénea y el desarrollo exigirá decisiones y ejecuciones, estrategia y táctica en muchas áreas. Y mucho tiempo. Pero no hay otra posibilidad.

Las jugadoras ya han mostrado lo que pueden hacer. El público ha respondido. El dinero empieza a afluir. Está bien que quienes gobiernan se sitúen de cara al desafío. Que al fondo, en el otoño, aparezca una Copa del Mundo no hace sino acentuar la sensación de que este es un año bisagra. Ojalá… el punto de inflexión definitivo.