[Nota previa: Como parte de su investigación sobre el rugby femenino en todo el mundo, Lydia Furse hace a través de un llamamiento para contactar con jugadoras españolas de rugby, de cualquier nivel, que practicaran este deporte en nuestro país antes de 1985. No importa si lo hicieron en el equipo nacional o en clubes pequeños. Si deseáis compartir vuestras experiencias y contribuir a su trabajo, por favor contactad con ella en el siguiente mail: ljfurse@gmail.com  o completad el cuestionario en el siguiente enlace: https://surveyhero.com/c/a0b53593
¡Gracias a todas por anticipado!].

Hasta el último momento, la primera Copa del Mundo de rugby femenino estuvo muy cerca de no jugarse. La IRB se negaba a reconocer el torneo de forma oficial, ninguno de los 600 patrocinadores contactados mostraron el más mínimo interés por el evento, y varias selecciones rechazaron financiar a sus equipos femeninos, con lo que las jugadoras se vieron obligadas a hacerse cargo de su estancia y mantenimiento durante el campeonato. A pesar de todo, aquellas pioneras perseveraron para sacar adelante la competición, que finalmente tuvo lugar en Gales, del 6 al 14 de abril de 1991, demostrando al mundo de una vez y para siempre que el rugby no sólo es un deporte para hombres.

Finalmente, 12 naciones tomaron parte aquella primera Copa del Mundo: EEUU, Inglaterra, Nueva Zelanda, Países Bajos, Canadá, España, Gales, Suecia, Italia, Japón, la desaparecida URSS y Francia que, a pesar de ser un paraíso para el rugby femenino, se inscribió en el último momento. El torneo se saldó con una cantidad importante de anécdotas curiosas, una de las cuales está, de hecho, relacionada con el retraso del equipo francés.

Participaron 12 países, entre ellos España, ganó Estados Unidos y el tercer puesto lo compartieron Francia y Nueva Zelanda: lo ganaron las francesas por 3-0 pero, al jugarse fuera de programa, no hay registro oficial y las kiwis no reconocen el resultado

Así como no hay ninguna duda sobre quiénes fueron los campeones y subcampeones del torneo -EEUU e Inglaterra, respectivamente- existe una controversia en lo que concierne al tercer puesto. Oficialmente lo comparten Francia y Nueva Zelanda. Sin embargo, no existen datos guardados en los archivos oficiales sobre este partido, jugado el 14 de abril fuera de programa, y Nueva Zelanda jamás ha reconocido su derrota por 3-0. Por su parte, Francia ha entregado caps por el partido, atribuyéndose la victoria.

Las Eagles estadounidenses celebran el primer título mundial de rugby femenino.

Dudas aparte, lo que sí está claro es que el tamaño y reputación de las estadounidenses intimidó de igual forma a espectadores y rivales. En el equipo de las Eagles, también apodadas “monstruos del infierno” había jugadoras conocidas como “pilar turbo” o “placajes infernales”. Las jugadoras incluían a la profesional del doblaje de acción cinematográfico Candi Orsini; o a la doctora Maryanne Sorensen, de 82 kilos largos.

Las Gal Blacks, como se las conocía entonces, tuvieron que pedir permiso al Consejo de Ancianos Maorí para interpretar la Haka: dos de ellas no lo lograron y se debieron conformar con verlo desde la banda

Al otro lado de la balanza, la selección japonesa contaba con un número considerable de jugadoras menudas, entre ellas la medio melé Ayako Horikita, de 1,45 metros y 44 kilos.

Por desgracia, Horikita solo duró 10 minutos en el torneo, ya que se fracturó la clavícula en el primer partido contra Francia, que derrotó a las japonesas por 0-62. Como equipo, las niponas demostraron su deportividad; saludaban a las rivales después de cada ensayo marcado en su contra; o les hacían pequeños regalos, como grullas de origami, antes de que se jugara el encuentro. Curiosamente, todas las componentes de la selección japonesa usaban casco, independientemente de su posición, un detalle que en aquel entonces  desconcertaba al público.

Mientras, las neozelandesas enamoraron a los espectadores que acudían a sus partidos con su interpretación de la Haka. Para escenificar el tan conocido ritual kiwi, el equipo tuvo que pedir permiso al Consejo de Ancianos Maorí, que se lo concedió siempre y cuando se comprometiera a representar la danza guerrera con el respeto adecuado. Sin embargo, hubo dos excepciones: los respectivos líderes de sus comunidades denegaron el permiso para participar tanto a Nio Sio como a Elsie Paiti, que se vieron forzadas a quedarse en la banda mirando, mientras sus compañeras retaban a las contrarias con su liturgia maorí.

No fue el único impedimento que se encontraron las neozelandesas. La New Zealand Rugby Football Union se negó a financiar a las Gal Blacks, como eran conocidas entonces. Lo que sí les permitió fue lucir en el polo de juego el escudo del helecho plateado, hasta entonces exclusivo de los jugadores masculinos que representaban a Nueva Zelanda.

Ahora bien, la historia más fascinante de este Mundial tuvo que ver con la aventura vivida por el equipo soviético. Las jugadoras consiguieron llegar a Gales, aunque lo hicieron días más tarde de lo previsto, a sólo 48 horas del inicio del torneo. Con ellas viajaban varios palés de metro y medio repletos de productos para trocar a cambio de alojamiento y comida: vodka, caviar y champán.

Las soviéticas llegaron sólo 48 horas antes del torneo, cargadas con palés de vodka, caviar y champán para costearse la estancia: confiscado el alijo en la aduana, sólo el auxilio de tiendas y ciudadanos locales les permitió seguir en la competición

Las jugadoras confiaban en este plan para poder pagarse la estancia y comida en Gales. Teniendo en cuenta que solo tenían queso, embutido y pan negro para dos días… y nada de efectivo, aquellos víveres constituían su única esperanza. Tras ser descubiertas por los agentes aduaneros, con los que mantuvieron una dura conversación, la opción del trueque tuvo que ser aparcada. Cuando el público supo lo ocurrido, negocios y particulares locales apoyaron generosamente a las jugadoras proporcionándoles comida, dinero y apoyo para que pudieran permanecer en la competición.

Gill Burns, en el programa del torneo.

Así, aun perdiendo los dos partidos de su grupo y con cero puntos en su haber, las jugadoras recuerdan agradecidas la experiencia. Tal como rememoraba una de ellas, Larissa Masalova, “para la mayoría de nosotras era nuestro primer viaje al extranjero, o incluso nuestro primer pasaporte. No teníamos un objetivo marcado, más allá de acumular experiencia ante grandes equipos internacionales”.

Además de la primera, ésta también fue la única vez en la que la URSS tuvo la oportunidad de competir en un Mundial femenino. Los cambios políticos supusieron que Rusia y Kazajistán fueran rivales en el siguiente Mundial, que tuvo lugar en Escocia en 1994.

A pesar de las dificultades financieras, el Mundial de 1991 fue un éxito atronador, que sentó un precedente para el crecimiento del rugby femenino. Más de 18 años después, hay más de dos millones de mujeres y niñas que practican el rugby en todo el mundo y su presencia constituye uno de los motores principales de crecimiento de esta disciplina. Y la Copa del Mundo continúa proveyendo, desde aquellos días de pioneras en Gales, una plataforma para inspirar una mayor participación y compromiso con el rugby femenino.

[Sobre la autora: Lydia Furse, jugadora amateur de rugby, es autora de una tesis doctoral sobre la historia del rugby femenino y colaboradora del World Rugby Museum, en cuyo blog publica artículos basados en sus investigaciones].