
Cuando Kolisi era un crío y le pidió un autógrafo a Schalk Burger, este ya navegaba a toda máquina hacia lo que acabaría siendo el arquetipo de flanker sostenido por ese trípode innegociable en forma de psicopatía maníaca por robar el balón, no faltar a cualquier incidente e importarle un desecho su integridad física. La imagen es iconográfica para un país desquiciado que hace de su deriva una extraña navegación al timón de sus once estados emocionales. Sí, once pues once son los grandes grupos humanos que hilvanan uno de los países más complicados del globo. Y ahí está un muchacho negro con su blazer del colegio a la caza del autógrafo de otro que también buscaba su chaqueta, una verde con el antílope y la protea en su solapa. Vellocino de oro de la tribu blanca. Poderosa iconografía que no crean tiene pocos detractores en Sudáfrica.
Y hasta aquí el sueño Disney de esta historia, pues hablar de Disney en la espinosa África del Sur es como pretender paz y toros en España. Mi colega Gareth dice que España es muy South Africa, pues se vive un armonioso estado guerra fría entre dos ideas que a su vez se subdividen en una insufrible geometría fractal política. En relación al oval, estamos aún a años luz y no pinta nada bien, pero ese es otro cantar.
Kolisi se ha convertido en una especie de Batman en Gotham. Su figura ha trascendido lo deportivo y, pese a evidentemente no ser mal jugador, creo que está anabolizado en su valoración; algo así como un Audi en su concepción de ser más de lo que realmente es. Su vertiente mediática ha eclipsado a la deportiva, tornándose en una especie de tótem para la población negra recién llegada al juego del baas blanco: el rugby.
Intentaré explicarme y no meterme en un lío, pero como ex flanker no confíen mucho en mí. A rebufo del éxito del 2019, Kolisi y su matrimonio… ¿Lo digo o no? Pues creo debo ser fidedigno al cáustico humor southafrican. ¡Venga, sujétame el cubata! Kolisi y su matrimonio brownie: su mujer es blanca, lo cual no tiene nada de especial… pero en un país como este se pueden imaginar la sorna: el media and social gossiping y las dagas venecianas. Se han convertido en un poderoso tándem publicitario de una Sudáfrica multirracial que solo existe, y de manera superficial, entre la gente guapa del país y los magazines. Hoy posando con la camiseta del Liverpool y ayer con Kevin Durant, que sostenía el polo verde de los Boks con ese extraño gesto del que piensa: ¿Y qué diablos es esto del rugby sin casco? ¡Yankee hereje! Lo cierto es que el tour social post mundial de Kolisi fue maratoniano.
Miren, institucionalmente el apartheid acabó, pero socialmente está tan fortalecido como en los años del viejo cocodrilo Botha; Die Groot Krokodil en afrikaans. El negro del township admira a Kolisi por ser el espejo en el cual buscarse. Y no sólo por capitanear a los Springboks, con todo lo que ello significa en un país como África del Sur, sino por vivir el sueño americano que cada sudafricano [negro] aspira a tener arquetipado en una casa con porche, Facebook de braais –barbacoas– y shopping. Y si hay una rubia en la cama pues…
Ahora ya me podéis lapidar, pero nunca juré corrección política. El arte de leer entrelineas no se repartió nunca bien y yo soy un impertinente en velocidad de crucero. El matrimonio Kolisi es la vie en rose del otro gran casamiento deportivo y mediático sudafricano, el de Pistorius y la malograda Reeva Steenkamp, cuya historia ya la conocen… a plomo.
Como ídolo nacional, imagino que habrá un sinfín de imágenes de Kolisi firmando autógrafos a niños blancos; seguro que sí y a la par también deben ser instantáneas mucho menos mediáticas que la de Burger en su momento, pues el rubio [loco] aún estaba contaminado por la radiación del deporte racista y su vida de burbuja dentro de la otra Sudáfrica.
Kolisi es ya más imagen que jugador: junto a su mujer, blanca, se han convertido en un poderoso tándem publicitario de una Sudáfrica multirracial que solo existe, y de manera superficial, entre la gente guapa del país y los ‘magazines’
Kolisi ya es más imagen que jugador y también vive en esa burbuja social. Incluso me aventuro a decir que ya empieza a tener tintes de ex jugador, pues su poderosa vertiente mediática ha superado a sus salidas de tercera y empieza a esbozarse como un Obama en potencia. En mi opinión, el tercera tendrá carrera política. De hecho, ya tiene una fundación, The Kolisi Foundation, que presta labor social en el township –zona desfavorecida– de Zwide, donde nuestro amigo creció. Las apuestas se centran en acertar para qué lado de la loca ruleta política sudafricana caerá la preciada bola negra. Koli es posh, va siempre impoluto y sus fotos con su señora en casas diáfanas o descalzos en la playa serían portada de Ralph Lauren. Razón por la que no lo veo con el ANC y sus boinas rojas; digamos la versión tostada de Podemos. En mi opinión es pellejo del Democratic Alliance; algo así como Ciudadanos. La gente guapa de Sudáfrica con independencia de si son blancos, hindúes o negros… Un poco el anuncio de Benetton: abstenerse feos y gordos, gracias. Mi apuesta queda escrita, yo pago las Guinness.
Burger y Kolisi pasarán a la historia como algunos de los mejores terceras que han vestido el polo verde. Deportivamente, coincidieron en la melé Springbok cuando uno llegaba y el otro ya declinaba; y ahora, en una foto histórica cuando el primero ya apuntaba maneras y el joven Kolisi aún era un estudiante con un póster de Schalk sobre su cama. Y es que hay veces en las que los sueños cristalizan. Y que ese anhelo sea el de un blanco como espejo deportivo de un negro en semejante país, refuerza tan aventurada afirmación.