Coventry Wasps –sigue sonando muy raro- ha confirmado esta semana que Christian Wade, internacional por Inglaterra y los Lions, una de las estrellas de la Premiership, abandona el equipo y se va a hacer las Américas, entrando en el International Player Pathway Programme de la NFL. Mr. Wade es probablemente el jugador más relevante que intenta cambiar al código norteamericano pero desde luego no es el primero. De hecho, la propia Wikipedia tiene un artículo con una larga relación de jugadores que, como Bilbo Baggins, fueron hasta allí para luego regresar… o no.

Pero, ¿qué es esto de los códigos? No son más que los diversos reglamentos que con origen en el Cerrado de la Rugby School regulan los juegos que usan la pelota rara. Los avisados lectores de esta revista ya saben que consideramos al Reverendo Webb Ellis inocente de la calumnia propalada por Mathew Bloxham en colaboración con el Rugby Meteor. Tal y como descubrieron otros dos ilustres victorianos -los señores Lyell y Darwin-, el origen de los objetos naturales no necesita de un diseñador para ser explicado; basta con la acumulación gradual de cambios infinitesimales durante largos períodos de tiempo. La existencia de este relojero ciego se hizo patente a D. Carlos al observar las diferencias anatómicas causadas por el aislamiento geográfico de los hoy famosos pinzones de las Islas Galápagos.

En el mismo momento en que el Reglamento empezó a viajar por el mundo, el ovoide empezó a ser jugado de modos cada vez más diferentes, hasta culminar en los diferentes códigos: australiano, norteamericano, rugby XIII, XV, X, ‘seven’ e incluso V

De un modo análogo, en el mismo momento que el Reglamento de 1845 empezó a viajar por el mundo y a reproducirse, aparecieron los errores de copia y el ovoide empezó a ser jugado de modos cada vez más diferentes. El aislamiento geográfico -la carencia de vídeo-tutoriales es una de las características del siglo XIX- y las diversas necesidades de los jóvenes que se disponían a patear por los prados del Señor vejigas de cerdo hinchadas y recubiertas de cuero, pusieron en marcha el proceso de radiación adaptativa que culminó en la aparición de los diferentes conjuntos de reglas que hoy nos ocupan: el australiano, el norteamericano y, en menor medida, las versiones a XII, X, VII y el costero V.

Jonathan Davies: el apertura galés jugó a rugby XIII con Widnes y Warrington.

Aunque todas las especies y subespecies del género Manibuspespila comparten algunas características básicas (verbi gratia: reglamentos alambicados y jesuíticos, manejo de una pelota ovoide tanto con los pies como con las manos y empleo de la violencia física de un modo más o menos regulado en forma de placajes, bloqueos y percusiones, las diferencias producidas por la especiación han determinado que la mayoría de los cruces entre ellas hayan sido infértiles, sin que sea fácil para los practicantes de una modalidad dada adquirir las habilidades necesarias para jugar a las demás.

Naturalmente el mayor número de tránsitos se ha producido entre las dos versiones del “fútbol” que más tienen en común. El Gran Cisma de 1895 produjo la separación entre el XV y el XIII, que a pesar de lo que digan las Matemáticas, continuaron siendo primos, y en consecuencia sus vástagos siguieron siendo fértiles. Dada la similitud de las habilidades necesarias, y aunque hasta 1995 sólo pensar en jugar a la versión reducida fuera causa de muerte civil, la lista de cambios entre uno y otro es interminable. A título de ejemplo deben bastar los siguientes: Jonathan Davies, Brad Thorn, Wendell Sailor, Jason Robinson o Lesley Vainikolo han tenido carreras exitosas en ambos deportes.

Naturalmente, el mayor número de tránsitos se ha producido entre las dos versiones con más elementos en común: el XV y el XIII se separaron en 1895 y, desde entonces, la lista de cambios de uno a otro se hace interminable

La primera verdadera especiación de la familia rugbística es la que se produjo en Australia. En una fecha tan temprana como 1858, los habitantes de la colonia penal decidieron utilizar el football para mantenerse en forma durante el invierno, para la temporada primaveral de cricket. Sin duda influido por la radical extrañeza de la fauna de su nuevo hogar, el fútbol australiano nació como el ornitorrinco, cuya lisérgica mezcla de rasgos hizo creer a los naturalistas europeos, al recibir las primeras pieles, que alguien les había enviado un castor con un pico de pato cosido.

De la misma manera cuando, gracias a Gillete y TransWorld Sport, a finales de los años 80 se vieron las primeras imágenes de la AFL, uno no podía dejar de maravillarse ante el uso de las maneras más inadecuadas de manejar un balón oval posibles: lo botan, lo pasan en todas direcciones golpeándolo con el puño cerrado y juegan en campos del tamaño de la provincia de Badajoz. Hasta el propio árbitro tiene que practicar para hacer saques neutrales botando la pelota en sentido de su eje longitudinal. Y qué decir de los saques de lateral a cargo del colegiado, efectuados en cuclillas y de espaldas al campo. Por último, el sistema de anotación es bizantino, diferenciándose entre goals y behinds, dependiendo de por dónde pase la pelotita entre los cuatro palos –sin larguero- que hay en la meta.

Una de las frecuentes peleas en la AFL australiana.

Sin embargo, y por atractivos que resultaran la originalidad del juego y los uniformes white trash que lucen los equipos australes, la televisión lo emitía para aprovechar otro de los atributos del juego: la inexistencia de expulsiones. Con la sana desconfianza del Sistema que sólo un descendiente de convictos puede tener, los australianos decidieron que la justicia deportiva no puede ejercerse en caliente, de modo que los desmanes en el campo sólo serían castigados después de los partidos por un Comité. De este modo, los jugadores que se sentían agraviados por algún rival, sólo se tenían a sí mismos y a sus compañeros para deshacer el entuerto. Y lo cierto es que se aplicaban a ello con entusiasmo digno de mejor causa, dando lugar a lo que técnicamente se llama ensaladas de hos… Perdón, acalorados intercambios de opiniones, que naturalmente constituían el grueso de los clips emitidos por la tele.

En los 30 años discurridos desde entonces, el código australiano ha erradicado, o casi, las peleas y es un deporte extremadamente dinámico cuya sola visión agota. Además de las extraordinarias habilidades de manejo de pelota que hay que adquirir, los 18 jugadores de cada equipo parecen decatletas inagotables, cuya capacidad de trabajo avergonzaría al mismísimo Neil Back. Por ello, es fácil de explicar la falta de expansión de la AFL y la escasez de tránsitos entre el Rugby Union y su primo oceánico.

Alexander Boswell Timms, a finales del XIX, Israel Folau y Karmichael Hunt han sido los únicos casos de jugadores de rugby que hicieron el paso hasta nuestra versión desde el ‘fútbol australiano’

Los cambios han sido pocos y prácticamente unidireccionales –de la AFL al XV-; el más exitoso fue el del gran Alexander Boswell Timms que, habiendo jugado en su Australia natal para el Geelong Football Club, fue internacional con Escocia y participó en la gira de los Lions en 1896. Ligeramente menos conocido, Israel Folau jugó en el equipo de la AFL Great Western Sidney Giants antes de convertirse en el actual zaguero de Australia. En el otro sentido, el canuck Mike Pyke jugó en los Sydney Swans que ganaron la AFL en 2012, acompañando a Karmichael Hunt como únicos jugadores destacados de rugby que lograron adaptarse al balompié austral.

Al otro lado del mundo, en el subcontinente norteamericano, la evolución empezó en los años posteriores a la Guerra de Secesión en las universidades de la Costa Este, en especial en las de la Ivy League. El que se considera primer partido de fútbol inter universitario se celebró en el estado de Nueva Jersey entre Rutgers y Princeton en 1869. A partir de ese momento, y tal como sucedió en la Madre Patria entre 1823 y 1845, cada cual jugaba como Dios le daba a entender. Casi todas optaron por versiones del Asociación, menos Harvard, que para dejar claro quién mandaba optó por hacer un cover de las reglas de Rugby. Como ningún otro equipo estadounidense quería jugar con los Carmesíes, las estrenaron contra la Universidad canadiense McGill en 1874 y la bola empezó a rodar, irregularmente claro.

La especie americana parece deber tanto a la selección natural como a la mano del hombre, de la misma manera que la también darwiniana paloma buchona. Existe un consenso general sobre la importancia de Walter Camp, paradójicamente alumno de Yale, en el desarrollo inicial del american football. Mr. Camp era un yankee de pura cepa cuya familia llegó a Connecticut, es de suponer que como trampero, y su visión del deporte parece fuertemente influenciada por la idiosincrasia propia de su origen. De ese modo, el oval en su modalidad norteamericana (no se olviden del Football Canádien, mucho más cortés) es un deporte más directo, más agresivo y menos paciente, más especializado y, en ciertos aspectos, menos sutil que su progenitor británico.

Los Rutgers, practicando su novedosa ‘Flying wedge’, una jugada distintiva en los inicios del fútbol americano.

De este modo, Walter Camp fue instrumental en la introducción del pase hacia adelante, la línea de scrimmage, la especialización de los jugadores entre linemen y backs, el alambicado sistema de puntuación (touchdown, conversion, field goal y safety), los downs y la autorización del bloqueo a los defensores por los compañeros del portador del balón -anatema en las demás modalidades al violar las reglas del off-side-.

El producto de esta selección guiada, al igual que en las palomas buchonas, no fue completamente funcional. Desgraciadamente, la proverbial exuberancia de la joven nación les hizo adoptar formaciones masivas, como la cuña voladora o el bloqueo múltiple, que provocaban un elevado número de lesiones graves y muertes. En 1905, 19 universitarios murieron, lo que resultó demasiado hasta para el propio presidente Teddy Roosevelt -fan del juego y a cuyo hijo, Jr., le habían partido la nariz en Yale- . No es seguro que Teddy amenazara con prohibir el juego, pero sí que promovió activamente su reforma. Desde ese momento se prohibieron las formaciones masivas y se generalizaron las protecciones características del deporte (aunque no fueron obligatorias hasta 1939), disminuyendo el número de muertos en el campo, sin conseguir nunca eliminarlos.

Gavin Hastings, con los Scottish Claymores.

Al ser uno de los pasatiempos nacionales del Imperio, ha sido mucho más fácil ver fútbol americano que su primo australiano. También desde los años 80, con la aparición de las televisiones por cable y por satélite, se han podido ver primero los highlights de la NFL, y luego partidos enteros, incluyendo los Supercuencos. Se conocen los espectaculares números de los jugadores relativos a tamaño, fuerza y velocidad; se han visto visto placajes asesinos, carreras fulgurantes y Hail Marys kilométricos, se ha comprobado su compleja y explosiva naturaleza (dato curioso: el CI medio de offensive tackles, offensive guards y centers es el más alto de la NFL). Dada la diferencia de énfasis entre capacidad aeróbica y explosividad, sin contar el dinero disponible en cada liga, no resulta extraño que los jugadores de uno y otro deporte se hayan mantenido en sus zonas de confort.

De los tres escasos profesionales de la NFL que han dado el salto al XV o al VII, sólo Nate Ebner ha tenido cierta importancia, habiendo sido campeón dos veces en los equipos especiales de los New England Patriots, antes de jugar con los Eagles VII en Río. El camino de Wade tampoco ha sido muy transitado: ningún internacional absoluto del Tier 1 ha conseguido entrar en alguna plantilla de la NFL. Casi todos quedaron cortados en los equipos de entrenamiento, situación en la que se encuentra hoy Alex Gray –internacional de sevens por Inglaterra – en los Atlanta Falcons. Para terminar con la lista de “deserciones” y el artículo, debe mencionarse con sumo pesar la temporada en que Gavin Hastings se disfrazó de kicker para los Scottish Claymores.