Estamos en junio, tiempo de solsticio. Calor, sol, días más largos. En el hemisferio sur, mientras tanto, exactamente lo opuesto. “Sí, hombre, ya lo aprendimos en el colegio, ¿a qué viene esto ahora?”. Está bien, tienen razón. Es que en otros sitios, un poco más remotos, estas fechas se viven de una forma más extrema.

Anchorage, con casi 400.000 habitantes, es la ciudad más grande del estado norteamericano de Alaska. Está ubicada a unos 600 kilómetros al sur del Círculo Polar Ártico (un poco más al norte que Oslo, Estocolmo, Helsinki y San Petersburgo), lo que significa que durante esta época tienen noches de apenas cuatro o cinco horas. En ocasiones, el reloj da las 12 campanadas de la medianoche y el sol aún brilla. Para celebrarlo, cada año organizan un torneo de rugby a siete: el Midnight Sun 7s Rugby Festival.

Un partido en el Alaska Rugby Mountain Grounds (Foto: www.alaskarugby.org).

El evento lleva ya 23 ediciones, aunque este año debieron suspenderlo por la pandemia. Se juega en el Alaska Mountain Rugby Grounds, un campo de ensueño enclavado entre las montañas, rodeado de bosque y con un césped tan verde que parece sacado de una pintura impresionista, merodeado a veces por alces y osos en un verdadero encuentro entre el rugby y la naturaleza.

Allí, chicos y chicas se dan cita para vivir un fin de semana a lo grande de rugby, comida y fiesta. La federación local aprovecha para mostrar el deporte a un público no tan acostumbrado, a la vez que gente de otras partes del país y de Canadá, Australia y Nueva Zelanda se arma para vivir unas vacaciones ovaladas.

Este campo, el Alaska Mountain Rugby Grounds, tiene una historia especial. Primero fue un sueño, luego un boceto en una servilleta y, finalmente, una realidad. El autor intelectual es Justin Green, un hombre nacido y criado en Anchorage, pero educado en el Saint Lawrence College de Kent, Inglaterra. En sus años escolares era un crío revoltoso e incontrolable, hasta que se hizo cargo de la situación el director del colegio, Ian Gollop, quien fuera luego presidente vitalicio del Cardigan RFC del oeste galés.

Gracias a Mr. Gollop, el joven Justin conoció las bondades del deporte oval, especialmente todo lo que sucede fuera del campo, esas reglas no escritas. Ganó en disciplina y autocontrol y aprendió a encauzar su energía y empuje. Entendió también el valor del tercer tiempo y la enorme importancia del clubhouse en la vida de un equipo, como espacio donde la historia del club vive y se encuentra con el presente cada semana.

La fauna salvaje de Alaska merodea entre los palos (Foto: www.alaskarugby.org).

Por eso, cuando regresó a Alaska, vio el estado del rugby vernáculo, que constaba de dos equipos que apenas lograban juntar quince hombres y decidió intervenir. Nuestro viejo juego tiene mucho que ver con la idiosincrasia de Alaska: gente luchadora que pelea codo a codo contra las adversidades que les impone la dura naturaleza del lugar. Para Justin, sólo faltaba darlo a conocer.

En el Alaska Rugby Mountain Grounds, tras la zona de ensayo del lado sur hay un pequeño estanque de agua de montaña que, durante el Midnight Sun 7s, forma parte del ‘ingoal’: por cada ensayo con zambullida la organización dona 10 dólares a la Alaska Rugby Foundation

En una ronda de cervezas con amigos, diseñó un campo en una servilleta, con instalaciones para acoger a delegaciones y maravillosas vistas a la montaña. Sus compañeros primero se rieron, pero él mantuvo su objetivo con tanta firmeza que terminaron sumándose. Primero, Justin fundó una empresa de demolición junto a sus amigos de rugby. Todos trabajaban a la par demoliendo y removiendo tierra que pudiera servir de relleno para el futuro terreno.

Una vez elegida la locación, un lugar de película rodeado de montañas y con vistas a la ciudad de Anchorage, comenzaron lentamente a rellenar, con las herramientas que tenían a mano. Siete años tardó la compañía de demolición en poder comprar la maquinaria necesaria para un trabajo más rápido y eficaz en el nuevo campo. Cuando estuvo nivelado el terreno, comenzó la construcción del clubhouse, en un principio con materiales sobrantes de las demoliciones.

“No hay sustituto para el trabajo duro”, dice Justin en el vídeo de World Rugby en el que relata la construcción del campo. “Sólo hay que agachar la cabeza y trabajar. Es el único camino para llegar al éxito”. Cinco años tardaron él y sus amigos en levantar las instalaciones, trabajando duro en la amigable pero corta temporada estival y aprovechando los inviernos para juntar fondos.

Finalmente, en 2013, el Alaska Mountain Rugby Grounds estuvo listo. “El campo de los sueños”, como lo llamaron. Rápidamente se convirtió en el epicentro del rugby alaskano. Allí se juegan varios partidos por fin de semana de la liga local y se transformó en el cuartel general de la Alaska Rugby Union, donde la historia puebla las paredes con camisetas y cuadros. Gracias a la difusión que permitieron las nuevas instalaciones, en dos años eran cuatrocientos los niños que se habían acercado por primera vez al deporte oval.

La zona de marca del chapuzón, con la línea ondulada de pelota muerta (Foto: www.alaskarugby.org).

Esto no es lo único que tiene de especial este campo. Las líneas de pelota muerta, en lugar de ser rectas, ondulan siguiendo las irregularidades del terreno. Y, detrás de la zona de ensayo del lado sur, se encuentra un pequeño estanque de cristalina agua de montaña. Durante el Midnight Sun 7s, ese estanque forma parte del ingoal; por lo tanto, si un jugador se zambulle con la pelota será considerado un ensayo. Además, por cada uno de estos ensayos acuáticos, la organización dona diez dólares a la Alaska Rugby Foundation, entidad que se dedica a apoyar a deportistas en momentos difíciles.

Por la dureza del invierno, el rugby en Anchorage y sus alrededores se disputa de mayo a septiembre. Seis equipos masculinos y cuatro femeninos juegan rodeados de un paisaje que abruma por su belleza. Paisaje que espera pronto albergar el próximo anhelo de Justin Green: que los All Blacks jueguen un partido allí. Ya lleva un tiempo haciendo tratativas y seguramente lo logre, porque para los que sueñan en grande y trabajan duro, no hay imposibles.