-Señora, ha tenido usted un flanker.
-¿Cómo?, ¿por qué lo dice, no le entiendo…?
-Me ha agredido al sacarlo y ha puesto cara de yo no fui…

Ni con el hocico para trabajar en la primera línea ni con la velocidad para ser un tres cuartos. La fortaleza y desgracia del loose forward reside en su mente. Una especie de tierra media intelectual que le hace tener la firme convicción de que el oval le pertenece y cualquier rufianada fue, es y será justificable para recuperarlo.

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Cita de Master & Commander: «But, sir – with respect – she’s a vastly heavier ship. She’s out of our class…».

La historiografía naval llevada al cine está llena de citas amoldables al rugby. El triple nudo entre la literatura, la navegación y el rugby es en sí un regalo de dios. Volviendo a la cita, uno de los oficiales advertía al capitán Jack Aubrey, con la cautela de la jerarquía de abordo, acerca de la superioridad de desplazamiento del navío francés al que intentaban apresar. Y esa fue precisamente la mecha que encendió el hundiremos a ese francesito en la mente afilada de Russell Crowe. Sí quieren, convalidable con el: “No hay huevos de…»; «Sujétame el cubata”… y ya está encendida la noche tras el tercer tiempo. Evidentemente, nuestro hombre será un flanker. No un número ocho, que no pasa de ser una especie de atril de superioridad ética y moral entre los delanteros.

Me van a permitir la impertinencia y el mal gusto de citarme, pero creo que el Test del boer es el que define si has sido un flanker más o menos respetable. Cartesiano. De manual. De diván. Vamos allá: ¿Tienes problemas para recordar el número de sin bins (tarjetas amarillas), rojas y peleas varias mientras jugaste? La respuesta es binaria. Sí o no. En caso afirmativo, lo fuiste o aún eres. En caso negativo, no encajas o estás cerca del buenismo; o incluso peor y llevas dentro de ti a un apertura grande y flojo.

Los números 6 y 7 conforman una especie de hermandad mandaloriana y su beskar son los incidentes acreditados, pero curiosamente no se ven cuando dejan el rugby. No quedan,  aunque [sí] se reconocen cuando el azar los cruza en algún Tatooine de la vida. En el tercer tiempo, si es que van, les gusta deambular solos husmeando de aquí para allá como gatos curiosos. Saben que no terminan de ser [bien] aceptados y levantan recelo por el follón que armaron hace un par de horas. Son esa especie de hijo autista del entrenador. Si los XV fueran hermanos, el flanker sería el adoptado.

Michael Hooper intenta placar a Beauden Barrett (Foto: Getty).

Su fisonomía está bien arquetipada en torno al metro ochenta. Aunque la literatura recoge sujetos, en los casos de Hooper o Kwagga Smith, que con 1,77 son auténticos perros de presa y han hecho añicos los cánones. Suelen tener esa carita de yo no fui que encierra a un macarra incorregible y, tras placar al apertura – su presa favorita –, y evidentemente habiéndolo hecho de manera alta y con mala intención, con corbata o retardado, y esgrimiendo ese segundo de cortesía bajo el cual excusan su fechoría al árbitro, se dan media vuelta y aquí no pasó nada. Entonces le llama el referee, y nuestro amigo despliega su encanto bajo un teatro de: ¿Yo? Yo no fui, yo no estaba y cuando llegué, él ya estaba en el suelo”; o “No me di cuenta señor, no lo vi, me tropecé, no era mi intención, no lo haré más y…”.

Y es que un flanker puede posar en la escena del crimen con un revólver humeante y convencerte de que él no fue.

Testarudo y obstinado. Pico y pala. Un amigo decía que a algunos habría que sacarlos al campo con correa. Lo cierto es que su vida deportiva es más corta que la de otros jugadores. El flanker muere [deportivamente] cuando sus piernas dejan de responderle, pues es un psicópata que no conoce eso de reservarse. Cuando ocurre, le posee la impotencia de querer y no poder y es entonces cuando los conflictos se cronifican. Lo cual habla bien de su compromiso y entrega pero mal de su aceptación.

A nuestro amigo lo saca del equipo alguien más joven y suele ser con pelea de por medio en el entrenamiento. Después, desaparecerá para siempre y es posible que se dedique al ciclismo de montaña, al surf o a alguna peripecia atlética donde se ensucie y dé acomodo a la fisión nuclear de energía que aún irradia el núcleo de su alma. Una vez fuera del rugby serían magníficos empleados para trabajitos complicados… Y creo que algo de eso pasa por esas transilvanas georgianas, ya me entienden.

Al ‘flanker’ lo saca del equipo alguien más joven y suele ser con pelea de por medio en el entrenamiento: después desaparece para siempre y seguramente se dedicará a alguna peripecia atlética en la que se ensucie y dé acomodo a la energía que aún irradia el núcleo de su alma

¿Cómo son sus parejas? Como ya saben, nunca les he prometido corrección ni mucho menos complejos de género; que sí caballerosidad, vieja pero innegociable. Si el flanker es un jugador fabricado en molde físico y mental, sus chicas también lo son. Hay dos tipos pero siempre serán guapas. Por aquello de ante la duda la más… prima el modelo Jennifer con más apreturas que el casco de un submarino. Bien sujetadas y presumidas. No se llamarán María José o Carmen Ángeles, esperen nombres más… ¿cómo decirlo sin que Mario me llamé desde el teléfono rojo? Más fashion, vamos a dejarlo así. Con curvas, embotelladas en un vaquero que, si se rompe el botón, te salta un ojo, taconazo y mecha. El modelo con menos octanaje es posiblemente más guapa pero con menos cilindrada. De cualquier manera no pasan del metro sesenta y son muy Eva Longoria. Si las hicieras posar a todas, parecen una serie del Golf. Su coche debe correr, lo cual ya les hace imaginar posibles candidatos.

Phil Waugh y George Smith formaron una fantástica pareja en Australia.

Al igual que sus compañeros de juego, el flanker suele ser un tipo con formación académica, leído y viajado. Son representativos los titulados en empresariales o económicas y, curiosamente, gente de letras o profesiones raras. A nuestro hombre le gusta arreglarse y su aspecto puede parecer casual, pero está perfectamente estudiado. Sabe de moda pero evitará el tema. Son una cebolla de capas sorprendentes que muy poca gente conoce, pues su imagen es la de un sujeto que no terminó de ser romanizado. Se les ve venir desde pequeños,  problemáticos pero estudiosos, por aquello de compensar.

Se es flanker por axioma divino, por pegar antes de preguntar y no valorar las consecuencias de la entrega física, pero también por descarte. ¿Está fuerte?; ¿puede correr?; ¿no se le cae el oval?; ¿no conoce bien las reglas?; ¿es agresivo, inestable, le da igual pegarse con…? Si las preguntas uno, dos, cuatro y cinco son afirmativas, que juegue de eso entonces, de flanker. La siguiente derivada nos conduce a una preocupante combinación cuando el alcohol está de por medio. La noche, en el mejor de los casos, acabará [mal], con alguna pelea, pero ni la detención, la ambulancia, el descabezamiento de una papelera, acoso a tunos o el habitual altercado nacido de una broma pesada, con señora de por medio, deben ser descartados.

El modelo del hemisferio sur es profundamente cotizado en las tierras del norte y hasta las grandes casas británicas e irlandesas los adquieren. Ya sea nacionalizando mercenarios sudafricanos o buscándoles abuelos aventureros que se fueron a hacer las tierras australes o la guerra de los bóer. Las cepas sudafricanas destacan por ejemplares definidos entorno a Schalk Skalla Burger o Pieter-Steph Du Toit. Jugadores físicos, adictos al choque y sospechosos de cualquier incidente. La inagotable factoría afrikáner nutre a los Boks con terceras soberbios. La otra cepa white sudafricana, la british… solo genera tres cuartos, castigo de Dios y burla bíblica del bóer a los redcoats.

La cara b es Kolisi, el anti flanker, pues no se le conocen peleas y debió jugar con Inglaterra o Francia. Una decepción. Del mundo oceánico nos han llegado igualmente jugadores soberbios casos del citado Hooper, el malogrado Jerry Collins, David Pocock – originario de Rhodesia y una larga lista de nombres. Paradójicamente, el mito de la caverna del flanker, el modelo platónico, nos ha llegado de una nación menor en el rugby. Y es que en el namibio Jacques Burger tenemos el tratado de lo que un flanker debería ser en su máxima expresión.

Jacques Burger, el agresivo tercera ‘flanker’ namibio.

Noten, estimados lectores, que nada he dicho [aún] de los McCaw & cía. Y es que para mí no son flankers, que sí loose forwards. Transformers. Hablemos del número ocho. Si fuera un animal de presa, el flanker sería un leopardo o un puma y no un león, pues generalmente no tienen el porte del 8, que requiere más pegada en pos de su rapidez. El ocho, como trivialmente se le conoce, es el último de los delanteros y pieza fundamental en cualquier melé. Es el octavo pasajero del scrum. Un timón del que allende de sus talones, se abre un abismo de flojos, balones caídos y camisetas limpias.

Los ochos no están tan desquiciados como sus parientes flankers. Y mejor así, pues su autoridad moral es lo único que reconocen medianamente esos rufianes. Un mesías. Una especie de guía espiritual para amarrar demonios. Los mira y ellos [deberían] entenderle o razonar. He visto ochos en plan terapia hablando constantemente a sus matones en el césped para que no los expulsen…Suena todo un poco al épico final de Blade Runner: I´ve seen things you referees wouldn´t believe. Flankers calming down. I´ve watched Mr. McCaw not “offsiding” at all. All those moments will be lost like tears in rain. Time to believe».

Los ‘ochos’ no están tan desquiciados como sus parientes ‘flankers’. Y mejor así, pues su autoridad moral es lo único que reconocen medianamente esos rufianes. El ‘octavo’ es un mesías. Una especie de guía espiritual para amarrar demonios

El cierre o pinzote – en el argot náutico –  de melé es un tipo que suele superar el metro ochenta con facilidad. Se le supone fuerza, inteligencia, calma, y eso le lleva a portar el brazalete de capitán. Saben estar en el sitio apropiado en el momento justo y eso es un don. ¿Imaginan a un flanker con esa responsabilidad? Sin comentarios…Aunque sí existe la cara oculta de la luna y esta se encarna en la efigie de François Pienaar. Prototipo de jugador de rugby universitario ensamblado y pulido en las prestigiosas factorías del habla afrikaans, el 6 de los Springboks intermedió entre un tal Nelson Mandela, recién salido de la cárcel, y sus jugadores. Todos ellos atrapados en el angosto pasillo mental de la Sudáfrica del apartheid, con la ardua tarea de persuadirles para que cantaran el nuevo himno con estrofas que no eran en afrikaans. Todo con diálogo y sin amenazas. Y esto cierra la excepción que confirma la regla y volvemos a Alguien voló sobre el nido del cuco o El resplandor.

Nuestro amigo suele ser el encargado de dialogar con el árbitro y también de llevarse a sus flankers del lío para que no empeoren la situación que han provocado. Se excusará por el comportamiento de estos y prometerá a la autoridad que los va a reprender. Pero seamos positivos. La versión más productiva del 8 y sus dos terceras es un rugby ofensivo. Un blitzkrieg a campo abierto cual invasión de Ucrania, apoyando a los tres cuartos al redoble. Pero no todo es tan idílico.

Kieran Read, el octavo de los All Blacks, lidera la ‘haka’ (Foto: Phil Walter/Getty).

Por tronco evolutivo común, el number eight comparte con sus primos los flankers similitudes como el gusto por el mismo tipo de doncella, se viste de manera similar y generalmente no son feos, como sí que lo son los primeras líneas. Disculpen mi paternalismo, soy de colegio de curas. Eso sí, cual tótem, es uno de los faros del tercer tiempo y agrupa mucha gente en torno a su catedra y dialéctica, mientras le da una palmadita a su flanker cuando este pasa a su lado, en plan: “Ay, ¿qué hago contigo, cabeza loca…?”. Los terceras son posiblemente los jugadores más odiados o amados. No hay término medio con este linaje.

Con el tiempo, me he percatado que el 8 nace, raramente se hace. Le ves llegar a entrenar por primera vez y dices: ese es. Su aura. Su caminar. Entonces habla, con pausa y autoridad: es el 8 y es irrelevante que sea un imberbe o no. Es John Wayne entrando en una taberna. Al flanker también le reconoces fuera del campo… No se requieren mayores explicaciones.

Cuando el 8 se retira, al igual que el 6 y el 7, desaparece de la faz de la tierra. La diferencia estriba en que si al flanker lo saca del equipo la juventud emergente y por consiguiente las reyertas, el 8 decide retirarse y queda como un dios. Cuando le vuelvas a ver, llevará unas gafas azules o rojas de gerente de IKEA sobre una sonrisa de buzón. El ocaso le vuelve pausado y si no, observen el dulce crepúsculo deportivo del enorme Daniel Johannes «Duane» Vermeulen, alias Shrek, por lo del verde, bicampeón del mundo a sus 34 años con los Springboks. Corre lo justo. Calmado. Dialogante. Sobrado. En contraposición, el fin del flanker es la cuesta abajo sin freno – del Demonio de Tasmania – donde puede pasar cualquier cosa. Un bebé con una pistola. Un felino bipolar. Un blitz sin control.

Una vez se alejan del rugby, los ochos desarrollan una vena empresarial. Visten camisa de raya diplomática de Polo y pantalón chino. Empezarán a llevar agenda, a leer… y despierta en ellos un abanico de inquietudes intelectuales. El flanker ya leía (algo bueno habría que decir)

Cierro con mi recuerdo para la tercera línea de Bardinos R.C. de Tenerife donde el rugby era lo de menos…