
Muchos acontecimientos importantes ocurrieron en torno al rugby en 1995. Fue el año en el que dejó de ser un deporte amateur para dar el gran paso al profesionalismo y en que se disputó un mundial en Sudáfrica. Pero, sobre todo, 1995 fue el año en el que, en el nombre del rugby, cambió el rumbo de la historia de algunos países.
Mítico es aquel momento en que Nelson Mandela, ataviado con el polo de los Springboks, felicita orgulloso a François Pienaar tras haber ganado la Copa del Mundo. Lo que se consiguió entonces fue algo realmente asombroso y ejemplarizante: convertir al rugby en el vehículo de unión de un país que llevaba años de conflicto, una noticia que recorrió todos los medios informativos de entonces y que hasta llevó al espléndido Clint Eastwood años después a regalarnos bajo una grandísima dirección aquella Invictus que tanto nos emocionó.
Pero no ha de irse tan lejos, querido lector, para encontrar un suceso mucho menos conocido, pero que usted ha escuchado desde entonces cada vez que el XV del Trébol juega en los campos de rugby. Nos estamos refiriendo, como cualquiera ya intuirá, al Ireland´s Call, el himno del rugby irlandés. Comencemos por el principio, no hay forma mejor.
Aquella isla cuya capital es llamada Án Dubh Linn, Charco Negro (ya desde entonces tenían claro lo de la Guinness) fue ocupada por tribus celtas, vikingas, normandas y, sobre todo en la historia más reciente, ingleses, dotándola de esa identidad por la que hoy la conocemos. En el siglo III a.C., la isla celta estaba dividida en cinco provincias: Ulster, Connacht, Munster, Leinster y Menath. En el trono de Tara en Menath (el Valle de los Reyes) residía el rey supremo que gobernaba Irlanda, y allí eran proclamados los reyes de las otras cuatro provincias. Puede imaginar que, desde entonces, los conflictos eran permanentes. De hecho la quinta provincia fue absorbida por Leinster, quedando el mapa como se conoce hoy en día.
Después llegó San Patricio con su arte para evangelizar a los celtas y construir monasterios y cruces de piedra que mezclaban ambas religiones y que se encuentran por todo lo ancho y largo de la orografía irlandesa. Y tras él los vikingos, con esas ganas permanentes de no dejar monje con cabeza, cuya dominación duró hasta aquel viernes santo de 1014 en el que fueron derrotados. Por ellos conservan algunos irlandeses las pecas y los cabellos pelirrojos, ya que se unieron -los que sobrevivieron- a las tribus celtas.
El dominio inglés vino de la mano del conocido como el mayor traidor de Irlanda, Dermot MacMurrough, quien tras perder su reino y no su vida (de desagradecidos está el mundo lleno), pidió ayuda al rey Enrique II para recuperar la corona de Leinster. Dos años después, en 1171, desembarcó el rey con un ejército considerable debajo de un brazo y, bajo el otro, una bula papal que le autorizaba a invadir Irlanda bajo la premisa de meter en cintura a los misioneros cristianos rebeldes herederos de San Patricio. Tanto gusto le cogieron los ingleses a la isla que decidieron quedarse en ella 800 años. Hasta tuvieron un rey de origen inglés, Enrique VIII, que se autoproclamó rey de Irlanda y cambió a Inglaterra de religión por sus ansias de divorciarse. Y desde entonces coexisten en Irlanda los diferentes puntos de vista en cuanto a la religión y a la identidad, y un enfrentamiento entre ambos que ha dejado a lo largo de la historia una incalculable cifra de muertos.
Siempre hubo una respuesta de los irlandeses para recuperar su identidad, en toda la isla a excepción del norte, la provincia del Ulster, donde una mayoría comulgaba con el protestantismo y la postura unionista. Algunos como Wolfe Tone intentaron conseguir la independencia irlandesa por medio de la rebelión armada; y otros como O’Connell, a través de los discursos. Las posturas se radicalizaron, enfrentando a los unionistas que querían seguir perteneciendo al imperio británico con los independentistas que luchaban por liberar a Irlanda. Y a punto estuvieron de conseguir la autonomía en 1914. Pero la Primera Guerra Mundial se lo llevó todo por delante.
El año 1916 marcó un antes y un después para Irlanda. Aquel lunes de abril, de celebración religiosa, los republicanos irlandeses ocuparon la oficina de correos de Dublín y desde allí proclamaron la República de Irlanda. Aunque el levantamiento armado fue aplastado en apenas una semana, la respuesta británica produjo un cambio en la forma de pensar irlandesa: la ejecución de catorce de los líderes del alzamiento y la detención de todo aquel relacionado con el mismo, evidenciaron que el Imperio Británico trataba a Irlanda como si se tratara de una colonia inglesa.
Ese mismo año, el jovencísimo Kevin Barry acudió con apenas 13 años a un homenaje en memoria de los Mártires de Manchester, ahorcados en Inglaterra en 1867 por el asesinato de un oficial. Los tres hombres pertenecían a la Hermandad Republicana Irlandesa y se les conocía como Fenianns. Kevin quedó impactado por lo que vivió aquel día y quiso de inmediato unirse al Fianna Iireann. En ese momento, su familia se lo impidió. Pero un año más tarde se unió al ejército republicano irlandés, entrenándose en lugares como el edificio de oficinas del Sinn Féin (que ganaría las elecciones por una abultada mayoría en 1918), que hoy lleva su nombre.
También entrenaba al mismo tiempo en el equipo de rugby de su escuela, el Belvedere College, en el que se hizo con un puesto de titular. Jugó una Rugby Junior Cup e incluso ocupó un lugar en el equipo senior. Con 18 años comenzó sus estudios de medicina a la par que intervenía en emboscadas contra el ejército inglés, con la misión de apropiarse de municiones y explosivos ingleses. El 20 de septiembre, Barry acudió a misa y después participó en una encerrona contra un camión del ejército británico, con la intención de apoderarse de su munición. Hubo un tiroteo, pero a Kevin se le encasquilló el arma un par de veces y se escondió debajo del camión. Los demás huyeron dejándole atrás y, aunque consiguió escapar finalmente, fue detenido horas después cerca de Church Street, donde se conserva una placa conmemorativa que cuenta lo sucedido en aquel lugar.
Fue arrestado, torturado para que revelara los nombres de sus compañeros, cosa que no hizo, y condenado a muerte por el asesinato de tres oficiales británicos. Su ejecución, el 1 de noviembre de 1920, conmocionó a la opinión pública irlandesa. Y sus palabras al dirigirse al tribunal –«Como soldado de la República Irlandesa, me niego a reconocer la corte» – le convirtieron en un mártir irlandés. En el retrato que mostramos en este articulo aparece ataviado con la camiseta de rugby de su equipo, con la palabra ejecutado escrita a mano en la parte inferior. La noticia dio la vuelta al mundo. En 1962, Hank Locklin escribió una canción contando su historia, que versionaría hasta el mismísimo Leonard Cohen nueve años más tarde.
La ejecución de Kevin Barry, un joven republicano que jugaba al rugby en el Belvedere College y participaba en emboscadas contra los soldados británicos, desató la cadena de violencia que culminó en el conocido ‘domingo sangriento’ en Croke Park, el templo del deporte gaélico
Veinte días después de la ejecución de Kevin Barry, el primer ministro irlandés ordenó el asesinato de todos los miembros de la Patrulla del Cairo, servicio secreto británico infiltrado en Irlanda. El hecho ocurrió un domingo: once de ellos fueron asesinados, además de sus dos auxiliares, algunos en presencia de sus familias. La respuesta del ejército británico fue contundente. Uno de los soldados que participaron en ella desveló que se echó un moneda al aire para decidir cuál sería el objetivo: el Croke Park, en el que se disputaba ese día un partido de futbol gaélico al que acudieron unas 14.000 personas; o Sackville Street (rebautizada como O´connell tras la independencia de Irlanda), calle comercial por excelencia en Dublín. La moneda eligió el estadio. Allí, los Black and Tans abrieron fuego contra el público y los jugadores. Aquel domingo sangriento, el primero de ellos, murieron allí 14 personas y 70 fueron heridas. Desde entonces Croke Park quedó cerrado a todo tipo de disciplinas deportivas de origen británico por orden de la GAA (Asociación Atlética Gaélica).

Irwin y Carr, a la izda. con Irlanda; a la dcha. Rainey, Carr e Irwin, 30 años después del atentado.
Lo acaecido en Dublín generó una espiral de violencia tal que desencadenó una guerra civil que se llevó por delante la vida de cientos de personas. Principalmente fue en el área de Belfast donde se recrudecieron los combates. Todo acabó en 1921 con la firma del tratado Anglo-Irlandés, que declaró a Irlanda como un estado independiente a excepción de seis condados del Ulster. La pérdida de ellos, unida a que se la considerara súbdita de Inglaterra, provocó una ruptura tanto física como social en la isla esmeralda. Los enfrentamientos entre católicos y protestantes y las desigualdades entre ambos generaron un ambiente hostil. Entonces una facción del IRA llamada IRA Provisional pasó a ser un grupo paramilitar, que causó 3.500 muertes a lo largo de 35 años tanto en Gran Bretaña como en Irlanda del Norte, y la oposición de ciudadanos y partidos de ambos bandos del conflicto.
El 25 de abril de 1987, el tres cuartos centro norirlandés David Irwin recogía en su viejo Ford Orion a dos compañeros, el flanker Nigel Carr y el zaguero Philip Rainey, para acudir a Dublín, a una concentración previa a la primera Copa del Mundo de rugby, que se disputaría un mes más tarde en Australia y Nueva Zelanda. Los tres habían jugado juntos desde sus tiempos universitarios e Irwin les contaba durante el viaje a sus ya más que amigos sus peripecias como forense. A la llegada a la frontera con la República de Irlanda, en el momento de pasar a un Ford Cortina que estaba detenido en el arcén, se cruzaron con otro coche. En él viajaba el juez Gibson, acompañado por su esposa Cecily, que se había detenido un instante antes para despedirse de su escolta, que les acompañaba hasta el puesto fronterizo de Dromad.
En el preciso momento en que los jugadores irlandeses y el coche del matrimonio Gibson se cruzaban en la carretera, el Cortina explotó y la onda expansiva hizo que el coche del juez volara hasta quedar frente al vehículo en el que viajaban los tres internacionales del Trébol. El matrimonio falleció en el acto. Irwin apenas sufrió un pequeño corte en la nariz y el pelo chamuscado. Rainey quedó inconsciente. Pero Carr, el hombre del momento, una de las piezas de la mítica pareja Carr-Matthews, que había asegurado la conquista de la Triple Corona y el título del V Naciones dos años antes, sufrió heridas en su pierna derecha que le obligaron a abandonar el rugby.
Apenas un mes más tarde, en el mundial de rugby, en los inicios de los partidos de Eire no se escuchó ni el himno irlandés, ni por supuesto el inglés. Ambos fueron sustituidos en cuatro encuentros por la típica canción irlandesa The Rose of Tralee. El tema elegido no gustó porque, aun siendo una canción tradicional en el país, era desconocida para un gran número de jugadores, pero significó el inicio de la búsqueda de un himno que representara a todos y cada uno de los irlandeses que acudieran a luchar por el oval en los campos de rugby, hombro con hombro, cada vez que fueran reclamados ante la llamada de Irlanda. Todos y cada uno de ellos desde las cuatro provincias. ¿El soniquete le va siendo familiar? Prosigamos.
En 1995, tras el primer alto el fuego declarado por parte del IRA Provisional, la Federación Irlandesa de Rugby decide dar un paso al frente y poner su grano de arena para intentar solventar este conflicto en la medida de sus posibilidades. Y encarga al compositor Phil Coulter una canción, un himno que represente a todos los nacidos en la isla verde. Las referencias que posee Coulter le hacen ser el compositor idóneo para plasmar ese sentimiento hecho canción que es Ireland’s Call. Nacido en el seno de una familia católica, con un padre policía y una madre de Belfast y procedente de Derry, no podían encontrar a una persona que entendiese mejor el panorama político de las calles en Irlanda del Norte. A Derry, ciudad hoy más que conocida por sus famosos murales y por la mítica Bloody Sunday que compusieron los U2 contando lo sucedido en 1972, le cantó su The town I loved so well, considerada una canción que tanto unionistas como irlandeses podrían cantar al unísono. Aquel domingo sangriento fue el segundo en la historia de Irlanda, tras el fatídico día en Croke Park ya referido.
A lo largo de sus años de carrera en la música, Coulter fue productor de The Dubliners y, junto con Bill Martin, compositor de aquel My boy que popularizó Elvis Presley, además de escribir canciones para Eurovisión. Muppet on a String, interpretada por Sandie Shaw, ganó el festival en 1967. Y un año después, Coulter obtuvo el segundo puesto con aquel archiconocido Congratulations con el que Cliff Richard representó a Reino Unido, el año que Massiel arrasó con su La la la. Incluso fue galardonado con un OBE, que rechazó amablemente al no estar de acuerdo con la política de Margaret Thatcher, primera ministra de Reino Unido entonces.
Todos son motivos que subrayan la idoneidad de haberle hecho semejante encargo a Phil Coulter. Aun así desde la IRFU le advirtieron: “Tienes que estar preparado, va a haber oposición a esto. A la gente no le gusta que le digan lo que ha de cantar. No puedes convencerles de un plumazo ya que ellos son muy felices cantando su Moly Malone”. Efectivamente, pasó bastante tiempo antes de que el Ireland´s Call fuese aceptada.
La búsqueda de un himno de consenso arrancó después de que en la primera Copa del Mundo en 1987 se interpretase ‘The Rose of Tralee’, canción tradicional irlandesa. ‘Ireland’s Call’ se estrenó contra los All Blacks en 1995, pero en aquella primera ocasión pasó bastante desapercibida
Cuenta en una entrevista que la prueba de fuego fue cuando debió interpretar el himno delante de seis miembros de la IRFU, antes de su estreno. Únicamente el representante de Cork no estuvo satisfecho con el resultado. E incluso durante un tiempo recibió cartas con mensajes cargados de odio por haberla compuesto. Pero confiesa con una abierta sonrisa que haberla escuchado con el Lansdowne Road hasta la bandera le llena de orgullo.
La primera vez que se escuchó el Ireland´s Call fue en el mundial de Rugby que se disputó en Sudáfrica en 1995. Concretamente en un partido contra los All Blacks. No destacó mucho, pero fue la semilla de algo mágico que sucede en los campos de rugby cuando miles de personas la cantan a voz en grito.
En el 6 Naciones de 2007, con las obras de reforma de lo que es hoy el Aviva Stadium, la IRFU solicitó jugar en Croke Park. La petición generó una gran polémica dado que, como contamos más arriba, cualquier juego de origen británico estaba prohibido desde aquel fatídico Bloody Sunday de 1920. Hasta una votación hubo de hacerse para cambiar los estatutos de la GAA. Finalmente aceptaron y se fijó el estadio mítico, el templo de los juegos gaélicos, como el lugar elegido para que Irlanda lanzara un mensaje al mundo.
Aquel partido contra el XV de la Rosa ya es inolvidable. En el vestuario de Irlanda Eddie O´Sullivan advertía a sus hombres: “Hoy no juegan ustedes, juega un país. Tres generaciones de irlandeses. Contra Francia se puede perder. Ante Inglaterra y en Dublín nunca. Salgan y vuelvan como vencedores o no vuelvan. La historia les espera”. Lo que no esperaban ellos es que Irlanda se convirtiese en protagonista, dejando a los jugadores como meros testigos presenciales de lo que allí sucedió sin haberse puesto aún el balón en juego. Sin hacer ninguna renuncia, sin firmar ningún acuerdo, sin entregar ningún arma, Irlanda entera habló con su silencio cuando sonó la versión corta de God Save the Queen. El respeto en forma de aplausos vino detrás. La canción del soldado y, por supuesto, Ireland´s Call.
En el partido de 2007 contra Inglaterra en Croke Park, escenario de la matanza de 1920, el rugby volvió a demostrar su capacidad para elevarse sobre los conflictos políticos, el odio y la violencia
Cantaban 80.000 personas y cantaba Irlanda entera. La emoción se reflejaba en los rostros de los jugadores ante el barrido de las cámaras. Las caras de emoción, las lágrimas del pilar John Hayes, la mirada al cielo de Stringer entre las torres humanas que eran O’Callaghan y O’Connell, son escenas de las que no hace falta hablar. Ni siquiera del momento en el que O’Driscoll, BOD para los creyentes del rugby, traga saliva para cantar el estribillo: aquel día 80.000 personas hicieron retumbar los cimientos de Croke Park.
Ese día se impuso Irlanda. Su delantera y la tres cuartos negaron todas las opciones a un rival que en ese momento todavía ostentaba el título de campeón del mundo. Ronan O’Gara se encargó del resto. Ni siquiera un Wilco aún en el mejor momento de su carrera pudo ponerles freno. Ese día ganó Irlanda en el terreno de juego (43-13), y también con el pasillo que les hizo a los ingleses al concluir el encuentro y con el mensaje que transmitieron. Y ese mismo año el unionista Ian Paisley y el líder del Sinn Féin Martin McGuinness sellaban el proceso de paz en el Ulster con el juramento de sus cargos. ¿Casualidad? Nos gusta imaginar que, en el momento en que los primeros ministros de ambos países se estrechaban las manos, sonaba de fondo Ireland’s Call.
En el nombre del rugby, de los pueblos y de su unión. Amén.