Alguien dijo que los neozelandeses, que forman una nación joven, la forjan como tal en Gallipoli, hace justamente cien años. Puede ser. La severa derrota, el desastre que diseña un Lord del Almirantazgo llamado a mejor destino les da conciencia de lo que son: pocos y duros, voluntarios que han llegado desde el otro lado del mundo para ayudar a la Metrópoli. Dibujan entonces un cliché que queda indeleble en la memoria de sus aliados, que confirma el carácter que la prensa británica y francesa había atribuido a los «Originales», aquel grupo de jugadores que maravilló con su rugby total a los europeos adeptos al raro balón y que titularon a sus visitantes como hoy los conocemos, All B(l)acks. De ese carácter hablaba el que fuera primer ministro Bill English al glosar al ya desaparecido Sir Colin Meads: «representaba exactamente lo que significa ser neozelandés. Era sensato, leal, trabajador, afable y muy generoso con su tiempo». No soy partidario de los estereotipos, mucho menos los del carácter nacional, tramoya que oculta cierta pereza para discernir. Sin embargo concedo hoy que esas virtudes adornaban al gran All Black. Y algunas más, propias de un estilo de juego que fundamenta el de sus extraordinarios sucesores, pero que acaso ya no se pueda practicar. Virtudes públicas y privadas que componen en su conjunto eso que hace que quien las posee sea digno de emulación, como lo fue el segunda línea de King Country que vistió la zamarra negra en más de cien ocasiones, 55 de ellas caps.

No sé si caben las comparaciones, pero en este caso han de hacerse. Y ya que por estas latitudes solamente las lecturas y las viejas grabaciones, a veces con realización tan defectuosa, nos han permitido conocer al personaje en su faceta deportiva, hemos de recurrir a la memoria, que nos lleva a su coetáneo irlandés Willie-John McBride. Eso nos debería bastar pues, siendo bien distinta su formación humana y deportiva (granjero el neozelandés, empleado de banca el irlandés), su complexión y juego era semejante. Ocasiones tuvieron para enfrentarse, además, para ventura de los que gustamos del juego feroz y oscuro de los agrupamientos a la antigua usanza. Lances subterráneos que se subliman, luego, en el gesto que cumple Pinetree cuando le entrega una caja de cervezas a Willie-John, su par, y a Dawes, el capitán, en el vestuario visitante tras victoria de los Lions triunfantes de 1971.

Si encarna las virtudes prístinas del neozelandés medio, como dice el primer ministro, no me toca dilucidarlo, pero sé que representaba las del rugbista que a mí me enseñaron, las que se graban a fuego en el ánimo del que pisa el espacio entre palos y palos y a las que debíamos adhesión incondicional. Incluso cerca del límite, cuando era necesario llegar a la frontera en una época sin TMO ni cámaras en dispositivos móviles. Tropelías -tomen el término como hipérbole- que no eran más que la justicia media consentida que dirimía desafueros entre rivales y que permanecía, para siempre, en el campo del honor. Como confesaría sin rubor el escocés que porta la marca indeleble de los tacos de Meads y que motivó en 1967 su expulsión de Murrayfield.

Las postales navideñas de felicitación entre ambos no dejan lugar a dudas acerca de la vigencia de un código más allá del de la entonces IRFB, hoy World Rugby. Código severo que, en su reverso, podía llevar al sacrificio físico como a la fecha ya no se conoce. Meads, sin alharacas, como el hombre cabal que era, podía dar testimonio de aquel test-match con los Springboks que terminó sin protesta alguna a pesar del antebrazo fracturado que no diagnosticó el médico local adscrito al partido. Dicen que su rápida recuperación se debió a un ungüento para reses que le proporcionó amigo propietario de granja colindante a la suya, pero convengamos en que si se ausentó solamente nueve semanas del terreno de juego debió de ser, más bien, por su amor al juego y probada voluntad de dar de sí mismo.

No quiero abundar en los detalles de su carrera, porque Sir Colin estaba ya más allá de la anécdota de uno u otro partido, de esta o aquella gira o de su labor como entrenador y miembro de la NZRU durante tanto tiempo. Había entrado, en vida, en la categoría que inauguraron los Originales, a la que tan pocos son llamados.