Una ajustada mirada al rugby francés del momento es desoladora. Deprimente para los que tenemos referencia vital de lo que fue. Incrédula para aquellos cuyas noticias son indirectas, para los que simplemente han leído o les ha sido narrado un rugby ya desaparecido. Hay, sin embargo un tercer grupo, en declive frente a la aplastante evidencia, que aún se empeña en usar categorías desmentidas cada fin de semana por la gris realidad del rugby hexagonal. Entendidos hay en la materia. En el primer número impreso de H tienen el mejor diagnóstico de la patología, a cargo de Javier Señarís. Un hoy que no se compadece con el ayer. Un ayer que nació en el País Vasco francés: a la bayonesa.

En 1913 el Aviron Bayonnais gana su primer título de Francia, 38 a 10, en el parisino estadio de Colombes, frente al Sporting Club Universitaire de France, el club fundado por Charles Brennus, quien nombra a la fecha al Bouclier que gana el campeón francés. Así que solamente 7 años después de que los remeros del club adoptaran la disciplina oval por ocurrencia feliz de Gabriel Chantillon y con la concurrencia del escocés Freddy Russell (que llegaba desde el Glasgow Academicals) ya se plantaban en alguna final. Mas fue un galés, Harry Owen Roe, de Penarth, el culpable del rugby que añoramos.

Nuestras fuentes, como es usual, no coinciden. Los cándidos aseguran que el galés se trasladó a la Aquitania por motivos profesionales, quizás para aprender francés, mientras que la escuela fourouxiana, a la que nos adherimos, mantiene que los remeros le hicieron una oferta que no cabía rechazar. Parece que los hermanos Forgues, jugadores de Bayona y directivos de negocios relacionados con la importación de carbón galés fueron los que se fijaron en el jugador de Penarth, en 1910. Carbón galés, turbas landesas y forjas industriales en las que el hierro vizcaíno era integrante de la ecuación, sin traducción oval, penosamente para nuestros intereses.

Lo cierto es que Roe debía permanecer una temporada en Bayona pero, como tantas veces, se quedó para siempre. Llevó consigo un manual del que era autor el capitán de País de Gales Gwyn Nichols: “The modern rugby game and how to play it”. Este era compendio de la experiencia de Nichols y mis noticias refieren que fue publicado en 1916, sin aparente oposición por los renuentes guardianes de la fe amateur de la época, que lo dejaron hacer sin sanción. Si fuera así no tendría la relevancia que diremos, y acaso la de 1916 sea una edición posterior a la inicial, que otros sitúan en la temprana fecha de 1898, algo que sorprende para un joven de 23 años (nació en 1875) e incongruente con la fama adquirida en 1905, pues capitaneó a los Dragones que vencieron a los All Blacks cuya gira de ese año glosó Lloyd Jones en “The book of Fame”, recientemente editado en español por Gallo Nero. Nos importa el libro de Nichols, empero, para reseñar la influencia que tuvo en el de los hermanos Forgues, que en 1913, el primer año triunfal del Aviron Bayonnais, publican “La manière Bayonnaise en Foot-Ball Rugby”.

El libro, editado en Burdeos, bebe de la obra de Nichols y recoje los consejos de Roe. Será la biblia del rugby del sur de Francia (tolosanos incluidos, aunque renieguen con la boca pequeña). Roe había dicho que al rugby se jugaba con 15 tres cuartos, y a ello se aplicaron los bayoneses. Introducía novedades como ejercicios de pase veloz de tres en tres a lo largo del campo de juego. Incidía en la velocidad de ejecución del pase, frente al contrapié que estilaban los parisinos o el choque que buscaban los bordeleses. Haciendo suyo un rugby total avant la lettre obligaba a todos los jugadores a practicar cada habilidad de tres cuartos (pase, cruz, salto) y a estos a entrar en los agrupamientos e insistía en ese concepto que recién descubren algunos: un jugador no es lo que su número delata, sino que debe ser en cada momento lo que revela su posición en el terreno de juego. Evidente por si mismo para el observador avisado.

La obrita es de 1913. Un año después, la mitad de los integrantes de aquel equipo bayonés, y lo mismo sus rivales parisinos, están muertos. La Gran Guerra. Sin embargo, en términos rugbísticos estrictamente conceptuales, porque el capital humano es irremplazable, la contienda no ralentiza la evolución del rugby francés. La semillas que plantaron Roe (que sirve en el Cuerpo Expedicionario británico en Flandes) y los Forgues están siendo convenientemente abonadas en Joinville, la institución militar francesa para los deportistas destacados, donde se concentran de vez en cuando todos los internacionales rugbistas movilizados, bajo la batuta deportiva de René Crabos.

Los partidos interaliados que se organizan en retaguardia contribuyen, como prueba práctica, a forjar la adhesión al credo bayonés que en el bataillon de Joinville se predicaba. Los afortunados supervivientes de la guerra habían de llevar su sistema a todos los rincones del Hexágono. Además, en 1931 las ideas de Nichols, Roe y los Forgues se ha asentado de tal manera que pasan a los rigurosos manuales de educación física, sección rugby, de la IV República. Ya nadie se podía abstraer.

Créanme si les digo que esos principios sostuvieron e hicieron crecer al rugby francés ante sus vecinos del otro lado del Canal. Que fueron los que predicaron a alemanes, españoles, italianos y rumanos durante el período de entreguerras, cuando amenazaba la expulsión que se materializó en 1931 y sepan que, adaptada, es la misma que a algunos nos enseñó, en su día, Max Godemet.

La expulsión del año 1931 merece consideración propia. Llegará. Igual que la crisis de la Francia actual, que se remonta ya a la década pasada y tiene mucho que ver con lo que la cultura popular atribuye a la máxima maquiavélica. Yo, por contra, me alineo con Suárez, Soto o Vitoria. A la victoria no se llega de cualquier forma, porque ganar es una consecuencia. E igual que las violencias de los clubes pirenaicos de los años 30 o los dineros que se embolsaban supuestos empleados municipales hicieron a las Home Unions proscribir a Francia ese 1931, las cuentas de resultados, las campañas de mercadotecnia y el abandono de la materia prima local en TOP14 hacen hoy del XV del Gallo el triste fantasma que es.