Lo de Australia, que fue la victoria del norte frente al sur en tal país y contra tal selección, es el hito contemporáneo en el que Inglaterra se mira y con el que se compara cada vez que se vuelve sobre sí misma para interrogarse sobre legados y porvenires. Esta leyenda reciente, una nostalgia sobrevenida porque de aquello no se han cumplido aún dos décadas, se revisita con insistencia. Aquel 22 de noviembre de 2003, la Rosa levantó la copa Webb Ellis en Sídney. Hasta la fecha, es el único Mundial que ha escapado del territorio del Trópico de Capricornio.

Jonny Wilkinson (que estás en los cielos) es el icono de aquella gloria. De su pierna izquierda, extremidad complementaria a la diestra de David Beckham, brota el orgullo de la hinchada inglesa. Los fundadores de la especialidad eran los campeones: recuperaban así un trono que nunca habían tenido pero que debían de suponer propio. Aquel drop lejano (con la derecha, por cierto), con la grada teñida de amarillo wallaby, pasó los palos, culminó la obra cumbre de Clive Woodward y añadió un triunfo más a la maratón de invencibilidad en la que andaban inmersos. Londres festejó el 8 de diciembre en Trafalgar Square. La reina recibió a los flamantes vencedores.

Antes del Mundial, Inglaterra había conquistado su tercer Seis Naciones desde 2000, el primero con Grand Slam. El sábado 15 de febrero, el quince inglés inauguraba su participación frente a Francia. Cayó aquella victoria y otras cuatro posteriores. A la misma hora que Le crunch dirimía el liderazgo entre los dos gigantes continentales, miles de personas marchaban por el centro de la capital británica clamando contra la guerra de Irak y el apoyo de su Gobierno a la iniciativa bélica estadounidense. Millones en todo el mundo protagonizaban la primera manifestación global de la historia.

A la misma hora que Twickenham dirimía la jerarquía del rugby europeo en ‘Le crunch’, miles de personas marchaban por el centro de Londres contra la guerra de Irak y la política del gobierno de Tony Blair

Aquella tarde colisionaron el ardor guerrero que revivía las glorias en los desiertos árabes y las llamadas a defender la democracia y la libertad con el grito unánime que achacaba el interés de los beligerantes al petróleo y demandaba paz. Falklands en 1982 con Thatcher, Golfo en 1991 con Major e Iraq en 2003 con Blair. De la tercera vía de la nueva socialdemocracia a querer emular las glorias de antaño.

Los días felices del rugby inglés se solaparon con los tiempos revueltos de la guerra que (nos dijeron que) inevitablemente había de ocurrir, aunque un acontecimiento y el otro hayan mantenido sus respectivas parcelas en la historia y parezcan tan lejanos como sus protagonistas: del gozo al repudio en la primavera, y de nuevo al gozo con el Mundial del otoño. Miles en las marchas contra la guerra en febrero y marzo; miles con la bandera de la cruz de San Jorge en diciembre.

Wilkinson, con su distinción como OBE tras el Mundial ganado por Inglaterra.

Si Blair es el producto más refinado de la impregnación liberal en los viejos partidos socialistas, Wilkinson era el jugador más sofisticado que había dado la profesionalización del rugby, el apertura multiusos que dirigía, golpeaba y placaba, la estrella que llevaría este juego por todo el mundo. ¿Quién podía resistirse al influjo de un joven guapo, de un tipo decente que escapaba del cuché y otras formas brit de montar escándalo y que además era uno de los mejores hombres del planeta con un oval?

Su impacto en la final le coronó como el mejor rugbier del mundo del momento, un hito lógico dada la trascendencia del partido jugado. Sin embargo, la magnitud de la exhibición ofrecida lo transportó hacia una dimensión cuasi atemporal: anotado el drop, Wilkinson era el más importante jugador desde que la disciplina tenía un valor mercantil que se compraba y vendía, el primer icono global de la era de internet. Al golden boy inglés le conocían quienes nada sabían de rugby: la propagación de su gesta lo elevaría algo por encima de Jonah Lomu, un poco menos famoso y algunos años pretérito, y afortunadamente muy por encima de Sébastien Chabal, de quien el gran público quedó prendado viendo por YouTube aquella secuencia de placajes con les bleus contra Nueva Zelanda.

El ‘drop’ en la final de 2003 trasladó a los 24 años a Wilko a una dimensión cuasi atemporal: lo convirtió en el primer icono global del rugby en la era de internet, con más impacto incluso que Lomu y, afortunadamente, muy por encima del que tuvo Sébastien Chabal

Tal vez entonces, con el mito canonizado santo súbito del rugby a sus apenas 24 años, comenzó la decadencia del hombre, la que anticipó su débil estado físico. Wilkinson siguió siendo importante, de los destacados en cada partido que jugó, pero fue apareciendo menos y encadenando ausencias demasiado largas. A su carrera la faltó continuidad, aunque tuvo tiempo para cargarse a Francia en París en las semifinales del Mundial de 2007 e irse, más de una década después del milagro austral, con la Copa de Europa de clubes vistiendo la camiseta del galáctico Toulon.

Le castigó el cuerpo con tanta fuerza como rebosó talento: su última tarde fue memorable, impropia de quien había alcanzado la élite finalizando el siglo anterior y acumulaba un sinfín de días en la enfermería. Incluso su versión limitada, la del Mundial posterior al suyo, con el diez guardado en el banco hasta las rondas finales, logró dejar a la selección inglesa, humillada 0-36 por Sudáfrica en la fase de grupos, a las puertas del título.

Fue la era Wilkinson una etapa de aperturas brillantes, anotadores como nunca antes, ejes de un juego más rápido pero apenas improvisado. Contemporáneos suyos fueron el irlandés Ronan O’Gara, los franceses Freddie Michalak, Dimitri Yachvili o Lionel Beauxis, el galés Stephen Jones o el totémico all black Dan Carter, cuya explosión definitiva acontecería poco después de la venida de Wilko. Fueron aquellos años posteriores al mágico 2003 un periodo de larga sequía en el doméstico Seis Naciones: hasta 2011, aún con el de Surrey en el plantel, Inglaterra no recuperaría el título. En el Mundial de otoño dejaría el equipo nacional. Desde entonces le buscan clon.

En Twickenham, el 1 de marzo de 1997, cuando el aún adolescente Wilkinson asomaba entre una élite que terminaría haciendo suya, Cristophe Lamaison obró una remontada memorable que culminó con vuelta de honor. Del 20-6 mediada la segunda mitad se pasó al 20-23 con que le coq conquistó el torneo. El apertura francés, el artífice de la resurrección, firmó ensayo, drop, golpes de castigo y conversiones. Jonny replicaría el full house contra Nueva Zelanda en noviembre de 2002. Ahí empezó una racha que culminaría con el doblete de aquel efervescente 2003 para el antiguo imperio.