Puede que a alguien le pueda parecer una idea peregrina esto de reunir diez entrevistas – transcritas casi en modo oral – a diez jugadores catalanes, y pretender con ello realizar un retrato de conjunto de estos más de cien años de oval en Cataluña. Puede. Para gustos, colores. Pero el empeño de Laureano Clavero y Aitor Compañón es de mérito, se mire por donde se mire. La elección siempre es subjetiva, y salvo un par o tres de imprescindibles (Antonio Polo, José A. Sancha y Albert Malo), el resto – sin entrar a discutir el mérito de todos ellos, que lo tienen, y destacable –, podrían ser estos u algunos otros. Que nadie se sienta agraviado, esto demuestra que la historia del rugby en Cataluña es generosa en perfiles e historias. La voluntad de los autores no pretendió nunca sentar cátedra académica – para eso ya existe la Enciclopèdia de l’Esport Català–, sino perfilar unos semblantes que nos contaran, casi a pie de barra y con una pinta en la mano, su peripecia vital ligada al balón oval.

Pero empecemos por el principio. La leyenda cuenta que Baldiri Aleu – nuestro Webb Ellis patrio – introdujo el rugby a España en 1921. No vamos a desmentir ese hecho, pero sí a darle dos vueltas, aun a riesgo de que la Unió Esportiva Santboiana se nos enfade, ahora con su centenario a bombo y platillo en ciernes.  La realidad es que cuando salimos de España y hablamos de rugby catalán, el único que ha trascendido internacionalmente ha sido el rugby catalán de Francia, el del Rosellón y comarcas adyacentes que, con la USAP como estandarte de decenas de clubes locales  – Ceret, Argelers, Cotlliure, Prada, etc. –, en el más puro espíritu del rugby des villages, ha caracterizado este Pays Catalan con un nutrido plantel de héroes para mayor gloria del rugby galo: desde los míticos Gilbert Brutus y Aimé Giral hasta Nicolas Mas o Guilhem Guirado, pasando por Jean François Imbernon o Jo Maso. Y su fama – dejando aparte el rugby a XIII, que por esos pagos tiene también gran predicamento – no es precisamente de rugby sofisticado y de alta escuela sino que, durante décadas, le rugby catalan, en Francia, ha sido sinónimo de dureza rayando la violencia y de identidad furibunda: fier d’être catalan.

Hace falta entender el significado de las expresiones típicamente rosellonesas, como Ollada!, Fer petar el mall, Rosegar les mastagueres, o el simpático himno oficioso de la USAP Els hi fotrem, para entender un rugby basado en una manera de ser irreductible y bronca, más conectada con una genuinidad catalana propia de los Almogávares que no de la imagen tópica y taimada que tienen los catalanes en tierras españolas. El rugby, por tanto, llegó a Cataluña en 1891 de la mano de Albert Lincou, fundador de la Union Athlétique du Collège de Perpignan (UAPC), el cual lo había aprendido en su época de liceísta en París. No salta la frontera estatal hasta mayo de 1911 cuando, a instancias del cónsul francés, se organiza en el campo del RCD Español de la calle Muntaner de Barcelona un partido entre sportsmen de este club de futbol y una selección francesa de residentes en la ciudad llamada Patrie, que ganaron estos últimos por 0 a 7. Más adelante, en 1919, en este mismo campo del Español se enfrentaron el Stade Toulousain y la ASP (Association Sportive Perpignanaise). Dos años más tarde llegó Aleu a Sant Boi procedente de Toulouse con el oval bajo el brazo, y el resto es ya historia conocida.

La voluntad de los autores no pretendió nunca sentar cátedra académica, sino perfilar unos semblantes que nos contaran, casi a pie de barra y con una pinta en la mano, su peripecia vital ligada al balón oval

El rugby pasó a formar parte de la identidad de los catalanes norteños desde el minuto cero, en un trasunto – y reconozco que se trata de una afirmación arriesgada – de lo que en el sur ha llegado a significar el fenómeno Barça. Para los interesados en estas investigaciones etnológicas, les recomiendo vivamente el libro La USAP de Perpinyà, la força del rugbi català (1998), del matemático y semiólogo Robert Marty. Es una delicia, comparable a El deporte rey de Desmond Morris, en miniatura. Las hagiografías históricas rugbísticas de este, por otra parte, olvidado rincón del jacobino hexágono, abundan ya desde sus inicios, con Le rugby catalan (1924), de Albert Bausil y Jean Vidal, un librito mítico consultable en la Mediateca Ludovic Massé de Ceret, donde custodian un fondo documental de rugby impresionante y que bien merece una visita; o el enciclopédico Cent ans de rugby catalan (1986), de Noël Alteze; hasta el recientísimo Petites et grandes histories du rugby catalan (2020) de Christian Roques y Jean Ferrieu.

Laureano Clavero y Aitor Compañón, autores de ‘Ginesta’.

Clavero y Compañón, con la maravillosa pretensión de dos inconscientes, propia solo de ruggers, ambicionan realizar un futuro documental que reúna por primera vez estas historias del rugby catalán del norte y del sur, del cual este libro es una especie de aperitivo. Diez historias del rugby catalán de la parte sur de la frontera, quizás sin tanta grandeza ni glamour (a excepción de Albert Malo, jugador con un currículum equiparable a cualquiera de los grandes), pero con un común denominador que los iguala a los hermanos del norte: una tozuda voluntad de ser y existir, de amor fiero por el rugby, en un contexto social e histórico más adverso, en que cada generación debe pelear por la mera supervivencia de nuestro deporte, pero salpimentado con una joie de vivre encomiable. Todos y cada uno de los entrevistados, a pesar de la precariedad con la que en algún momento tuvieron que lidiar, contagian al lector con la misma sensación de que se lo pasaron bomba jugando al rugby.

David Compañón.

Abre Ginesta un breve prólogo de Jordi Robirosa, nuestro Bill McLaren particular, popular en Cataluña por sus vívidas retransmisiones de básquet y de rugby en TV3, con un sello particular comparable al del añorado Ramón Trecet en España. Pródigo en escribir sus vivencias como periodista, en su libro Apostoflant! (2017) dedica un emocionante capítulo al rugby que bien merece una lectura. La naturaleza periodística del libro impedía tratar el período dorado del rugby catalán por excelencia, el anterior a la Guerra Civil, al no encontrarse ya ningún testimonio con vida (el mismo Antonio Polo falleció pocos meses después de conceder la entrevista a los autores). Es cierto que el rugby llegó tarde, pero arrancó con mucha fuerza, siendo capaz de inaugurar el estadio Olímpico de Montjuïc en 1929 con un España – Italia, y creciendo en practicantes y clubes durante la primera mitad de la década de los años 30, convocando numerosísimo público a los estadios (Montjuïc y el viejo campo de Les Corts). La guerra cortó de cuajo esa meteórica progresión, y ya nunca más fue lo mismo. La reanudación tardó, y no es hasta a partir de los 50 cuando en Barcelona (Sant Boi está a solo a 15 kilómetros de la capital, con el río Llobregat como frontera natural) reaparece la actividad de los clubes con cierta prestancia: CD Universitario, CN Barcelona, FC Barcelona, BUC, Sant Boi y Picadero como ejemplos más brillantes.

El rugby llegó tarde, pero arrancó con mucha fuerza: inauguró Montjuïc en 1929 con un España – Italia, y creció en practicantes y clubes durante la primera mitad de los años 30. La guerra cortó de cuajo esa meteórica progresión, y ya nunca más fue lo mismo

Sergi Serrano Estape.

Y ahí es donde encontramos las historias de los que ahora constituyen la clase senatorial de los veteranos catalanes: el ya fallecido Polo, Paterson-Smith -que cuenta con una sucinta e impagable biografía: El inmigrante inglés. Más de medio siglo en Catalunya (2014), en la que todavía sigue empeñado en no acordarse de que trabajó largos años para el MI6 británico: no en vano la reina Isabel II le condecoró en 2002 como Miembro de la Orden del Imperio por sus servicios-; Prenafeta, Compañón y Sancha de Prada: un auténtico ideólogo del juego y faro de generaciones (entre los que se cuenta el que suscribe estas líneas) desde su cátedra del INEFC, donde se dedicó no solo a predicar la buena nueva del rugby con un fervor que ya quisieran para sí los misioneros del Nuevo Mundo, sino también a reflexionar sobre su esencia – ahí está su relevante aportación de que el valor que distingue más al jugador no es ni el compañerismo, ni la disciplina, ni la pasión, sino la transgresión: el jugador de rugby es transgresor por naturaleza –; y sobre todo, y esto es lo que ha dotado de irreprochable legitimidad a su figura, a actuar y poner en práctica sus creencias, impulsando de forma pionera el rugby femenino, creando la primera asignatura de rugby en el currículo del INEF, haciendo de entrenador de los equipos universitarios, presidiendo la FCR o formando parte de la junta directiva de la FER, siempre a pie de campo, en el despacho o en el aula. La figura de Sancha se engrandece y se aquilata a medida que transcurren los años.

Polo, Patterson-Smith, Prenafeta, Compañón, Polo, Sancha de Prada, Bet Boloix, Malo, Homs y Lechuga trazan con el relato de sus vivencias una narración que va de lo individual a lo universal: ‘Ginesta’ merece ser leído, debatido, contado y discutido en todos los terceros tiempos donde se ame el rugby

Albert Malo.

La segunda hornada de veteranos la forman gente que ahora está entre los 50 y 60 años, con Serrano de engarce entre las dos: Boloix, Malo, Homs y Lechuga. Jugadores que tuvieron su cenit en los 80 y 90. Se trata de la generación que vivió el cambio, los que se formaron todavía en el old style, y en su madurez asistieron a los inicios de lo que ahora es el pan nuestro de cada día: primas, fichajes, sueldos, Super Rugby, Pro14 y demás inventos que ha tenido a mal traernos la avida dollars a nuestro deporte. Nada de lo que podamos escribir aquí añadirá nada de valor a la inmensa trayectoria deportiva de Albert Malo, pero quien esto escribe, que ha jugado con él en la selección catalana y contra él en algún partido de club, y que se precia de ser su amigo, solo añadiría que Albert, con su humildad natural y su enorme fiereza dentro del campo, es un jugador que hubiera podido formar parte de cualquier XV del Tier 1 en su época de esplendor. Escrito queda.

Bet Boloix, por su parte, es otra de las grandes. Su narración es la vivencia desde dentro sobre cómo se inició el rugby femenino en España, y ejemplifica de forma paradigmática una de las vías de acceso más comunes a nuestro deporte: deportistas que han practicado varias disciplinas sin encontrar encaje en ninguna y hallan en el rugby su Valhalla soñado. La transgresión es adictiva, que contaba Sancha… Ginesta. Històries del rugbi català (Dstoria Edicions, 2020), merece ser leído, debatido, contado y discutido en todos los terceros tiempos, tanto en Cataluña como en cualquier club donde, por encima de todo, se ame al rugby como lo que es: pura vida.

Dedicado a Alfonso Salvador (1944-2020).