Si es usted, querido lector, una de esas personas que les ha pedido en la carta a los Reyes Magos un oval para alguno de sus cachorros, convendría que les contara -cuando con nervios abran el paquete (ánimo a sus Majestades cuando lo tenga que envolver)- de dónde viene y por qué tiene esa forma tan peculiar este objeto que nos hace vibrar cuando sobrepasa la línea de ensayo. Y como a pequeños va dirigido este artículo, ha de ser escrito como si de un cuento se tratase… Así que vamos allá.

En el medio oeste de Inglaterra, situada sobre el río Avon, existe una vetusta ciudad llamada Rugby. A lo largo del tiempo ha sido tanto el hogar de autores con valientes plumas como Lewis Carroll o Shalman Rushdie, como el de los primeros hombres que practicaron un deporte con un balón con forma de sandía y cuyo interior albergaba una vejiga de cerdo. Ya por siempre será conocida esta pequeña ciudad por estos y otros motivos. Pero si este balón pudiera hablar, sin lugar a dudas, esta es la historia que contaría:

Érase una vez… un pequeño pueblecito de Inglaterra, en el que vivía un magnífico zapatero llamado Richard Lindon. Siendo aún un niño, perdió a su padre y por ese motivo su madre Mary Over y él se trasladaron a la casa de los abuelos maternos, en el número 20 de High Street. Fueron años felices para Richard. Dado que la suya era una familia numerosa, aquella casa estaba siempre llena de gente… y además contaba con el taller de carpintería del abuelo en la planta baja. Así que Richard podría haberse dedicado a continuar con la empresa familiar, pero su madre tenía otros planes para él.

Lawrence Street, a la derecha el Rugby School. El taller de Lindon, a la izquierda a la altura del toldo del fondo (Foto: richardlindon.co.uk).

Junto a la casa de los Over tenía su taller de zapatos William Gilbert, popular artesano de la ciudad en aquel entonces. A dicho taller acudían los niños del Rugby School (una de las escuelas más prestigiosas de la ciudad) para encargarle el calzado y balones para jugar. De modo que Richard conocía bien a los pequeños. Y tenía especial devoción por un joven llamado William, que se había convertido en un personaje muy popular entonces y del que se rumoreaba que había protagonizado un acto insólito al coger un balón con sus manos e inventar un deporte alternativo al fútbol, al que empezaban entonces a jugar muchos de los niños del colegio de Rugby. (Si en este punto algún cachorro le pregunta «¿y qué hay de las chicas?», le sugerimos desde aquí que le lea el artículo Las chicas son pioneras).

Lindon ingresó como aprendiz en el taller de un famoso artesano de Rugby, William Gilbert: allí aprendió el oficio de zapatero y, sobre todo, a fabricar aquellos primeros balones en forma de sandía

Su madre tuvo claro el futuro del chico, al ver cuánta clientela acudía al taller de Gilbert, y habló con él para que lo aceptase como aprendiz. Y allí aprendió Richard el oficio de fabricar zapatos pero, sobre todo, aquellos balones con forma de sandía como los que se ven en las fotos que ilustran este cuento. Tenían esa extraña forma debido a que en su interior portaban una vejiga de cerdo que era hinchada y recubierta de una funda de cuero que se cerraba con unos cordones. Dicha vejiga debía ser inflada nada más y nada menos que a soplidos. De esta parte del proceso de fabricación se encargaba el sobrino de Gilbert, James, que era muy conocido en el pueblo por su capacidad pulmonar, a tal punto que incluso cuenta la leyenda que el personaje del lobo de Los tres cerditos está inspirado en él.

Las vejigas eran infladas a través de una boquilla con forma de pipa alargada, hasta alcanzar la forma más o menos oval.

Y así aprendió Richard Lindon el oficio de fabricar y remendar zapatos… y sobre todo a confeccionar aquellos primeros balones. Tiempo después montaría por su cuenta un taller de zapatero, unos cuantos números más abajo de la misma High Street, cuando se casó con Rebecca, su encantadora mujer. Fue ella, una mujer muy muy inteligente, quien inventó una pipa de arcilla que le facilitaría muchísimo el trabajo, ya que era la encargada en el dúo empresarial de inflar las vejigas de cerdo. Eso, además de cuidar de los nada más y nada menos que 17 hijos que tenía el matrimonio; y por si fuera poco, también dirigía una agencia de empleo de servicio doméstico. Casi nada.

Lo que Rebecca no podía imaginar es que los cerdos podrían tener una infección en sus vejigas que se transmitía a los humanos, provocando una enfermedad pulmonar. Apenas diez años después de abrir el taller, la esposa de Richard Lindon falleció a causa de esa patología, de tanto soplar balones de rugby. A partir de entonces, nuestro triste zapatero se hizo cargo de negocio y familia -¡vaya tarea!-. Un día en el que uno de sus hijos estaba enfermo y tuvo que llevarle al médico, y mientras éste examinaba al pequeño, observó en la mesa de instrumental una jeringa que se utilizaba para los oídos. El cling resonó en la cabeza de Richard y se puso manos a la obra para inventar un sistema de inflado que hiciese innecesario que nadie nunca más pusiera su vida en peligro hinchando balones. Y así construyó lo que se  convirtió en la mejor alternativa al inflado de balones. Este que tenéis aquí abajo es el modelo original.

El inflador ideado por Richard Lindon tras la muerte de su mujer (Foto: richardlindon.co.uk).

Y ya que estaba metido en faena, encontró una alternativa más segura a la vejiga verde de los cerdos: un caucho de la India que provenía de la savia de ciertos árboles. Dicha goma permitía darle una forma más esférica, ya que era cortada en siete paneles unidos en los extremos por dos botones de cuero. Y así consiguió que dejaran de parecerse a una sandía y tomaran el aspecto por el cual los conocemos hoy en día. Con estos dos inventos se presentó nuestro zapatero en la Feria de inventos de Londres, donde obtuvo un gran reconocimiento y tanta fama que ya no paró de trabajar. Se trasladó justo enfrente del colegio y hasta se convirtió en proveedor oficial de las universidades de Oxford, Cambridge y Dublín.

Lindon, con sus balones de cuatro paneles ((Foto: richardlindon.co.uk).

Estos balones encantaron a los niños que que jugaban al fútbol, ya que tenían una forma esférica como las pelotas que conocemos hoy en día, pero no tanto a los que practicaban el rugby, debido a que era mucho más difícil sostener el balón con las manos en la carrera hacia el ensayo. Y fueron al taller de Richard un poco molestos, reclamando que les devolviera la forma original de aquel balón que cogió Webb Ellis. Poca broma con aquellos chavales que estudiaban en uno de los mejores colegios del momento en Inglaterra. Su director Thomas Arnold, orgulloso bisabuelo de un tal Aldous Huxley, revolucionó la forma de enseñar en aquella ciudad y en aquel país. Por lo que no nos extraña que fueran a hablar con Richard y muy educadamente le expusieran sus ideas.

Entre ellos quizá acudió Lewis Carroll, ese que posteriormente escribiría Alicia en el país de las maravillas como una de sus obras cumbre. Hasta el mismísimo director escribió una serie de libros llamados Tom School´s Days, inspirados en lo vivido en sus tiempos en Rugby. En uno de los capítulos de ese libro, el protagonista cuenta como un joven patea un balón de rugby y lo introduce por accidente dentro de una chimenea. Algo de verdad hay en este hecho ya que, 150 años más tarde, apareció una de las Punt-about BottonBall (diseño original de Richard) dentro de una chimenea en Rugby. Y gracias al hollín, y a un cariñoso deshollinador, se recuperó aquel primer balón que aún conservaba una vejiga de cerdo en su interior.

La mujer de Lindon, Rebecca, falleció afectada por una enfermedad transmitida a causa del hinchado de las vejigas de los animales: una desgracia que llevaría a su viudo a inventar la primera bomba de inflado, inspirada en una jeringuilla médica

Volvamos tras este inciso con el momento en el que Richard atiende a los jóvenes que van a solicitarle un nuevo diseño que se parezca a aquel primigenio. Después de pensar y pensar en ello, se le ocurrió dar una forma ovalada a la cámara interior cortando en cuatro paneles que se unían por un botón a cada lado. Y desde entonces se fabrican con esta forma tan peculiar los balones de rugby. Tal y como el que, quizás mañana y si os habéis portado bien, aparecerá bajo vuestros árboles de Navidad, recién llegado desde Oriente.

(Fotos: richardlindon.co.uk).

El cartel que lucía orgulloso en las puertas de su zapatería se conserva aún a día de hoy, aunque el negocio cesó. Actualmente es una barbería. Y en el museo de Rugby guardan con mucho cariño aquella enorme jeringa para inflar balones. Y por supuesto el balón que apareció en la chimenea.

Debido a que Richard nunca patentó sus inventos, y puesto que su hijo solo continuó con su negocio durante otros cincuenta años, no podemos ver balones Richard Lindon en las tiendas de deportes actualmente. No le quitéis mérito a la otra gran familia que sí siguió fabricando balones de rugby, los Gilbert. Fijaos. Fijaos bien en la marca del vuestro. Otro día os contaremos su historia. Pero no debemos olvidar por todo lo que os hemos contado a aquel zapatero de aspecto elegante y con cara de circunstancias al que le debemos tanto. Gracias, Richard Lindon.