
El hombre de Flores, Homo floresiensis, fue un homínido que convivió con nosotros en lo que hoy es Indonesia. Un fósil [casi] viviente que halló asilo antropológico en el rugby y es el actual medio de melé. La mitad de algo más uno. Si el 9 fuera un animalejo, sería un hurón con la cabeza metida en la madriguera de la melé para sacar el oval. Su alter ego es un Napoleón o un Erwin Rommel al frente de unidades blindadas. En un juego de mudos, por no usar más palabrotas, que el cupo de sin bin verbales lo voy agotando, es el más locuaz. Nuestro hombre es como Puerto Rico: una especie de estado asociado de la gran melé estadounidense, pues vive atrapado en el campo gravitacional de los delanteros.
Todos los nueves tienen algo de Harry, del Potter y del Houdini. Artistas del escapismo, ven pasillos donde solo hay una pared de camisetas. Serían unos asalta alcobas perfectos y [yo] no iría a robar un banco sin un buen medio de melé en la banda. El hábitat de esta criatura podría ser El pasaje de la mona o el mismísimo Drake Passage. Los tobillos del número ocho son los últimos peñascos del Cabo de Hornos donde, allende su sur, sin más se abre un océano de incertidumbres. Adentrarse en él es quedar a merced del viento y la mar, en forma de rufianes prestos a abordarte, y subsistir huérfano del abrigo de la melé. Un solitario brazo de mar hasta llegar a las manos temblorosas del apertura y sus mil excusas, para justificar su devoción por la ley gravitacional de que todo se le cae al verde por culpa de un tal Newton.
Todos los nueves tienen algo de Harry, de Potter y de Houdini. Artistas del escapismo, ven pasillos donde solo hay una pared de camisetas. Serían unos asalta alcobas perfectos y [yo] no iría a robar un banco sin un buen medio de melé en la banda
Todo lo que leen se puede atomizar en dos palabras: Gareth Edwards. Vestir patillas hobbit debería estar prohibido hasta tener un número mínimo de genialidades selladas en la cartilla de scrum half, por reverencia al mejor hombre que ha vestido el polo rojo del Dragón y estableció las pautas para jugar de número nueve. Grandes placadores, su cintura convierte a Shakira en Cristina Almeida.
El rugby está lleno de nueves Marvel y, por patria, ya saben que miro muy al sur: para mí, el malogrado Joost van der Westhuizen arquetipa al medio total y absoluto. Un tipo de pase quirúrgico. Siempre en el sitio y con la bendición de la ubicuidad. Joost fue uno de los tesoros que el rugby de África del Sur tenía escondido al mundo a causa de las sanciones internacionales por el Apartheid; razón por la que su generación apenas pudo jugar a nivel internacional una década antes del retiro deportivo. Algún día habrá que hablar del rugby tras el gran muro blanco…
La tercera pata del taburete es George Gregan. Un tipo que nació en Lusaka, Zambia, y cuyos valientes padres desafiaron la norma del no encamamiento con non whites en el África austral de fuerte influencia. Después, y por aquello del fin de Rhodesia y la llegada del horror de Zimbabwe, y como no hay granjero austral que no se valore overseas, primó el acre australiano, y de aquellos graneros este medio de melé soberbio.
En nuestro capítulo dedicado a la personalidad de los jugadores citábamos al pilier como uno de los reyes de la baraja del “hola, soy yo”; y, descartando al flanker, que no es personalidad sino trastorno pentapolar, su gran rival es la arrolladora naturaleza del medio de melé. Nuestro hombre sufre un binomio que conjuga dos trastornos. El llamado TDHA (Turbo Diésel Hiper-Alimentado) y el ya reconocido síndrome del hijo mediano. Una vez se despoja del segundo, pues con el primero subirá al cielo, florece un mariscal de campo presto a repartir orden y balones entallado en una camiseta talla S. Si para ser primera hay que estar simplemente gordo y, para ser tercera, mal del ático… para ser 9 hay que tener delirios de grandeza, que es la mejor manera de alcanzar por dentro lo que por fuera la genética frenó. Amén.
En el tercer tiempo forma una curiosa y hermética comunidad del anillo con un pilier, el talona y el lock. Suelen ser tipos afables y sonrientes. Diplomáticos y, o están calvos, o saldrán del vestuario como Brandon Walls de Sensación de vivir. Son los encargados de la arenga en el vestuario y su modesta humanidad física contrasta con la capacidad innata para hacerse rodear de oyentes.
Para ser 9 hay que tener delirios de grandeza, que es la mejor manera de alcanzar por dentro lo que por fuera la genética frenó
Cuando dejan el rugby, se apuntan a todo tipo de actividad off road que suponga barro, troncos de madera y empujar algún objeto. ¿Regresión por no haber sido un delantero? Lo cierto es que en lo físico no salen del deporte muy castigados, pues la prueba del algodón para saber si un pack es bueno o no, es vestir a su medio de blanco. A más sucio salga del campo, peor es la estanqueidad del juego de su delantera. Después, no deja de ser cierto que la literatura recoge casos de medios que convierten a la melé en 8 ½ delanteros, cuya primera derivada es que debe sacar el balón del ruck algún allegado que por allí se cruzó.
Sus señoras suelen ser ajustadas a ellos en todo ergo serían una portada de manual para Hola. Rara vez nuestro hombre está por encima del metro setenta, al menos no en los tratados del rugby clásico; cosa bien distinta son estos tiempos modernos de proteínas y camisetas de lycra. Al volante se sientan tras un todo terreno de proporciones bíblicas y, según pasan los años, van adquiriendo un tinte padrinesco que les torna en baliza de cualquier acto social al que acudan. El medio de melé es mediterráneo por naturaleza. Pícaro y dialogante, envenenará el oído del árbitro, tornando cualquier acto de pillaje rugbístico [de sus compañeros gordos] en un acto que jamás ocurrió. Y aquí está el gran divo del rugby en Agustín Pichot. Furúnculo latino que le ha salido a los catedráticos anglosajones de World Rugby y que no es italiano. Pero, ¿qué es un argentino sino un italiano que parla castellano, se viste de Façonnable y se cree anglo de country?
Señores y señoras, tiene el medio algo de El Barbero de Sevilla de Rossini, pues esa es la banda sonora de su trabajo kinésico. Esa pose chulesca con piernas de compás y balanceo, a la par de opereta y de clic de bisturí e instrucción, y el melón a la caja. Es Dmitri Hvorostovsky presto a cantar con sonrisa escorada a babor y una docena de señoras en el anfiteatro con las enaguas como la sala de máquinas del R.M.S TITANIC. ¡Y de repente… un gato impoluto proyectándose de su arenero para sacar el oval! Siempre presto, de tijera rápida y manos veloces; y que pase el siguiente, que le cortaré la coleta y con ella en la mano, a correr echaré presto hacia esa taberna que es la 22. Limpio y relamido como un armiño de invierno, grita y reparte balones; es el ¡Largo al factótum! un juglar del balón.
Listo para hacer de todo,
noche y día,
siempre en movimiento.
Una vida más cómoda,
una vida más noble, no se pueden tener.
Bajo mi mando
todo lo está.
Todos me buscan, todos me necesitan,
mujeres, muchachos, ancianos, doncellas:
¡Fígaro! ¡Fígaro! ¡Fígaro!
¡Válgame, qué furia!
¡Válgame, qué turba!
¡Fígaro! Estoy aquí
¡Hey, Fígaro! Estoy aquí
Fígaro aquí, Fígaro allá
Fígaro arriba, Fígaro abajo
Rápido, rapidísimo, soy como el relámpago:
soy el factótum del verde
Tiene el reparto de la vida de a pie tres actores que siempre escapan del accidente: el borracho, el niño pequeño y el medio de melé.
Mi primer recuerdo de 9 es para mi amigo Elías el cubano. Un galán de los viejos: ya podía armarse la mundial, que [él] salía del campo como Don Johnson y su órbita de señoras rubias. Aunque también ese Josito con aires de torero o señorito sevillano, paseándose entre su ganado; y cómo no, un tal Riaan van Schalkwyk: un tipo color teja al que le faltan los dos pulgares. Ex paracaidista del ejercito sudáfricano y que, por razones de la vida, tiene pasaporte de Israel y no quiere ni puede volver a casa… Un suricato sacando balones bajo una montaña de Blue Bulls.
Y así, poco a poco nos alejamos de la melé y nos adentramos en la periferia del rugby y el lamentable mundo de los tres cuartos, y sus primos más despreciables, donde prima el llanto, la manicura y los tonos pastel. Siguen en su derecho de lapidarme, creo estar haciendo méritos más que suficientes.