
Estos días de botijo y matamoscas que nos afligen son muy poco propicios para el noble deporte del oval. Ni para practicarlo, ni para verlo. Si ya sé lo de la final del Super Rugby y el Rugby Championship, pero es que en las antípodas es invierno como manda la tradición. Incluso voy a jugar un torneo de ese invento del diablo llamado rugby-playa, pensado para canijos y/o abstemios, en el que con la panza llena de cervezas y los pies llenos de ampollas, los rugbiers pretenden quitarse el mono de encima para “pasar un día con los amigos”. Sólo de pensar en ponerse un canónico polo de algodón de manga larga -de Cotton Traders o de Umbro, no me sean modernos- entra una fatiga, muy próxima al golpe de calor. Este es tiempo de lecturas y películas que para eso está el aire acondicionado de los cines.
Esos locales, en tiempos menos prósperos que estos, eran la única manera de sustraerse a las atenciones del sol mesetario, salvo que a uno le gustara que su madre le llevara de compras a El Corte Inglés. Así que en homenaje a aquellas sesiones dobles pasadas al fresco artificial de un cine de barrio cualquiera, y aprovechando la moda de lo que hoy es “universo cinemático” y antes era refrito, aprovecho para actualizar estas letras que escribí, rebooteando el cine oval con las novedades que he conocido desde que lo escribí por primera vez.
Llevo viendo rugby desde la época en que el mando a distancia eran mis piernas. Al llegar febrero, los sábados me sentaba con mi padre a ver -por el UHF, en blanco y negro, con Celso Vázquez al micrófono- los partidos del V Naciones. Juraría que mi primer recuerdo del oval es la conversión de Andy Irvine en el último minuto de la Calcutta del 74′ que fue «High enough, long enough and STRAIGHT enough» para acabar 16-14. Desde ese momento, me alegro o sufro -bastante más de esto otro- con las fortunas de Escocia, la Valiente.
Así que he visto muchos partidos, en muchos formatos y en muchos sitios. Helado de frío en la banda de Cantarranas; sentado con una pinta en Murrayfield, en el Central o en el Pepe Rojo; en el Temple Bar, la víspera de San Patricio; en un irlandés en Madrid rodeado de fanáticos franceses cantando la Marsellesa; en una cafetería forrada de terciopelo rojo con la única compañía de José Amedo y sus guardaespaldas… Viendo a los Caurrozas, a Nueva Zelanda o a los juveniles del Elche R.C… Por la tele, en VHS, en DVD o últimamente en streaming. Pero lo que no he podido hacer casi nunca es ver rugby en una sala oscura, sentado en una butaca, con un barril de palomitas y sonido surround.
Asumido que todos ustedes han visto ‘Invictus’, basta decir dos cosas: el libro de John Carlin es más entretenido y Liam Neesom habría dado mejor como Pienaar que Matt Damon
Quizá sea una bendición porque las pelis deportivas no son particularmente buenas (échenle un vistazo a esta lista y verán a lo que me refiero). Hay muchas razones para que así sea. La primera es que, aunque el deporte proporciona el elemento de conflicto que necesita toda narración, sabemos cuál va a ser el resultado y, peor aún, como se va a producir. En segundo lugar, dado que es difícil encontrar el número suficiente de atletas de élite que hayan estudiado arte dramático, la coreografía de la acción carece de credibilidad. Por último, la verdad es que un partido no da para mucho, así que la película depende de tener otras historias que contar (por eso las mejores siempre son las de boxeo).
Aún así, poseído por el demonio del completismo, sí el rugby es un elemento importante del film, su seguro servidor va, compra su entrada, se sienta y se la traga. Como la industria dominante se dedica a sus juegos nacionales, tampoco han sido tantas. Que yo recuerde se han estrenado dos cintas de rugby desde que tengo uso de razón: Up’n’Under e Invictus. Ninguna de las dos es gran cosa, ni desde el punto de vista del rugby ni desde el del cine.
Asumo que todos ustedes han visto la de Clint, así que sólo diré que el libro de Carlin es más emocionante y que Liam Neesom hubiera dado mejor de Pienaar que Matt Damon. La otra es una comedia inglesa sobre las víctimas del thatcherismo de las que se estrenaron al calor del éxito de Tocando el viento y, sobre todo, de Full Monty. Es más comedieta que comedia y narra las desventuras de siete perdedores que se apuntan a un torneo de ídem en el país del XIII. Las características más destacables de la misma son su título español, No hay pelotas (Patada a seguir debió considerarse demasiado esotérico) y el arma secreta del Wheatsheaf Arms para vencer: su preparador-jugador, cuya foto ilustra este párrafo.
Así las cosas, y habiendo visto otras joyas como la escena de rugger de Las Cuatro Plumas (2002), debía haberlo dejado estar. Desgraciadamente, Tim Berners-Lee inventó la W.W.W. y los fetichistas chiflados del mundo entero se pusieron a compartir información sobre sus perversiones. Por eso, encontré esto y esto otro.
Como puede verse la inmensa mayoría de los títulos son originarios de países en los que el oval tiene importancia; hay cintas británicas, australianas, sudafricanas, alguna francesa…, con una curiosa abundancia de películas sobre el league. La mayor parte de ellas son y serán inaccesibles a los espectadores españoles salvo que alguien se decida a hacer algo tan feo y tan contrario a la cultura como compartirlas en algún nido de piratas. Tampoco hace falta que se den mucha prisa: inmediatamente tras el hallazgo, para mi desgracia me puse a buscar y acabé viendo dos bodrios notables.
El primero fue Forever Strong, una castaña infumable que no se deja ni un solo tópico de las películas de redención-de-joven-rebelde-mediante-la-superación-deportiva. Es una producción estadounidense «basada en hechos reales» y, como todos ustedes ya saben o deberían saber si han estado medio atentos, nos cuenta como se sale del reformatorio por la vía de zurrarle la badana al equipo pijo de la ciudad, después de no haber querido confiar en tus compañeros de equipo, defraudar al entrenador/figura paterna que lo ha dado todo por ti y que la joven y rubia vecinita-de-enfrente se enamore del bueno porque es capaz de ver que, en el fondo, no es un perfecto gili*#`€s.
Es decir, una carretada de bullshit de primer orden. Si A3 llegase a comprar los derechos de emisión, la emitiría un domingo por la tarde en su ciclo de películas con títulos de dos palabras, la segunda terminada en -AL. Les sugiero Redención Oval, y se lo dejo completamente libre de derechos.
La segunda es This sporting life, protagonizada por Richard Harris -conocido amante del football como cuenta el Sr. Ornat en el enlace que les dejo- y francamente es un coñazo. Demasiado intensa, demasiado tenebrista, demasiado kitchen sink, demasiado Harris… No soy muy fan de la New Wave cinematográfica británica así que las dos horas de dramáticas vicisitudes de un jugador profesional de rugby league casi me matan de aburrimiento. Por cierto si la buscan en español y se encuentran con El ingenuo salvaje, no se han equivocado, es esa (¡la madre que me parió!).
Después de cuatro intentos, confieso que estaba al borde de arrojar la toalla ante la evidente incapacidad de la civilización occidental para producir una cinta decente sobre rugby. Sin embargo, como si habláramos de cocina peruana, la fusión entre Oriente y Occidente redime al séptimo arte. La caballería llega al rescate en el último momento aunque se trate de una carga banzai, seguida por una horda de aullantes ashvaka. El estofado de convenciones narrativas y visuales yankees, japonesas y bollywoodenses nos proporciona las dos maravillas que les dejo a continuación. Los títulos contienen un enlace que les llevará a los videos.
(SPOILER ALERT: Puede ser not safe for work).
La primera es la japonesa School Wars: Hero que deja a cualquier película de high school deportiva a la altura del betún. Si son entrenadores de juveniles o tienen mucha prisa, vayan directamente al minuto 30:00; aunque yo no me perdería el resto.
La segunda es un tour de force en todos los sentidos. Véanla, les juro por mis muertos que me lo agradecerán. El gran S.S Rajamouli dedica más de 40 minutos de la película a un épico enfrentamiento rugbístico, así que sólo les enseño la emocionante remontada de las Águilas. Estén atentos al olímpico desprecio por el Derecho de Marcas de los mafiosi hindúes, el extraño movimiento del marcador en el rugby de la India, el emotivo flash-back, el realismo de los ensayos, el malo, los momentos Segal, el linchamiento…. Sólo lamento decirles que, a pesar de las expectativas, no bailan.
Y sin entretenerles más les dejo con Sye. (Si no tienen tiempo para verla entera, vayan al minuto 8:20)
Como los tiempos avanzan que es una barbaridad, el cine occidental ha producido dos o tres de cintas apreciables, que se dejan ver, vamos, desde que escribí la primera versión de este artículo. Dos de ellas son europeas y de ficción, la tercera es un documental estadounidense. Se trata de Mercenaire, Handsome Devil y Murderball.
Murderball es un delirante documental norteamericano sobre la selección USA de rugby en silla de ruedas. La locura la ponen los jugadores de un deporte asombrosamente brutal, que precisa para su práctica de un valor suicida. Si quieren avergonzarse de su presunto valor físico, échenle un ojo a estos videos.
La francesa Mercénaire nos cuenta los efectos perversos de la llegada del dinero al rugby. Seguimos a un joven caledonio, víctima de la búsqueda desesperada de número tres que aqueja a nuestro deporte. Vemos al protagonista en su intento de adaptarse a la vida en la metrópoli, dependiendo de cada melé para comer, obligado a una vida sórdida, en busca del Top 14. El aspecto de documental de las imágenes da credibilidad a la actuación de un reparto joven y semi-profesional y sorprendentemente poco glamouroso. No me consta que haya sido estrenada en España (pero está disponible en Netflix).
Por último, he de reconocer que Handsome Devil es la que más me gusta. Me veo obligado a confesar que siento una intensa debilidad por las comedias románticas desde Historias de Filadelfia a Love actually. Quedan avisados. Además, la cinta está en la tradición de la gran Café Irlandés de Stephen Frears, lo que me hace apreciarla aún más.
Arroja una mirada amable y comprensiva sobre los vicios de una Irlanda paradójicamente idílica –no tanto como la de Innisfree – y, a la postre, moderna. Se trata de un una historia convencional, desarrollada de un modo inteligente: de amor y rebeldía adolescente en un colegio fanáticamente dedicado al rugby. Las escenas deportivas son convincentes -después de todo, no tienen que encarnar a Jonah Lomu-, los personajes son cercanos y la historia fluye con facilidad, sin sorpresas pero sin baches.
Ah, por cierto, en este caso, el apuesto apertura se queda con el chico. El rugby, como el cine, es para todos.