
En un tranquilo día de marzo de 1940, uno de los grandes héroes del deporte británico nos dejó. El Príncipe Alexander Obolensky vivió rápido y murió joven: como rugbier volador en el terreno de juego, por un lado, y como piloto en la Fuerza Aérea Real… en uno de cuyos cazas perdió la vida en acto de servicio a su país de adopción. Heredero de una noble familia rusa, llegó a Inglaterra como refugiado y se vio obligado a luchar para al final ser aceptado, y vivir la vida, de un englishman quintaesencial.
Pero, ¿cuál es realmente la historia de Alexander Obolensky? ¿Cómo fue posible que aquel estudiante estuviera jugando a los 19 años su primer partido con la camiseta de Inglaterra, en aquel famoso día de enero de 1936? Y que, además, anotase dos inolvidables ensayos en lo que iba a ser una victoria memorable de la Rosa ante los All Blacks? ¿Y cómo logro introducirse de tal manera en el imaginario colectivo? Hay que preguntarse qué clase de vida había llevado el Príncipe Obolensky antes y después de aquel día que nadie ha podido ya olvidar. Qué destinos lo aguardaban y dejó incumplidos al morir de forma trágica con sólo 24 años, cuando su Hawker Hurricane se estrelló…
Son cuestiones sencillas, pero que nunca han resultado fáciles de contestar. Después de que algunas comprobaciones iniciales revelasen apenas detalles sueltos acerca de su vida, en 2015 me decidí a investigar en serio la vida de Alexander Obolensky: una tarea que encajaba con mi condición de analista de rugby en el diario The i. Ese trabajo, con el tiempo, dio como resultado una biografía: The Flying Prince, publicada en noviembre de 2021.
La Revolución Rusa y la caída del Zar Nicolás II habían obligado a su familia a huir de la salvaje guerra civil en el país: habrían de confiar en los préstamos de un caballero de negocios inglés para financiar la educación del joven Alex
La historia que se ha contado de Obolensky en diarios, artículos para revistas y en las referencias que a él se dedicaban en otros libros siempre ha hablado de un playboy afecto a la celebridad y la vida social, acostumbrado a regar los platos de ostras con champagne… y esprintar hacia el éxito. Y sí, todo eso era cierto: Obo amaba las fiestas y la compañía de las damas, a tal punto que en el premonitorio verano de 1939 llegaría a compartir cena con la sobrina de Neville Chamberlain, lo que lo situaba en el entorno del número 10 de Downing Street justo en las vísperas de la guerra.
Durante mi trabajo para el libro me entrevisté con parientes vivos de Obolensky y visité los archivos de la Universidad de Oxford y de la RAF, del Brasenose College y de la base áerea de Martlesham Heath; así como los colegios a los que concurrió en las Midlands inglesas. Rastreé a parientes y conocidos de los que fueron sus compañeros de equipo, y también a algunos coetáneos suyos de los años 30.
A lo largo de su corta vida, Obolensky se vio a menudo obligado a responder preguntas incómodas acerca de sus orígenes y de si podía permitirse llevar el tren de vida que otros habían planeado para él. La Revolución Rusa y la caída del Zar Nicolás II habían obligado a su familia a huir de la salvaje guerra civil en el país, para establecer una nueva vida en Gran Bretaña. Hubieron de confiar en los préstamos de un caballero de negocios inglés para financiar la educación del joven Alex. Hay un lote de cartas, de valor incalculable, que Obolensky escribió entre 1934 y 1940 y en las que confiesa con amargura hasta qué punto lo hería la escasez de dinero: «El lodo de las penurias», así lo llamaba. Si asistía a fiestas era, con frecuencia, a costa de otros. Las cartas también arrojaban luz sobre un hasta entonces desconocido affaire sentimental, que sin embargo acabaría conduciendo a un desenlace trágico.
La eventual convocatoria de Inglaterra fue una gran historia en la prensa. Reporteros y lectores se expresaron con vehemencia en contra de su inclusión, y su derecho a servir en la RAF llegaría a ser objeto de debate tiempo después en el parlamento. Había quien se fijaba en sus llamativos rasgos -los atardecidos ojos, el tirante cabello rubio peinado hacia atrás, las afiladas mejillas y su amplia nariz en ángulo- y veían en él a alguien de otro-mundo, alguien que no merecía esos privilegios. ¿Cuánto ha cambiado eso con el tiempo? ¿Cuántos deportistas nacidos fuera de Inglaterra visten aún la camiseta nacional y ven sometidas a debate sus credenciales?
Su convocatoria con Inglaterra provocó un encendido debate: aficionados y periodistas levantaron la voz contra su inclusión… y su ingreso en la RAF llegó incluso a ser debatido en el parlamento
Otros elevaron la voz en favor de Obolensky, subrayando que no sólo no existía ninguna norma deportiva que le impidiera jugar con Inglaterra, sino que además se había educado y aprendido el rugby en el país. Y, de todos modos, aquel adolescente era rápido como un rayo y mortalmente peligroso en el campo… ¡así que los seleccionadores no tenían otro remedio que elegirlo! Gracias a la ayuda del World Rugby Museum logramos desvelar cómo, en la misma víspera de su brillante prueba final para ganarse un puesto en el equipo de Inglaterra, la RFU había votado una moción para decidir si se le impedía ser incluido en el seleccionado, puesto que no se trataba de un ciudadano británico naturalizado. El lector ya habrá adivinado, desde luego, cuál fue el resultado de aquella votación.
Sería equivocado otorgar a un solo partido una importancia no merecida, pero el choque entre Inglaterra y Nueva Zelanda en enero de 1936 fue una de las actuaciones más completas del equipo nacional inglés en sus 150 años de historia. Así que el libro incluye un capítulo dedicado por entero al exhaustivo recuento de aquel triunfo por 13-0: desde los uniformes que vestía la banda militar y los anuncios de la megafonía para encontrar a una persona perdida en el estadio, hasta la propia acción sobre el terreno de juego, vista a través de la mirada de diferentes personas presentes ese día en Twickenham: un joven aficionado, un comentarista radiofónico, un camarógrafo de informativos y todos los reporteros. Para fascinación de cualquier persona interesada en el papel que los medios de comunicación juegan en nuestras vidas, el libro explica hasta qué punto las imágenes cinematográficas, las crónicas de los periódicos y las fotografías contribuyeron a establecer el legado de Obolensky.
¿Cómo fue posible que a los 19 años ese chico huido de Rusia debutara en uno de los mejores partidos de la historia frente a los All Blacks, y además con dos ensayos? Preguntas sencillas que nunca han resultado fáciles de contestar…
Algunos historiadores del rugby han rechazado que Obolensky fuera poco más que la flor de un día: un precoz chico de 19 años que tuvo la suerte de estar en el lugar preciso en el momento oportuno. Después de todo, sólo llegaría a ganar tres caps más con Inglaterra, seguidas de una accidentada gira por Sudámerica en ese mismo verano de 1936 a la que, con el tiempo, se le otorgó estatus de British&Irish Lions. Y finalmente, un último partido frente a Gales, en tiempos de guerra, que no tuvo consideración de test y que se jugó poco tiempo antes de su fallecimiento.
El libro profundiza en la hipótesis de que, de no haber mediado su muerte, Obolensky habría llegado a ganar muchas más caps en la era moderna, con la Inglaterra de después de la II Guerra Mundial; y cómo los caprichos de los entrenadores y las lesiones -incluida un singular encuentro con un perro- intervinieron también para evitarlo.
Tal era el afecto que profesaba el público británico por Obo que su intempestivo final llenó los diarios de sentidos y dolientes titulares en letra catástrofe y a toda plana. En la muerte, como a lo largo de toda su vida, el misterio y la intriga rodearon al Príncipe Volador. Y aun así, su fama perdura más de 80 años después de su adiós.