Ese deporte no es para chicas». «El rugby no te pega». «Que soy poco femenina». «La marimacho». «Si juegas al rugby, eres lesbiana, ¿no?». «Que si de verdad me compensa hacer esto». «¡Vaya piernas de señorita!”.

En 2018, cuatro jugadoras de la selección española femenina de rugby, nuestras Leonas, participaron en un anuncio de la marca Joma justificando los motivos por los cuales jugaban al rugby. Las frases que abren este artículo, y que ellas mismas revelaban frente a la cámara, eran algunos de los comentarios que solían escuchar cuando le  contaban a alguien que habían elegido el rugby como deporte. Ese mismo año se proclamaron campeonas de Europa.

Hoy contaremos la historia de tres mujeres pioneras y guerreras –aquella canción de Coz le resonará en el oído durante todo el artículo, ya verá-; que mostraron su pasión por el rugby; que jugaron y se la jugaron en algún momento de sus vidas por el placer de luchar por un oval entre dos haches gigantes. Su pasión por este deporte marcó el inicio de un camino solitario y pedregoso que muchas otras mujeres continuaron; y que hoy en día, comparado con entonces, se ha convertido en una vía de doble carril, con un tráfico abundante. Eso sí, con arreglos pendientes en el firme. Comencemos ya, que se nos va el vino en catas.

Que Emily Valentine fue la primera mujer que jugó al rugby no es ningún secreto. Ella fue una de las primeras, de las primeras documentadas queremos decir, en quitarse las enaguas y sentir la libertad de tirarse al suelo para marcar un ensayo. Esta joven irlandesa estudió, junto a sus dos hermanos William y John, en el Portora Royal School, donde su padre trabajaba de auxiliar de dirección. Por las aulas del Portora pasaron, antes y después de la vida escolar de Emily, personajes tan ilustres como Samuel Beckett, Nobel de literatura, y Oscar Wilde, quien no necesita referencias. El lugar donde se ubicaba aquel colegio era Enniskillen (Inis Ceithleann), una isla natural en mitad del lago Erne en la que cuenta la leyenda celta que murió Cethlenn: guerrera feroz que, al ser herida de muerte, cruzó a nado el lago para expirar en las orillas de la que es conocida como la perla del Ulster. Dicha localidad fue bautizada con su nombre. Tierra de guerreras o quizá mera casualidad.

Retrato de juventud de Emily Valentine.

Allí, en aquellos campos de rugby, logró Emily una hazaña no realizada hasta entonces por una mujer: coger el balón con sus manos y, con fina desobediencia a las normas sociales, cruzar el campo y marcar un try. La cantinela suena más que familiar, seguro. Cuenta Emily Valentine en sus memorias, que escribió ya en su vejez, lo que sintió entonces: “Por fin llegó mi oportunidad. Conseguí el balón, todavía puedo sentir el tacto del cuero y su olor. Lo agarré y salí corriendo. Podía ver al chico acercándose hacia mí; lo esquivé… sí, pude, apenas sin aliento y con las rodillas temblorosas. Lo había hecho. Un último empujón y posé el balón justo en la línea. Había marcado mi primer ensayo”.

Aquel día de 1887 fue el primero de muchos jugando de ala. Y cuentan los que acudían a ver los partidos que en más de una ocasión los tres hermanos Valentine formaron la línea de tres cuartos. Una tarde, en el salón de la casa familiar a la hora del té, William contaba a su madre la victoria del equipo ese día. Y, mientras los chicos eran felicitados por el resultado, Emily recibía una patada por debajo de la mesa como advertencia para que no desvelara que en realidad había sido ella la autora del ensayo ganador.

Emily Valentine es la primera mujer documentada en haber jugado al rugby: irlandesa, llegó a conformar en más de una ocasión la línea de tres cuartos del XV de su colegio con sus hermanos William y John

Poco más sabemos sobre Emily Valentine. Que se casó y formó una familia, mientras sus hermanos estudiaron en el Trinity College en Dublín; y que vivió durante un tiempo en la India para mudarse definitivamente a Londres, donde permaneció hasta el final de sus días. No fue hasta su vejez, ya en la residencia de ancianos, cuando decidió escribir sobre la historia de su vida, para recuerdo de su familia, y contó con tanto detalle lo que había sentido en los campos de rugby. Y por ese motivo aparece ya para siempre en la historia del oval como la primera mujer que jugó al rugby en el siglo XIX.

Su nieta posó en una entrevista que le hicieron para la CNN portando un retrato de Emily cuando aún era una niña, y definía a su abuela como una feminista no convencional, pero sí convencida de que las mujeres podrían hacer cualquier cosa que se propusieran. Y terminaba afirmando: «Creo que estaría encantada de apoyar a las personas que quieren jugar al rugby y, además, son mujeres».

Cuatro años después de aquella escena, en Nueva Zelanda otra pionera intentó organizar una gira con equipos de rugby femeninos. Su nombre era Nita Webbe y tenía apenas 26 años. Anunció en periódicos de todo el país que 30 jugadoras recorrerían Australia y el país maorí, ofreciendo a las voluntarias el pago íntegro de los costes del viaje y manutención, así como protección y formación. Auckland fue la ciudad donde se intentó este ambicioso proyecto. Conocida como la ciudad de los veleros, en tiempos de Nita Webbe era un ejemplo de urbe cosmopolita y multicultural. Y si decimos intentó decimos bien, porque la empresa no pudo llegar a buen puerto.

En respuesta al llamamiento de Nita Webbe, el diario Auckland Star publicó el siguiente artículo:

“Suscribimos de todo corazón la doctrina de que todas las esferas en las que las mujeres están capacitadas para tomar parte deben estar abiertas a ellas con tanta libertad como a los hombres, pero hay algunas cosas para las que las mujeres no están capacitadas constitucionalmente y que no son esencialmente femeninas. Un equipo de rugby itinerante compuesto por chicas nos parece de este carácter. Además, teniendo en cuenta todos los gustos viciados en el ansia popular de diversión, no podemos concebir que hombres o mujeres que tienen hermanas se sientan atraídos por tal espectáculo, o que animen a las niñas a abandonar el empleo femenino con el propósito de comenzar una vida de rugbier itinerante. También sería bueno que los padres de las niñas que piensan en participar en esta empresa consideren cuál será su posición si dicha empresa resulta ser un fracaso financiero, que sinceramente esperamos y creemos que será. ¿Han obtenido garantías sustanciales de que serán devueltas a sus hogares, o corren el riesgo de quedarse varadas, sin hogar y sin un centavo en alguna ciudad lejana? Si alguna chica respetable está decidida a persistir en esta tonta empresa, le recomendamos encarecidamente que establezca como condición indispensable que los billetes de regreso se pongan en su poder antes de salir de Auckland, para garantizarles un pasaje seguro de regreso a sus hogares cuando la empresa haya demostrado ser un fracaso financiero, como sin duda lo será, si evaluamos correctamente el gusto del público neozelandés en materia de diversión”.

«Hay algunas cosas para las que las mujeres no están capacitadas constitucionalmente y que no son esencialmente femeninas. Un equipo de rugby itinerante compuesto por chicas nos parece de este carácter», escribió un diario ante el anuncio de la gira femenina de Nita Webbe

No se ofusque, querido lector, el Auckland Star tuvo respuesta por parte de Nita:

Al Editor: “…Muy recientemente su periódico anunció que un equipo inglés de damas de críquet estaba a punto de recorrer las colonias australianas y ni una palabra tuvo que decir en contra. Y ahora se proyecta aquí un equipo de mujeres que juegan al rugby y usted espera amablemente que termine en un desastre financiero. Un entrenador habitual le enseña al equipo de rugby a hacer un juego inteligente sin ninguna de las características de rudeza del juego masculino. Se hará cumplir estrictamente las reglas y, cuando se juegue en público, estoy segura de que el veredicto será no solo que no ha habido la menor violación de la integridad física de las mujeres que conformarán los equipos, sino que rara vez se habrá visto un juego más inteligente. Si está permitido que las mujeres participen en gimnasia, natación y equipos de crícket, ¿no está igualmente permitido que las mujeres jueguen al rugby? Trazar una línea entre ellos sería hacer una distinción en la que no hay ninguna diferencia…».

Se sabe que Nita consiguió reunir a 30 chicas con la intención de formar dos equipos y que estuvieron entrenando en Auckland, cobrando además un sueldo por ello. E incluso se barajó una posible ubicación a modo de inicio de gira. Así lo publicaba el periódico Poverty Bay en junio de 1891. Pero un poco mas más tarde todo el plan se vino abajo. El marido de Nita fue acusado de fraude y, aunque posteriormente resultó absuelto, esto no ayudó a la empresa de nuestra joven pionera. Finalmente se mudó a Australia y no se supo ya más de ella ni de su ambicioso proyecto.

XV del Newport Ladies, que se enfrentó al Cardiff en 1917.

Volvemos a Cardiff, ciudad de plumas, dragones y puerros (usted ya sabe por el anterior artículo dedicado a Juan I), para contarle nuestra tercera historia. La protagonista es Maria Eley, que con 16 años jugó junto con su equipo, las Cardiff Ladies, un partido mítico en Arms Park, el 15 de diciembre de 1917. Aquel frío sábado de otoño, el equipo de Maria se enfrentó al Newport Ladies de Bristol en un encuentro benéfico. En tiempos de la Primera Guerra Mundial, y con un gran número de los hombres combatiendo en el bloque de la Triple Entente, se montaron partidos no oficiales, jugados por mujeres, con la intención de recaudar fondos para apoyar lo que se conocería como Fondo de Comodidades, y aliviar así las condiciones del 16º Batallón del Regimiento de Gales. Este fue uno de ellos. Su organización corrió a cargo de Fred Smith, que había sido capitán del club entre 1908 y 1910. E incluso es probable que varias de las jugadoras del Cardiff Ladies tuvieran cónyuges, novios o hermanos que servían a dicho batallón.

Ambos equipos estaban conformados por grupos de trabajadoras. En el caso del Cardiff procedían de la fábrica de cerveza de Hancock, actualmente conocida con el nombre de Brains. Mientras que las de Newport formaban parte de la plantilla de la fábrica de hierro Lysagtt, que entonces se dedicaba a la fabricación de armamento destinado al frente.

La prensa se hizo eco de este encuentro y en el periódico local se publicó una breve reseña. No tan breve fue el artículo del periodista de rugby inglés Edward Sewell, que escribió para el Illustrated Sporting and Dramatic News del sábado siguiente al día del encuentro:

El anuncio del partido en Arms Park.

“Afortunadamente, hay pocas probabilidades de que el rugby femenino se vuelva popular. De hecho, es un espectáculo de lo más poco edificante, calculado para rebajar el prestigio del juego. En los años 80 hubo un equipo de rugby ‘Ladies’ que iba a salir de gira –(aquel proyecto de Nita Webbe que le acabamos de contar)– pero era un espectáculo espantoso y es una pena que alguien haya pensado en algo parecido a una repetición. El sexo más justo ha llegado para quedarse en muchas esferas de la vida, pero ciertamente no en el campo de rugby”.

Este periodista, que publicó el resultado del partido erróneamente (las Newport ganaron a las Cardiff por 6 a 0), ni siquiera presenció el encuentro. El resultado que reflejó en las páginas del diario correspondía, de hecho, al partido masculino, que también se disputó ese mismo sábado en Arms Park. Es posible que se encontrara degustando un par de deliciosas Hancock beers en el transcurso del mismo. Vaya usted a saber.

El resultado, erróneo, del partido.

Antes y después de este partido hubo más ocasiones similares. En varias localidades del sur de Gales se  disputaron encuentros con una gran afluencia de público. En marzo de 1918 se contabilizaron 4.000 espectadores en un partido en Barry, lo que viene a demostrar que las jugadoras tenían un nivel suficiente para conseguir una multitudinaria asistencia a los encuentros.

Jugadora de las Cardiff Ladies, Maria Eley participó en los frecuentes partidos destinados a recoger fondos para los combatientes en la I Guerra Mundial: falleció con 106 años y decía que parte del secreto de su longevidad residía en su pasión por el rugby

Maria Eley murió a la edad de 106 años, conservando su amor por el rugby hasta el final de sus días. Contaba a sus conocidos como eran las equipaciones de entonces, con camisetas negras y azules, largas medias para que les cubrieran las piernas y sombreros que utilizaban prácticamente todas las jugadoras, los antecesores de los actuales casquetes. Y también expresaba lo divertido que había sido jugar al rugby durante aquella época.

Cuando fue entrevistada un año antes de su muerte, en 2007, contaba a los periodistas que aquel partido en el Arms Park no fue ni de lejos el único que disputó y que solo dejó de jugar cuando las tropas volvieron a casa y se casó con Héctor, el que fue su marido. A partir de entonces se dedicó plenamente a criar a los ocho hijos que ambos tuvieron. Fue su pasión por el rugby y la aversión al alcohol y a los cigarrillos lo que le permitió llegar a una edad tan longeva, comentó entre risas.

Hoy, en 2020, 133 años después de aquella tarde en la que Emily Valentine se quitó las enaguas para jugar al rugby, la FER está promoviendo, de la mano de nuestras Leonas, una campaña de amadrinamiento de tantos clubes modestos como mujeres conforman el XV del León. El estandarte es esta etiqueta: #yosereleona.

Terminaremos como hemos iniciado este artículo, con aquel spot de las Leonas. En él, las campeonas de Europa argumentaban su amor por este deporte. Carlota Meli concluye de manera rotunda y emotiva: “Seas como seas, tienes un sitio. Solo hay que ser valiente”. Quizás, sólo quizás, resuenan junto a estas voces las de aquellas tres leonas de tiempos pretéritos cuyas figuras hemos glosado, y que al unísono dicen con convicción: «Solo hay que ser valiente».

Uuuuhhh, aaaahhhh, las chicas son pioneras.