A priori y sin conocer su historia, definir a Juan de Bohemia como el primer galés podría resultar un tanto pretencioso. Y sin embargo, aunque nació en Luxemburgo y no en Cardiff, a este hijo del emperador del Sacro Santo Imperio Germánico, que fue rey de Bohemia y conde de su ciudad natal, se le honra cada vez que los dragones rojos compiten en los campos de rugby. Seguramente cuando usted acabe de leer esta historia entenderá por qué y compartirá nuestra opinión al respecto.

Vamos al lío.

Comencemos nuestro alegato aclarando el significado de la palabra Wales: proviene del anglosajón Walas -en este punto aún no hablaremos de aquel personaje de cara azul y falda escocesa- y significa «país de los Welsh“ (forasteros). Así denominó a los galeses Eduardo I de Inglaterra, también conocido como Longshanks (zanquilargo), quien conquistó tierras galesas allá por el siglo XIII y repobló el país con ingleses. Gales fue siempre una tierra de foráneos como Juan, que en aquellos tiempos luchaban contra las tropas del rey inglés y, en los recientes, contra el XV de la rosa en los campos de rugby.

La historia de Juan, como todas las buenas historias de rugby, está presidida por la lucha y la perseverancia. Cegado progresivamente a consecuencia de unas cataratas que le anegaban la visión, y abrumado por su estado, Juan pidió consulta a los médicos más prestigiosos de la época. Hasta su corte acudieron varios doctores. El primero un francés que, tras fracasar en la búsqueda de una cura para la dolencia, se vio metido en un saco y arrojado al río por orden del rey. En defensa del impulsivo monarca alegaremos que pudo sufrir un episodio de enajenación mental, achacable a su sentimiento de ciega impotencia.

Gales fue siempre una tierra de foráneos como Juan de Bohemia, que en aquellos tiempos luchaban contra las tropas del rey inglés y, en los más recientes, contra el XV de la rosa en los campos de rugby

El segundo médico llamado para la tarea, de origen árabe, tomó precauciones tras lo sucedido a su colega: solicitó la firma de un contrato previo que le exoneraba de toda  responsabilidad en caso de no poner remedio a la afección del monarca. Esa cautela legal le permitió regresar a su país sin cura para el rey… pero al menos con el pellejo intacto. Desesperado, Juan llegó a consultar a Guy de Cahuliac, el mejor cirujano de la Edad Media, en el transcurso de un viaje junto al rey francés Felipe VI, al que serviría en la batalla de Crécy diez años después. Pero también Cahuliac desistió de operarle. Abatido por la nula posibilidad de recuperar la vista, el rey de Bohemia abandonó cualquier esperanza de cura, pero se mantuvo fiel a las obligaciones como monarca de su reino. Desde entonces se le conoció como el Rey Ciego.

Recreación de la batalla de Crécy, con Juan I de Bohemia a caballo al frente de la carga contra los ingleses.

Mientras tanto el rey de Francia, el mencionado Felipe VI, y el de Inglaterra, Eduardo III -hijo de aquel rizos de oro que aparecía en la película Braveheart (ahora sí tocaba mencionar de William Wallace), y nieto del malvado Longshanks-, se enzarzaban cual final del 6 Naciones en una interminable guerra que duraría 116 años. El tiempo le dio nombre: la Guerra de los Cien Años. La excusa, el Ducado de Guyena; y el inicio, la Batalla de Crécy, en agosto de 1346.

Como anticipamos más arriba, Juan prestó su apoyo al rey francés en la defensa del ducado y de la corona. No podía ser de otra manera. Para la ocasión, el día de autos llevaba puesta su cota de malla. Desconocemos si bajo ella habría unas frondosas patillas, pero lo que sí sabemos es que se cubría con un casco coronado con plumas de avestruz. Según testigos presenciales, antes de entrar a ciegas en combate rogó que le atasen bien los pies a los estribos del caballo, para no caer en la primera embestida. Y a su escudero, tal y como este mismo testimonió, le solicitó que le ajustara bien su escudo, conformado por un león rampante coronado y de dos colas: un emblema con un parecido mucho más que razonable con el dragón rojo que aparece en la bandera de Gales. Presentamos como prueba número uno las siguientes imágenes de ambas enseñas.

El león coronado del escudo de Bohemia y el dragón de la bandera de Gales.

Cuenta la historia que la última vez que se vio con vida a Juan I de Bohemia, cabalgaba blandiendo su espada y luchando con valentía, en la que sería su carga final. Su arrojo asombraría al propio Príncipe de Gales, Eduardo de Woodstock, apodado El Príncipe Negro, quien pidió a su padre el rey Eduardo III que le permitiera incorporar a su escudo las plumas de avestruz que Juan había portado en el casco hasta la última batalla, junto con esta leyenda: Ich diene. Yo sirvo. Concedida la gracia, tres plumas fueron las que conformaron el escudo del Príncipe de Gales.

Las tres plumas que hoy en día lucen orgullosas como escudo de la selección de Gales en los campos de rugby, cuando los jugadores sacan pecho y escuchan el Tierra de mis padres: el solemne himno galés que, como cuentan quienes han tenido la ocasión de disfrutarlo en el Principality Stadium, estremece hasta las entrañas.

El arrojo del Rey Ciego en su última batalla en Crécy llevó al Príncipe de Gales a incorporar a su emblema las plumas de avestruz: y esas son las plumas que la selección de Gales luce en su escudo

Juan de Bohemia desconocía que en Crécy estaba luchando contra los mismos ingleses a los que 630 años después Phil Bennet definiría como bastardos; esos que, según su legendaria arenga, se lo habían arrebatado todo al pueblo galés. En aquel vestuario en Cardiff, en el 5 Naciones de 1977, una veintena de hombres impregnados en linimento, con largas melenas y características patillas, estaban invocando sin saberlo a aquel primer galés, el bravo guerrero que dio origen a una leyenda de escudos con plumas, tierras de forasteros y leones con piel de dragón.

En tal ocasión, los dragones sí derrotaron a los ingleses. JPR Williams y Gareth Edwards se encargaron de los ensayos. El resultado lo conoce todo el mundo: 14 a 9 a favor de Gales. Un triunfo que les permitió igualar el número de triples coronas de los ingleses, al lograr los welsh la segunda consecutiva.

Representación pictórica de Juan I con su casco de plumas de avestruz, que componen la heráldica del Príncipe de Gales y el escudo de la selección de rugby.

Una vez expuestos estos argumentos, alguien en la sala podría, al grito de ¡protesto!, rebatir nuestro alegato sobre Juan I. Y afirmar con tono quijotesco que “no son plumas sino puerros” lo que lucen los galeses en sus camisetas. Argumentará que incluso existe una fiesta nacional que honra a San David, con la que los galeses celebran la victoria en la batalla de Heathfield contra los sajones, allá por el siglo VI. En aquella ocasión se cuenta que David, obispo celta, recomendó a sus hombres que se pusieran dicho vegetal en sus cascos para distinguir a los propios de sus enemigos. Eso les permitió ganar la batalla. Y así, el obispo celta fue santificado, se convirtió en el patrón de Gales y, desde hace siglos, cada primero de marzo se celebra su día con la tradición de regalar puerros y narcisos.

Ante lo cual solo podemos refutar afirmando que esta versión no pasa de ser una leyenda, repetida durante generaciones, que los galeses han querido mantener y enlazar con su escudo.

Con toda esta información ahora les toca a ustedes, lectores, retirarse a deliberar. Parafraseando a Atticus Finch (Gregory Peck) en el juicio de la película Matar a un Ruiseñor, le diremos: «Confiamos en que examinarán las pruebas, sin prejuicios de ninguna clase, los testimonios que han leído, y devolverán a este hombre al seno de su familia”. Usted decide si Juan I de Bohemia es o no es el primer galés.

[Foto de cabecera: Phil Bennett, flanqueado por JPR Williams, en el partido de 1977 contra Inglaterra – (c) S&G and Barratts/EMPICS Sport].