Existe riesgo cierto de suspensión de alguna de las dos jornadas que restan del 6 Naciones de 2020. En la última Gales habrá de recibir a Escocia. Es solo un partido más. Ni cardo ni puerro pueden conseguir Grand Slam ni Triple Corona. Algunos nos hemos dado cita allí, pero la anomalía vírica puede impedirlo. Ello nos mueve a la melancolía y a la nostalgia y esto ayuda a la memoria. Memoria que recuerda algunos lances en los que País de Gales, como este año, tras periplo venturoso muy reciente, cambia de rumbo. La anécdota que me ocupa tiene que ver con País de Gales y un saque de lateral.

No hace tanto tiempo, apenas el suspiro entre dos eras, los saltadores de la touche no disponían de la ayuda de sus apoyos para elevarse hasta la estratosfera. No, el impulso era el propio y la coordinación con el lanzador -talonador casi siempre- perfectible. Los apoyos, en ataque, cerraban los huecos y protegían a los saltadores, o eso decía el manual, y las combinaciones solían ser más simples, aunque para los que poblábamos las filas de a ocho con media de estatura más bien ramplona -en un país en el que otros deportes atraían a los más altos- había que aguzar el ingenio, paso adelante, paso atrás, intercambio de posiciones, jugada al primero, reducidas y mil variantes más; incluso el lanzamiento a ras de suelo que ensayó el XV de España en un partido con Francia A en el Central, en 1988.

En defensa era más fácil, presión (es una manera elegante de decirlo) al presunto saltador contrario y atención a los rebotes, mientras los terceras trataban de perforar la sinuosa formación rival para triturar al medio de melé en el instante -infinito- en que trataba de hacerse con un balón, apenas rozado con la punta de los dedos por el segunda de la posición media a quien, probablemente, no iba dirigido el saque.

Hoy no, hoy no tanto. El cambio ha sido notable y la mejora sustancial. El lance lateral de hoy día principió como trapacería que infringía el reglamento. No es que no hubiera sucedido desde tiempo inmemorial -el ingenio es intemporal-, pero en los Springboks recae el mérito de haber sistematizado la infracción. Sí, los africanos no hacían más que traducir lo que era moneda corriente en su rugby desde tiempo atrás, explotado y perfeccionado durante los años de aislamiento, como subproducto de la evolución de las especies en continente aislado, a modo de pinzones dibujados por un Darwin oval en una Beagle afrikáner. Así que al flaquear el fiero régimen del Partido Nacional y levantar el embargo los notables de la IRFB allá por 1992, los equipos del norte advirtieron que la técnica sudafricana proporcionaba conquistas más limpias y limaba muchos entuertos que en la jugada de los palmeos inverosímiles provocaban un sinfín de golpes de castigo.

En esa tesitura los refs castigaban a los australes cuando advertían que los apoyos sostenían por la cintura al saltador, algo que solamente algunas veces habían intentado en Europa los franceses. Sin embargo, alguien observó que esa fechoría permitía más capturas a dos manos, de modo que los árbitros fueron haciendo una interpretación cada vez más laxa de la norma 23ª del Reglamento, circunstancia que llevó a los demás a imitar la conducta africana y a que la mera sujeción se convirtiera en impulso hacia arriba. A partir de ahí nuestro presente.

Presente que no hubiera permitido completar una de las añagazas más reputadas de la historia del rugby internacional. Ni a nosotros recordarla. 1978 fue año de Grand Slam galés. Culminación de una década dorada que había visto refulgir a legión de delanteros sólidos y dinámicos; a tres cuartos veloces y creativos; y a tres astros de la constelación de los medios: Edwards, John y Bennett. Es verdad que en el otoño de ese año el tiempo de aquellos había terminado y fueron Gareth Davies y Terry Holmes, los de Cardiff, quienes vistieron el 9 y el 10. JPR Williams, capitán, JJ Williams, Ray Gravell, Clive Rees, Derek Quinnell, Jeff Squire, Geoff Wheel, Allan Martin, Paul Ringer, Steve Fenwick y la primera línea al completo de Pontypool atesoraban potencial suficiente para ganar por primera vez desde 1953 a los All Blacks de Graham Mourie.

Cuatro años antes, también en Cardiff, los visitantes se impusieron por apenas un golpe de castigo, para reparar la deshonra que el XV de Llanelli había infligido a los de negro en Stradey Park, cuando el experto público galés creyó que en Arms Park también caerían.

Durante el Torneo de las 5 Naciones los galeses habían derrotado contenidamente a Escocia en Cardiff (22 a 14), con aplomo a Irlanda en Dublín (20 a 16), con solvencia a Francia en Arms Park (16 a 7) y con carácter a Inglaterra en Twickenham (9 a 6). Llegado noviembre, los veteranos notables de cada club se acodaban en la barra de The Major Goat o en el City Arms y murmuraban. Era el momento. Era el día, el 11 de noviembre de 1978.

Delme Thomas celebra la victoria de Llanelli en 1972 ante los All Blacks.

Dirigió el partido el inglés Roger Quittenton. Fichas negras optaron por mover el balón en el eje ancho y rojas en el profundo, jugando cerrado, retando en cada embate al pack de Billy Bush, Andy Haden y Andy Dalton. Rindió la táctica local, que se cobró cuatro golpes por una decena de infracciones neozelandesas allí delante. Por el contrario, una marca del mercurial Stu Wilson y un golpe pasado por el suplente Brian McKechnie: 12 a 7, pero bajo control galés.

Una conversión más de McKechnie durante la segunda mitad dejó el marcador 12 a 10 y expectante, aunque confiada, a la concurrencia, pues el control del espacio y del balón era galés. Bastaba con mantenerlo y dejar correr el segundero. Ignoraba JPR que Mourie contaba con un último cartucho. Uno de fuegos artificiales, para ser exactos, confeccionado en una pirotecnia de Taranaki, remoto paraje considerado desde País de Gales y desde la fecha ejemplo del efecto mariposa a beneficio del urdidor de la jugada, un tal Ian Eliason, en detrimento del colosal y respetado Colin Meads.

En su autobiografía, Graham Mourie describió de forma expresiva aquella jugada: «The ball went in, Haden went down». El ‘piscinazo’ del segunda kiwi en la ‘touche’ permitió a los All Blacks ganar con un golpe de castigo al mejor Gales de la historia

Próximo el final del partido Bobby Windsor, el talonador de Pontypool, se dispone a jugar con Geoff Wheel, en la corta, bombeada y pasada, como suele. Mourie lo intuye y supone que Haden y Oliver, su compañero de segunda, ejecutarán el artificio que indignara a Pinetree Meads en la competición provincial de nuestras antípodas. Lo habían entrenado los All Blacks, asegura JPR que sabe de buena fuente, en su cuartel general de Porthcawl, días antes. Mourie lo niega y confiesa que solamente lo habían recordado, por si todo lo demás fallaba. Que no era algo que esperaran, que a esas alturas de partido era improbable que fuera necesario. Pero Haden y Oliver hablan. Mourie lo ve desde el final del alineamiento. Quittenton había ordenado repetir el saque previo. Alguien mal colocado. Windsor lanza con su brazo dominante (el saque a dos manos es excepcional entonces) y el balón se eleva.

Mourie es expresivo al describirlo: “The ball went in, Haden went down” (en su autobiografía “Graham Mourie, Captain”, 1982). Como buen tercera línea con amplia visión lateral también vio el brazo de Quittenton proyectarse en ángulo recto, otorgando el golpe de castigo a favor de su XV. Quittenton, así parece confirmarlo el metraje del partido, solo pudo ver el antebrazo de Wheel sobre el hombro del compañero de Haden, Frank Oliver, también desplazado. El ref infirió carga y apoyo ilegal y un acendrado y pauloviano reflejo le llevó a conceder el castigo. JPR, lejos de la acción, incrédulo, confiesa no haber podido ver en directo lo que sucedió, pero que el video es -coincido- ilustrativo de la trampa. McKechnie pasó el golpe y los All Blacks ganaron 12 a 13.

Mourie, destello de rugby moderno, no se arrepintió jamás de la acción de sus segundas líneas. Ganaron. Contuvieron al mejor Gales del siglo XX, a pesar de contar solamente con un escueto 30% de posesiones. Salvaron la jornada. En Nueva Zelanda, aquel día, alguien protestaba la paternidad de la acción. Eliason recordaba aquel partido entre su provincia, Taranaki,  y King County y su duelo imposible con Colin Meads. Cuenta que JJ Stewart, capitán de Taranaki, ordenó a su talonador servir directamente el balón al segunda línea de los All Blacks y de King County y a Eliason arrojarse fuera del alineamiento profiriendo juramentos significativos. Aquello dio réditos, movió a Meads a la indignación y sentó un precedente.

Se dice que JPR pasó 30 años pidiendo explicaciones a Mr. Quittenton. La última vez en 2005. Quittenton murió en 2013 y, contra la evidencia, siempre sostuvo que Wheel infringió el reglamento. Con la redacción actual de la regla 23ª no hubiera habido polémica. Con el TMO, tampoco.