El lego verá en Hugo Porta a un porteño afable, de modales exquisitos y propietario de ese habla pausada y musical tan propia de los suyos. Para los abducidos por el universo de Ellis es todo un personaje. Propiamente un mito, aunque la humildad que trasciende Porta acaso nos haga embarazosa la hipérbole. Ayer pude hablar por segunda vez con él. La primera se ha perdido en la memoria, la suya desde luego, fatigado por el esfuerzo de aquel 19 a 28 en Vallehermoso, en la fría tarde noche de un 24 de noviembre de 1982. La segunda hace apenas 24 horas, en ocasión organizada por Borja Bilbao para que el gran rugbista disfrutara de una comida de amigos. A fe que lo fue. Buena pitanza y retazos de una vida rugbística (y un punto de diplomacia, pero con el matiz oval que llevaba anejo) que a los comensales nos hizo, excepcionalmente y por momentos, abstraernos del condumio. No a Hugo, que disfrutó de la buena mesa que en Casa Carola se sirvió con ahínco, mientras nos ilustraba con el poso de su experiencia.

A mí, particularmente, que ya saben de mi querencia por la historia, no me iba a sorprender su opinión sobre esto que se da en llamar el rugby moderno. Lo tiene declarado y se lo hemos leído aquí y allá. Finalizada la Copa del Mundo de 2011 no pude sino asentir con él cuando declaró a algún medio austral que

«Hoy el rugby es una guerra de músculos. ¿Qué que es esto? He visto mucha sangre y jugadores lesionados durante la Copa del mundo de Nueva Zelanda (…) Los que olvidan el pasado no tienen futuro, no podemos detener la evolución del juego, pero al menos debemos intentar preservar la esencia del rugby».

No se ha movido un ápice el Presidente de la Fundación Laureus argentina y miembro del jurado internacional correspondiente. Con voz queda y gesto serio -nostálgico de lo que fue este juego del rugby, enfatizando la palabra «juego»- manifestaba ayer que hace veinte, treinta años se veía capaz de identificar la nacionalidad de un jugador solamente por sus gestos entre palos y palos: aquel, francés por su pase, ese, sudafricano por su percusión en las abiertas. Hoy no. Hoy predomina, quizás con la excepción neozelandesa, un desempeño uniforme y mecanizado. Seguramente el producto de la aplicación de determinadas formulaciones rigurosas a la práctica de una disciplina hoy dominada por las estadísticas.

Sentados esos principios y el valor del rugby de club, el fundamento y la piedra clave que debe sostener el arco, distendido y divertido por la curiosidad de la concurrencia, no dejó de responder a ninguna de nuestras preguntas. Y debo decir que conté con la benevolencia del resto de comensales cuando, único extraño al mundo de la prensa, toleraron con buena voluntad el viaje en el tiempo al que sometí al maestro Porta. Salieron a colación, claro, experiencias propias de su Banco Nación y de personajes tan significados en el rugby argentino como Rodolfo O’Reilly, el a veces polémico Ruso Sanz, Ángel Guastella, su descubridor como apertura y tantos más, jugadores y ocasiones, sobre todo. Su trato con Nelson Mandela, aquellos años en que fue elegido para recomponer las relaciones rotas entre su país y la Sudáfrica en transición. Detalles no menores de la evolución del estadista desde su pasado más radical hasta su adhesión a la política grande de integración y concordia que no sé si ya están olvidando sus sucesores.

Entre vuelco y vuelco del tradicional plato madrileño que íbamos trasegando no olvidó las giras de los Pumas por esos lares, ni su amistad con Morné du Plessis, el rebelde liberal entre los bóers, ni su recuerdo vivo de Santiago Santos y Tomás Pardo («¡era un primera muy fuerte y jugó titular en la segunda línea con Gustavo Milano en el segundo test del 84!») en la segunda gira de los bautizados como Jaguares, que concurrían como representantes del rugby sudamericano en los años duros del apartheid. Su visión práctica de las cosas («queríamos jugar y yendo dejábamos entreabierta una puerta para todos») en la que reconozco coincidencia con el argumentario de otro grande, Willie John McBride.

Descendimos (era inevitable) al detalle de muchos partidos que los de mi generación conservamos indelebles en la memoria, porque, amigos, hubo rugby antes de Canal Plus. No tenía claro si fue Perica Courregues o Chapa Branca quien exigiera a Serafo Dengra que devolviera el golpe al enorme bóer Ockie Oostuizen, que le derribó de un puñetazo en la primera melé en su debut en Bloenfonteim. Pero sí de la justicia del consejo que Dengra recibió y asumió. Recordaba nítidamente el directo de Méndez a la mandíbula de Ackford en Twickers en noviembre de 1990 («qué hijo de…, nos dejó con 14 y perdimos 51-0») en su última gira Puma. Dolorosa derrota cuando en la previa veraniega su Banco Nación había derrotado con solvencia a los ingleses, lo que le hizo declarar a la prensa después del partido en Richmond que «admiraba lo rápido que habían aprendido». Y su respeto (que aventuro eufemismo para un sentimiento que en activo debía tener más que ver con el instinto de conservación) por dos franceses, Jean-Claude Skréla y Jean-Pierre Rives, dos flankers muy amigos de los aperturas rivales.

El valor de los Pumas, naturalmente («habría que pagar por ser Puma») y de la franquicia argentina en el Super Rugby, ya a cargo de Mario Ledesma. Y de la técnica de John Kirwan, bien ponderada como contrapunto a la fuerza de Jonah Lomu. A aquel lo conoció de primera mano, pues lo enfrentó en aquel partido de la primera Copa del Mundo en 1987 en que Zinzan Brooke comenzó a demostrarnos, también, su categoría. Nos contó que los All Blacks jugaban una marcha por delante en el abierto, que ellos querían cerrar el juego, jugar en la distancia corta del púgil que tiene peor juego de piernas pero más fuerza y pegada, pero que no fue posible. Y que entonces podían aún brillar jugadores como los hermanos Lanza o Cuesta Silva, alas de fina técnica y físico prudente que a la fecha no tendrían cabida en ningún XV internacional.

Y al cabo, paciente, respondió a aquello que quería yo saber de primera mano sobre todo, pues en el vídeo que guardo no se aprecia. ¿Qué le pasó al Flaco Ure con aquel balón sobre la marca neozelandesa el 2 de noviembre de 1985 en Ferrocarril Oeste? Hugo ha debido de responder mil veces (Ure más, acaso por eso vive a la fecha en otro país, cansado del asunto). Levantó el octavo el balón cuando sólo debía dejarse caer sobre la marca. Y cometió adelantado. El 21 a 21 queda así, por muchos años, como mejor resultado de los Pumas ante la potencia de luto.

Porta también preguntó. Le interesa nuestro rugby, quiso saber de la fortaleza de nuestros clubes y de las andanzas de nuestra selección. Yo me retiré en este punto y hora (sin postre). Quedó en buenas manos, Borja, Rodrigo, Miguel, Fermín y Pepe, para hacerse cabal idea y sopesar variadas opiniones. A mi me acuciaban mis quehaceres profesionales. Que esta faceta gráfica de mi rugby es tan amateur como la que practiqué durante tres décadas.