
Los 80 fueron una década ominosa para el rugby galés. Por comparación, desde luego. Los 70, la correspondiente dorada y el contraste, abismal. El genio francés de los Codorniu, Blanco o Lagisquet sustituyó a JPR, JJ o Gerald Davies, por nombrar solamente a tres. La Triple Corona de 1988, que pudo ser Grand Slam, de no mediar los tiros a palos de Jean-Baptiste Lafond y el ensayo de Jean-Patrick Lescarboura para el 9 a 10 que nos narró Ramón Trecet desde Cardiff, una excepción.
Así que durante esos años los seguidores del rugby del Principado sufrían en silencio. Contemplábamos con desazón al ineficaz Robert Jones repetir una y otra vez los dos movimientos que conocía, la patada al cerrado desde la base de la melé (el kicking-in-the-box, que algún comentarista se empeña en traducir literalmente) y el amago para jugar en vertical, y maldecíamos a los portadores de blazer con entorchado de la WRU. Y es que sabíamos que País de Gales contaba con el mejor medio de melé del mundo, pero que había sido arrojado a un ostracismo que, al final, le llevó a cruzar el Rubicón y emigrar al norte profesional, a Hull, para ser exactos.
Bishop fue un medio de melé brillante y un competidor excepcional, marcado por su complicado carácter y por una gravísima lesión cervical que pudo ser fatal y de la que, sin embargo, se recuperó en nueve meses para regresar con el mismo ímpetu de toda su carrera
David Joseph Bishop fue un medio de melé brillante, un competidor excepcional, un carácter duro y complicado y un deportista genial. Nacido en 1960 llegó a ser paradigma del rugby del Gwent, esa área prolífica de los valles del sur de Gales, un portento que debiera haber jugado en Cardiff o Ebbw Vale y acabó en Pontypool, el club centenario de Faulkner, Windsor, Price y del comentarista de la BBC Eddie Butler. Un tipo que fue desahuciado tras romperse una vértebra cervical. Que tuvo la fortuna de evitar la sección fatal de su médula espinal y que, aunque le pronosticaron un futuro de calmosos paseos, reapareció apenas nueve meses después, con el mismo ímpetu y fuerza que solía.
Bishop, moldeado con las hechuras de un flanker de aquellos tiempos, fue un jugador ambicioso que se tomó el contratiempo como un reto que le llevó a redoblar sus ansias de éxito, no sin un punto de excepcional fe: los Bishop son católicos entre metodistas y reformados de toda condición, así que recurrir al agua bendita de Lourdes en el cuello cada vez que vistiera de corto, recomendación del párroco Maguire, de Glossop Terrace, en Adamsdown, era casi lógico.
Sus primeros pasos consistentes como promesa los vio el XV escolar de Old Illtydians, del que pasó a los de su edad en el biazulado Cardiff, donde brilló por encima de sus coetáneos tanto como para hacerse hueco en el primer equipo. Cardiff, sin embargo, repudió a Bishop. El adolescente medio de melé mostró destellos de un comportamiento expansivo, en demasía incluso para una gira rugbística amateur, y fue invitado a abandonar el club. Le había dado tiempo, sin embargo, a vestir las plumas de avestruz coronadas con el lema del Príncipe Negro, en Ebbw Vale, frente a los franceses.
Compaginó el rugby con su amor por el boxeo, una disciplina para la que también mostraba potencial pero que practicaba, con inapropiada frecuencia, también fuera del cuadrilátero
Náufrago oval, pero dotado de cualidades prodigiosas, el club de aquella localidad, homónimo, se interesó por él. Pero en Bishop se aunaban virtudes deportivas con un punto de malditismo de cine negro, mezcla del personaje de Burt Lancaster que dibuja Siodmak en Criss Cross y del Fred MacMurray que cincela Wilder en Double Indemnity. Ese estigma le llevó, fatalmente, a un lugar oscuro. Compaginó el rugby con su amor por el boxeo, disciplina en la que competía y para la que también demostraba potencial, habilidad y fuerza. Y sucede que sacaba a relucir esa afición fuera del cuadrilátero con inapropiada frecuencia.
Así, en 1977, en el centro de Cardiff. Las lesiones de su contrincante le reportaron una estancia a la sombra, a cargo del Gobierno de Su Graciosa Majestad, durante tres años. En otra ocasión, tras la condena, en juego, que solo tuvo consecuencias disciplinarias precisamente antes de su primera y única cap. Y otra, definitiva, en 1985, cuando su predecesor en el puesto, Terry Holmes, había abandonado el código Union por el League, dejándole expedito el camino al XV galés. Sin embargo, ese carácter pendenciero fulminó sus opciones, pues Chris Jarman, el segunda línea de Newbrigde al que noqueó, interpuso una querella que acabó en nueva condena penal, que quedó en suspenso bajo fianza. La WRU, inevitablemente, le sancionó por desprestigiar el juego.
Perdidas entonces sus opciones tras cumplir con once meses de sanción y saberse excluido del XV galés, a pesar de su juego sólido y brillante entre 1986 y 1988, optó por aceptar la oferta de los Hull King Rovers y ganar un buen puñado de libras. No antes, eso sí, de demostrar al mundo que era mucho mejor que el elegido para el número 9 galés, Robert Jones, en el partido de 1987 en que el ya internacional de Swansea fue totalmente desbordado por el díscolo de Pontypool.
Pero ¿y entre la oferta de Ebbw Vale y esa huida al código treceísta? Una llamada de Ray Prosser, el alma del Pontypool más exitoso de la historia y su incorporación a la disciplina Pooler, para enfrentarse a la Australia de los hermanos Ella, en 1981. Luego siete partidos más y aquella lesión entre las cervicales tercera y cuarta frente a Aberavon. La alarma, un diagnóstico equivocado, ocho horas de operación quizás demasiado tarde, el tratamiento, los malos augurios y el agua de Lourdes. A la carga de nuevo, con su antiguo club juvenil de Old Illtydians, hasta que Eddie Butler y Ray Prosser le reclaman de nuevo para los Pooler y se reincorpora para complementar y dirigir a la delantera más dura de su época.
Ganó su única ‘cap’ con Gales en noviembre de 1984, frente a los Wallabies de Ella, Campese, Lynagh y Farr-Jones… y Bishop anotó el único ensayo en la contundente victoria del imparable equipo australiano
Pertenece Bishop a ese club amplio, sorprendente e incluso distinguido de quienes ganaron una sola cap, en su caso en noviembre de 1984. Un frío día en que Arms Park recibía a los geniales Wallabies de Mark Ella, David Campese, Michael Lynagh y Nick Farr-Jones, inmediatos ganadores de un Grand Slam que maravilló a los aficionados europeos y del que en España contemplamos, precisamente, ese partido, comentado esta vez por Celso Vázquez. Ese día jugaron por País de Gales Ian Stephens, David Watkins, John Eidman en la primera línea (Stephens se lesionó por cortesía de Enrique “Topo” Rodríguez, el cordobés de Australia, por lo que debutó Jeff Whitefoot); Bob Norster y John Perkins (otro camarada de Pontypool) en la segunda; Eddie Butler en su último partido internacional, el que había de llegar a ser presidente de la WRU David Pickering y Alun Davies en la tercera; David Bishop y Malcolm Dacey como medios; Rob Ackerman y Mark Ring, centros; Mark Titley y Phil Lewis, alas; y Mark Wyatt atrás. recibieron un contundente 9 a 28 y solamente salvaron la dignidad de País de Gales los segundas Perkins y Norster y nuestro Bishop, que además jugó con visión y coraje y anotó el único ensayo que recibieron los Wallabies en test-match durante esa gira.
La suspensión que la WRU le adjudicó en 1985 y su inicua postergación durante los tres años inmediatos (no fueron pocos los que le reconocieron como el mejor medio de melé del mundo, entre ellos Farr-Jones y Linagh) le llevaron al código a XIII y a País de Gales a perder aquel partido de abril de 1988 y la única oportunidad real de éxito en dos décadas.
Durante sus años en Hull comenzó a jugar a baseball, y con cierta destreza al parecer, pues también representó a País de Gales, al igual que en la modalidad de rugby que por ese entonces practicaba, en la que descolló sobremanera, jugando incluso entre los delanteros si era menester, y en la que compartió los colores de Gran Bretaña con otros galeses de ida y vuelta: Dai Young, Paul Moriarty o Jonathan Davies.
Hoy dirige un negocio y es comentarista de radio. Fue un gran jugador, exuberante de carácter, arrojado como para salvar del ahogamiento a una madre y su hija en un crecido Taff. Vida complicada la del espabilado Bish, el admirador del James Cagney de Angels with dirty faces. Alguien seguro de sí como para apostar en un garito cercano a Arms Park a que ensayaba en su debut con Gales y que ganó una buena cantidad de dinero (17/1, el envite) que fue a cobrar su hermano, por aquello de la poca reputación que le iba quedando. No sólo de talento vivía aquel rugby.