Se asombraba maese Shallow de las cosas que hemos visto. El genio de los Midlands lo contiene todo, lo vio todo, como sus personajes. A mí me empieza a suceder como al viejo juez de Gloucester que se entretiene rememorando maravillas de otros tiempos con su amigo Sir John, la figura protorugbística que encarna el jovial Falstaff. Estos días la cita es pertinente (“the days that we have seen!”), porque uno retiene indelebles en la retina algunas cosas dignas de recuerdo.

Es 13 de julio de 1974. El lugar, el Boet Erasmus Stadium de Porth Elizabeth y la ocasión, el tercer test match de los Lions en la gira de los tortazos, precisamente el día del zafarrancho “99”.  Los protagonistas de la imagen son significativos. Seamos modestos, el rugby es parte de la sociedad y un punto marginal. Es un entretenimiento que apasiona, pero nada más. Ni John James Williams, ala de Brigend, de Llanelli, de País de Gales, de los Lions, ni Hannes Marais, primera línea de Stellenbosch, de Eastern Province, de North Eastern Cape y capitán de los Springboks lo son. El protagonista es colectivo. Las alas rojas que despliega JJ lo espolean con esa  su primera marca del partido. La celebra el público local del fondo misérrimo y segregado. El público de color (traduzcamos aquí la nomenclatura de Pretoria). Sonríen también los policías negros de la fuerza auxiliar de seguridad que en pocos años iba a ser objetivo del furor de los del otro lado de la alambrada. Porque, es sabido, negros, indios, mestizos, mulatos, los marginales, celebraban la postración del trekker que con meridiana exactitud representa la figura de Marais en esa instantánea que es historia.

JJ Williams anota su célebre ensayo ante Marais en Porth Elizabeth: al fondo, la tribuna de los marginados lo celebra.

Yo no vi ese partido hasta años después. En la España de la primera cadena y del UHF bastante teníamos con disfrutar de dos o tres partidos anuales del V Naciones de la época. Tampoco tenía edad para reparar en JJ, algo que hice solamente en 1977 porque ya había sido captado para el heterogéneo grupo que forma la afición galesa de Ultramar, y porque el nombre del ala coincidía con el de mi hermano menor. A mí esto me entusiasmaba antes de empezar a jugar y, aunque el azar de la naturaleza me ubicaba con los que empujaban allí dentro, las cadencias y movimientos de los tipos ligeros, rojo y plumas de avestruz, no dejaban de fascinarme.

Tampoco sabía que JJ había sido responsable de la existencia nominal de JPR, al entrar en el XV de Gales y obligar al agudo Bill McLaren a repentizar para su ágil narración. Sí sabía que lo que jugaban aquellos galeses que se decían mineros y metalúrgicos, médicos y maestros, era una depurada muestra de un deporte que merecía la pena seguir y practicar. Sabía que lo que nos mostraban Mervyn Davies (un ocho que debe ser citado), Phil Bennett, Gerald Davies, JPR, Steve Fenwick, Ray Gravell, John Bevan y John James Williams era algo más, acaso arte.

JJ murió la pasada semana, 46 años después de esa marca. Marca que pudo no ser. Williams, alumno de la Grammar School de Maesteg, representó a los de su edad en la disciplina de atletismo, en unos Juegos de la Commonwealth. Eligió el código de Mackie y Ellis, y nos regaló esplendorosos momentos.  En Stradey Park, sin ir más lejos. Aquel 31 de octubre de 1972 en que Llanelli lo dejó todo por el rugby. Williams acababa de llegar al club desde Bridgend, y se permitió derrotar a los turistas más respetados, a las órdenes del estudioso Carwyn James, junto a una pléyade de compañeros que iban a ser la columna vertebral de Gales en la década en curso: Gravell, Quinnell, Thomas, Bergiers, Bennett, Hopkins, Llewelyn.

El  equipo de Llanelli en octubre de 1972

James, que había construido durante 1971 al más brillante y versátil conjunto de Lions de la historia, llevó a los británicos, primicia, a vencer en una serie frente a los All Blacks. Poco tardaron James y Williams en repetir, como atestiguan la memoria, el orgullo de Carmarthenshire, antiguas grabaciones y la voz de Max Boyce que justifica el masivo absentismo laboral de la mañana siguiente, en su famoso 9 a 3:

 

Then dawned the morning after

On empty factories

But we were still at Stradey –

Bloodshot absentees

But we all had doctor’s papers

And they all said just the same,

That we all had scarlet fever

And we caught it at the game.

 

Ese partido llevó a JJ a la selección del Dragón entre 1973 y 1979 y a dos giras de los Lions, en 1974 y 1977, le proporcionó 30 caps con los suyos, 7 con los coaligados y 10 con los rayados Barbarians. Ese partido, desde la posición cerrada que Gerald Davies exigió -veteranía es un grado- le llevó a doce marcas con País de Gales y a cuatro de las más valiosas de los Lions, las dos de cada uno de los últimos partidos en el interior de la república bóer. A cuatro Torneos de las V Naciones, incluyendo tres Triples Coronas y dos victorias absolutas, que no es mal bagaje para esos tipos de complexión discreta y trabajo de lunes a viernes, de ineludible tercer tiempo y confraternización fermentada. Años sin TMO, pongan 1974, en los que John West, árbitro irlandés, negó la marca de triplete a JJ en Twickenham y dio a sus compatriotas irlandeses la victoria en el Torneo. Al aficionado español le sonará la música, que en el Reino Unido provocó enarcamiento de cejas y rictus rígidos con sesudos comentarios en la prensa, a los que Boyce, el bardo galés, puso notas y letra en “I am an entertainer” con ácida referencia a la ceguera de los refs de la camisola trebolar.

La victoria con Llanelli frente a los All Blacks llevó a JJ Williams a la selección de Gales entre 1973 y 1979, así como a dos giras con los Lions en 1974 y 1977

Toda comparación con el juego de ala que conocemos hoy es ilusoria. Vivimos una época en la que el darwinismo deportivo ha llevado a una alteración notable en la morfología de los 23 jugadores que concurren a la batalla. Hoy, en el candelero internacional no existen, no pueden existir, jugadores de la complexión de JPR o JJ. Su cuerpo no lo resistiría porque las defensas se extreman y se niegan los espacios, que hay que crear con zapa paciente y tenaz. No han desaparecido fulgurantes contrapiés y velocidades mayores que las de JJ, pero su ejecución es término de secuencias de juego distintas. Por eso es puro deleite contemplar las evoluciones del conjunto orquestal que dirigió John Dawes, London Welsh, capitán de la gira Lions de 1971 y seleccionador de Gales durante la Década. Allí fueron primeros violines Barry y Phil, y JJ el metal que culminaba el allegro con brio de los mejores movimientos de cada sinfonía.

Colocación precisa, mejor atacante que defensor (¡no lo necesitaban!), basculación impecable, a la espera del balón y entonces, la tormenta y el relámpago. Cambio de ritmo, elección del canal: dentro, fuera, acaso superar al rival con el pie; por debajo, puntapié raso, por encima, la vista en el cuero. Y marca elegante, el defensor lejos, los refuerzos rivales con los brazos caídos, paralelos al cuerpo, sin fuelle, resignados.

Hoy ya no existen jugadores de la complexión de JPR o JJ. No han desaparecido fulgurantes contrapiés y velocidades mayores que las de JJ, pero su ejecución es término de secuencias de juego distintas

JJ perdió su empleo por viajar con los Lions en 1974. No le dieron permiso. Aun en la isla de los fundadores no era inhabitual. Tres meses de ausencia no son pocos. Tampoco eran pocos los jugadores que buscaban acomodo en empresas comprensivas o, como hizo JJ, en el autoempleo. Williams se decantó por la mercadotecnia y los negocios,  para disponer de su tiempo.

Acabados sus años sobre el pasto, por afición y amistad con Gravell, comentó rugby en el canal en galés de la BBC. En la vida común terminó millonario, y como suele suceder en sociedades menos dependientes de la solidaridad obligada del Estado, proveedor de varias organizaciones de caridad voluntaria, como la Welsh Former International Players Association. Procuró especialmente que esa fundación dispusiera de local propio en el Principality, abandonado el añorado Arms Park colindante, que no sólo de cuidados médicos y dinero vive el jugador retirado.

Si hoy nos deslumbra el nivel de excelencia neozelandés, preciso, científico, JJ vivió la época de la exuberancia galesa, elegante, barroca, creativa, inspiradora, contrapunto de la referencia que nunca han dejado de ser nuestros antípodas. Cualquiera que les haya derrotado una vez ha cumplido. Pudieron haber sido dos, de no ser por la trapacería de Haden en 1978. Desde el día 29 de octubre lo debaten ambos, allá donde el tiempo entre palos y palos no termina.