
Hace pocas semanas el universo oval vestía luto por JJ Williams. Se suman ahora un veterano prohombre del rugby de los valles del oriente del país, a cuyo club el ala de Llanelli temía como adversario, y un francés de aquellos de carrera alegre y ángulos imposibles. Hay que recordarlos, para que conste, negro sobre blanco. Por orden cronológico corresponde al galés el fatal turno, como sucedió precisamente este fin de semana en Parc i Scarlets, antes del enfrentamiento entre galeses e ingleses, en la Copa de Naciones de este otoño.
Graham Price, autor de un improbable ensayo en su debut parisino, en 1975, formaba en el lado derecho de la temida primera línea del Pontypool RFC, del País de Gales. Uno de sus clubes tradicionales. Uno especialmente duro, por el modo de vida al uso -minas, siderurgia y coro dominical- y por su rugby. Como todos los de Gwent, o Viet-Gwent, metáfora ilustrativa adjudicada a la primera línea tricolor que cantara Max Boyce, anuncio de lo que podía esperar cualquier club visitante.
Los otros dos componentes de la que sería afamada primera línea Pooler, Bobby Windsor y Charlie Faulkner, no anotaron aquel 18 de enero (10 a 25 para los galeses) en el Parc des Princes. Disfrutaron, sin embargo de una sesión ordinaria de entrenamiento, el lunes siguiente, en las cuestas rompe piernas de los aledaños de Pontypoool Park. Price no. Lo que el tight-head anticipaba sesión de recuperación plena de felicitaciones no fue tal. Sufrió, por el contrario, tratamiento especial de Ray Prosser, el alma mater del Pontypool de los 70 y 80, en una noche plena de intensidad de empuje en melé, a tenor del escaso castigo que los biterrois Armand Vaquerin y Alain Paco y el vasco Jean-Louis Azarete le habían aplicado en París, como demostraba su alegre carrera de casi 70 metros para anotar al final del partido aquel frío día de invierno. Algo muy propio de Prosser, por lo demás. Un delantero que había aprendido su arte, y el de conjuntar un equipo y dar vida a un club, mientras jugaba su rugby en aquella función tan común de utility forward: formaba en la segunda línea en Pontypool y en el lado cerrado de la primera con País de Gales para sus 22 caps. Dicen, sin embargo, que adquirió conciencia de la importancia del trabajo físico extenuante y de una aproximación incondicional al juego en una gira de los Lions del año 1959.
Una gira de aquellos años tenía más parecido con el periplo de Magallanes, o por ceñirnos a lo anglosajón, del capitán Cook, que el espectáculo publicitario de hogaño. Los jugadores no cobraban más que una limitadísima paga para gastos de bolsillo y nadie los veía en casa, porque los partidos se retransmitían por los canales locales y acaso llegaban a las brumosas islas resúmenes o los tests en diferido. Por lo demás el programa de partidos era mucho mayor y, como en ese año, se extendía a los dos antiguos dominios: Australia y Nueva Zelanda. Comparen y no se ruboricen, con lo previsto por el poderoso caballero quevediano, si llega, para 2021.
En la gira del 59 de los Lions por Nueva Zelanda, Prosser no jugó más que la mitad de los partidos a que estaba destinado: la nariz rota así, como una oreja reventada y purulenta, se lo impidieron… Producto de esa época en la que, como decía Cholley, aún había miedo en el rugby en la primera línea
Había que estar muy seguro para embarcarse en tal aventura pues, asumida la criba deportiva, eran necesarios ahorros para soportar económicamente tres meses (pongamos desde un 23 de mayo a un 19 de septiembre) sin conducir un bulldozer, que tal era el caso de Prosser. Excepcional entre los de la partida del 59, que sólo otros dos jugadores (galeses también, Haydn Morgan, paracaidista y Terry Davies, leñador) diferían del perfil de clase profesional acomodada que entre muchos ingleses, además, se adornaba con el entorchado de Public School: como el presunto gentleman, David Marques, segunda línea de bombín, gabardina y paraguas bajo el calor tropical de Darwin en la primera parada australiana del tour.
Ray Prosser no jugó más que la mitad de los partidos a que estaba destinado (unos cuantos de media semana y una cap, frente a los All Blacks). La nariz rota y una oreja reventada y purulenta, además de algunas lesiones musculares, se lo impidieron. Estas fueron fortuitas, y las otras producto de esa época en la que aún había miedo en el rugby, como decía el francés Gérard Cholley, particularmente en la primera línea, cuando un universo de tiempo sin norma escrita transcurría hasta la introducción del balón en melé, mientras seis tipos algo patibularios decidían quién ganaba el asalto. Prosser hizo buen uso de su tiempo fuera de ese combate, en la grada, estudiando a sus rivales, sobremanera a los de riguroso negro.
Debió de ser buen observador porque anotó ideas y métodos que después, para sorpresa de muchos, convirtieron al muy modesto club de Gwent en temido e indiscutido mejor equipo de País de Gales.
Prosser dejó el rugby activo en 1967 y se hizo cargo del club que capitaneaba. En dos años lo hizo oficioso campeón galés y en cinco más Swansea, Newbridge, Llanelli, Orrel o Leicester se negaron a jugar con los pupilos de Ray. Contaban con derrota cierta y los temían hasta el punto del pánico, disfrazado por los asustadizos directivos de los afectados con alegatos de brutalidad improcedente, de juego de la delantera rival beyond uncompromising y otras excusas un tanto peregrinas que justificaran sus incomparecencias.
Los delanteros de Prosser se aplicaban con rigor y demolían sistemáticamente a sus incautos oponentes: dicen que, tras jugar contra el Pontypool, muchos médicos de club aprendieron la definición práctica de estrés postraumático
Sucedía que los delanteros de Prosser se aplicaban con rigor al rugby total aprendido en aquel lejano 1959 en las antípodas, que negaban posesión alguna al adversario (sus tres cuartos sostenían la misma queja) y demolían sistemáticamente a sus incautos oponentes. Dicen que tras jugar con Pontypool muchos médicos de club aprendieron la definición práctica de estrés postraumático. Puede ser, o no, que mi fuente es un tipo de los valles que eligió nuestro norte castellano para vivir, remiso a hablar demasiado porque sus apéndices nasal y auriculares ya lo dicen todo.
A Prosser le delataba su morfología, según esa constante universal que va dejando de serlo, merced a esa fuerza telúrica de la que hablaba el de la Torre de Juan Abad. La bonhomía de Ray se ensanchaba en una enorme sonrisa de jefe de tribu bueno, justo y exigente que dirige cada pack que se precie de unión y éxitos. No diré que Prosser fuera un teórico al estilo intelectual de Carwyn James porque le faltaba formación académica, pero aplicó su inteligencia práctica y su intuición natural para el manejo de grupos e hizo de Pontypool RFC el mejor club de Gran Bretaña, en años de polvo negro y ferralla de un Gales que cambiaba con el cierre de metalurgias y pozos de carbón.
Los Pooler aportaron a País de Gales tres capitanes durante esa etapa: Terry Cobner, Jeff Squire y Eddie Butler, entre 1969 y 1987, años sin competiciones oficiales aún, durante los que fueron oficiosos campeones en cinco ocasiones (tres de ellas consecutivas, 1983-1986). Otras siete veces el nombre de Pontypool RFC quedó, bajo su dirección, en primer lugar en la llamada Tabla de Mérito que resumía el desempeño de todos los clubes galeses, además de conquistar una Copa de País de Gales, que por aquel entonces patrocinaba Schweppes. Fruto todo ello, en lo más cuajado de su magistratura, entre septiembre de 1980 y octubre de 1985 de 214 victorias, seis empates y solamente 31 derrotas. Pocos entrenadores (el sustantivo no hace justicia a lo que fue Prosser) pueden mostrar tal hoja de servicios.
Dejó el rugby en 1967 y se hizo cargo del Pontypool, al que había capitaneado. A su fallecimiento a los 93 años Prosser era, junto a Courtenay Meredith, el internacional galés de más edad
Hoy no sería posible. Los clubes, en País de Gales, perdieron su lugar principal con el advenimiento del profesionalismo, mal sustituidos en la configuración de las competiciones por franquicias provinciales que los desdibujaron con denominaciones impostadas y cimientos torcidos. Con cien años de historia detrás no es lo mismo jalear a Pontypridd o Ebw Vale que a Ospreys o Dragons, por más que se nutran de las zonas de influencia de los clubes, más bien como vampiros. Hay quien quiere, ahora, quitarles apellidos (por ejemplo a la de Cardiff, sin salir de la capital), adscritos a un ramplón nominalismo que no recuperará el fulgor de los clubes galeses, de los fundamentos del rugby galés, confundido por el relumbrón de los éxitos de 2005, 2008, 2012 y 2019, pero paradójicamente, con problemas en sus raíces, precisamente allí donde trabajaba Ray Prosser.
Era, junto a Courtenay Meredith, el primera línea de Neath al que sustituyó en el V Naciones de 1955, el internacional galés de más edad (93). Su viejo rival y compañero es ya el único que tiene memoria vivida de aquellos partidos, para nosotros semejantes a correrías tamizadas por medios técnicos precarios, suplidas por el entusiasmo descriptivo del comentarista de turno. Así se extingue la generación de los 50-60, la que cimentó la manida edad dorada. Sic transit gloria draconis.