
La mañana nació envuelta en bruma y hacia el mediodía el área suroeste de Londres se movía a cámara lenta, como si todo hubiera quedado envuelto en un velo de bochorno. En ese cuadro sofocante, en el que las temperaturas se elevaron por encima de los 25 grados, el cielo de Twickenham se conmovió con una sucesión de truenos. Vistos en perspectiva, aquel estruendo era apenas el anuncio de la tormenta que se iba a a desatar a primera hora de la tarde sobre el césped inmaculado del estadio.
Los dos mejores equipos de la Aviva Premiership expusieron ante 75.128 espectadores un cuadro de batalla sostenida. La última antes de coronar al nuevo campeón de la competición inglesa en 2018.
Exeter Chiefs se presentaba en el escenario de la final por tercera ocasión consecutiva, después de haber llegado a las eliminatorias post temporada con el mayor número de puntos de todos los contendientes. Al otro lado Saracens, que se había impuesto en sus seis apariciones anteriores en Twickenham, en diferentes competiciones y ante diversos rivales. Los Sarries han convertido el H. Q. londinense en su jardín trasero.
Los primeros diez minutos de partido fueron propiedad de los Chiefs, que tiraron de su juego de control de la posesión juntando hasta 17 fases en los pasajes iniciales del juego. De ese control surgió un golpe de castigo que inauguró el marcador a favor del equipo de Rob Baxter, que había tomado desde el inicio el aspecto de equipo ganador que lo suele acompañar estas últimas temporadas.
Pero sacar la cabeza frente a los sarracenos es arriesgarte a que te la corten. En cuatro minutos, los Saracens anotaron dos ensayos firmados por Billy Vunipola (a los 15 minutos) y el prolífico ala Chris Wyles (a los 19 minutos). Y para cuando llegó el descanso el marcador la sensación de autoridad del bloque de Mark McCall se extendía por el estadio con mucha mayor nitidez de la que mostraba el marcador, situado entonces en un exiguo 12-3.
Saracens le puso a su juego un punto de agresividad y efervescencia que los hizo dominadores de la final, y a los que el equipo de Rob Baxter simplemente no pudo o no encontró la manera de responder
Dentro de la acerada maquinaria de los Saracens, los hermanos Vunipola aparecieron frescos y con un punto de exuberancia muy primaveral. Billy volvió a dejar claro hasta qué punto es un jugador importante en la estructura de su club y, desde luego, en la de Inglaterra… donde Eddie Jones lo ha echado bastante de menos este año.
Saracens le puso a su juego un punto de agresividad y efervescencia que los hizo dominadores de la final, y a los que el equipo de Rob Baxter simplemente no pudo o no encontró la manera de responder. Incluso en los momentos en que los Chiefs pudieron abrir algo de juego a partir de la pelota dio la impresión de que los Saracens estaban en condiciones de anticipar sus movimientos, acogerse al plan de juego establecido de antemano y obtener rentabilidad de ello.
Si el partido tuvo un momento de emoción agregada fue cuando en el minuto 53 apareció sobre el campo el talonador sudafricano Schalk Brits. La grada lo aclamó pero, como parece que se estaba convirtiendo en costumbre esta temporada entre los jugadores que se retiran, Brits pronto vio una amarilla y tuvo que abandonar el terreno de juego por derribar un maul. Por fortuna, pudo regresar a tiempo de jugar en los últimos minutos del choque, un adecuado homenaje para un jugador realmente maravilloso.
One of the best pictures of the day Good work @SchalkBrits and Wayne Barnes. Retiring but never forgotten! #SarriesFamily pic.twitter.com/V0VX5XGovX
— #RugbySaracens (@RugbySaracens) 26 de mayo de 2018
En el mientras tanto, Wyles había anotado su segundo ensayo del partido a los 47 minutos y Steenson redujo algo las diferencias para su equipo al apoyar otro. Pero la suerte estaba echada y, este año, del lado de los de Mark McCall. El ensayo anotado por Earle sobre el minuto 80 puso el corolario a una estupenda actuación de los Saracens para proclamarse campeones de Inglaterra.
El colegiado Wayne Barnes también marcó algún hito personal en este encuentro. Después de dirigir hace algo más de tres semanas la final de la Champions Cup en Bilbao, cumplió en esta final su encuentro número 200 en la Premiership; y su octava final en esta competición. Una ejecutoria que subrayó con un desempeño soberbio.
Y así culminó la liga inglesa, en un día veraniego que -visto desde las gradas de Twickenham- contrastaba de manera notable con el frío, la lluvia y la nieve de los partidos jugados en el extraordinario estadio apenas unos meses antes. Fue el final de la temporada de rugby… aunque ya sabemos que solo de una parte de ella. Porque, como todos sabemos, en el rugby moderno las temporadas no se terminan nunca.
Del bienestar de los jugadores se habla mucho en Inglaterra… pero a la hora de la verdad se hace poco al respecto, por desgracia. Mientras el equipo de Inglaterra se prepara ya para su gira de junio por Sudáfrica (los que no se hayan lesionado o vayan a hacerlo en los entrenamientos preparatorios, esto es) uno se pregunta cómo demonios van a sobrevivir el año próximo, cuando la temporada culminará con la Copa del Mundo de 2019 en Japón. Pero este es un asunto para hablar en otra ocasión.
Una última cerveza refrescante mientras lo pensábamos, y nos fundimos con la multitud que se retiraba de Twickenham. Saboreando todavía un partido en el que los dos equipos pusieron sobre el campo lo mejor y más notable que nos entrega el rugby: la brutalidad del juego y un maravilloso espíritu que lo recubre. Ojalá no nos falten días como estos…