
Justo al costado de la Highway 1 en el distrito de Rangitikei, en la Isla Norte de Nueva Zelanda, se asienta una pequeña localidad llamada Hunterville. En 1896, la ciudad del arroyo Porewa llegó a tener 546 habitantes, hace ya mucho, pero el censo de 2013 revela que su población ha caído en estos años hasta los 429 residentes: la estación de ferrocarril cerró en 1988; el hospital de maternidad lo hizo en 1989; y en 1990 bajaron la persiana tres de los bancos establecidos en su casco urbano.
Si por algo es conocida la ciudad de Hunterville es por la estatua dedicada a Huntaway: un perro pastor que usa su ladrido para controlar a los rebaños que motean el paisaje de esta zona. Sin el auxilio de estos animales, la ganadería resultaría imposible en las empinadas colinas de la región de Rangitikei.
Pero, tal y como van las cosas, Hunterville lleva camino de reconocer cualquier día a otro ciudadano ilustre. Porque la pequeña localidad es, además, la villa natal de Hadleigh Wayne Parkes.
Las similitudes geográficas entre su hogar y la región galesa de Cartmarthenshire son evidentes; y tal vez esa sea la explicación de por qué el internacional galés -orgulloso de su procedencia de una familia de granjeros- se siente tan a gusto en el área de Llanelli.
Naturalmente, los galeses han acogido con los brazos abiertos a Parkes, un tipo modesto y con los pies en el suelo. Los aficionados de los Scarlets ya lo contaban hacía tiempo entre sus favoritos, pero desde su aparición a las órdenes de Warren Gatland en los Dragones, todo el país ha desarrollado un aprecio creciente por el centro kiwi: se le valoran sus actuaciones en el terreno de juego y su sencillo comportamiento fuera de él.
Hadleigh Parkes debutó el pasado 2 de diciembre de 2017 contra Sudáfrica. Y, curiosamente, lo hizo en medio del escepticismo mostrado ante su aparición en algunos círculos. Claro que a Parkes le costó solamente ocho minutos variar esa percepción: los que tardó en anotar su primer ensayo para Gales jugando como 12. A los 33 minutos había posado el segundo. Y, terminado el partido, fue elegido Mejor Jugador.
La impresión que dejó fue, por resumirlo con una frase habitual, que había jugado a nivel internacional toda su vida. Si la ocasión llegó a producirle alguna inquietud a Parkes, desde luego desapareció en cuanto el balón voló por el aire con el pitido inicial.
Otra cosa fue el proceso de preparación del partido. Si algo alrededor de su debut puso nervioso a Parkes fue la interpretación del himno de Gales: sus compañeros en los Scarlets pasaron horas y horas ensayándolo con él. El centro neozelandés no estaba tan ansioso por enfrentarse a los bokke como por cantar de manera correcta el Tierra de mis Padres. Otro detalle que le ganó el corazón de los aficionados del Principado.
“Fue una gran oportunidad, todo un privilegio representar a la gente de Gales», diría Hadleigh Parkes después. Sus padres, Bill y Janet, se perdieron el debut con la camiseta del Dragón. Pero su pareja, Suzy, montó un vídeo con imágenes de la ocasión y lo envió a su familia y amigos de Nueva Zelanda. Un emotivo montaje que tocó la fibra a todo el que lo vio.
En febrero, por fin los padres pudieron estar presentes en el Principality Stadium y presenciar el arranque del 6 Naciones frente a Escocia. “Esperaron hasta el final, a que se anunciara el XV inicial, para asegurarse de que estaba en él… pero con las maletas preparadas para salir corriendo», cuenta Parkes entre risas. A la orden de Gatland, Bill y Janet partieron en un viaje de 20.000 kilómetros para ver jugar a su hijo.
Como suele ocurrir en el rugby moderno, la pantalla gigante del estadio convirtió a los padres de Parkes en celebrities cuando mostró su imagen en la tribuna durante el encuentro frente a los escoceses. E incluso el propio jugador alcanzó a ver a los suyos, en medio de la batalla, pasándolo en grande con la victoria que abría la participación galesa en el torneo. «Los vi por el rabillo del ojo en un momento del partido y me encantó ver como disfrutaban: estábamos jugando bien».
Por debajo de ese momento de gloria queda la dura decisión que llevo a Hadleigh Parkes y Suzy a abandonar su hogar en Nueva Zelanda y trasladarse al otro lado del mundo. Pero ambos deseaban explorar una cultura nueva y descubrir qué les aguardaba aquí arriba, en el hemisferio norte.
Algunos clubes franceses habían presentado ya ofertas a Parkes para incorporarse a sus filas, pero la presencia del entrenador de los Scarlets, Wayne Pivac, al que Parkes conocía de sus días en las competiciones provinciales en Auckland, desnivelaron la balanza en favor de la vía galesa.
Desde entonces, Parkes se ha convertido en el pegamento del equipo de Warren Gatland y su nueva intención de juego. La frialdad y consistencia con las que Parkes interpreta el rugby lo han convertido en la primera opción para un puesto, el de número 12, que buscaba variantes después de años ocupado por Jamie Roberts.
Su experiencia a este lado del mundo le llevará, parece que de eso ya no cabe duda, el próximo otoño de 2019 a Japón. Acaba de renovar su contrato con Scarlets… y el otro gran reto le aguarda ya mismo: este viernes, cuando el equipo de Pivac se enfrente al vigoroso XV de La Rochelle en los cuartos de final de la Champions Cup, uno de los cruces más interesantes de la eliminatoria. Su esperanza es poder compartir con el equipo de Llanelli y con Suzy y un largo viaje europeo, con destino Bilbao, el próximo mes de mayo.
Y después, el partido más importante para los dos: su boda en junio, cuando Suzanne y Hadleigh se conviertan en la señora y el señor Parkes. Todo un shemozzle (una buena liada), como dicen allá.
Después de un año como éste, bien podría ser que otra estatua fuese erigida para un ciudadano ilustre de Hunterville: esta vez, con solo dos patas.