
Un niño envuelto en una bufanda roja y blanca, su mano anidada firmemente en la de su padre, caminaba lentamente junto a él por Westgate Street, aturdido y lleno de asombro, tras el épico partido entre Gales e Irlanda el pasado sábado.
La emoción le había robado el color, pero una vez haya recobrado su energía, éste será un día que recuerde el resto de su vida.
La mayoría de los aficionados galeses al rugby tenemos un recuerdo similar, y lo atesoramos como la maravilla que es. Mi generación tuvo los setenta: en 1971, 1976 y 1978 pudimos experimentar la portentosa sensación de un Grand Slam galés.
Nuestro canal mental de YouTube nos traslada inmediatamente a la nariz partida de Barry John y la carga con el hombro de JPR a Gourdon. Recuerdo además, en la semana en la que la tormenta Gareth arrasó Gran Bretaña, otra tormenta Gareth: Edwards el Caballero, pateando un imponente drop que sellaba el Grand Slam.
En 1971, 1976 y 1978, los de mi generación pudimos experimentar la portentosa sensación de un Grand Slam. Los niños de ahora tienen una triple joya conformada por las victorias de 2008, 2012 y 2019
El niño del principio de nuestra historia, algo menos pálido ya al llegar a St. Mary Street, tiene desde el sábado un tesoro similar que le acompañará toda su vida, aunque en su caso él contará con las redes sociales para volver instantáneamente al momento.
Esta triple joya constará de las victorias en 2008, 2012 y 2019; incluso la de 2005 si es mayor de lo que nos parece.
Mientras a su alrededor aullaba el viento y la lluvia caía a mares sobre las calles de la capital galesa, sin duda iba guardando en su cabeza las imágenes, que habrá de rememorar una y otra vez durante toda su vida: Alun Wyn Jones envuelto en vendas, avanzando a zancadas majestuosas en su campo de sueños; himnos, arias y el Bread of Heaven resonando a través del estadio, tan fuerte que los oídos le dolían.
A aquellos de mi generación que recordamos de forma vívida cada detalle y cada minuto de los partidos jugados por Gales en los años 60 y 70, pero no somos capaces de acordarnos de para qué hemos ido a la cocina hace 10 minutos, este Grand Slam nos hace derramar lágrimas: una por el presente, otra por el pasado… y otra por los que ya no están con nosotros para compartir el momento.
La noche del sábado hubo algo en común entre generaciones: mientras la tormenta Gareth golpeaba las ventanas y el viento hacía crujir los árboles, todos disfrutamos de una reparadora noche de descanso, solo interrumpida por las imágenes de Hadleigh, Alun Wyn y los demás héroes ataviados de rojo, que poblaban en nuestros sueños.
Un Grand Slam es sin lugar a dudas un tesoro. Y, tal y como cantaba Van Morrison: My mamma told me there’d be days like this. Mi madre me dijo que habría días como éste, desde luego. Pero no nos dijo que serían tan buenos.
[Foto: Inpho Photo / Six Nations].