
La costumbre era recibir cada año a una única selección, que se quedaba durante meses. Iban de gira por todas las islas, jugaban contra clubes locales, selecciones regionales, equipos nacionales… Y los despedíamos con el tradicional encuentro contra los Barbarians.
Durante ese tiempo, se alojaban en pequeñas localidades y grandes ciudades a lo largo y ancho del país, se mezclaban con los lugareños -la excepción a esto era Keith Murdoch, el temperamental pilar neozelandés- y dejaban a su paso recuerdos para toda una vida.
Ellos llegaban a conocernos a nosotros y nosotros nos sabíamos de ellos hasta donde tenían verrugas… pero hacían aquellos húmedos y fríos inviernos mucho más llevaderos. Para cuando regresaban a sus países, la sombría estación ya se desvanecía y los días comenzaban a alargar, como si quisieran estirarse para alcanzar la primavera.
En una de aquellas ocasiones, hace ya más de 50 años, los All Blacks vinieron de gira a Reino Unido y Francia. Aquel era un equipo formidable y, en lo físico, verdaderamente impresionante: a tal punto que completaron los 15 partidos de su programa sin una sola derrota.
Lo más cerca que estuvieron de perder fue, curiosamente, el empate del 9 de diciembre de 1967: ese día, en el Arms Park de Cardiff, un XV del Este de Gales reunido de manera precipitada puso contra las cuerdas a los poderosos All Blacks.
Originalmente, aquel choque debía jugarse el sábado anterior, pero la tremenda nevada que cayó sobre el país en esos días obligó a aplazarlo. Aunque el terreno de juego estaba en condiciones para el encuentro, en las tribunas la nieve se convirtió en hielo y obligó a suspender el partido, para evitar peligros a los espectadores.
Gareth Edwards, el legendario medio de melé en aquellos días, recuerda: «Tenía apenas 20 años, pero apenas unos meses más tarde fui por primera vez capitán de Gales. La ciudad entera estaba cubierta de nieve. Me acerqué al Angel Hotel, donde teníamos prevista la comida antes del partido, a ver si jugábamos o no. Resultó que los All Blacks estaban allí alojados también, así que nos tomamos unas cervezas».
A pesar de la climatología y el aplazamiento, el siguiente miércoles nada menos que 40,000 aficionados asistieron al estadio. El partido se iba a jugar una semana antes de Navidad y los pronósticos apuntaban a una fácil victoria para los imbatibles All Blacks.
Dai Hayward, el que fuera ala de Cardiff y del propio XV del Dragón, fue el encargado de dirigir a aquella selección del Este de Gales, aunque en aquellos días lo de ser entrenador de rugby era todavía un concepto que apenas estaba en pañales. «Dai me llamó y me dijo que quedáramos para hablar del partido. Así que nos encontramos en lo que entonces era el Cockney Pride, un pub en Cardiff, y mientras comíamos patatas con curry hablamos de cómo podíamos afrontar tácticamente un partido tan exigente. Aún me acuerdo de lo primero que me dijo Dai: «Verás, chico… no hay que complicarse mucho: si tenemos la pelota, la movemos».
El día había amanecido nublado y, ya sobre el campo, los jugadores se encontraron con un césped traicionero. La movilidad de la delantera del XV del Este de Gales hacía parecer pesados y lentos a sus contrarios kiwis, y ponía bajo una presión constante a sus medios. Un hostigamiento que duró todo el partido.
En el minuto 22, Lyn Baxter ganó un saque lateral y Barry John intentó un drop. Se le fue algo desviado, a la izquierda de palos, pero Frank Wilson siguió la jugada y se adelantó a Thorne para apoyar el primer ensayo galés.
Poco después, los locales reclamaron con razón un ensayo de castigo: fue una patada diagonal que buscaba a Keri Jones. El ala aceleró hacia la línea hombro a hombro con McCormack, y solo el empujón de éste le impidió alcanzar la pelota para apoyarla. El árbitro no lo concedió. Aún en la primera mitad, Wilson cruzó la línea de marca pero el colegiado volvió a negar el ensayo galés por una infracción anterior.
En aquellos días los ensayos valían solo tres puntos y esa era la ventaja al descanso para el XV del Este de Gales. 3-0. Lejos de cambiar su actitud, en la segunda mitad los locales volvieron a la carga y lanzaron un ataque tras otro sobre la zona de marca All Black.
Edwards recuerda con nitidez la clara sensación de dominio de los galeses frente a un rival tan bien armado: «Podría ser que la memoria me engañase, pero creo que los superamos por completo y que tendríamos que haber ganado. Durante mucho tiempo del partido fuimos por delante 3-0 y ni siquiera por un momento pareció que ellos fueran siquiera a anotar un punto».
Fruto de la presión, los neozelandeses acumularon golpes, algunos de ellos a distancia asequible para que Gales buscara los palos y aumentase el marcador. Pero no acertaron. En un momento dado, el propio Edwards pasó a encargarse de las patadas a palos, pero tampoco acertó: dos penalties más, ambos desde posiciones bastante sencillas, se fueron a los lados.
A diez minutos del final del partido, en una jugada aislada en medio del asedio galés, llegó el ensayo de Steel, que salvó los muebles para los All Blacks. Brian Lochore, el 8 negro, se levantó de la melé y avanzó con Davies en el apoyo. Tras recibir el pase, Davies la transmitió a Steel.
La defensa galesa venía cerrando de un lado a otro y, con 50 metros aún por delante hasta la marca, el ensayo parecía improbable. Pero Steel quebró los placajes que le salieron al paso y anotó el que probablemente fuera el mejor ensayo, y desde luego el más importante, de toda la gira. El empate 3-3.
Este de Gales siguió machacando la línea All Black, y Barry John estuvo a punto de cerrar el asedio con un sensacional drop que se estrelló contra el palo derecho. «Si la llega a meter y ganamos, contra uno de los equipos más grandes contra los que yo haya jugado nunca, la gente seguiría hablando de aquello con absoluta devoción. Jugamos un partido maravilloso, y eso que éramos un equipo que se había jugando literalmente en una semana».
Cuando el choque terminó en igualada, la sensación entre los locales era que el equipo galés debería haberse llevado la victoria, y que la había merecido. Pero que los All Blacks supieron resistir con uñas y dientes para salvar su invicto en la gira. “Tras el partido el seleccionador neozelandés, Charlie Saxton, nos reconoció que habían tenido mucha, pero mucha suerte de no perder. Para nosotros fue una lección dura, aún más para un jugador joven como yo, pero la verdad es que los All Blacks jamás se rindieron, hasta que acabó el partido».
Al final del partido, el tercer tiempo fue algo singular: «Nos reunimos los dos equipos para cenar y luego nos tomamos unas cervezas, pero era miércoles por la noche y por la mañana yo tenía que ir a la universidad -rememora Gareth Edwards-. Y, de todas formas, tenía que volver a jugar contra ellos ese mismo fin de semana con los Barbarians. Así que les dije: ‘Bueno, chicos, nos vemos el sábado».
Los All Blacks ganaron 14 de los 15 partidos de aquella gira de 1967, derrotando a Inglaterra (23-11), Escocia (14-3) y Gales (13-6).