Ha sido estos últimos días cuando la extraordinaria historia de Christian Leali’ifano ha alcanzado su culminación: la llamada para regresar a los Wallabies, la titularidad en el 10 frente a Argentina tres años después de la última vez, y la victoria en la segunda jornada del Rugby Championship. El partido del sábado contra los Pumas dejó algunos destellos de la facilidad del apertura de los Brumbies para mover el molino a su alrededor, con pases que activan a centros y alas en viaje hacia el interior de la cancha; y un pie afinado para ir cobrando las rentas que dejan las indisciplinas del contrario.

Estamos, sin embargo, ante el desenlace de un relato que comenzó a tomar forma hace ahora justo dos años. En el momento decisivo en el que, tras regresar de 10 meses de tratamiento y recuperación de la leucemia, y tras un trasplante de médula osea, Leali’ifano volvió a jugar en un amistoso en medio de la temporada de Super Rugby contra los Asia Pacific Dragons. A continuación, el equipo de Canberra fue eliminado en cuartos de final por los Hurricanes. Y, en ese punto, con mucho camino aún por recorrer y toda la incertidumbre que lo acosaba, Leali’ifano decidió esquivar el hiato de la post temporada austral, y acelerar su puesta a punto firmando un contrato de cinco meses a préstamo con Ulster.

Lo que ocurrió en Kingspan en ese tiempo es lo que nos ha traído hasta aquí. Había en Belfast una expectativa que tenía que ver más con la historia humana que con el verdadero potencial del rugby de Leali’ifano. ¿Qué tamaño podría tener esa aportación? ¿Cuántas certezas maneja un deportista de élite que acaba de regresar de una enfermedad así… y además en tiempo récord?

La respuesta fue concluyente.

En esos cinco meses, Leali’ifano se erigió en un faro ineludible para su equipo. Con cada partido de Ulster que uno miraba crecía la sensación de que el apertura había ingresado en un territorio de clarividencia. Jugaba con fluidez hipnótica, hilando pases largos y redobles cortos; rupturas de la línea de ventaja que su equipo tardaba más de lo deseable en interpretar; o cargando la suerte con combinaciones en las que, a menudo, el balón iba y volvía para pasar por sus manos.

Cada vez que lo hacía, Leali’ifano parecía tomar el mejor camino, fuera un acelerón o una pausa. Con el tiempo y el avance de la temporada se acentuó la sensación de que casi todo lo que ocurría en el ataque del equipo norirlandés tenía como epicentro al 10 australiano, que era su demiurgo.

Vislumbrar en aquellos cinco meses en Kingspan la posibilidad de que Leali’ifano compitiera por el 10 de los Wallabies en la RWC parecía un disparo muy lejano… pero las evidencias se acumularon y han quedado confirmadas en la vuelta a los Brumbies

Sabemos que en el deporte, como en la vida, el contexto tiene un peso muy relevante. Así que para esta revelación podía haber varias explicaciones… Que la transposición de hemisferios hubiese producido un efecto que no es desconocido: jugadores de perfil secundario en el sur que se convierten en protagonistas en el norte. Aún más en una competición singular como el Pro14. O puede que el refuerzo mental y físico por superar el gigantesco obstáculo de la enfermedad hubiese producido un pico de forma que habría de ser pasajero o asentarse con el tiempo. O que, simplemente, hubiésemos pasado por alto al jugador que Leali’ifano podía ser. Al menos en el norte.

Vislumbrar en esos meses la posibilidad de su candidatura al atribulado 10 de Michael Cheika cara a Japón parecía un disparo demasiado lejano… pero las evidencias se acumularon partido a partido.  Para cuando Belfast despidió al apertura convertido en un modesto héroe local, quedaba solo por saber si el efecto se mantendría en el entorno agotador de los Brumbies y el Super Rugby. Dos temporadas después, ya no le quedan dudas a nadie: Leali’ifano volvió a ser titular con los Wallabies y, de aquí al comienzo de la Copa del Mundo en Japón, Cheika deberá decidir si la línea (re)abierta frente a los Pumas mejora las prestaciones de la que hasta hoy, y pese a los vaivenes, parecía la mejor opción: Bernard Foley.

La mejor opción o, tal vez deberíamos decir, la menos incierta. Porque en los últimos años Cheika ha probado en el puesto de apertura a Kurtley Beale, Matt Toomua, Bernard Foley, Quade Cooper y al chico para todo Reece Hodge. Mirado desde ese punto de vista, un observador cínico podría con razón pensar que Leali’ifano no dejaría de ser otro disparo al aire de Cheika. El caso está en saber si, esta vez, el entrenador podría haber hecho diana.

El regreso del apertura de Brumbies al primer plano Wallaby no se puede disociar ni de su historia personal ni de la indefinible trayectoria del equipo australiano en estos últimos años. Este tipo de reapariciones de último momento de jugadores que ya parecían amortizados constituyen un episodio clásico de los meses previos a una Copa del Mundo.

Pensemos en Matt Giteau y en Quade Cooper en 2015. En el propio Leali’ifano o James O’Connor, ahora en los Wallabies. Pensemos en la cantidad de voces que han pedido la vuelta de Ma’a Nonu a los All Blacks en este último año, tras su regreso a los Blues. O en la selección revival que se llevó Heyneke Meyer a Inglaterra hace cuatro años, cuando creyó descubrir un pliegue del tiempo en el cual Victor Matfield, Schalk Burger, Fouriee du Preez, los Du Plessis brothers, Jean de Villiers o Ruan Pienaar aún eran en 2015 los jugadores que habían sido en 2007.

El tamaño de la RWC y su condición definitoria de los ciclos lleva a que los entrenadores se hagan trampas al solitario o escuchen en su cerebro voces que los llevan a invocar jugadores, más que a convocarlos. Es una deformación de las llamadas zonas de confort. La inseguridad de tomar decisiones audaces, pretendiendo cambiarlas por certezas tramposas. Un modo de armar una voluntarista guardia pretoriana para cuando lluevan bombas en la trinchera.

La reaparición del apertura de los Brumbies abre una disyuntiva para Cheika, cuya única opción tras muchas pruebas parecía ser ya Bernard Foley: ahora cuenta con otra vía más creativa en medio del proceso de transformación del ataque que está llevando a cabo en el eje 10-12-13

En el caso de Leali’ifano hay una necesidad que -entre otras muchas- Cheika sigue sin resolver: la imposición física sumada a la proverbial habilidad de sus tres cuartos. Ahora parece intuir una solución en el derribo del doble apertura (Foley/Beale/Toomua) y su relevo con Kerevi como primer centro y Kuridrani por fuera, ayudados por las incursiones de dos alas potentísimos como Koroibete y Hodge. La posibilidad de armar ideas y ventajas alrededor del choque y la destrucción en el primer contacto. O una idea alternativa a la que ya estaba asimilada: variedad según partidos, rivales y defensas.

Dada la cantidad de técnicos que en un momento u otro le han dado vueltas a esa disyuntiva, su resolución se antoja una suerte de decisiva bifurcación a la hora de definir el juego ofensivo de un equipo. A menudo la impresión es que muchos técnicos caminan en círculos, pisando terrenos por los que ya pasaron o probando con otros nombres soluciones que antes desechaban. En cierto modo, resulta lógico. Ser entrenador supone una de las formas menos prestigiosas de la obsesión compulsiva. La indomable comezón del que ha de pensar por todos y para todos.

Leali’ifano, en el choque del sábado contra los Pumas.

Más allá de como desanude Cheika ésta y otras cuestiones de aquí a Japón, el regreso de Leali’ifano a la primera plana constituye una fantástica epopeya personal y deportiva. No ha sido la primera vez, aunque sí la más terrible, en la que el apertura (nacido en Nueva Zelanda y trasladado con sus padres a Brisbane a los seis años de edad) ha entrevisto la fatalidad.

Su padre murió de un cáncer de hígado pocos días antes de que el joven Christian se marchase con los Wallabies sub 19 a disputar el Mundial de la categoría: su madre y uno de sus hermanos tuvieron que convencerlo de que abandonase el duelo para enfrentar el rugby.

Unos años y un contrato con los Brumbies más tarde, Leali’ifano protagonizó uno de los debuts internacionales más fugaces de los que se tenga memoria. Contra los Lions, en la serie de 2013, entró como primer centro y a los 44 segundos de partido quedó inerte tras un placaje frontal contra el galés Jonathan Davies. Ahí acabó su primer día en la oficina Wallaby.

En todas las ocasiones y sobre todo ante su enfermedad, que le diagnosticaron a los dos meses apenas de que hubiera nacido su hijo, Leali’ifano le ha opuesto a la contrariedad ese espíritu inquebrantable que comúnmente llamamos la alegría de vivir: «Saliera adelante o no, el tiempo que me quedase sentí que tenía la responsabilidad de mantenerme positivo, sonreír a quienes estaban a mi alrededor y hacerles sentir felices a pesar de todo. Y en eso puse toda mi energía».

Esa energía lo llevó del hospital al campo de rugby en solo 10 meses. Y después, de Canberra a Belfast, de Ulster a Brumbies y vuelta a los Wallabies… Ahora lo empuja todavía, camino de la última frontera en Japón.