Hace pocos días Jake White removió el avispero sudafricano al declarar que los Springboks deberían dejar de convocar a jugadores que actúen fuera del país… esto es, en equipos del Hemisferio Norte. De sobra sabemos que White tiene ese punto de bilardismo oval que reconocemos en otros entrenadores actuales, el punto agrio del hombre intranquilo, que cuestiona y se cuestiona. En este caso, como él mismo admitió, hablaba no tanto desde el punto de vista de los actuales campeones del mundo como desde la perspectiva de entrenador de franquicia. “Las franquicias sudafricanas se han convertido, básicamente, en canteras para los clubes de otros países: como las grandes estrellas juegan fuera, jugamos con jóvenes recién salidos del rugby escolar que de otro modo no habrían llegado a la élite; y cuando tienen 21 o 22 años y ya han acumulado experiencia, [los clubes europeos] se los llevan y disfrutan de la parte más importante de sus carreras».

Los Bulls acababan de anunciar la salida de Trevor Nyakane a Racing 92. Lógicamente el primera línea bokke, de 32 años, era solo el gatillo, no el fondo del argumento. Este tipo de debates no suelen tener un efecto inmediato, aunque seguramente permanecen latentes en la conciencia colectiva, esperando el momento adecuado para resurgir. Las condiciones quiere decir un ciclo a la baja. Ahora no se dan, claro. En el país springbok el único horizonte contemplado es la defensa del título mundial el año próximo en Francia. Y todo lo que contradiga el actual statu quo (incluida la libre elegibilidad sin fronteras) tiende a ser desechado como debate-quizás-necesario-pero-ahora-no-es-el-momento… porque ya nos va bien así.

Hace dos años y medio que Esterhuizen no engrosa sus ocho ‘caps’ con Sudáfrica. No fue a la RWC19 y, con Francia ahora en el horizonte, su candidatura se aviva en una posición con mucho tráfico

Algo de eso hay también en el otro gran debate abierto en torno a los Boks: el que tiene que ver con el incontenible estado de forma de un saffa abroad como André Esterhuizen. Tras lanzar su carrera en Sharks en 2014, salió de Sudáfrica a los 25, firmado por Harlequins. Había sido internacional ocho veces entre 2018 y 2019, en la última fase de construcción del bloque campeón en Japón. En siete de ellas actuó como titular con el 12, acompañado la mayoría de las veces por Jesse Kriel y algunas otras por Lukhanyo Am. A la hora de elegir la escuadra para la Copa del Mundo, Rassie Erasmus se llevó a Damian de Allende, Am, Kriel y Frans Steyn. Sudáfrica no suele ser un país que ofrezca muchas sorpresas en su elección de jugadores para ocasiones así. Si acaso, las sorpresas tienen un carácter retrospectivo: es un equipo más de regresos que de apariciones.

Hace dos años y medio largos, desde agosto de 2019 contra Argentina, que Esterhuizen no forma con los bokke. Pero su carrera ha subido un nuevo escalón y ahora el triángulo se reproduce: el jugador en crecimiento, Sudáfrica y su preferencia por lo conocido y, al fondo, otra Copa del Mundo. El aleteo de un jugador en Europa siempre provoca un viento mayor en el sur. Pero todas esas son líneas de fuga aún lejanas: por el momento, el foco ha de ponerse en el suroeste de Londres.

Esté más lejos o más cerca de merecer una llamada de Jacques Nienaber, no hace falta haber visto mucha Premiership en los últimos meses para concluir que André Esterhuizen es uno de los jugadores más en forma del campeonato inglés. Esa referencia nunca puede ser tomada a la ligera. En la transición entre 2021 y 2022, el primer centro de Harlequins fue elegido el mejor hombre del partido en tres encuentros consecutivos: frente a Gloucester, Northampton Saints y Exeter Chiefs. Ya sabemos que las designaciones del Man of the Match constituyen en sí mismas un género de ficción, pero semejante trilogía bien tendría que sostenerse en alguna forma de realidad tangible. Y sí: a los electores del premio se les amontonaron los argumentos para defender la triple corona de la topadora de Quins.

Uno tuvo el extraño olfato de ver esos tres partidos (casi) enteros, lo cual resulta notable porque la dieta de rugby la tenemos rebajada desde hace cierto tiempo por motivos que no vienen al caso, pero que auxilian el equilibrio mental. Puede que la elección del primero, contra Saints, tuviera que ver más con la indisimulada preferencia que uno siente por el equipo de Northampton que por ver al vigente campeón de liga. Pero nunca está mal cruzarse con Harlequins, equipo de ideas ligeras y estructuras firmes.

Y además, estamos a principios de año, viene el Seis Naciones y cualquiera puede anticipar que en el imperio se aviva ya una de las controversias que más fortuna han hecho en los últimos tiempos: ¿Es la hora de que Marcus Smith se quede en propiedad el 10 de Inglaterra? Dado que a Care ya nadie lo mira (ahora que a su efervescencia natural le ha añadido un cuajo de veterano que produce una mezcla deliciosa) y que a Dombrandt nunca lo han visto, mirar al joven Smith ayuda a formarse ese tipo de opiniones absolutas que conviene tener a mano por si alguien te pregunta por la calle si eres de George Ford o de Marcus Smith. O aún peor: del chico de Andy. Si faltaba algún argumento, el partido del muchacho contra Cardiff el viernes pasado completó un grito escandaloso. Smith demuestra que la creatividad en el juego va mucho más allá de los vacuos ejercicios de estilo.

Pero entre todo ese polvo de estrella que tanto gusta en las páginas especializadas, en todos y cada uno de los partidos a los que nos referimos más arriba resultó inevitable que nos entrara por el ojo la exuberancia de Esterhuizen. Porque allí donde aparece El Gigante –apodo ganado por su 1.93 + 113 kgs.- para tomar la pelota en ruptura, genera un cierto efecto estampida del que suele participar un muy notable jugador que juega cerca de su hombro exterior, el 13 Luke Northmore; o el zaguero Tyrone Green, otro sudafricano en un estado de forma rutilante en el XV que dirige Tabai Matson. O Louis Lynagh, el hijo de.

En el cambio de año, Estherhuizen acumuló tres galardones consecutivos de Hombre del Partido: más allá de la anécdota estadística, el episodio resume su impacto en Harlequins y en la Premiership

Cuando Matson firmó al principio de esta temporada, el club caracterizó su incorporación desde la sub-20 neozelandesa con un lema que en cierto modo reconocía de forma implícita el trabajo de quienes lo han precedido en el club: «Evolución, no revolución». Al fondo de esa frase asoma el nombre de Paul Gustard. El entrenador dejó The Stoop hace ahora un año, tras un par de campañas en el borde exterior de la lucha por los trofeos (quinto y sexto puestos) y un inicio errático de la Premiership 20/21.

Sin una opción clara para cambiar de caballo a mitad de carrera, Harlequins optó por una suerte de junta de salvación con gente que ya estaba en el staff, imbuida del espíritu de los Quins: Nick Evans, Jerry Flannery, Adam Jones y Charlie Mulchrone, todos bajo el mandato de Billy Millard, el general manager de rugby de Harlequins. El deporte es una materia de alta imprevisibilidad. Nunca sabremos qué piezas se juntaron para que el extravío con Gustard se tornara en una escapada delirante hacia el título, pero el recorrido hizo leyenda: 11 victorias en 16 partidos, triunfo sobre Bristol en la semifinal y victoria frente a Exeter en la final en Twickenham.

Gustard puede reclamar, y lo ha hecho, que una notable parte de la autoría intelectual de esa victoria le corresponde. Wilco Louw, Esterhuizen y Louis Lynagh (2) anotaron los ensayos de Harlequins en la final contra los Chiefs. A los tres los había fichado Gustard, si es que cabe atribuir a una sola persona las decisiones en la estructura de un club. «Queríamos construir un equipo que pudiera permanecer junto durante varios años, tal y como aprendí en Saracens», explicó Gustard unos meses después, mirando atrás desde su puesto en Benetton. El año finalizó para el técnico con una nota contradictoria: último en el Pro14, pero campeón de ese invento postmoderno llamado Rainbow Cup. Un arco iris de justicia poética…

Esterhuizen arrancó la campaña prolongando su contrato en The Stoop. Y desde entonces su importancia no ha dejado de crecer en el eje de construcción / destrucción que ha levantado Harlequins en su medio campo: Dombrandt de 8, Care de 9, Marcus Smith de 10 y Esterhuizen de 12. Más los otros. En esa trama que los propios protagonistas han denominado The Harlequins Way (el estilo Harlequins), Matson definió el papel de su primer centro de la forma más gráfica posible: «[André] Es un agente del caos».

La descripción tiene que ver con la notable capacidad de Esterhuizen para llevar a su equipo más allá de la línea de ventaja como primer receptor -formando en familias próximas al punto de encuentro-, o jugando la ruptura destructiva a partir de la conexión con Marcus Smith. En los dos papeles recuerda a un tercera dedicado al relanzamiento con la pelota o incrustado en la línea para generar el desequilibrio en la zaga contraria. Algo a lo que también contribuye su demoledor juego defensivo en el suelo, que lo emparenta de forma aún más nítida con los especialistas del breakdown.

Su tamaño anuncia a un falso lento o a un jugador más explícito que sutil, más tendente al crashball que a un impacto constructivo, pero sus acciones niegan esa caracterización. Corre líneas agudas, que ansían intervalos; en distancias cortas tiene un juego de pies bastante apreciable para su carrocería; y, aunque por momentos da la impresión de que le cuesta acelerar, suele escapar con frecuencia y después le pone a la descarga en el contacto una destreza mucho más que apreciable.

Al verlo liberar balones a una mano por debajo de la axila o rodeando el cuerpo del rival, no falta quien evoca a Sonny Bill Williams. Pero Esterhuizen ofrece más dimensiones de juego que el a menudo condescendiente rugby del centro neozelandés. Juega sin la pelota de maravilla, bien por el eje transversal visitando el callejón de los alas (no es raro verlo entrar en el ensayo por el costado, comiéndose literalmente a un rival de camino a la marca); bien por dentro en profundidad, cuando la jugada se acelera: a menudo muy atento para converger en dirección a los reciclajes de Danny Care y darles continuidad.

«Todo el mundo quiere jugar en un equipo en el que se te anima a intentar cosas distintas», dice Esterhuizen de Harlequins. ¿Rendiría igual en un bloque mucho más mecanizado como los Boks?

¿Le alcanzarán todas esas características para merecer la atención de Sudáfrica de aquí al Mundial francés? Está por ver. De Allende y Am son ahora mismo el establishment, y todo lo que comprometa la titularidad de la pareja levanta suspicacias. Los argumentos más ordenancistas acusan a Esterhuizen de ser un jugador de potencial riesgo. El caso se construiría en torno a las dos sanciones (cuatro y seis semanas) que acumuló en su primera temporada en Harlequins, por sendas cargas con el hombro contra la cabeza de un rival.

Hay más factores en su contra: el escaso hueco para los tres cuartos fuera del XV titular sudafricano. Los Springboks tienden a llenar el banquillo de tipos grandes, duros y pesados, así que para los chicos de atrás cada vez quedan menos asientos, literal y figuradamente. Entre los relevos acostumbra a haber cinco delanteros, el medio y sólo dos backs, de esos que pueden cubrir varias posiciones. La cosa ha llegado a ponerse muy punk con un 6/2 que obliga al único tres cuartos elegido a encarnar la quintaesencia de la versatilidad: poder jugar en cualquiera de las tres posiciones del fondo. O incluso en cualquiera de las cuatro a partir del 10. Aunque Esterhuizen ha actuado de centro y de zaguero, y también ocasionalmente como ala, no parece la primera opción en ese tipo de casting.

Otra cuestión está en el tipo de rugby que Nienaber y Erasmus quieren de su primer centro, porque a poco que lo mire uno advierte que De Allende con los Boks es un palomo de pecho erguido… con las alas recortadas. Y, por oposición a esa tendencia mecanicista, Esterhuizen disfruta y parece alimentado por el efecto que la Harlequins Way of Life produce en su juego: «Creo que todo el mundo quiere jugar en un equipo en el que se te anima a intentar cosas distintas en el campo y salirte de las convenciones», dijo el sudafricano con ocasión de su renovación en Harlequins. Mientras se resuelve si el teléfono verde suena o no suena, a los 27 años Esterhuizen disfruta de la vida alegre. Y los demás, del caos que anuncian sus acometidas.