Once partidos, ocho derrotas, dos tarjetas amarillas, un lío en las redes sociales y un accidente de tráfico. Y un ensayo. Así de pálido es el compendio estadístico de Julian Savea desde su llegada a Toulon, el pasado verano. Si un jugador encarna el estado de confusión en el que habita el que fuera tricampeón europeo, ese es el All Black número 1.111. Este sábado, frente al USAP Perpignan, Savea logró por fin algo que todavía no había conseguido desde su llegada a Francia: apoyar la pelota en el ingoal contrario. Era la primera vez. Sólo unas horas más tarde, el jugador perdió el control de su automóvil y lo volcó sobre el techo.

Por fortuna salió ileso. Pero el incidente ha venido a ensombrecer el único momento luminoso de Savea hasta ahora en el Stade Mayol. Sí… el hombre de las 46 marcas en 54 partidos con los All Blacks llevaba desde agosto acumulando partidos y minutos sin apoyar siquiera un balón en la zona de marca rival. Es verdad que no ha disputado todos los partidos -debutó en el tercer encuentro del Top14, en la victoria ante los campeones Castres (28-27)-, pero la escasez de su impacto mueve a cualquiera a cuestionarse: ¿Qué está pasando ahí?

Viendo jugar a Toulon, sin embargo, la pregunta correcta sería: ¿Qué es lo que no está pasando?

Después volveremos sobre la hipótesis de que la pertinaz sequía de un jugador tan fértil suponga en realidad un caso de contagio del anarco-caos que hoy parece el equipo que gobierna Patrice Collazo. Gobierna o intenta gobernar, no se sabe.

De momento, volvamos a la última escena. Julian Savea anotó por fin un ensayo. Lo hizo frente al último del Top14, rival con aspecto de condenado en el año de su vuelta a la élite. Toulon ganó a USAP y aplacó un tanto los ánimos, si eso es posible en un equipo que siempre juega sobre el cráter de un volcán. Hay un detalle llamativo: Savea logró su primer ensayo jugando… de primer centro.

Lo de que Collazo baraje las posiciones de sus hombres y los ponga donde nadie los espera no es de ahora. Cierto que la concentración de Francia para los partidos de noviembre le ha arrebatado a Belleau y Bastareaud. Pero los movimientos imprevistos han caracterizado sus decisiones desde que empezó la temporada con Malakai Fekitoa de ala y Tuisova de centro. Varias veces.

Ha usado a menudo un doble 10, con Carbonel de apertura y Belleau de 12; o con Belleau de 10 y Trihn-Duc de primer centro. Incluso ha sucumbido a la tentación de comisionar a Nakosi, otro ala fijiano llegado de Grenoble, en el fondo, por el que han pasado el jovencísimo Smaili, el australiano Placid o el dueño natural del puesto, Hugo Bonneval.

Es decir, que este singular juego de las sillas de Collazo no es sólo una búsqueda de soluciones a la crisis de juego y resultados, o a las ausencias, lo que sería legítimo. Es que ya lo hacía desde el principio. ¿Por qué? Cualquiera sabe. Galthié ya se empeñó en Ashton de zaguero el año pasado, desoyendo la creencia popular de que el inglés placa menos que una farola. En Toulon debe regir algún imperativo paranormal a la hora de ordenar a los jugadores en el campo.

Volvamos a Savea. Su temporada presenta ribetes tan extraños que, mientras en el desayuno dominical celebrábamos esa tumultosa acometida contra la defensa de USAP -deudora de aquéllas que en 2012 llevaron a apodarlo el nuevo Lomu- leímos que el Autobús había sufrido por la noche un accidente de circulación. Y, aunque el célebre apodo es obviamente metafórico, el incidente con su coche no lo fue: de vuelta a su casa, Julian se durmió al volante y volcó su automóvil.

La noticia del accidente la dio su propia esposa, Fatima, en Instagram: «Los que conocéis a Julian ya sabréis que se queda dormido en cualquier lado… un problema que siempre ha tenido».

La noticia la contó en Instagram su propia esposa, Fátima, que vio llegar al ala kiwi en una ambulancia, afortunadamente sano y salvo. «Si conocéis a Julian -explicaba Fátima en su post- sabréis que se queda dormido en cualquier lado y en cualquier momento, un problema que siempre ha tenido». Alusión a algún tipo de patología del sueño, por lo visto. Añadía una recomendación: «Si estáis cansados, no os pongáis al volante». ¿Satisfará a los suspicaces? Tanto da. Lo esencial es que Savea esquivó la tragedia.

El protagonismo de Fátima en esta historia no es baladí. La mujer de Julian Savea fue responsable en septiembre de un entretenido episodio muy del tenor del deporte moderno. En su red social atacó el nivel de juego de Toulon y, en general, del rugby francés -«aquí el rugby está muy atrasado», dijo-, además de hacerle de portavoz inesperado al jugador: «Cuando ves la frustración en la cara de tu marido… Os juro que este equipo no sabe ni pasar la pelota».

Luego Mourad Boudjellal, el propietario de Toulon, bordeó una peligrosa línea cuando en su podcast semanal dijo al respecto: «A las mujeres de los jugadores hay que seducirlas para que sus chicos rindan en este equipo». Sí, Boudjellal tiene un especie de Aló, presidente en el que dice cosas así. Se apresuró a aclarar: «No quiero decir nada malo sobre Madame Savea… no hay más que ver lo cuadrado que está su marido».

Estas cosas pasan en el rugby francés. Una sitcom deportiva en toda regla.

Fatima y Julian, sonrientes en la grada: la procesión va por dentro.

Pero bueno, la cosa es que Fátima tenía razón: cualquiera puede ver lo que sufre Savea para hacer algo sustancial en los partidos. En los varios encuentros de Toulon que hemos mirado esta temporada -el último frente a La Rochelle- se hacía imposible encontrar rastro del jugador que fue.

Por un lado, su escandalosa ausencia anotadora tiene que ver con el errático flujo de juego de Toulon, cuyo rugby es un dolor de muelas. La dificultad para generar movimientos que generen espacios y animen situaciones ventajosas o nítidas de ataque es tremenda. Todo se hace tan trabajoso y confuso, que para cuando le llega la pelota a Savea, por lo general se ve obligado a embestir a varios rivales que le cierran el paso.

Su desesperación ha sido visible en varios encuentros. Gestos contrariados y tarjetas amarillas que, como la de los últimos minutos contra Newcastle en la Champions Cup, pudieron tener o tuvieron una influencia determinante para la suerte del partido. Una amargura que podemos encontrar también, desde luego, en los otros kiwis emigrados al Mayol: Liam Messam, que vio una roja, y Malakai Fekitoa: otras dos amarillas y las insinuaciones de que en cuanto acabe el año se vuelve corriendo a su país. O en Bastareaud, otro que vive los partidos con gesto de desesperación. O en Guirado, cuyo futuro parece ya decidido también lejos de Toulon.

Todos pierden a menudo la paciencia, de manera visible, en el campo. En la banda, Collazo da vueltas sobre sí mismo y se aprieta la cabeza, intentando comprender cómo la fórmula le cuajó tan bien en La Rochelle… y por qué ahora su equipo es un adefesio.

En chez Mourad ya se sabe que el estilo dominante es la magnificación, para lo bueno y para lo malo. Lo fue del triunfo como ahora de la caída. Estos últimos años se manifestó una tendencia a la baja, pero el arranque de los últimos meses ha provocado el estrépito de los imperios en ruina.

Lo primero que debe ser subrayado al respecto de Toulon es que este ya no es el equipo que fue. Sigue habiendo estrellas, claro, pero si uno mira las alineaciones de Collazo y compara, encuentra evidencias palmarias de que los protagonistas de hoy no tienen parangón con los de ayer y anteayer.

Así que tal vez el problema no sea tanto el modelo de galácticos como la imposibilidad de sostenerlo a lo largo del tiempo… Lo único que se mantiene es  el gasto y la exigencia de victoria. Y cuando alguna de las variables no encaja, vienen los problemas. Siempre hay esperanza mientras el combustible financiero no se agote. Parece que ya está fichado Baptiste Serin y, como siempre, la noria de futuribles no deja de producir grandes nombres: Eben Etzebeh, Sam Whitelock, Nehe Milner-Skudder…

En el caso concreto de Julian Savea, de todos modos, no falta quien piensa que esta decadencia sobrevenida (28 años) tiene tanto que ver con el entorno tolonés como con una trayectoria descendente iniciada ya en sus últimos tiempos en Hurricanes.

Julian Savea ha confesado no hace mucho en una entrevista el shock absoluto que le produjo la conversación en la que Steve Hansen le dijo que tenía que buscarse el futuro en otro lado.

Su despedida estuvo repleta de halagos oficiales, pero el capítulo de la expulsión del Edén debió de ser traumático. Hablamos de un jugador que, como ya hemos dicho, había anotado 46 ensayos en 54 partidos con la selección de Nueva Zelanda: una marca sólo rebasada por el inagotable Doug Howlett, e igualada con las de Christian Cullen y Joe Rokocoko. Más contexto: Jonah Lomu, al que se sigue teniendo por arquetipo de grandeza y profusión anotadora, nos dejó con 37 en 63 partidos.

Mourad Boudlellal, en un momento del partido contra La Rochelle.

Pero si algo ha distinguido a Steve Hansen y sus hombres ha sido la larga mirada con la que dirigen a los All Blacks. Y cuando aún nadie podía imaginarse en el ala izquierdo a otro que no fuera Julian Savea, Hansen inauguró el futuro en la serie de 2017 contra los British&Irish Lions: de los tres partidos, Savea sólo llevó el 11 en el último, el del controvertido empate que determinó la igualada.

Ya no ha vuelto a vestirse nunca más de All Black.

Naturalmente, ese futuro tenía un nombre. Suplente en 2016 en sus primeras apariciones en sendos tests otoñales contra Italia y Francia, Rieko Ioane había surgido de manera repentina en el flanco izquierdo para quedárselo. Contra la Nazionale ya anotó el primer ensayo de su carrera internacional. Pero Hansen lo lanzó a los leones, nunca mejor dicho, en los dos primeros choques frente a los turistas británicos. Aquel movimiento parecía una temeridad. Ahora sabemos que no se trataba de una prueba: Hansen ya sabía todo lo que tenía que saber al respecto.  A estas horas, Rieko suma 22 tries en 21 tests. O sea…

Contra lo inexorable de ese destino, Julian Savea supo que era hora de emigrar, y desde entonces parece vivir bajo el síndrome del príncipe destronado. Se mudó a Francia, que es una pequeña Nueva Zelanda hecha Potosí. Se convirtió en otro exiliado del paraíso negro y cambió el desafío tribal de la Haka por la estridencia formal del Pilou-Pilou.

El suyo ha sido un viaje desde el jardín de las delicias de Hansen a ese patio Maravillas que gestiona Mourad Boudjelllal: un hombre intranquilo que no ve los partidos ni en el palco ni en la grada, sino patrullando la banda a la espalda de los banquillos, como un espíritu insomne. Una nerviosa presencia ubicua que encarna la más acabada de las metáforas.

Habrá que ver cómo se desenvuelve la temporada de Toulon, que parece camino de la perdición en Europa y difícilmente encauzable en el Top14. Lo menos que podría ocurrir es que este año se fuera por el sumidero de la intrascendencia.

La transición desde los equipos campeones resulta a menudo un drama en varios actos, con sus condenados y sus cadáveres. Veremos si todo el mundo sale como Savea de su coche la otra madrugada: ileso… y con la cabeza sobre los hombros.