
Puede que John Cooney sea aficionado a leer poesía; o puede que encontrara el pasaje en una de esas webs de citas-a-mano-para-perfiles-digitales y/o postureos-variados. El caso es que la pasada semana, después de pasar el golpe de castigo definitivo para derrotar a Harlequins en Kingspan (y antes de volver a tener un papel estelar otra vez contra los ingleses en la vuelta este último viernes en The Stoop), Cooney publicó en su cuenta una imagen enmarcada por los últimos versos del poema The Road Not Taken, del autor norteamericano Robert Frost:
“Two roads diverged in a woods, and I —
I took the one less travelled by,
And that has made all the difference…”
La moda de las afirmaciones enigmáticas de deportistas en las redes sociales hace añorar los días lúcidos del impulsor de la comunicación críptica y el malditismo de culto, Eric Cantona. Es merecidamente célebre su frase ante la prensa mundial, tras ganar la apelación contra la sentencia de dos semanas de prisión que le habían impuesto por su patada voladora a un espectador: «Cuando las gaviotas siguen al pesquero… es porque creen que van a tirar las sardinas al mar».
Contraviniendo otra afirmación poética filtrada en muchas canciones -aquella que sostiene que ningún hombre es una isla-, Cooney juega, actúa y se expresa estos meses como una isla dentro de la isla. Un outcast. Un náufrago olvidado por Joe Schmidt, que lo bajó de la lista irlandesa para la Copa del Mundo en Japón tras mucho tiempo de, más o menos, ignorarlo como serio candidato a lugarteniente de Conor Murray. Vista desde esa perspectiva, cuál si no, la frase de Cooney/Frost procede de ese lugar incierto en el que uno libra la trascendental misión de reivindicarse a sí mismo frente a la sordera del mundo. O de los entrenadores, si bajamos estas reflexiones etéreas a su escenario concreto.
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En toda esta historia hay un par de cuestiones tan ciertas que bordean lo irrebatible: es difícil encontrar ahora mismo a un jugador irlandés en un estado de forma como el que atraviesa el medio de melé de Ulster. Y aún más complicado señalar a uno que tenga una influencia tan marcada en la suerte actual de su equipo. En lo que se refiere a Ulster, Cooney se ha encarnado en el hombre que lo hace todo de la juguetona canción.
Si uno tiene el humor suficiente para sentarse a ver con relativa frecuencia al equipo norirlandés es por asistir a la enésima resurrección de uno de nuestros antihéroes favoritos: Marcell Coetzee. El (mejor) tercera con peor suerte de los últimos tiempos. Pero, ampliando el foco, pasamos los partidos de Ulster pensando en cuándo los perderá Ulster, que da la impresión de estar programado para sobrevivir a sus propias limitaciones. Por eso suele ocurrir que gana: cuatro de cuatro en la Champions Cup y segundo en su conferencia del Pro14, por detrás del inabordable Leinster.
Es difícil encontrar a un jugador irlandés ahora mismo en el estado de forma que atraviesa Cooney; y aún más complicado señalar a uno cuya influencia en la suerte de su equipo sea tan marcada: en Ulster, las heroicidades del medio de melé se han convertido en un suceso cotidiano
Al margen de los factores de corrección aplicables en cada uno de esos torneos, si esto pasa es porque las previsiones casi siempre se las lleva por delante el mismo nombre: John Cooney. En el Pro14 ha sumado tres ensayos, siete golpes de castigo y 15 conversiones. Todo en siete partidos. En la Champions va a ensayo por encuentro (4), además de haber pasado seis penales y ocho transformaciones.
En cada partido el nueve de Ulster trae consigo un ensayo que rasga el telón; otro placaje extremo que evita la marca del contrario que podría dar un viraje al choque; o el martillazo definitivo en el último clavo del ataúd rival. Incluso en finales como el del primer choque con Quins, en los que su equipo parece muerto, una sucesión de delirios converge en que la suerte final la dicte el pie helado de Cooney, que ignora la temperatura emocional para ejecutar con frialdad quirúrgica.
Así que sus heroicidades han adoptado en Belfast la forma inevitable de un ciclo natural. Un asunto cotidiano. Igual que se sabe que todas las mañanas se hará de día y que en un partido en Kingspan acaba lloviendo, también se intuye que tarde o temprano Cooney decidirá la victoria. Parece un remedo de la famosa campaña publicitaria de su (casi) homónimo actor: «Cooney… what else?».
La saga viene además magnificada por el momento de transición entre Joe Schmidt y Andy Farrell al frente de Irlanda. Un periodo interesante, salpimentado por el controvertido informe revisionista de la IRFU tras el fiasco japonés.
Y también porque por primera vez la inamovible bisagra irlandesa conformada durante años por Murray y Sexton empieza a provocar interrogantes sobre la necesidad de un relevo. Sexton llegará justo al 6 Naciones después de su lesión de rodilla contra los Saints. Y la prevalencia de Murray ha entrado en cuestión: por su estado de forma y por la incertidumbre acerca de si el Trébol de Farrell seguirá privilegiando el juego táctico con el pie tan bien explotado por Schmidt, del que Murray y Sexton fueron apóstoles principales.
Nacido en Dublín, formado en Leinster, cedido a Connacht y llegado a Ulster para relevar a Ruan Pienaar hace tres temporadas, Cooney debutó con Irlanda en la gira de junio de 2017, contra Japón.
Tuvo una presencia constante en el 6 Naciones del año pasado (entró como sustituto en cuatro de los cinco partidos) y le hizo un ensayo a Inglaterra. Todo parecía apuntar a que integraría el plantel en la RWC, pero Schmidt lo descartó al primer corte. A los 29 años ha sido internacional en solo ocho ocasiones.
El resto de pretendientes a la sucesión del nueve de Munster son más jóvenes: Kieran Marmion tiene 27 y ha jugado 28 veces con Irlanda; Luke McGrath, de Leinster, 26 años y 16 caps; Caolin Blade, que ha sacado este año del puesto a Marmion en Connacht, cuenta 25 y aún no ha debutado con la camiseta verde. Todos están cortados físicamente por un patrón similar: Marmion es algo más ligero que Cooney, pero los dos miden 1.78. Luke McGrath tiene un chasis más compacto: 84 kgs. en su 1.75. Blade no pasa de 1.70, la misma altura del recordado Peter Stringer. Conor Murray (30 años) les sopla el cogote a todos, con su 1.83.
John Cooney ha revelado que Schmidt le justificó su exclusión de la lista irlandesa para Japón por cuestiones defensivas: «Eso me dejó algo fastidiado, para ser sincero, así que me he concentrado en mejorar mis porcentajes de placaje y asegurarme de no fallar. Es uno de mis objetivos principales esta temporada porque es algo en lo que, la verdad, pensaba que era bueno, pero por lo visto no para todo el mundo… O tal vez no era tan bueno como yo me pensaba».
Ese combustible ha alimentado la crecida de Cooney en este primer tercio de la temporada. «Ciertamente, el chico ha levantado la mano», resumió Dan McFarland estos últimos días en referencia a las opciones de su jugador cara al próximo 6 Naciones.
La cuestión verdadera es qué piensa Andy Farrell de todo esto; cómo va a ser su Irlanda con respecto al modelo de Joe Schmidt; y de qué manera equilibrará la inevitable regeneración con los plazos que otorga un ciclo mundialista completo. La explosion de Cooney es tan sonora que para ignorarla hay que mirar a otro lado de forma deliberada. Como el personaje del poema de Frost, ha elegido la carretera alternativa, pero con su edad el horizonte no suele quedar lejos. Ahora que ha logrado llamar la atención de todo el mundo desde su aislamiento, el tiempo (la obsesión de todos los náufragos) corre en su contra.