Las más de 49.000 entradas vendidas para la final de la Champions Cup el próximo 12 de mayo en San Mamés ya saben, por fin, el nombre de sus dos protagonistas: Leinster y Racing 92. Bilbao ya tiene su final. Y es una final gigantesca, como corresponde a la estupenda construcción de expectativas que el torneo ha reunido alrededor de esta ocasión única en la capital vizcaína. El partido habría sido un éxito en cualquier caso porque el verdadero protagonista durante todos estos meses ha sido el rugby, capaz de atraer multitudes cada vez más copiosas incluso en iniminaginadas dispersiones de escenarios. El rugby ya ha conquistado la capital del fútbol. Ahora solo queda la conquista del trofeo.

De los trofeos, en realidad, porque el viernes 11 Gloucester y Cardiff disputarán la final de la Challenge Cup; y, en la misma mañana del sábado, en Fadura, Enisei y Heidelberger jugarán por la Continental Shield.

Es innegable que la mayoría de los aficionados, o muchos de ellos en cualquier caso, habrían preferido una final all irish… con Munster y Leinster enfrentados en una revisión internacionalizada de su rivalidad provincial. Racing 92 se cruzó frente a esa posibilidad y resolvió su partido en 21 minutos. Todo lo sustancial en el Chaban-Delmas de Burdeos ocurrió en el primer acto del partido, cuando Racing 92 desató la velocidad que anuncia su escuadra y la usó para desbordar a Munster en un triple movimiento encadenado de percusiones por el eje, penetraciones alrededor del ariete llamado Vakatawa por el centro y finalizaciones danzarinas, verdaderamente portentosas, de Teddy Thomas por fuera.

El ala hizo tres ensayos en 21 minutos. Bueno, no. Ahora se explica. Thomas es un jugador con una habilidad fascinante para el contrapié y la evasión, pero su talento está cruzado por un parte de incidencias que ha amenazado la continuidad de su progresión. Lo que hizo ayer ya lo hizo con Francia en el último 6 Naciones, antes del episodio de Edimburgo y su desaparición. Ya lo hizo mucho antes, cuando se asomó al XV bleu desde su explosión a la sombra de Aguilera. Y, sin embargo, Thomas siempre parece estar recomenzando su carrera, como si hubiera adoptado la intención de un rebelde Peter Pan. Como si no quisiera hacerse nunca un jugador adulto.

Jacques Brunel, el seleccionador francés, miraba desde la tribuna. Lo vio apoyar las dos primeras marcas y también subrayar esa frivolidad del que debió ser el tercero, cuando antes de posar decidió darle un último pase a Maxime Machenaud (el reloj que marca la hora en Racing 92 hoy por hoy), para que fuera el nueve el que se apuntara el ensayo. Ese último pase, innecesario y juguetón, fue de los que entierran entrenadores y promueven broncas individuales entre capitán y tropa en los terceros tiempos. Para bien y para mal, Thomas es un espíritu libre, signifique eso lo que signifique.

El resto del partido fue un largo epílogo, aunque Munster llegara a aproximarse y dejar un resultado decoroso. Como suele ocurrir, Munster terminó cerca en el marcador, pero lejos en el global del partido: en el minuto 25 perdía 24-3. Tuvo un arreón notable en el final de la primera mitad, pero la defensa de Racing 92 dio un curso de presión de la línea, recolocación, defensa extrema y esos placajes bajísimos, a las rodillas y más abajo, que han dado otro de los interminables neologismos del rugby moderno: el chop tackle. También repartió leña al punto de generar el efecto de blandura de Munster, algo inconcebible. Es un equipo durísimo que convirtió cada contacto en un sartenazo de miedo.

Teddy Thomas, apoyando uno de sus dos ensayos a Munster.

Racing 92 tiene muchas más caras de las que parece. Su mayor peligro es que puede hacer lo que quiera… y que nadie sabe lo que quiere hacer. Otro detalle contra los tópicos: tenido por uno de los barcos de lujo de galácticos del rugby francés, hay matices. Por ejemplo: de sus 15 jugadores iniciales este domingo, 12 eran franceses.

A Munster se le sigue resistiendo la final. Su desempeño lejos de la liturgia de Thomond Park desciende algunos enteros. Si nos ponemos rigurosos, podría perfectamente haber quedado en cuartos si no llega a ser por esa última desconexión de Trihn-Duc y la defensa de Toulon en la eliminatoria anterior. Cómodo en su ventaja, Racing 92 hizo el acordeón como acostumbran tantos equipos del Top 14: conducen los partidos como los malos taxistas, entre acelerón y frenazo. Le bastó porque es el mejor equipo defensivo del torneo, el que menos ensayos encaja (justo por delante de Munster). Los irlandeses no lograron apoyar hasta el minuto 62 (Simon Zebo, próximo jugador de Racing 92 por cierto). Rhys Marshall puso el segundo en el 75 y Andrew Conway, el último ya con el tiempo cumplido.

El partido deja un dato tremendo que define a Racing 92… si es que es posible definir al conjunto parisino: ganó con un 31% de posesión de la pelota y con un escandaloso 23% de ocupación del territorio. Placó un total de 181 veces, contra las escuálidas 70 de Munster. Es decir, parasitó el largo esfuerzo de los irlandeses para llevarse una victoria clara, mucho más clara de lo que dice el marcador final.

La cuestión es: ¿Le valdrá ese tipo de actitud despojada (valga la metáfora) para enfrentarse al equipo que mejor guarda la posesión del rugby europeo actual?

La respuesta es no. Tiene que ser no. Necesitará bastante más, por todo lo que hemos visto de Leinster, un equipo que ya desde septiembre anunciaba una crecida progresiva a punto de explotar y que, una vez pasada la fase de grupos, todo el mundo ha podido ver en su máxima expresión: primero frente a Saracens, equipo al que descarriló en la segunda mitad de sus cuartos de final. Otra vez el pasado sábado contra Scarlets, al que ni siquiera dejó ingresar en la disputa.

Leinster es un camión que te saca de la carretera a empujones. Lo que hace lo hace muy bien. Lo más notable es que todo el mundo sabe lo que va a hacer y aun así no encuentra manera de evitarlo, característica que habla de la extraordinaria eficiencia con la que el equipo dublinés ejecuta sus mecanismos colectivos de juego y la precisión con la que lleva a cabo los individuales.

Fardy, Sexton, Toner y el resto felicitan a James Ryan.

Esto viene encarnado en las dos claves principales de su rugby: el dominio de los encuentros y el juego táctico con el pie. Sí, parece que hablemos de Irlanda. En efecto, hablamos de Irlanda, porque el alineamiento de ideas entre el equipo de Schmidt y el de Cullen es absoluto y tiene un nombre propio (Jonathan Sexton) y otros comunes (la delantera, los centros). Leinster ha construido un comportamiento desaforadamente eficaz en los puntos de encuentro.

Si la velocidad de reciclaje -medida en segundos y décimas- constituye una de las cuestiones capitales en el rugby de hoy, Leinster ha logrado llevarla a un punto de fantástica ligereza. El proceso de ruptura-percusión-limpieza-reciclaje-salida del balón se produce con una eficiencia demoledora, y a un ritmo altísimo: Gibson-Park, su nueve, la gestiona de maravilla. Como Murray en Irlanda. Son reyes de la pelota rápida.

El tempo de juego que esa capacidad le permite imprimir a su rugby construye un huracán para los rivales. Es una aceleración permanente que además mezcla los ejes del juego de forma arrolladora. Sin hacer nada especialmente mal, Scarlets no pudo hacer realmente nada. Los galeses tuvieron siempre esa impresión que todos hemos conocido alguna vez cuando nos enfrentamos a un equipo superior: que cuando llegas a los encuentros, ellos ya se han ido con la pelota.

Scarlets pasó el partido persiguiendo sombras y siendo apaleado por fantasmas. Es una sensación terrible. Pero su temporada hay que ponderarla como se merece. Sus dos últimas temporadas, en realidad; o, mejor aún, su progresión bajo el dictado de Wayne Pivac. Es un equipo aún con margen, que ha hecho algo que -si establecemos un paralelismo entre equipos alegres de juego veloz- Glasgow Warriors nunca acabó de conseguir: el equilibrio creciente entre su propuesta de ataque y los aspectos más prosaicos y necesarios del juego.

Scarlets ha mejorado notablemente su defensa (lo demostró si hacía falta contra La Rochelle), se comporta con mucho aseo en las estáticas (magnífica touche) y compite en el suelo mucho mejor de lo que parecería para un equipo ligero: Tadhg Beirne, James Davies, John Barclay, Aaron Shingler… No en vano, uno de sus más peligrosos activos como equipo es la capacidad de recuperar balones en los puntos de encuentro y usarlos para expandir el juego a una velocidad letal (virtud contagiada por cierto a Escocia, con una estructura similar que usa a Barclay, Hamish Watson, Johnny Gray y Toolis/Gilchrist).

Todo eso no le sirvió para ganar la pelota contra un rival enconado cuyo paquete es una aplanadora del 1 al 8, en las melés cerradas y, aún más, en las abiertas: Healy (de vuelta y portentoso), Cronin, Furlong (primera dominadora); Toner y James Ryan (el primero ha diversificado su juego en una progresión excelente, el segundo es una revelación o la reencarnación variable de otro Ryan, Donnacha); y esa tercera tan pero tan irlandesa -de carácter y juego- a la que solo le faltaba la adición formidable del australiano Scott Fardy, un buscavidas de registros variados. Otro unsung hero por el que siempre tuvimos debilidad en Brumbies, Australia y, desde luego, ahora Leinster.

El trofeo que resolverá San Mamés.

Y bien, eso es lo que nos entregará la final de Champions. Un favorito por estado de forma, juego y popularidad, Leinster; y enfrente un equipo peligrosísimo por nombres, por imprevisible, por potencia física y por capacidad de controlar partidos desde una posición pasiva.

Podemos volver la pregunta del revés y hacer las dos juntas: ¿Le valdrá a Racing 92 ese cinismo de su juego contra un equipo que quiere, tiene, guarda y usa la pelota tan bien como Leinster? Y, al contrario: ¿Podrá Leinster establecer esas condiciones de control que gana a través de la imposición física y la velocidad contra un equipo que molió a garrotazos a Munster, nada menos que Munster, con una dureza en los contactos tremenda, y que sabe correr y acabar mucho y bien?

La respuesta a esa pregunta es la final de Bilbao. San Mamés, 12 de mayo.