De la resonante victoria francesa en el Mundial sub20 han nacido al menos dos estrellas… Una es Abdoul, el Playmobil pirata de tamaño natural que ha sido la mascota de los Bleuets durante todo el torneo. Algo más que la mascota: el símbolo de la unidad del grupo dirigido por Sébastien Piqueronies. Sí, un Playmobil. Naturalmente, el otro gran referente responde al nombre de Jordan Joseph, el número 8 francés. Otro individuo de tamaño natural: 1,80 y 115 kilogramos… esta vez sí, todos y cada uno de ellos de de carne y hueso. Sobre todo, carne… porque hablamos de un octavo cortado por el patrón de lo masivo. Un trailer de carga de esos cuyos acelerones generan el efecto estampida de los paquidermos. Hacen falta varios felinos subidos en sus lomos para bajar al suelo al elefante.

Abdoul y Joseph comparten una singularidad: los dos parecerían a simple vista estar fuera de lugar en el Mundial sub20. Un Playmobil campeón del mundo; y un adolescente, mejor jugador del torneo de los incipientes adultos.

El caso del Playmobil lo explica su propia condición inanimada… pero también la historia de su incorporación a la plantilla de Piqueronies. Los muchachos lo conocieron durante una cena del equipo en la costa, en la concentración previa al torneo. El figurín residía en Chez Ginette, en la ventosa Leucate, donde probablemente cumplía intención decorativa o una acción estratégica de establecimiento kids friendly.

Como cualquiera sabe, las cenas de equipo en el rugby son dadas a esta clase de tránsitos hacia el absurdo. Un vórtice de sinsentidos: lo mismo paseas toda la noche por los bares un carro de supermercado que te despiertas a la mañana siguiente con una señal de tráfico en la habitación. En este caso, como no podía ocurrir de otra forma, los muchachos se sintieron atraídos por el tamaño desproporcionado del muñeco, al que se llevaron a pasar un rato a la playa cercana. Y brotó el cariño. La devoción, diríamos. Se lo quisieron llevar con ellos, claro.

Como si tratara con niños, pero de un tamaño inapropiado, el propietario del restaurante supo enseguida que no convenía enfurruñarlos, así que les propuso un intercambio: «Nos dijo que, si ganábamos el Mundial, nos podíamos quedar con Abdoul. Así que… ya sabíamos lo que nos tocaba hacer si nos queríamos quedar con él», contó el pilar Hassane Kolingar.

Así, Abdoul se incorporó a la concentración y se quedó en ella a partir del choque con Georgia. Vestido con su propia camiseta, el gorro de pirata y el parche pintado en el ojo izquierdo, Abdoul lo mismo presidía las charlas de Piqueronies en el vestuario, que las entregas de camisetas previas a los partidos; participaba en las cenas durante la concentración, miraba los partidos acreditado al borde del terreno de juego o agitaba al público cantando La Marsellesa antes de uno de los vibrantes duelos. Bueno, quizá aquí el entusiasmo supera a la realidad… Pero lo cierto es que, tras la final contra los ingleses, hasta una medalla de campeón le colgaron al buen Abdoul.

Así que Abdoul devino en celebridad oval. Y sí: ya tiene su propia cuenta en las redes sociales. La modernidad tiene estas cosas: un día eres talismán y al siguiente, influencer. 

La trayectoria del otro protagonista principal de esta historia, Jordan Joseph, sí que es la historia de una influencia contagiosa. Y también incluye algunos de esos giros imprevisibles que a veces regala el deporte para enmarcar lo que ocurre en el campo. Joseph ha sido el mejor jugador, de largo, en un torneo al que no le han faltado jugadores interesantes. Lo más notable es que su indudable impacto se ha producido en medio de un equipo que ha jugado en un excelente nivel de principio a fin del torneo, colectiva e individualmente. Con varios nombres muy destacados.

No era fácil sacar la cabeza y descollar. Pero Joseph -formado en Sarcelles, haitiano de ascendencia, producto acabado en Massy- lo ha hecho siendo el más joven del talentoso grupo: sólo 17 años.

No solo eso, sino que además nadie podía anticipar lo que ha ocurrido. De hecho, la hoy estrella francesa empezó el torneo como suplente. Contra Irlanda, en una victoria muy ajustada para los franceses, el cierre de la melé de Piqueronies era Charlie Francoz, el jugador de La Rochelle. Una lesión a la media hora de juego dio paso a Joseph… y a partir de ahí el resto se sabe. La irrefrenable pujanza del tercera reclamó todos los focos de un torneo, el Mundial sub20, que presume y con razón de los jugadores que pasaron por él camino del estrellato.

A Joseph le ha jugado a favor la precocidad, que es una lupa de aumento tanto como un vivero de lógicas incertidumbres. Pero la realidad sin exageraciones es que ha ejercido como clave de bóveda del funcionamiento del paquete francés, dominador en el cerrado (autoritaria primera línea con Hassane Kolingar, Jean Baptiste Gros, Guillaume Marchand, Ugo Boniface y Demba Bamba) y terrible en el abierto con elementos como Cameron Woki y, desde luego, Joseph.

El equipo francés celebra la victoria ante Inglaterra.

Esta epifanía ha ocurrido, además, en el momento preciso de su delicada transición al rugby mayor. Este verano, Joseph pasa de Massy a Racing 92: fue presentado al final de la decepcionante última campaña del equipo parisino, junto a fichajes rutilantes como Dominic Bird, Simon Zebo o Finn Russell. Entonces nadie se fijó en él, ensombrecido por el tamaño de las últimas capturas de Lorenzetti. Hoy, Jordan Joseph es una estrella en ciernes a la que todo el mundo ya conoce.

Tal combinación de factores, sumados al contraste en el estilo y el rendimiento entre la Francia absoluta y sus baby bleus, ha magnificado la expectativa. La cuestión es que un desideratum tan pesado recae en un adolescente, de edad y de rugby.

En realidad, todo el equipo de Piqueronies ha encarnado ese deseo de regeneración con un rugby que ha equilibrado de manera excelente el potencial de sus estimulantes tres cuartos (Louis Carbonel, Romain Ntamack, Clement Laporte…) con una delantera dominante. Pero nadie ha cautivado tanto como Joseph. A un punto que tal vez merezca alguna alarma: si algo ha buscado en estos años el rugby francés han sido jugadores distintivos. Proclamarlos reyes un día y destronarlos al siguiente supone una consecuencia lógica de la precipitación entusiasmada de los juicios.

¿Está llamado Joseph a ser el futuro 8 de Francia? Es demasiado pronto para afirmarlo. Cualquier proyección que se haga acerca del futuro del jugador resultará meramente especulativa. También su compañero de equipo Romain Ntamack jugó el torneo con esa edad. Y Fickou. Así que mejor hablar solo de aquí y ahora. Y limitar el entusiasmo a las magníficas señales que ha ofrecido un jugador muy interesante, por varios motivos.

El evidente, su descomunal margen de progreso, al que aún le faltan unas cuantas estaciones por recorrer. Ha pasado por todas las selecciones inferiores francesas y se le ha integrado en el programa de seven de la federación, para que desarrolle sus notables capacidades atléticas en campo abierto. Con el siete francés fue campeón europeo de la modalidad en mayo. Por lo demás, lo diferencial no está tanto en su físico sino en su modo de usarlo. Como analizan sus técnicos, Joseph presenta una fisonomía de tercera línea (también juega en el flanker cerrado) poco habitual en el Hexágono: «Es un perfil que no abunda en nuestro rugby: el de un 8 explosivo, de gran tamaño, que al mismo tiempo sea dinámico y capaz de jugar tras contacto», ha explicado Piqueronies.

Las muestras durante el Mundial han sido constantes. Arrancadas fulgurantes, percusiones dominadoras contra la línea, ensayos, desequilibrios, pases en descarga. Una presencia llamativa de jugador alrededor del cual ocurren muchas cosas… porque él las provoca y los demás aprovechan bien la continuidad.

Hay quien, para definirlo, nombra a Billy Vunipola. O a Duane Vermeulen, el sudafricano que vuelve a estar de moda en su país (como si Warren Whiteley hubiera desaparecido de la faz de la tierra, por cierto). O a Steffon Armitage, el inglés cuya emigración al Top14 lo convirtió en un permanente deseado en los peores días de la selección de la Rosa.

Los tres son potentes, sí, capaces de hacer que su equipo avance por arrastre. Pero la clase con las manos de Joseph anuncia otra cosa. «Tiene una morfología y un tipo de juego más cercanos a los patrones polinesios, por la destreza con la que usa las manos, sobre todo tras contacto, y la velocidad con la que se traslada por el campo», insiste Piqueronies.

Las cualidades de Joseph están ahí y son indudables: llegó al seleccionado sub20 porque, tras todo el año con los sub18, su preeminencia hacía obligado contar con él. Ha terminado siendo no la revelación, sino el jugador del torneo. La cuestión ahora es saber qué le espera en la élite. Piqueronies le anticipa en su primer año «unos diez o doce partidos». Lo que viene a ser un sinónimo de incorporación progresiva.

17 años. Hay que repetirlo una y otra vez, para medir bien la dimensión del caso. Joffry Delacour, uno de sus formadores en Massy, subraya la expectativa: «Con esa edad y ese nivel, solo he visto a dos jugadores: Bastareaud y Joseph». Quizás en esa frase esté la síntesis de lo que se pueda esperar del héroe occitano. Y, al mismo, tiempo, lo que se puede temer.