Es probable que a usted -estimado lector- el Super Rugby le resulte una competición lejana por una simple cuestión de distancias. Nueva Zelanda, Australia, Sudáfrica, Argentina y Japón son territorios que están a miles de kilómetros de los lugares en los que usted se encuentra habitualmente (poco se puede hacer a ese respecto); sucede algo similar entre los aficionados de los países europeos cuyas selecciones mantienen una rivalidad directa con las cuatro potencias del hemisferio sur (al Imperio del Sol Naciente vamos a dejarlo aparte en este caso). Los horarios de los partidos (excepto en Sudáfrica) son extraños, la mayoría de los jugadores son desconocidos, no existen vínculos emocionales directos con las franquicias… Resumiendo, el Super Rugby no es el 6 Naciones (ni siquiera la Heineken Champions Cup) y ese es el fin de la historia.

Hecha la aclaración pertinente, el Super Rugby 2020 es un torneo en el que están sucediendo cosas -a priori- poco previsibles: en la quinta semana de competición ya no quedan equipos invictos, la mayoría de las derrotas de las franquicias llamadas a disputar las eliminatorias por el título han llegado en partidos contra rivales que -en teoría- podrían considerarse inferiores o poco capaces (en esa confluencia espaciotemporal concreta) de lograr el resultado puntual que finalmente se dio.

Los ejemplos se han sucedido a lo largo de estas semanas:

Hurricanes no fue capaz de lograr un solo punto en su visita a Ciudad del Cabo en la primera jornada, Chiefs vencieron con solvencia a Crusaders en la segunda fecha, Highlanders lograron un llamativo triunfo contra Brumbies en Canberra en la tercera semana, Brumbies se resarció de la derrota contra Highlanders al ganar a Chiefs en su visita a Hamilton de la semana siguiente, Blues se presentó en Newlands y terminó con la racha de victorias de Stormers en las cuatro primeras jornadas…

En todos los casos ha existido una relación directa entre el fondo (resultado) y la forma en que se ha conseguido, ya que no respondía al guión previo que se podía presuponer para el desarrollo de estos encuentros.

Stormers encajaron este sábado su primera derrota en la visita de los Blues (Foto: super.rugby.com)

El Super Rugby es la única de las grandes ligas con cifra impar de equipos/franquicias (15), lo cual provoca que todas las semanas haya -al menos- un equipo que no juega; y eso implica que en las clasificaciones nos encontremos diferencias -a estas alturas- en el número de partidos disputados por tirios y troyanos.

La igualdad es la nota dominante: Stormers y Sharks lideran la Conferencia Sudafricana (y la liga) con cuatro victorias y una derrota; Crusaders, Chiefs y Hurricanes están al frente de la Conferencia Neozelandesa con tres triunfos y un encuentro perdido; Brumbies es el único equipo que lidera su conferencia en solitario (también con balance de tres y uno). Ocho franquicias tienen balance positivo de victorias/derrotas, siete equipos han perdido más partidos de los que han ganado. Un empate técnico.

La victoria de Blues en Newlands ejemplifica la tendencia en el arranque de la temporada: la mayoría de las derrotas de los candidatos a los ‘playoffs’ han llegado frente a rivales que, en teoría, parecían incapaces de producir una sorpresa de ese tipo

Llegados a este punto resulta conveniente realizar una aclaración respecto al formato de la competición: cada franquicia disputa un total de 16 partidos de temporada regular; ocho partidos contra los rivales de su propia Conferencia, y otros ocho (local/visitante) contra cuatro equipos de las otras conferencias. No es un «todos contra todos»: cada equipo juega contra ocho franquicias y se va rotando según las temporadas. La clasificación para cuartos de final la obtienen los tres líderes de conferencia y el mejor segundo (ventaja de campo); y las otras cuatro plazas se deciden por la puntuación final de la temporada (sin limitación de equipos por Conferencia).

En resumen: la parte contratante de la primera parte es igual a la parte contratante de la segunda parte. Entender toda esta teoría es casi más largo que el viaje desde Christchurch a Buenos Aires.

Boshier, tercera de los Chiefs, en uno de los ensayos en su partido frente a Sunwolves (Foto: super.rugby.com

Decíamos en semanas anteriores que el año post mundial es un año de transición para todos los equipos: Crusaders estrena tercera línea completa, Chiefs tiene nuevo head coach (del cual ya han confirmado el relevo eventual para la próxima temporada); Blues espera a Beauden Barrett; Sharks aprende a vivir sin toda la familia Du Preez; Stormers se acostumbra a no tener a Eben Etzebeth en las alturas; Jaguares trata de no añorar a Matera y Lavanini; Hurricanes se reordena sin su gran estrella y con un head coach que asumió el cargo un mes antes de arrancar la competición; Brumbies otea un horizonte sin Lealiifano y Pocock al frente; Highlanders asume que Waisake Naholo y Ben Smith no volverán; Bulls pena las ausencias de Pollard y Snyman… La lista completa resulta inabarcable.

Estamos ante una temporada de más intuiciones que certezas, de más flechazos que impresiones asentadas, de más novedades que constataciones. El desorden de 2020 es un escenario de manual de Teoría del Caos: ciertos tipos de sistemas dinámicos/equipos, es decir aquellos sistemas cuyo estado evoluciona con el tiempo, con la particularidad de ser muy sensibles a las variaciones en las condiciones iniciales. Pequeñas variaciones en dichas condiciones iniciales pueden implicar grandes diferencias en el comportamiento futuro, haciendo complicada la predicción a largo plazo.

El sábado 20 de junio conoceremos los resultados definitivos de este efecto mariposa que está marcando el devenir de la temporada de rugby en el hemisferio sur.