El rugby no es diferente al resto de deportes de máximo nivel profesional.
Pues sí que empieza fuerte el autor del artículo, a ver por dónde sale ahora para argumentar lo que quiera que vaya a decir…

Estimado lector, una vez que he conseguido captar su atención, permítame que explique lo que venía a decir: el jugador que destaca por su calidad técnica, por su inteligencia dentro del campo y por su talento siempre es sospechoso de todos los males que puedan acaecer a sus equipos.

Se espera de ese jugador talentoso que siempre tenga una solución genial que sólo está a su alcance, que siempre esté centrado, que su estado de forma sea siempre óptimo, que su comportamiento sea ejemplar y que además sonría a los niños. Se duda de Beauden Barrett, de Damian McKenzie, de Handré Pollard, de Faf de Klerk, de Finn Russell, de Danny Cipriani, de George Ford… Los ejemplos los conocemos todos y es posible que ni siquiera estemos de acuerdo respecto a si algunos de los jugadores de los que se duda son talentosos o no. Al final todo es cuestión de gustos.

Lo habitual es sospechar del jugador de talento por vago, desordenado, caprichoso, etc. A nadie le parece mal que Dan Cole falle un pase o cometa una indisciplina que castiga a su equipo. Pero si George Ford comete un error similar…

La norma habitual dice que el jugador talentoso es vago, desordenado, displicente, caprichoso, haragán, voluble y algunos calificativos más. Las críticas son casi siempre las mismas: es que no corre, es que no se esfuerza, es que no trabaja, es que no respeta a sus compañeros… Seguro que los aficionados a cualquier deporte profesional se sienten identificados con estos comentarios y se los han dedicado en alguna ocasión al jugador de turno en su equipo o disciplina.

A nadie le parece mal que Dan Cole falle un pase o cometa una indisciplina que le cueste una tarjeta a él y un ensayo a su equipo. Pero si George Ford comete un error similar …

Si Faf de Klerk se lanza a placar a un segunda línea de más de dos metros y 120 kilos se jalea la acción (sea cual sea el resultado o la utilidad) y se le considera un héroe. Si el pequeño François se dedica a hacer jugar a su equipo y se convierte en protagonista principal de los éxitos de Lions, Springboks y Sale Sharks… es lo normal, para eso le pagan.

Faf de Klerk, en un momento de tensión con el segunda galés Jake Ball.

No todos los jugadores con Factor X son iguales. Hay algunos que han conseguido dar la razón a los críticos gracias a su prolongada irregularidad: Quade Cooper, Sonny Bill Williams, Danny Cipriani, Julian Savea, Rieko Ioane, Kurtley Beale… Comportamientos deportivos y extradeportivos han jalonado sus carreras y les han convertido en diana habitual; se ha hecho tabula rasa respecto a los rendimientos de unos y otros y se han convertido en merecedores de ser considerados sospechosos habituales.

El que corre, el que placa, el que roba tres balones… ese es el verdadero jugador de rugby. Casi nadie se pregunta:

¿Corre con criterio?

¿Sus placajes son útiles para el equipo, marcan alguna diferencia?

¿Qué gestión hace de los balones que roba?

¿Cuántos balones pierde?

Los datos y los análisis suelen ser unidireccionales, sesgados, limitados en cuanto al enfoque… Pero no en un solo sentido:

¿Cuántas veces hemos loado las virtudes ofensivas de los jugadores fijianos?

¿Cuántas veces hemos dicho que son diferenciales/estrellas en sus equipos?

¿Cuántas veces hemos ignorado de forma intencionada sus falencias defensivas?

¿Cuántos errores groseros le hemos visto/disculpado a jugadores como Nakarawa, Mata, Botia, Volavola, Nadolo, Nagusa, Tuisova, Radradra (y otros muchos) por sus virtudes ofensivas?

El rugby, como cualquier deporte profesional, necesita del equilibrio: que los jugadores sean solventes en todas sus funciones dentro del campo. Los que lo logran son las verdaderas estrellas

Lo hemos repetido demasiadas veces: el rugby profesional es un deporte que necesita del equilibrio para el funcionamiento óptimo de los equipos, los jugadores tienen que ser solventes en todas sus funciones dentro del campo para alcanzar la categoría o el nivel de estrellas.

Todos conocemos (y asumimos como natural) la paradoja del jugador talentoso: nos parece sorprendente que un entrenador no cuente con él en un partido/competición del máximo nivel… pero es al primero al que señalamos como culpable cuando su equipo pierde un partido cuando él está en el campo.

Utilicemos como ejemplo a alguien conocido por todos: Danny Cipriani. El jugador de Gloucester tiene 32 años, debutó con Inglaterra en 2008 y acumula 16 caps con el XV de la Rosa. Su presencia en el equipo nacional ha sido intrascendente/irrelevante, pero cada vez que su nombre no aparece en una convocatoria del seleccionador de turno…

Durante muchos momentos de su carrera ha sido más conocido por cuestiones extradeportivas y se ha hecho escarnio de su figura. Los mismos que le criticaron de forma inmisericorde (el concepto de justicia respecto a las críticas es tan delicado como arbitrario) son los mismos que le echan de menos y dicen que no hay nadie como él y que el equipo es mucho más divertido de ver si está presente en el juego.

La diversión procede de las melés, de los placajes, de las asistencias, de los pases tras contacto, de la velocidad, de las destrezas, de la defensa…

La diversión procede del todo como suma de cada una de las partes.

[Foto: Getty / Premiership Rugby].