Pocas veces he visto a un español que vaya motu propio en una competición internacional con Inglaterra, sin tener algún tipo de vínculo familiar, escolar o romántico con esa isla flotante al otro lado del Canal de la Mancha. A mí, personalmente, nunca un habitante de Inglaterra me ha hecho absolutamente nada, pero hay un cierto aura cultural, un je ne sais quoi que aprendemos desde pequeños, que nos hace en cierto modo tener animadversión a los de la pérfida albión. Será por lo de la Armada invencible (que pasó hace más de 400 años, pero oye… llámanos rencorosos si quieres), por el lío de Gibraltar, por la cultura gastronómica del fish and chips o por la moda de las chanclas con calcetines, pero ahí están los hechos.

Sin embargo, esto debería estar a punto de cambiar. Si tenemos cierto sentido y responsabilidad histórica, en estos meses señalados por el 6 Naciones todos deberíamos vestirnos la camiseta de las red roses y desgañitarnos con esas chicas. ¿Por qué, te preguntarás? Pues bien, si queremos que el rugby femenino avance (que aunque no lo parezca es de lo que hemos venido hoy a hablar aquí) NECESITAMOS que estas chicas lo ganen todo. El 6 Naciones, el Mundial de NZ 2021 y lo que venga después.

Si queremos que el rugby femenino avance, es importante que el modelo de profesionalismo implantado con la selección inglesa obtenga los mejores resultados posibles: ellas han abierto la vía para que las mujeres que juegan al rugby sean tratadas, por fin, como las deportistas que son

En estos momentos las red roses son la única selección femenina de rugby XV profesional a tiempo completo. Claro está que esto tiene sus flecos: la Rugby Football Union inglesa aceptó desde enero de 2019 dar 28 contratos a tiempo completo para las mejores jugadoras, con el fin de profesionalizar esta sección; a lo que se sumó algunos meses después el apoyo de la Tyrrells Premier 15s (liga inglesa en la que militan la mayoría de sus estrellas); en especial Saracens, con contratos para sus jugadoras de entre 12,000  a 15,000 libras y una cuota extra por partido alrededor de 200 libras; Worcester Warriors, que ofrece entre 150 y 250 libras de pago por partido; o Bristol.

Las cifras distan mucho de parecerse a las de sus homólogos masculinos, pero es un gran paso adelante no sólo para las jugadoras de la selección inglesa, sino para las más de 600 mujeres que militan en esta liga. Tras el escándalo sufrido en 2017, cuando a las rosas se les prometió su profesionalización antes del Mundial de Irlanda y tras perder la final, sólo nueve meses después, se les retiró la paga, parece que ahora la seriedad y el compromiso por tratarlas como a las deportistas que son es firme.

Zoe Harrison, en el partido frente a Escocia (Foto: INPHO/Craig Watson).

Las principales rivales de la selección inglesa, Francia y Nueva Zelanda, siguen ancladas en el semi profesionalismo, con contratos a tiempo parcial. A las del gallo ni siquiera les han servido dos victorias ante las todopoderosas Black Ferns (30-27 en el segundo test match programado en noviembre de 2018 y 16-25 en las recién creadas Super Series en 2019), que obtuvo como única respuesta una tímida reacción de los altos cargos, ofreciéndoles contratos a tiempo parcial de 1.600€ brutos (sin descontar retenciones o impuestos).

En el caso de las neozelandesas, su federación trabaja en este momento con 30 contratos a tiempo parcial, en los que incluyen de 10 a 14 horas de entrenamiento por semana y 50 días al año de concentración, seguro médico y otros beneficios como baja por maternidad. Pero, ¿por qué para ellas debe ser sólo un hobby, mientras para ellos es un trabajo bien pagado?

A pesar del crecimiento en el número de licencias, de los estadios llenos en el 6 Naciones y de los contratos televisivos, el rugby jugado por mujeres sigue en pañales: hasta el máximo organismo del deporte a nivel mundial peca de pasotismo a la hora de asignarle fondos

Con estas pinceladas de perspectiva, podemos hacernos una idea de cómo está el rugby femenino en el mundo: en pañales. Sigue siendo curioso, gracioso y puede que incluso entretenido para los mandamases sentados en poltronas de cuero ver a “30 mujeres correteando por un campo de rugby”, pero no lo suficiente para poner las cartas sobre la mesa y apoyar a estas deportistas para las que, desde luego, el rugby es mucho más que un pasatiempo.

El principal problema no pasa sólo por la ceguera selectiva de los altos cargos nacionales frente a una realidad que crece año a año exponencialmente en practicantes, seguidores e interés, sino que radica en el pasmoso pasotismo del máximo organismo del rugby a nivel mundial a la hora de asignar fondos al deporte femenino: hasta hace nada las partidas para las selecciones femeninas ni siquiera se incluían en el presupuesto de alta competición, sino en otros términos como desarrollo; por no hablar de la diferencia entre las ayudas que destinan a los core teams femeninos y masculinos presentes en las World Series.

Las competiciones tampoco ayudan. En el torneo por antonomasia del viejo continente, el esperado 6 Naciones, hay 16 millones de libras en juego, y un extra de otros cinco en caso de conseguir llevarse a casa el Grand Slam. Por supuesto, esto sólo aplica para las escuadras masculinas, porque en el caso de las mujeres el premio en metálico es inexistente.

¿Cómo vamos a dejar de existir a la sombra de los hombres, cuando el trabajo de las mujeres no se remunera de ninguna forma? ¿Cree Guinness que las mujeres no bebemos cerveza y por eso sólo patrocina el torneo masculino? ¿De verdad no hay ningún sponsor interesado en patrocinar la competición femenina, o es falta de interés por buscarlo?

En el 6N hay 16 millones de libras en juego… y un extra de otros cinco si se gana el Grand Slam. Pero esto, sólo para los equipos masculinos: en el caso de las mujeres, el premio en metálico es inexistente

Los viejos eslóganes sobre la nula demanda de la población hacia el deporte femenino empiezan a caerse por su propio peso: con estadios llenos (más pequeños, pero llenos) en la mayoría de los partidos y el interés por los derechos televisivos creciendo cada temporada, las excusas empiezan a agotarse.

Por todo esto, y mucho más que no cabe en un solo artículo, creo que nos quedamos sin razones para no apoyar cada victoria de las red roses. Sin duda, el mundial de Nueva Zelanda 2021 será un punto de inflexión para su modelo y, sinceramente, una espera verlas levantando el título y diciéndole al mundo que remunerar a las personas por su trabajo y esfuerzo, independientemente de si son hombres y mujeres, es el camino.

La era del ostracismo del deporte femenino debe terminar y la responsabilidad recae en todos nosotros dándole para empezar una oportunidad (tenéis en Movistar el Francia- Inglaterra femenino de la primera jornada del 6 Naciones, dadle al play que os va a enganchar). Salgamos de la Edad Media, dejemos que las red roses nos muestren el camino.