Ustedes, aficionados impenitentes, deberían reconocer la inconfundible voz de Bill McLaren, de los Borders escoceses, de Hawick. 50 años narrando rugby le contemplan. No hace falta que dominen el inglés. Y si lo hacen, no es necesario que conozcan todos sus giros e inflexiones, de sonoro escocés de la frontera con Inglaterra. Lo harán, porque es inevitable haberse topado con él si les interesa este deporte. Cientos de partidos resuenan con su voz en nuestra memoria. Hace ya diez años que falleció y no hace mucho alguien recordaba el aniversario de su última narración, un País de Gales v Escocia, en 2002. Ese año no fue bueno para Escocia (¿cuándo lo es para el vigente campeón del V Naciones?). Pero ni por asomo se hubiera notado decepción en la narración de McLaren. Eso sí, la grey de McGeechan y Pat Lam (que dirigían entonces al Cardo) le obsequiaron con una agónica victoria en un Millenium luminoso de cubierta expedita.

McLaren fue jugador del Hawick RFC. Formaba como flanker y a veces se encargaba de las noticias de rugby en la prensa local. Maestro de profesión, integrante del claustro de una severa Grammar School, sirvió en Italia durante la Segunda Guerra Mundial, en un regimiento de artillería. Combatió en una de las batallas más atroces del frente occidental: Montecassino. Desmovilizado y de regreso a la vida civil, triste y racionada en la posguerra, pero en paz, retomó su rugby. En 1947, reinaugurado el Torneo esencial, estuvo a punto de conseguir una primera cap con Escocia que frustró el bacilo de Koch. Contrajo la tuberculosis, y eso le apartó de la vida activa durante 19 meses. Los antibióticos empezaban a usarse para la población civil y la estreptomicina salvó su vida, mientras la radiografía de sus pulmones circulaba por todos los hospitales de Europa como prueba de la eficacia del tratamiento. La enfermedad privó a Escocia de un delantero, pero regaló al aficionado el mejor comentarista de rugby de su tiempo, que fue mucho.

Comenzó su larga relación con la cadena pública británica en 1953, retransmitiendo, también, un Escocia v País de Gales. Seis años más tarde llegó a la televisión, sin abandonar nunca, como licenciado en Educación Física que era, su compromiso deportivo en Hawick, donde tuteló a jugadores escoceses del prestigio y calidad de  Jim Renwick o dos ganadores de Grand SlamColin Deans (1984) y Tony Stanger (1990). Acaso sea en el ensayo del espigado ala en la marca inglesa, un 17 de marzo de 1990, la única ocasión en que el oído atento haya advertido en su voz un punto de emoción por los suyos. Por el juego, siempre.

Es el único personaje que ha sido incluido en el International Rugby Hall of Fame por méritos colaterales a la práctica del rugby. Era Caballero de la Orden del Imperio Británico y el día que abandonó las retransmisiones televisivas  fue aclamado por todo el público, al son del muy británico for he’s a jolly good fellow. Ese día declaró en el legendario programa Grandstand de la BBC que sus momentos más emocionantes como comentarista fueron el saludo a los jugadores de Nelson Mandela vestido con el número 6 del capitán Bokke y el Escocia v Inglaterra del Grand Slam de 1990. Omitió por pudor, aunque lo tenía escrito por ahí, el partido de Escocia en que ganó su primera cap su yerno, Alan Lawson, el medio de melé, que además consiguió un ensayo frente al auld enemy del sur, como diría con su fuerte acento escocés, sin que jamás perdiera un ápice de imparcialidad. Por el contrario, siempre lamentó que un compromiso previo le impidiera retransmitir el ensayo de Gareth Edwards con que principia la anotación del Barbarians v All Blacks de enero de 1973, que inmortalizó Cliff Morgan.

Garabateaba sus famosas cuartillas coloreadas con profusión y unos tarjetones con los nombres y características de cada jugador. Esas notas le permitían aportar el dato justo y el detalle adecuado en cada ocasión, lo que hacía de sus retransmisiones un género en sí mismo

El rito de McLaren para preparar cada retransmisión es legendario. Lo presidía un cuidado exquisito y una meticulosidad sin parangón. Garabateaba sus famosas cuartillas coloreadas con profusión y unos tarjetones con los nombres y características de cada jugador. Esas notas le permitían aportar el dato justo y el detalle adecuado en cada ocasión, lo que hacía de sus retransmisiones un género en sí mismo, animadas, didácticas y ágiles. Jamás se perdía una sesión de entrenamiento (de cada contendiente) previa al partido encomendado, salvo una de Australia de la Copa del Mundo de 1999, donde le fue impedido el paso. El profesionalismo empezaba a mostrar su lado más hosco, ese que denunciaba siempre. A su amigo, antiguo medio de melé de Inglaterra, editor en su día del Rugby World y periodista Nigel Starmer-Smith, le había prevenido de alguno de sus males pues «hacía que los jugadores se distanciaran de la gente, que se viera el rugby como negocio y que ya no cupieran en el campo todos los pesos y estaturas». Sentido común.

McLaren bromea con un grupo de jóvenes rugbiers durante el reportaje de una visita a una escuela de Hawick.

Pasión por el juego y por Escocia, pero mesura y respeto por el jugador y su escudo. Catalizador de un cierto espíritu del rugby con sus comentarios que atrajo y educó a multitudes. Creó escuela, de la que fue su primer heredero Eddie Butler, ocho veces blue de Cambridge y capitán de Pontypool y de País de Gales, sucesor que aprendió a su lado y que tomó el testigo en 2002 con acierto y dedicación.

McLaren infundía gran respeto porque en su tono y maneras se revelaba un caballero, a la par que sus atinados, coloridos y precisos comentarios nos enseñaron mucho de una manera de ser rugbista y una buena porción de historia y comprensión del juego, flanqueado para esta faceta por Gareth Edwards, Bill Beaumont, y más adelante por nuestro Butler. Digo nuestro porque Butler jugó una temporada en Ingenieros Industriales de Madrid. Pero esa es otra historia.

No era fácil en España escuchar a McLaren, claro. Hablo de los años 80, en los que internet era un privilegio de algún departamento de defensa, y conseguir la grabación de un partido de la cadena británica empeño difícil, aunque algunos nos apañábamos movilizando contactos en las Islas.

Afortunadamente las parabólicas y la marca Guinness y sus franquicias iban a venir, antes de la era dorada de la red tecnológica, en ayuda de los puristas, porque en tales locales pudimos seguir ya en los 90 el torneo de la V Naciones (y luego la Copa del Mundo, que retransmitía la ITV, a la que McLaren rechazó por fidelidad a su empleador de toda la vida, por cierto). De ahí a internet por doquier y a la proliferación de partidos que cientos de aficionados han subido para bendición de todos. Un tesoro para la memoria compartida del rugby que fue, de la modalidad amateur que ya no es referencia, pero sí historia y ejemplo.

Igual que recomiendo atención a sus retransmisiones para aquel que tenga encomendado un micrófono, sugiero la lectura de su autobiografía: Bill McLaren, the voice of rugby (Bantam Press, 2004). Encontrarán un alegato por el mejor rugby del siglo pasado, el que media entre los primeros años de la década de los 70 y final de siglo, en que la inercia de los valores del código amateur pervivía. Léalo el que tenga curiosidad y quiera ser capaz de formular esos principios para poder transmitirlos.

Murió en enero de 2010, en su localidad natal. Ese año, apenas dos días antes de la Calcutta Cup correspondiente, se le rindió homenaje digno de hijo predilecto del país. Entre quienes participaron en la ocasión, un medio de melé de Gloucester (luego de Falcons) que había de defender a Escocia durante la segunda mitad del partido con el viejo enemigo: Rory Lawson, hijo de Alan y nieto de Bill. En 2010 los escoceses no recuperaron la Calcutta Cup, pero el empate a 15 les sirvió, seguro, para comportarse como suelen y como bien decía McLaren: «They will be dancing in the streets tonight».

[Foto de cabecera: Bill McLaren antes de un Escocia-Inglaterra en febrero de 2002 en Murrayfield. Foto: PA Photo: David Davies].