
En los tiempos en que fue inventado el noble deporte, éste era un entretenimiento invernal que iba –para desesperación de las sacrificadas madres de los jugadores- acompañado inevitablemente de una buena cantidad de barro y agua. De este modo el cutis de los practicantes se mantenía debidamente hidratado y todos conservaban esa apariencia infantil y bondadosa que todavía hoy les caracteriza.
Sin embargo, el vil metal hizo su aparición y Mr. Ned Haig ideó una nueva modalidad veraniega con la explícita finalidad de separar a los proverbialmente austeros habitantes de los Borders de sus queridas guineas. Había nacido el seven y Pandora abrió su ánfora -en versión original- o su caja -doblada al español- dejando escapar, entre otras, la maldición de la forma física sobre un ejercicio anteriormente inofensivo y apto para todos.
Como todo es susceptible de empeorar, con el paso de los años algunos rugbiers aún más descarriados que los melrosianos dieron en llevar a la playa además de sombrillas, cubos, palas, rastrillos, sillas plegables, neveras portátiles, tupperwares, suegras y demás enseres imprescindibles para disfrutar de un día junto al mar… un balón de rugby. Es posible que su intención fuera buena, que no pretendieran más que matar el gusanillo, enseñar a sus retoños o calmar sus conciencias por los excesos veraniegos de cara a la siguiente temporada. Sin embargo, lo que hicieron –dolosa o negligentemente- fue echar a rodar un peñasco que ha acabado con la aparición de una nueva modalidad en el planeta de Ellis: el rugby-playa.
Resulta significativo que se desconozca el nombre del autor o autores del hecho sin que nadie haya reivindicado a la criatura. Ya fuera dolosa o negligente la conducta descrita en los párrafos anteriores, lo cierto es que circa 1990, empezaron a celebrarse en las playas del sur de Europa (Italia, Portugal y España) torneos de rugby, que con la débil excusa de “hacer unas risas con los amigos, tomar unas cervezas y pasar el día”, se han hecho cada vez más populares.
Como la cosa era informal, cada hijo de vecino jugaba en la arenita como le daba la gana, hasta que la IRB de nuestras entretelas decidió en 2010 la aprobación de las reglas de la modalidad con el fin de regular el caos litoral. Como toda intervención gubernamental que se precie debe al menos crear tantos problemas como arregla, el resultado es desigual; es cierto que ahora hay un standard normativo, pero por otro lado, el ritmo infernal del rugby a cinco que instituye, amenaza con sembrar de zombies de caras rojas las playas del mundo oval.
Los sindioses del beach-rugby no acaban en el darwiniano intento de mejorar la capacidad aeróbica de los practicantes de cara al invierno. Desgraciadamente, el salitre y el sol afectan al cerebro de los humanos y éstos juegan -¡ojo, en público! y sin rebozo alguno- con prendas como la de al lado, se inscriben en equipos llamados Maccabi de Levantar y aparecen en la costa con pareos a juego con las chanclas, faldas escocesas, sombreros mexicanos y/o pelucas de colores bailando la hakarena. Y todo porque el rugby de playa es “divertido”. Por eso la bicampeona de Europa es Rusia y la final se juega en Moscú.
Lo cierto es que todas esas cosas sirven para dos fines: justificar al participante voluntario y engañar al neófito. De este modo, al mismo tiempo se olvida y se pretende ocultar que debes presentarte en la playa en horario de jubilado escandinavo, vas a sufrir quemaduras de tercer grado en la planta de los pies, vas a jugar con resaca desde las doce y media de la mañana y tienes treinta segundos de descanso entre el último tenedor de paella de chiringuito y el kick-off del partido de las cuatro y cuarto en el Yunque del Sol. Todo ello sin contar el rebozado interior-exterior de mucosas en arena y que los enanos de setenta kilos te van a pintar la cara todo el día, mientras tratas inútilmente de placarlos.
Es demasiado tarde ya para erradicar esta enfermedad, los torneos se han multiplicado como el mejillón cebra y se han agrupado en circuitos autonómicos en todos los mares que rodean la Península. Desde Ibiza hasta Noja, los rugbiers patrios se dejan atrapar por los cantos de las sirenas. Pero si se conoce la verdad y se impone la razón, podamos limitar los daños y consignar el Entartete Rugby al baúl de la historia. O lo siguiente puede ser el nude rugby mixto. El que avisa, no es traidor.