El otro día lo pensábamos: siempre nos da la sensación de que el tiempo entre dos mundiales de fútbol pasa mucho más rápido que entre dos mundiales de rugby. Se supone que será por las ganas. Imaginamos que a los jugadores japoneses estos cuatro años de espera se les han tenido que hacer eternos. La condición de locales se notó en su primer partido contra uno de los rivales más débiles de este Mundial, una Rusia que por momentos dejó trazas de ser un buen equipo. Jamie Joseph, entrenador experimentado, contó con los probables nervios de sus jugadores, y planteó una primera parte de juego mucho más lento al que nos tiene acostumbrado el equipo nipón.
Visto el desarrollo del partido, puede que no fuera una mala decisión. En los primeros diez minutos, el equipo liderado por Michael Leitch cometió hasta tres errores en la recepción del balón, lo que dejaba patente que, aunque el rival no tuviese demasiada entidad, el partido no era uno más. Estos fallos provocaron que Rusia se estableciera en terreno japonés durante el tramo inicial de la primera parte. Es posible, y no debe extrañarnos, que en otros partidos veamos a los japoneses sacar el balón jugado desde su propia línea de 22.
Sin embargo, contra Rusia Joseph optó por un juego más cauto, y Tamura se dedicó a despejar balones con su patada, lo que igualó el nivel de los dos equipos, ya que tanto Dorofeev como Kushnarev se encontraron muy cómodos en ese contexto. En cuanto Japón se sacudió un poco los nervios, y sus medios encontraron a Lafaele y Matsushima, el partido cambió de color y todo el país respiró aliviado. La derrota no estuvo cerca, pero este partido inicial demostró que el poderío japonés es mucho mayor cuando se ciñe a un estilo de juego que potencia las virtudes del juego a la mano.
¿Georgianos que no placan?:
Después de la victoria de Japón sobre Sudáfrica en 2015, todos esperamos que en esta edición se repita una sorpresa como aquella, y Georgia parece uno de los equipos que puede aspirar a ello. Pues bien, eso no es lo que ocurrió contra Gales, y quedó patente desde el primer minuto de partido. El equipo entrenado por Milton Haig no apareció sobre el terreno de juego del Toyota Stadium durante la primera parte. Errores de mano, placajes blandos… Gales dominó hasta el scrum. Sin embargo, lo más sangrante de todo fue el canal defensivo entre los dos centros georgianos. Sobre todo tras las fases estáticas, tanto Mchelidze como Kacharava se dedicaron a contemplar la belleza y la efectividad de las líneas de ataque tiradas por los tres cuartos galeses. Especialmente sangrante fue el primer ensayo de Jonathan Davies, en el que ambos centros ni siquiera hicieron la intención de placar.
Georgia siguió en esta misma deriva durante toda la primera parte, lo que unido a un ataque lento y previsible, que permitía a los galeses robar balones en el ruck, hizo que el partido llegara decidido al descanso. Tras el paso por el purgatorio, y en gran parte debido a la lógica relajación de Gales, los georgianos se encontraron cada vez más cómodos en el campo. Empezaron a dominar los puntos de encuentro gracias a un Chilachava que entró como suplente aportando un nivel muy alto de energía. Forzaron golpes de castigo en la melé, dominaron el maul ofensivo, e incluso robaron varios balones en el ruck. A pesar de todo, esta reacción sólo les sirvió para empatar la segunda parte a 14 puntos. Aunque Haig parecía contento cuando las cámaras le enfocaban a partir del minuto 40, el seleccionador neozelandés deberá corregir ciertos fallos realmente groseros si quiere imponerse a Fiyi, sobre todo porque si tu línea de tres cuartos no defiende de manera contundente a los jugadores de McKee, puedes dar el partido por perdido.
El día de Andy Farrell
A pesar de las malas sensaciones que nos estaba dejando a lo largo de todo este 2019, probablemente la actuación más completa de esta primera jornada fue la victoria de Irlanda sobre una Escocia anulada totalmente. Los irlandeses atacaron con contundencia los canales más cercanos al ruck, y los delanteros liderados por McInally no pudieron frenarlos. Sin embargo, lo que hizo que la actuación del conjunto de Schmidt resultase tan coral fue el nivel exhibido por su línea de tres cuartos en defensa.
No cabe ninguna duda de que el arma más potente del equipo de Townsend es el juego abierto, comandado por Russell y Hogg. Con una delantera liviana, los escoceses tratan de mover el balón de lado a lado del campo para así encontrar los huecos que no son capaces de generar sobre la base de un físico superior al del rival. Pleno conocedor de ello, Andy Farrell trazó un plan para contrarrestar los puntos fuertes del ataque escocés: la línea de tres cuartos presionaría de forma especial a Hogg cuando este se sumara al ataque, intentando así que el de Melrose pasara el menor tiempo posible en contacto con la pelota.
El detalle curioso es que el designado para marcar al zaguero escocés no fue un centro con buenas aptitudes defensivas, como es Ringrose, sino un especialista ofensivo como Stockdale, quien dejó dos placajes de bellísima factura que provocaron que Hogg perdiera el balón en situación de franca superioridad ofensiva dentro de la línea de 22 irlandesa. Con el pase a cuartos de final prácticamente asegurado, Irlanda no volverá a competir a un nivel real hasta esa eliminatoria que le enfrentará, casi con total seguridad, con Sudáfrica. Entonces veremos si el nivel mostrado por los de Schmidt en este primer partido ha sido sólo un espejismo o si realmente han conseguido llegar a este Mundial en su pico de forma más alto.