Nueva Zelanda y Australia han sido, desde el comienzo del Super Rugby Aotearoa en junio, los dos países que mejor han adaptado su realidad sanitaria y económica a la vuelta del rugby de más alto nivel. No entraremos aquí a detallar qué factores les han permitido volver a una relativa normalidad antes que los demás (recordemos que en la competición neozelandesa se llegó a suspender un partido, o que tanto Rebels como Force tuvieron que permanecer durante varios meses concentrados fuera de sus ciudades), pero sí podemos agradecer que éstos hayan tenido lugar para permitir que la pelota volviera a botar de forma impredecible.

La lógica, por lo tanto, dictaba que los dos países debían enfrentarse unas cuantas veces si querían tener una competencia internacional en este atípico 2020. Finalmente, se han jugado cuatro partidos de la Bledisloe Cup, los dos últimos pertenecientes al Tri-Nations. Una muestra suficiente de los nuevos proyectos a partir de la cual, y a pesar del ruido generado por la derrota de los All Blacks frente a Argentina, permiten analizar pequeños detalles y sacar algunas conclusiones cuya validez cara al ciclo mundialista que acaba de abrirse, como demostraron los Pumas, todavía habrá que confirmar.

Ian Foster y Dave Rennie, antes del primer partido en Wellington (Foto: Getty Images).

Conviene aclarar que los equipos han encarado esta carrera de fondo que ha sido la Bledisloe desde dos puntos de partida distintos. A pesar de que tanto Dave Rennie como Ian Foster se estrenaban en sus flamantes nuevos puestos de trabajo, la trayectoria de sus proyectos estaban distanciadas por un buen número de kilómetros de viaje. La generación liderada por Sam Cane todavía tiene una presencia más que notable en el XV de los All Blacks, no sólo de forma cuantitativa, sino también cualitativa.

Pese a saberse en inferioridad, Rennie no ha tenido miedo a perder y ha experimentado con jugadores y tácticas a lo largo de cuatro partidos. Foster fue más conservador mientras el trofeo estuvo en juego

No los vamos a citar a todos, pero basta con decir que forman parte de los jugadores nacidos entre 1988 y 1993 nombres como Beauden Barrett, Sam Whitelock o Aaron Smith. Australia, por el contrario, es un bebé que empieza a dar sus primeros pasos. Michael Hooper es uno de los pocos jugadores que mantienen su relevancia en el equipo. El relevo generacional es casi completo en los Wallabies, lo que ha sembrado no pocas dudas respecto al nivel competitivo inmediato del equipo.

Rennie ha demostrado no tener miedo a la derrota. A pesar de saberse en inferioridad, ha experimentado tanto con jugadores como con las tácticas a lo largo de los cuatro partidos, certificando al más alto nivel lo que ya dejó entrever en Chiefs y Glasgow Warriors. A algunos nos habría gustado que entrenadores como Gregor Townsend o Wayne Pivac hubiesen mantenido esa coherencia estilística al dar el salto al rugby internacional, pero ese es otro debate al que tampoco vamos a entrar ahora. En cuanto al planteamiento de Foster, fue más conservador cuando la Bledisloe estaba en juego, manteniendo el bloque habitual sobre el campo, para hacer debutar a jugadores como Akira Ioane, Will Jordan o Asafo Aumua en el último partido, con el título ya decidido.

¿Qué se puede destacar de los 320 minutos de juego? Vamos a ir por partes, porque no ha sido poco. No trataremos de analizar el recorrido táctico partido a partido, sino que extraeremos algunos de los detalles que han tenido cierta consistencia en las elecciones de los entrenadores a lo largo de este último mes.

Nic White se une a la celebración de los Wallabies en el cuarto partido de la Bledisloe Cup 2020 (Foto: Darren England / AAP).

La batalla entre Paenga-Amosa y Fainga’a por el ‘2’: si nos limitamos a mirar los rótulos que, de vez en cuando, aparecen sobreimpresionados en las emisiones de los partidos de Super Rugby con estadísticas individuales llamativas, nos sorprenderemos de la escasa importancia que ha tenido Folau Fainga’a en la selección australiana desde que debutara en 2018. Su ritmo de anotación es altísimo para un delantero, aunque forma parte de un contexto sumamente especial  que ya hemos analizado en alguna ocasión: el plan de juego de Brumbies. De ahí que su adaptación a un rugby tan distinto como el propuesto primero por Michael Cheika y ahora por Rennie no haya sido exitosa. Es cierto, todavía es pronto para dar por hecho que ha perdido la guerra por el puesto de talonador, pero lo que es seguro es que en esta batalla no ha salido vencedor.

En el primer partido de la serie, los All Blacks fueron claros dominadores de la melé. A pesar de tener a James Slipper y Taniela Tupou al lado, Fainga’a no tuvo un partido sencillo al mando de la formación, con un insuficiente 67% de acierto en las melés con introducción propia. Algún que otro golpe de castigo concedido por el empuje de la primera línea neozelandesa pudo haberles costado caro si el fuerte viento no hubiese propiciado bastantes fallos en los disparos a palos.

Paenga-Amosa y Folau Fainga’a se han disputado en estos partidos el puesto de talonador y, cuando jugó el primero, la melé australiana pareció mucho más segura en la retención de sus introducciones

Para el segundo partido Rennie decidió dar entrada a Paenga-Amosa como parte de su política de rotaciones y probaturas. La mejora en la melé fue evidente. Aunque no consiguieron recuperar la pelota en las introducciones neozelandesas, la primera línea formada por Slipper, Paenga-Amosa y Tupou consiguió un 100% de efectividad en las propias. Esta tendencia se ha repetido a lo largo del resto de partidos, en los que el talonador de Reds ha mantenido la titularidad. De hecho, en el último encuentro de la serie, la actuación conjunta en esta formación fue todavía mejor, ya que dejaron a los All Blacks en un 33% de acierto propio, un índice realmente bajo que, en parte, ayuda a entender la victoria australiana.

La melé no es el único aspecto del juego en el que Paenga-Amosa es más fuerte que Fainga’a a día de hoy. El juego abierto, que apunta a ser preponderante bajo el mando de Rennie, es uno de los puntos en los que hay una mayor diferencia entre ambos. Acostumbrado al juego de gran movilidad de Reds, Paenga-Amosa es un jugador muy activo, tanto en zonas cercanas como alejadas del ruck, con una media de carries (avances o rupturas con la pelota) bastante elevado para un jugador de su posición. Además, su gran corpulencia le permite ganar la línea de ventaja con mayor facilidad. En el lado opuesto, el acierto en el lanzamiento del line es una parte de su juego que necesita una mejora evidente; no así en el caso de Fainga’a, que tiene en esta formación su principal fortaleza. Este breve resumen de virtudes y defectos nos lleva a deducir que, en el medio-largo plazo, el jugador de Reds puede tener una importancia mayor en el engranaje de la selección australiana, por mucho que los números de Fainga’a en la competición local sean difíciles de superar.

Jordie Barrett anota un ensayo en el empate del primer partido de la serie.

Otro aspecto destacable: Jordie Barrett en la banda en los All Blacks. En su mejor temporada con Hurricanes, habiendo jugado todos los partidos con el 15 a la espalda, el menor de los Barrett ha disputado sus primeros partidos con Nueva Zelanda en el ala derecho. La sensación de que  - al menos para el cuerpo técnico -  no cuenta como primera opción para el puesto de zaguero es palpable. Sin embargo, la versatilidad de Jordie le permite ser útil en otras zonas del campo, como pudimos observar en los tres primeros partidos de la serie.

No sabemos qué fue primero, si el huevo o la gallina. Nos es imposible determinar si la decisión de Foster de situar a Jordie con el 14 a la espalda es anterior a la decisión de Rennie de jugar con Koroibete y Daugunu en las puntas, o si ésta tuvo lugar una vez lo supo. En cualquier caso, es una solución inteligente a la hora de atacar los puntos débiles de los alas de origen fiyiano. Ninguno de los dos supera los 180 centímetros y, aunque son peligrosos al contraataque, en las disputas en el aire se muestran inferiores a un Jordie que roza los dos metros de altura. De esta forma, en la salida de la pelota, los All Blacks buscaron mucho el box kick de Smith sobre el menor de los Barrett, generando juego desestructurado: bien porque el de Hurricanes recuperaba la pelota, bien porque los australianos cometían un adelantado y Nueva Zelanda volvía a disponer de la posesión. En cualquiera de los dos casos, los de Foster se enfrentaban a un escenario conocido, en el que se encuentran cómodos: atacar defensas desordenadas.

Ian Foster prefiere alas asimétricas, con Jordie Barrett como 14… aunque su puesto más habitual es el de zaguero. El motivo puede estar en su estatura y capacidad para imponerse a alas rivales en balones altos, lo que genera oportunidades en segundas jugadas para los All Blacks

Desde el punto de vista defensivo, la nueva posición de Jordie Barrett también cobró sentido desde el momento en el que Australia jugó los dos primeros partidos con James O’Connor y Matt Toomua como apertura y primer centro, respectivamente. La inclusión de Irae Simone por Toomua en el tercer choque acentuó todavía más las intenciones de Rennie de contar con dos jugadores de buen pie en esas posiciones. En casos como éste, el back three del equipo defensor debe estar más atento de lo habitual, ya que la posibilidad de que los atacantes traten de lanzar una patada territorial es mayor. Teniendo en cuenta que en la banda izquierda estaba Caleb Clarke  - ala de marcado carácter ofensivo, pero bastante anárquico en lo posicional- Foster apostó por mantener la balanza equilibrada con Jordie.

¿Qué otras alternativas manejan los All Blacks para presentar una dupla de alas asimétrica? George Bridge, que podría cumplir un rol parecido al de Jordie, está lesionado de larga duración. Will Jordan es apenas un debutante, y la de ala tampoco es la posición en la que se encuentra más cómodo. El resto son jugadores con características más similares a las de Clarke: Sevu Reece, Rieko Ioane… El equilibrio parece una seña de identidad en la propuesta de Foster y, si sigue por este camino, la solución de poner a Jordie como ala puede tener continuidad. Veremos.

Los Pumas celebran su victoria con Beauden Barret en primer plano.

En teoría, lo más duro ya debería haber pasado para ambos, a la espera de Argentina ya en el Tri-Nations. Los sudamericanos nunca han sido un rival consistente para ninguno de los dos, pero su primera aparición en el torneo ya ha dejado claro que en este 2020 puede pasar cualquier cosa: el sábado, los Pumas lograron su primera victoria contra los All Blacks. Nadie esperaba un resultado así. Y no porque los argentinos no hayan armado un conjunto de nombres interesantes, sino porque la mayoría de sus jugadores no han disputado minutos de calidad desde que el Super Rugby y la Súper Liga Americana pararan en marzo.

Hacía más de 400 días, desde su eliminación en el Mundial, que los Pumas no jugaban un encuentro internacional. El hecho de haberse presentado con un equipo reconocible a una competición de larga duración, y en un lugar tan alejado como Sydney, ya debía ser interpretado como un éxito por parte de los aficionados argentinos. Pero tras este resultado el sabor de boca debe ser insuperable. Nueva Zelanda y Australia deben interpretar lo ocurrido como un aviso: no vale relajarse. Los partidos restantes del torneo han de servir para probar cosas nuevas pero, si dejan a un lado la tensión competitiva, Argentina estará ahí para aprovecharlo. Australia lo descubrirá este sábado.