
Inglaterra llega a la final de la Copa del Mundo en Yokohama como favorita: las apuestas le dan un 60/70% de posibilidades de levantar la copa Webb Ellis el sábado, en el que sería el segundo título de su historia. Posiblemente la victoria en la semifinal frente a los intocables All Blacks haya sido la más impresionante de la historia de Inglaterra, incluso por encima de cualquiera de las que logró el equipo de 2003 en su camino a la primera Copa del Mundo para el XV de la Rosa y, por supuesto, para el hemisferio norte.
Sudáfrica, por su parte, llega al partido después de superar en una batalla muy física a Gales -triunfo que no debería ser infravalorado- y tras perder en el arranque del torneo precisamente contra la víctima de Inglaterra en la semifinal, Nueva Zelanda. A pesar de haber encontrado muchas líneas para atravesar la defensa kiwi en su partido en el Rugby Championship el pasado verano, en su enfrentamiento en el inicio de esta RWC en Japón los Springboks no fueron capaces de rebasar la defensa de los All Blacks.
Así que, a primera vista, el conjunto de Rassie Erasmus entrará en el partido por el título con la etiqueta de aspirante. A Sudáfrica todavía no la hemos visto en este torneo exhibir un arsenal de ataque lo suficientemente convincente como para creer que puede comprometer el entramado defensivo de Eddie Jones, que se hizo impenetrable para los All Blacks… hasta someterlos. Pero sería muy ingenuo pensar que los Springboks no tienen la capacidad de darle la vuelta a estos pronósticos y poner en dificultades a la cacareada defensa inglesa.
Ya lo mencionamos más arriba. Los sudafricanos tienen algo que no poseen los All Blacks: la fuerza pura y desmesurada de un acorazado. Contra Gales, sus delanteros eran inferiores en peso por unos pocos kilos, y sin embargo impusieron de forma rotunda su físico. El juego de ataque de los dragones no destaca precisamente por su flair, sobre todo si no están Gareth Anscombe y Liam Williams, y eso facilitó la tarea a tipos como Tendai Mtawarira, Eben Etzebeth, Pieter Steph du Toit, Siya Kolisi, Duane Vermeulen y compañía.
La fuerza bruta de los Springboks se enfrenta a la potencia del paquete inglés: Sudáfrica apenas ha mostrado durante todo el Mundial un juego de ataque convincente, pero no se puede descartar que Rassie Erasmus se guarde algún as bajo la manga
No es que los galeses fueran arrollados, pero la defensa sudafricana les cerró todos los caminos y el equipo de Gatland apenas encontró en momentos aislados del partido la manera de poner en aprietos a su rival. Fue el mismo trato que el equipo de Rassie Erasmus le dispensó a los All Blacks en julio: un ejercicio de contención que frenó la potencia de su potente paquete de delanteros, así como el rugby afilado de los tres cuartos. En esta última tarea, el trabajo del segundo centro sudafricano, Lukhanyo Am, resultó decisivo.
La fuerza bruta que jugadores como Vermeulen, Etzebeh o su relevo, RG Snyman, proporcionan a los Springboks es, sin embargo, bien distinta del tipo de potencia que exhibe el pack inglés. La potencia es explosividad, la fuerza es resistencia. La potencia aparta obstáculos del camino; la fuerza aspira a la firmeza, así se desate el infierno o caigan rayos y truenos. Después de superar la semana pasada a los All Blacks con un amplio catálogo de rupturas de la línea de ventaja y pases en descarga, frente a la defensa sudafricana los ingleses van a encontrar otro escenario: el duelo entre un objeto inamovible y una fuerza imparable.
Dicho todo esto, el torneo ya ha demostrado que, si Sudáfrica se mantiene firme contra el ataque inglés, tampoco le hará falta mostrar demasiado juego con la pelota para tener el partido igualado. No lo tenido en todo el torneo, salvo contra rivales tier 2 y tier 3. Frente a Inglaterra tratará de ejercer un juego de presión del que sacar golpes de castigo y buscará mantenerse en el choque, o incluso ganar con un margen apretado, a través de sus patadas a palos. Eso, por supuesto, en el caso de que, como suponemos por lo visto hasta ahora, no desaten de pronto un arsenal ofensivo que no le hemos visto en todas estas semanas en Japón. Cosas más extrañas han ocurrido…
La mirada retadora de Owen Farrell frente a la Haka, imagen ya famosa y que tan bien encaja con la risita burlona de Eddie Jones, se cruza ahora con el último obstáculo hacia la gloria: ese obstáculo lleva el nombre del técnico que ha reavivado el fuego de los Springboks después de que el rugby en su país atravesara un largo desierto, demasiado árido como para que floreciera ningún talento y, menos aún para que el sistema diera frutos. Sin lugar a dudas, Rassie Erasmus es uno de los personajes más interesantes del planeta rugby.
Ex entrenador de Munster, Erasmus es un hombre de ideas poco ortodoxas, más bien intuitivo. Cuando dirigía a los Cheetahs acostumbraba a tomar asiento en lo más alto del estadio y, desde allí, usaba focos luminosos de colores y tarjetas para enviar mensajes a sus pupilos. Pasado un tiempo, y seguramente después de abrasarse al sol cada fin de semana, Erasmus solicitó que le construyeran en el techo del Vodacom Park un habitáculo desde el cual dirigía las batallas que se desarrollaban allá abajo, fuera cual fuera la meteorología. Un comportamiento peculiar.
Erasmus es un técnico poco ortodoxo: en su época en los Cheetahs llegó a hacerse construir un habitáculo en el techo del estadio para dirigir desde ahí a su equipo: para hacerles llegar los mensajes hasta el terreno de juego usaba focos de colores y tarjetas… muy peculiar
Erasmus también fue quien promocionó al entrenador de defensa actual de Sudáfrica, Jacques Nienaber: el hombre responsable de haber atascado a los All Blacks en aquel empate a 16 del Rugby Championship y de eliminar a Gales de la Copa del Mundo la semana pasada. A finales de los años 90, Nienaber trabajaba como fisio en los Cheetahs, a las órdenes de Erasmus, que lo invitó a dar un paso adelante: dejar de arreglar jugadores para pasar a mejorarlos. Y así fue como, poco a poco, Nienaber se fue transformando en preparador físico, especializado en los trabajos de fuerza y acondicionamiento.
Poco tiempo más tarde, Erasmus dio otro paso y lo animó a integrarse en su cuerpo técnico. Desde ese momento, Nienaber ha sido el entrenador de defensa de Rassie Erasmus y lo ha acompañado a todas partes. Cuando fichó en 2008 por los Stormers, con el equipo nacional en 2011, en su marcha a Munster en 2016 y, finalmente, al frente de Sudáfrica a partir de 2018. Por lo visto, Erasmus es un técnico al que tanto sus jugadores como sus asistentes están deseosos de seguir.
Como ya demostró en aquel episodio de su refugio en el Vodacom Park, Erasmus se ha ganado la fama de ser un entrenador innovador y creativo. Es seguro que el ex flanker de los Springboks guardará bajo la manga algún truco para incomodar a la arrasadora Inglaterra de Eddie Jones. Y para que sus creadores de juego, Faf de Klerk y Willie Le Roux, el eléctrico Cheslin Kolbe y el poderoso Damian de Allende arranquen la rosa de raíz.
De Allende ha sido, precisamente, el protagonista de un interesante debate toda esta semana. De la misma forma que Eddie Jones dejó a George Ford en el banquillo contra Australia, para prevenir las acometidas de Kerevi con la mayor potencia defensiva de Owen Farrell como 10, en esta ocasión Inglaterra podría plantearse alternativas similares para enfrentarse a la potencia en la ruptura de De Allende.
Esa decisión limitaría, por supuesto, la capacidad creativa y táctica que le da al equipo el eje Ford-Farrell; pero también le permitiría repetir el modelo de la segunda mitad del partido contra los Wallabies, cuando con la entrada de Ford, sumado a la presencia de Tuilagi y el versátil Elliot Daly, el ataque inglés desarboló a los Wallabies en esa parte del encuentro en que las piernas ya están cansadas y el pulmón no da para todo.
A pesar de que Inglaterra aparezca como favorita, no se puede desatender el significado que tendría para Sudáfrica, un país en el que su equipo de rugby ‘pertenece’ al pueblo, ver al primer capitán negro de su historia levantar el trofeo de campeones
Esta es una final que levanta muchos interrogantes, porque los equipos usan soluciones muy distintas. El dinamismo en ataque del conjunto de Eddie Jones se mide con la asombrosa capacidad de resistencia de los sudafricanos; veremos además dos configuraciones diferentes en la creación de juego: Sudáfrica usa sobre todo a su medio de melé, De Klerk, y al zaguero Willie Le Roux; mientras que Inglaterra confía en un ataque ordenado alrededor de su apertura y el primer centro, Ford y Farrell. Y además, están los entrenadores: dos de los mejores del mundo cuando se trata de buscarle los puntos débiles al rival y, una vez que los encuentran, usar el cincel y golpear con el mazo.
Si el choque entre Nueva Zelanda e Inglaterra se convirtió en una batalla para ver cuál de los dos se imponía en ataque al otro, esta final con Sudáfrica promete ser un partido mucho más tenso. Así han sido siempre las finales de la Copa del Mundo para Inglaterra.
Desde la perspectiva inglesa, no se debería perder de vista el significado que una victoria en esta Copa del Mundo tendría para Sudáfrica. Lo señaló el que fuera su capitán en el triunfo de 2007, John Smit, esta semana en el podcast de rugby de la BBC: la imagen de Siya Kolisi, el primer capitán negro de la historia de Sudáfrica, levantando la copa de campeones tendría para su país un significado comparable a la imagen de Nelson Mandela junto a François Pienaar en la victoria de 1995.
El peso social y político de los Springboks en Sudáfrica no tiene parangón en ningún otro país ni en el rugby internacional. Los Sprinboks son un equipo que pertenece a su pueblo. Se aprecia en la manera en la que Rassie Erasmus se dirige a los aficionados en sus vídeos previos a los partidos en las redes sociales. Simplemente el rugby tiene, para su nación, un significado que nunca ha tenido en Inglaterra. Solo eso ya puede ser una palanca de impulso en la final para los Bokke, y equilibrar el encuentro en lo deportivo.
El partido promete ser titánico y abrir cráteres en el césped de Yokohama. Predecir lo que pasará resulta imposible. Será apretado, no apto para pusilánimes… Un partido de comerse los dedos, más que de chupárselos.
Ali Stokes es uno de los analistas habituales de The Rugby Magazine y escribe también para Rugby World.
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