El torneo de Japón mide años de dominio irlandés en Europa, dos triunfos históricos contra Nueva Zelanda y dudas emergentes tras un decepcionante último 6 Naciones. El equipo celta compite para que la copa Webb Ellis no marchite el verde esmeralda otra edición más.

Las dos victorias contra Nueva Zelanda en los otoños de 2016 y 2018 pusieron al Trébol entre los candidatos al cetro mundial, tal vez como el primero entre los del norte. Su desempeño en los 6 Naciones más recientes y los éxitos en las ventanas de junio y noviembre, allá y aquí, ratificaron su condición de candidato. Habían llegado para quedarse.

El primer triunfo contra la mejor selección del mundo (¿y probablemente una de las mejores versiones de la historia del oval?) tuvo como escenario Chicago, punto de llegada de millones de irlandeses emigrados a lo largo de los siglos XIX y XX. Un par de otoños más tarde, los verdes les volvieron a vencer en Dublín. En ese último enfrentamiento, los celtas dejaron a los All Blacks con sólo nueve puntos anotados y sin ensayar.

Stockdale celebra uno de sus ensayos ante los All Blacks.

La fortaleza de Irlanda reside en un paquete de delanteros superior al de buena parte de las selecciones. También en un imparable maul y en las patadas de Sexton buscando la llegada de la pareja de centros o de los alas. El último triunfo contra el combinado maorí genera un efecto anímico fenomenal: tras la hazaña de Dublín, Irlanda emerge para aficionados y especialistas como la gran candidata opositora. La avala el dominio demostrado contra la ingobernable Nueva Zelanda. No es sólo una victoria, es una exhibición de carácter, una idea incubada durante años en las triples sesiones de febrero-marzo, junio y noviembre de cada temporada. Brotan las analogías, como si el choque entre norte y sur sí fuera de igual a igual. Y se afirma que los Brodie Retallick y Sam Whitelock europeos son irlandeses (James Ryan y Devin Toner).

La comparación entre verdes y negros, tan rivales y tan recientes protagonistas, se diluye ante el paralelismo que guarda Irlanda con las rocosas Inglaterra de 2003 y Sudáfrica de 2007. Las tres, y aunque haya diferencias notables entre ellas, son selecciones construidas desde la defensa de la línea alta y los pocos puntos encajados, la presión y el manejo de las superioridades tras el placaje, el buen manejo de los espacios con el oval y la importancia del pateo como fuente de anotación y directriz sobre la que apoyar buena parte del juego ofensivo. Las concesiones al rival menguan. La evolución continúa.

Las dos victorias contra Nueva Zelanda en los otoños de 2016 y 2018 y el Grand Slam en el 6 Naciones pusieron al trébol entre los candidatos al cetro mundial. Pero, a pesar del número 1, el último año ha despertado más dudas que convicciones

En la campeona de los 6 Naciones de 2017 y 2018, Jonathan Sexton asume el protagonismo. El cerebro toma los galones de la nueva grande. Su partido contra Nueva Zelanda en el otoño del pasado año ratifica esa condición de jerarca. Parece ungido, llamado, elegido. Hasta que el extraño torneo que completa en 2019 reabre el debate sobre su fiabilidad.

En febrero, Inglaterra descose la red. El quince de la Rosa atraviesa la roca verde, la llena de grietas. Las patadas de Owen Farrell a la espalda acaban con la línea que se decía impermeable. El rugby rápido y continuado de los ingleses es demasiado enérgico. La dureza en el choque tantas veces vista precede a un dinamismo con el oval no tan frecuente en el histórico enemigo. La Inglaterra pesada se erige ligera y es veloz en el ataque. Sin el manejo de la pelota y sufriendo las altas revoluciones del rival, Irlanda sufre.

El apertura de Gales, Gareth Anscombe, descose a los de Schmidt algunas semanas después con armas muy similares a las de la Irlanda de Sexton: patadas altas para romper la línea defensiva, juego dinámico y orden defensivo sin el oval. La derrota en Cardiff en la última jornada del 6N de 2019 devuelve las dudas al 10 motor. Más allá de la bisagra, tampoco el maul sirve como arma de destrucción. El poderío físico verde no cristaliza en la pradera de Cardiff, el mismo lugar donde diez años antes regresó a la élite del rugby mundial con su primer Grand Slam en más de seis décadas. Irlanda sucumbe ante las dos (actuales) grandes británicas.

Parkes anota una de las marcas en la derrota irlandesa en Cardiff, este pasado 6N (Foto: PRESS ASSOCIATION)

La abultada derrota en Twickenham durante la preparación para la copa Webb Ellis, por más de 40 puntos de diferencia, devuelve unas dudas ya vividas antes del gran torneo internacional. La doble victoria contra Gales que les pone en el número uno del ranking mundial no parece mitigar la desconfianza, un pesar heredado de batacazos pretéritos. Los fiascos de Irlanda en las citas mundialistas suman ocho, tantos como campeonatos se han disputado en la historia.

El gran torneo ejemplifica la carencia histórica del combinado celta, su discontinuidad a lo largo del tiempo, una púrpura –la de los equipos grandes– más liviana que la de algunos de sus rivales. Irlanda tiene mucho, pero nunca ha mostrado los recursos suficientes en la competición que reúne a los dos hemisferios. Dificultades en la fase de grupos, consecuentes cruces complicados, poca fortuna algunas de aquellas tardes y recurrente mal de altura. El Mundial es la asignatura pendiente, el escenario aún vedado.

A Irlanda se la apunta entre las favoritas en la víspera de cada Mundial, pero el devenir del torneo nunca ratifica las altas expectativas. La copa Webb Ellis es la pieza mayor que escapa de la voracidad del tigre celta.

El Mundial ejemplifica la carencia histórica del equipo celta: dificultades en la fase de grupos, consecuentes cruces complicados, poca fortuna algunas de aquellas tardes y recurrente mal de altura. El Mundial es la asignatura pendiente, el escenario aún vedado

Desde que se instaló en la burguesía de la disciplina, sus participaciones se cuentan por fracasos. En 2007 no pasó de ronda: sucumbió contra Argentina y Francia y se impuso sin brillo ni tanto margen como cabía haber supuesto a Georgia y Namibia. Los galeses imberbes y descarados les echaron en los cuartos de 2011. El ganador se hubiera enfrentado al vencedor del Inglaterra-Francia. Keith Earls, cinco ensayos en aquel torneo, no fue suficiente. En la última cita, la de Inglaterra de 2015, pasó primera en un grupo íntegramente europeo, pero Argentina la arrasó, otra vez, en el ya fatídico cruce de cuartos de final.

El deber de Irlanda en Japón no pasa por ganar el Mundial, una cima solo hollada entre los equipos del norte por Inglaterra en 2003. El formato posibilita unas sorpresas que los enfrentamientos múltiples, tipo liga, minimizarían. El trébol compite por ser la mejor entre las europeas, por acceder a las semifinales o por poder rebasar, esta vez sí, a alguna de las gigantes australes.

Johnny Sexton, el metrónomo de Irlanda en el juego de ataque (Foto: INPHO/Dan Sheridan).

La cuota deportiva y la cuota mental definirán el éxito o el dolor. Irlanda se reconoce en su juego, germina alrededor de él y sobre su mejor versión limita la capacidad del rival. Es el mismo guion de los últimos cinco o seis años. La experiencia reciente insufla optimismo a los que creen que es posible. La monolítica Nueva Zelanda se mostró vulnerable solo ante los verdes, el único rival que desafió el poder de los All Blacks con suficiencia (más allá de las victorias de otros contra los maoríes). Pueden imaginar los que piensen el Mundial en verde que el acontecimiento de Chicago sea extrapolable, por la lejanía geográfica o la convivencia de aficionados, al ambiente tan distinto de un Mundial. Y que la sorpresa se repetirá en Japón.

Irlanda afronta este fin de semana un debut espinoso frente a otra de las home nations, la también celta Escocia. Y el siguiente partido, con sólo seis días de descanso, le cruzará con la anfitriona Japón. En cuartos, y siempre que pase de ronda, aguardan presumiblemente Nueva Zelanda o Sudáfrica, dos barreras colosales.

La narrativa del éxito irlandés en las dos últimas décadas choca con sus magros resultados en las citas mundialistas. La isla del sol naciente medirá el impacto del rugby del Trébol, la madurez de su quince, el éxito del ciclo feliz en que se encuentra inmersa desde 2016 y el liderazgo de Sexton, el apertura que recoge el legado de los mitos pasados (Jackie Kyle y Ronan O’Gara). El síndrome de los cuartos, el vértigo a las alturas y la zozobra frente a los gigantes del sur se alinean en su contra. Irlanda lucha contra un favoritismo que nunca ha confirmado.

[Foto de cabecera: INPHO/Dan Sheridan].